Uno de los primeros objetivos de cualquier nuevo Estado que ha conseguido lograr su autonomía efectiva es la consolidación de sus relaciones internacionales con el resto de potencias. Por tanto, no es de extrañar que el proceso de la independencia norteamericana tras la Guerra de los Siete Años llevara a las Trece Colonias a la necesidad de ampliar su labor diplomática gracias a la figura de Benjamin Franklin.
Cuestiones introductorias a la labor diplomática norteamericana
Esta labor diplomática fue una de las apuestas más acertadas del proceso emancipatorio norteamericano, que desde sus inicios suscitó el interés militar de varias potencias europeas en pos de conseguir beneficios de un conflicto que, a medida que avanzaba, comenzaba a confirmarse como internacional. Desde la firma de la Declaración de Independencia el 4 de Julio de 1776, diversos enviados desde el Comisión Secreta del Congreso en Filadelfia (cuyos órganos también regulaban la actividad en el exterior en búsqueda de la libertad de comercio y el reconocimiento de las Colonias) habían partido hacia Europa con destino a Francia e Inglaterra, entre los que destacaron Silas Deane, Arthur Lee o el que sería próximamente el tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson . Sin embargo, cuando analizamos las primeras actividades diplomáticas de este territorio es imposible no mencionar la importante figura de Benjamin Franklin, quien ejerció como representante del país en Europa, en territorios como Inglaterra (donde vivió varias décadas y estableció relaciones provechosas para el futuro de las Trece Colonias) y oficialmente como pionero embajador en Francia entre 1776 y 1785.
Francia e Inglaterra se encontraban en posiciones políticas muy distintas como consecuencia de sus últimas actividades en la esfera internacional: con el objetivo de situarse al frente de las potencias europeas en el dominio colonial y comercial habían combatido en bandos opuestos durante la Guerra de los Siete Años (1756 – 1763), interviniendo en Silesia, Norteamérica o la India . El desenlace de la contienda se había firmado en el Tratado de París, donde Francia aceptaba su derrota y, con ella, entregaba parte de los enclaves comerciales coloniales en América del Norte (los territorios canadienses y otros norteamericanos), la India (exceptuando algunas zonas como Mahé o Yanam), Senegal y las Antillas (Dominica, Tobago, San Vicente) a Inglaterra. Además, habían adquirido Florida de España (aliada oficial de Francia por medio de los pactos de familia, en especial desde el Tratado de Fontainebleau de 1762).
Por ésto, la labor diplomática de Franklin en Europa se realizará con estrategias completamente diferentes en ambos territorios: En Inglaterra, antes de la independencia luchará por los derechos de las Colonias ante un país que conserva su poderío naval y prestigio internacional, pero mermado económicamente por los conflictos; mientras que en Francia negociará la participación en el proceso independentista de un Estado humillado (junto a su aliada España) que, si bien no era afín a la ideología del movimiento norteamericano, sí intervendrá como aliado para intentar de nuevo frenar el poder inglés, aquel enemigo permanente con el que mantenía hostilidades desde siglos atrás.
Franklin en Inglaterra: primeros pasos de un hombre diplomático
Podríamos decir que la propia motivación científica y descubridora de Benjamin Franklin, así como su gran dialéctica, propició desde el principio su labor diplomática incluso cuando no viajaba por dichas cuestiones. Franklin visitó tres veces las islas británicas a lo largo de su vida, debido a lo que los historiadores han denominado una «anglofilia» que claramente irá desquebrajándose con sus experiencias políticas posteriores.
Su primera estancia en el país fue meramente anecdótica, datada entre 1724 y 1726, interesado por conocer las labores de imprenta de los periódicos ingleses para adquirir posteriormente una en Pennsylvania (donde publicaría la Penssylvania Gazette). Sin embargo, esta breve experiencia en el país fue decisiva, ya que el éxito de la revista, junto a otras obras como su famoso Poor Richard, le granjeó una fama de líder civil que provocó su elección para la Asamblea General de Pennsylvania y como Director General de Correos . Fue dicha Asamblea donde se le eligió como Comisionado representante de la colonia en Inglaterra, esta vez entre 1757 y 1762.
Tanto su segundo como tercer viaje a la metrópoli tendrán un carácter totalmente diferente al primero: ya no se presenta como un individuo en busca de motivaciones y conocimientos para su progreso intelectual personal, sino como representante de una colectividad de gente a la que debe defender en un territorio que cada día se concebía más como extranjero. En plena Guerra de los Siete Años, se desplazará con su hijo para defender en Londres los intereses de Pennsylvania con una tendencia aún afín a Inglaterra, buscando una diplomacia de armonía entre ambas posturas.
Esta voluntad conciliadora, impulsada por su amistad con las esferas intelectuales británicas de figuras como David Hume o Adam Smith, puede observarse en sus propios movimientos estratégicos. Entre éstos, podemos destacar su solicitud al rey inglés Jorge II para lograr la posibilidad de que Pennsylvania recaudara un impuesto sobre la propiedad de la tierra, evitando así la sangría económica que asolaba a las colonias debido que sobre ellas recaía la sustentación económica de la guerra . Estas reformas no fueron aceptadas debido al veto de la familia de los Penn, fundadores de Pennsylvania que dirigían el territorio con una austera mano de hierro y que gozaban de la aceptación del propio rey Jorge. Esta inutilidad para paliar la situación económica tras cinco años de negociaciones le supuso volver a Norteamérica en 1762.
Pese al aparente fracaso, su labor diplomática no había resultado invisible a los ojos de las instituciones inglesas ni del nuevo rey Jorge III, quien en 1764 le convidó a participar en la Cámara de los Comunes como representante de las colonias en relación a la implantación de una nueva ley. Ésta era la conocida como Stamp Act o Ley del Sello y supuso, así como hemos tratado en el apartado anterior, una de las causas del comienzo de la Guerra de la Independencia, ya que se implantó un impuesto directo sobre la impresión de licencias, diplomas, contratos…que dejaron de producirse en las propias colonias para ser importados desde Londres con un sello especial. Esto se ganó el descontento de los habitantes de las Trece Colonias, quienes reaccionaron con abundantes boicots y protestas públicas. Contra esta reforma argumentará en la Cámara de los Comunes a fecha de Febrero de 1766 la incapacidad de los colonos de poder decidir sobre un impuesto que les influía directamente al no contar con representantes en dicha cámara. Gracias a su labor, la ley fue finalmente derogada un año después.
En su clara vocación como diplomático, Franklin buscó siempre la reconciliación de las hostilidades (una noble estrategia que, como vemos, fue constante en su labor como negociador internacional) entre colonia y capital, pecando como él mismo comentaba en sus obras de «ser muy americano en Inglaterra, y muy inglés en América» , pero pronto se dio cuenta de que la situación comenzaba a resultar insalvable, y su carácter afín a la metrópoli tornará hacia una oposición que le valdrá una orden de arresto en 1775, fruto de un caso de robo de correspondencia en el que participaba . Tras su huida precipitada de las islas nunca volvería a pisar suelo inglés europeo, por lo que sus labores diplomáticas futuras se centrarán en lograr apoyos a favor de la causa americana . A su vuelta en Mayo de 1775 la guerra por la independencia de las Trece Colonias acababa de comenzar, donde participó activamente contra el dominio inglés. Sin embargo, sí inauguró las relaciones diplomáticas entre Reino Unido y los aún no-oficiales Estados Unidos de América.
Franklin como embajador de la causa norteamericana: el caso franco-español
Franklin no sólo fue uno de los primeros diplomáticos defensores de las colonias en Londres, sino que también es considerado el primero entre las relaciones estatales de Francia y Estados Unidos.
La convergencia en el tiempo de Franklin y el país francés resultaba bastante semejante: Francia partía tras el Tratado de París de una situación que muchos expertos han señalado como decadente, ya que había perdido sus enclaves comerciales más estratégicos, se encontraban en una situación económica peligrosa debido a las arcas estatales desgastadas por la guerra y las malas cosechas, y la monarquía perdía precipitadamente su prestigio a ojos del pueblo (tan sólo veintiséis años después comenzaría la Revolución Francesa). Por otro lado, el decepcionado Franklin había vuelto de Inglaterra convencido, lamentablemente para sí, de que el conflicto armado era inevitable (aunque nadie había mencionado aún la idea de una independencia efectiva en los Congresos Continentales de 1774 y 1775) y uno de los objetivos principales de las colonias era encontrar cuanto antes un aliado prestigioso que legitimara y apoyara su bando.
Durante su última estancia en Londres había ya contactado con multitud de intelectuales franceses, como Quesnay o el Marqués de Mirabeau, con quienes había compartido cómo «durante largo tiempo me esforcé, con celo sincero e incansable, en preservar la ruptura de este noble y fino vaso de porcelana que es el Imperio Británico». Ahora que dicha estrategia resultaba ya imposible, a su vuelta a Filadelfia participó en la Comisión de Correspondencia Secreta y de Asuntos Extranjeros del Congreso Continental como uno de los pilares básicos de la revolución americana, hecho que desencadenó, como ya sabemos, su participación en la firma de la Declaración de Independencia del 4 de Julio de 1776. Fue en esta Comisión Secreta donde se le eligió junto a Silas Deane y Arthur Lee como comisionado en Europa, aunque antes también realizó breves labores diplomáticas en Canadá .
El papel de Franklin era fundamental: conseguir el apoyo para salvar la guerra, ya que si no la victoria a los ingleses se presuponía imposible. Para lograr esto tenía pleno poder en establecer alianzas en nombre de las Trece Colonias con Francia y España, su aliada. El 26 de Octubre de 1776, se embarcó a sus setenta años con destino París, donde permanecería hasta 1785.
A su llegada a Francia, su reputación le precedía. El Marqués de Condorcet, alabado por artistas como Voltaire, llegó a mencionar que era «un objeto de veneración» , sencillo y natural, representante de las virtudes americanas que él mismo había teorizado. Pronto fue aceptado en los salones parisinos, coincidiendo con el propio Voltaire y D’Alembert en la Academia de Ciencias, en 1778 . Sin embargo, su mayor papel fue político, ya que desde el principio de su viaje comenzó a negociar la intervención franco-española.
Pese a las divergencias entre los tres comisionados, éstos se reunieron con el Conde de Vergennes, el Ministro de Asuntos Exteriores francés, para presentar una solicitud común de acuerdo comercial entre las colonias y Francia , con el objetivo de establecer alianzas más consolidadas en el futuro y paliar la deuda francesa. Sin embargo, estas primeras propuestas fueron rechazadas cortésmente desde el gobierno, que no terminaba de observar con buenos ojos el apoyo a un movimiento republicano y, en cierto sentido, anticolonial. Pese a esto, las relaciones entre Francia y las Colonias avanzaron favorablemente, promovidas por el propio Franklin. El país galo envió cuatro plazos de libras para financiar la guerra entre 1777, así como las primeras tropas transportadas en el navío Amphitrite. Por su parte en España, que quería recuperar territorios como Gibraltar, Menorca o Florida de la Corona Inglesa, Carlos III se había mostrado reacio a entrevistarse con ninguna «provincia rebelde a su Rey legítimo» , pero el Marqués de Grimaldi también había certificado el envío de cargamento y material armamentístico.
Estas pequeñas ayudas no se correspondían con lo que las colonias esperaban de sus aliados. El cambio de estrategia política francesa surgirá tras la victoria americana en Saratoga (17 de Octubre de 1777), tras la cual el rey Luis XVI declara públicamente estar abierto a las propuestas de las colonias. En 1778, los recibe en persona en Versalles. Este cambio en la política exterior francesa no surgía de la nada, sino que con el nuevo balance de la guerra, esta vez a favor de las colonias, la intervención francesa se presentaba por primera vez como una opción útil posible. En dicha reunión el rey reconoce a los Estados Unidos «de facto», no «de iure» . Por otro lado, se habían entrevistado con el Conde de Aranda, embajador español en París, que aceptaba las palabras de Luis XVI. Con esta pequeña primera victoria diplomática el Congreso Continental eligió a Franklin como ministro plenipotenciario en Versalles, y las buenas relaciones se consumaron en el Acuerdo de Amistad de Febrero de 1778.
En este tratado Franklin negoció una serie de medidas comerciales que permitían la presencia de cónsules americanos en los puertos franceses europeos y coloniales, así como el apoyo mutuo en caso de conflicto, puesto que se intuía que dicho acuerdo podía considerarse un casus belli a ojos de Inglaterra. También se reguló el envío de más tropas francesas (comandadas por personajes tan ilustres como el aún joven Marqués de La Fayette), como de España, que se había visto obligada a participar como aliada francesa (con la presencia principal de Bernardo de Gálvez, antiguo gobernador de Luisiana).
Las labores diplomáticas de Franklin lograron en mayor medida, como vemos, inclinar la situación bélica favorable a la alianza franco-americana. Con la victoria en Yorktown (1781) que daba por finalizada la guerra, intervino como negociador junto a John Adams y John Jay en el Tratado de Versalles de 1783. Exigirá la aceptación de las Trece Colonias como independientes y la consolidación de su soberanía, así como la retirada de las tropas e instituciones inglesas del territorio norteamericano y la restitución de las fronteras. Pide, además, que el Parlamento inglés se disculpase y pagase los daños urbanos provocados. Francia recuperará los enclaves comerciales de Tobago, Santa Lucía y Senegal, y de igual manera hará España con Florida y Menorca. Benjamin Franklin será el firmante americano como representante del nuevo sistema confederal.
Finalmente, con todos sus objetivos cumplidos, regresará a Estados Unidos en 1785, poniendo fin a su larga experiencia como diplomático en el extranjero. La historia de Benjamin Franklin como embajador americano es una historia caracterizada por su eficacia y mediación, consiguiendo lo que décadas atrás se concebía imposible, ya que permitió hacer efectiva la revolución americana y, por otro lado, restituir el prestigio de sus aliados franco-españoles. Inaugurará, por tanto, una de las características más propias del país estadounidense: sus negociaciones diplomáticas (y, en la extensión del «Destino Manifiesto» norteamericano, sus intervenciones en el extranjero) con otras potencias hegemónicas, con las que establecerá importantes tratados que explican por qué, tan sólo 234 años después de su creación efectiva, se encuentran en el primer plano de la política internacional.
Bibliografía
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Jesús PABÓN, Franklin y Europa, Madrid, Ediciones Rialp, 1985.
Muy interesante. ¡Gracias por compartir!