La sociedad europea del siglo XVI, así como en los siglos precedentes, se caracterizaba por una profunda y completa sacralización; no había diferencia entre lo natural y lo sobrenatural. No es de extrañar, entonces, que la preocupación acuciante por los contemporáneos de Lutero, y muy significativamente la de él mismo, no era otra que la salvación de sus propias almas. En un mundo en el que la muerte se encontraba omnipresente y la vida terrenal era una efímera espera para la deseada vida eterna, la cuestión de la salvación era de vital importancia. Todo en la vida giraba en torno a lo sagrado y se articulaba en base a ello, resultando en numerosos intermediarios entre el cristiano y el estado de gracia que le otorgaría la salvación (Egido López, 1992: 15-16).

El desarrollo de la Reforma: el problema de las Indulgencias

Uno de los medios más sonados para lograr dicha salvación era el de las indulgencias. Se tratan de alivios de penas por los pecados cometidos, traducidos en un menor tiempo de estancia en el Purgatorio, concedidos a cambio de un precio. Estas indulgencias eran el día a día de la religiosidad popular; el hambre de salvación del pueblo se satisfacía a través de la compra de estos perdones. Todos los beneficios económicos que aportaban terminaban en manos de diferentes poderes, temporales o espirituales. Tenían su propia justificación teológica, explicada en la acumulación de méritos de Cristo, la Virgen y los diferentes santos, que la Iglesia administraba y otorgaba a quien viese necesario (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 46).

Indulgencia de 1587. Concedida al duque de Montemarciano, en la que el papa Sixto V concede el permiso para la construcción de una capilla en el palacio ducal. Universidad de Pensilvania.

La administración de estos, a cuenta de la Iglesia, bien es cierto que, en la teoría, debía atenerse a ciertas predisposiciones espirituales. Sin embargo, esta extendida forma de salvación chocaba frontalmente con la conciencia de Lutero y su opinión con respecto a la fe y la penitencia, pues alejaban al cristiano del camino de la imitación a Cristo (Olivier, 1973: 10). En consecuencia, redactó sus famosas Noventa y cinco tesis sobre el valor de las indulgencias en 1517, al calor de la estampida provocada en Wittemberg por la promulgación de bulas de San Pedro que Alberto de Hohenzollern, joven miembro de la casa de Brandemburgo y arzobispo de Madgeburgo, había llevado a cabo.

Necesitaba sufragar el préstamo solicitado a los Fugger, la eminencia financiera del siglo XVI, con el fin de pagar la dispensa pontificia que le otorgaría el derecho a ocupar la vacante posición de arzobispo de Maguncia. Y por este beneficio, se convertiría también en elector del Sacro Imperio Romano. A pesar de las prohibiciones de Federico el Sabio, príncipe-elector de Sajonia, para comprar esas indulgencias, pues toda esta maniobra se hallaba dentro de la rivalidad Sajonia-Brandemburgo, éstas fueron tomadas en masa a través de la frontera, de Wittemberg (Lutz, 2009: 53).

Las mencionadas tesis, de teología poco definida pero bien acogida por la religiosidad común (Egido López, 1992: 48-46), fueron difundidas a las vísperas del día de Todos los Santos de 1517, cuando el propio Federico el Sabio también iba a promulgar bulas de indulgencia y abrir la iglesia de su castillo para la adoración de su numerosísima colección de reliquias. Un total de 17.413, cuya veneración equivaldrían a 128.000 años de indulgencias (Delumeau, 1985: 32).

En lugar de clavarlas en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos de Wittemberg, hecho del que se tienen dudas acerca de su veracidad (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 52), Lutero difundió sus escritos entre sus superiores, entre ellos, el ya mencionado Alberto de Hohenzollern. Pero, ante la falta de respuesta, el mismo Lutero las remitió entre sus amigos, que terminaron por divulgarlas. La imprenta fue protagonista en los hechos y vital para la difusión posterior de más escritos de Lutero.

Viendo la expansión de sus tesis, redactadas en latín, Lutero se puso manos a la obra para elaborar un escrito en alemán, mucho más definido y claro, ahora con la difusión del mismo como fin: el Tratado acerca de la indulgencia y la gracia. Paralelamente, redactó, pero para el ámbito intelectual y, cómo no, en latín, otro texto llamado Resoluciones sobre el valor de las indulgencias. (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 52). Textos menos endebles y que trataban los temas capitales de las tesis: la valorización de la verdadera penitencia, condenar el engaño de falsas remisiones de penas… Además, la desautorización de Roma y desacreditación del Papa están presentes de forma implícita.

La primera embestida luterana sobre las indulgencias obtuvo una ferviente acogida, no sólo entre las esferas humanistas e intelectuales, sino también entre el pueblo alemán. Teólogos, humanistas, artesanos, magistrados… Muchos leyeron y difundieron las Tesis sin ser conscientes de las profundas repercusiones que ello llevaría. En estos momentos, nadie pensaba en una ruptura de la Iglesia; tan sólo veían cómo Lutero había conseguido aunar las aspiraciones de reforma, antirromanismo y sus propias necesidades espirituales, aun sin ser conocedores de la profundidad y radicalidad de la teología luterana (Lutz, 2009: 53).

Los problemas, sin embargo, no tardaron en llegarle. Los dominicos, tomistas y favorables a los predicadores de bulas, acusaron en su capítulo provincial de Sajonia a Lutero de hereje. Acusación más tarde remitida a Roma. Allí, en mayo de 1518, los dominicos celebraron otro capítulo general, cuya sentencia sobre las posiciones de Lutero serían coincidentes con las de la Curia. En el dictamen redactado por el teólogo de Palacio, Silvestre Prierias, se tachaba definitivamente a Lutero de hereje (Egido López, 2006: 101).

León X. (1519). Rafael, en Florencia.

A pesar de ser requerido en Roma por el papa León X, Lutero sólo accedió a comparecer frente al cardenal Cayetano, un legado pontificio, en Augsburgo, coincidente con la Dieta de 1518. Allí, el tema de las indulgencias quedó de segundo plano, pasando a debatir asuntos que el propio Cardenal ya preveía como indicadores de una escisión eclesiástica: la incertidumbre de la fe justificante. Más tarde, en 1519, en Leipzig, bastión de la ortodoxia católica situado en la Sajonia no electora, se celebró un debate, una disputa, organizada por el duque Jorge de Sajonia entre Martín Lutero y el dominico Juan Eck (Egido López, 2006: 103).

El desarrollo y resultado fueron decisivos. La habilidad dialéctica del segundo consiguió arrancar de Lutero su negación de la autoridad de los concilios y Roma, así como la afirmación de la Biblia, las Sagradas Escrituras, como fuente única de fe, revelación y autoridad (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 53). Las consecuencias del debate a nivel mediático fueron tanto o más reveladoras que el propio debate. Ante los ataques de eminentes universidades como Colonia o Lovaina, otras universidades alemanas, algún obispo, nobles y humanistas salieron a la defensa del acusado hereje. Se hacía visible que sus ideas no se hallaban sin respaldo (Egido López, 1992: 53).

Primeras publicaciones de Lutero y fundamentos doctrinales

Después de la disputa, de vuelta ya en Wittemberg, Lutero trató de encontrar justificación de sus posturas defendidas ante Eck en la Biblia. Lo consiguió en la Epístola de San Pedro, sobre el sacerdocio universal. Le sirvió para negar las diferencias entre fieles y sacerdotes (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 53), pieza fundamental en su teología y absolutamente clave para la conformación de la Iglesia luterana.

El componente fundamental de la teología luterana es su negativa visión antropológica, rupturista con el tomismo y los elogios humanistas del ser humano. Atado al pecado, no puede vencer tentaciones y pasiones. Por tanto, la acción y obra de los hombres quedarían sin valor ni méritos para la salvación (Lutero, sin embargo, nunca condenó el buen obrar). Fue mientras Lutero preparaba sus clases en Wittemberg cuando llegó a una nueva interpretación de cierta frase del Salmo 30, “libérame en virtud de tu justicia”. Considera que la justicia de Dios es su propia capacidad de apiadarse del pecador, dignificándolo. Esto compone el pilar básico de la doctrina luterana y de las futuras Iglesias reformadas, el principio de la salvación por la sola fides.

A su vez, esta doctrina hace que la Iglesia deje de ser necesaria como institución visible y jerarquizada, devaluando el sacramento del sacerdocio e instaurando lo que se llama “el sacerdocio de todos los creyentes” (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 51). Esta idea de sacerdocio universal fue desarrollada en el Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania, terminado de redactar y publicado en 1520, un año después de la elección de Carlos V como Emperador del Sacro Imperio Romano y del que se espera, como dice Lutero en el Manifiesto, el derribo de la triple muralla institucional con la que el Papado de Roma está cercando a la Iglesia —su pretendida superioridad sobre el poder secular, el monopolio del magisterio sobre las Sagradas Escrituras y la institucionalización y jerarquización del sacerdocio— (Egido López, 1992: 53).

En este libro concentra, no sólo ataques teológicos y doctrinales contra la Iglesia de Roma, también antiguas quejas tradicionales del alto clero y nobleza alemanes, así como las élites urbanas, mezcladas con tintes de xenofobia antirromana. Por lo mismo, la causa de Lutero fue especialmente atractiva con estos poderes mencionados, además de apelar a inquietudes propias de los humanistas, como su ataque a la especulación o proclamas favorables a la enseñanza (Egido López, 2006: 104).

Tan sólo dos meses después de la publicación de este último libro, de voraz éxito, Lutero se lanzó a publicar El preludio de la cautividad babilónica de la Iglesia. Este libro, radical y fundamental para la doctrina luterana, formula un sistema sacramental basado en los que tienen bases en la misma Biblia, eucaristía y bautismo, tachando al resto de invenciones humanas. Sobre algunos de ellos hizo leves concesiones, como reconocer cierta utilidad en la penitencia (recordemos que Lutero defendía que la vida entera del cristiano fuese penitencia y esta misma cuestión le impulsó a atacar la predicación de indulgencias), o aceptar el matrimonio como institución social que es útil para el orden público. La orden sacerdotal, incompatible con la misma constitución de la Iglesia luterana, la confirmación, y la extremaunción son completamente obviadas.

Los dos sacramentos que conservó, entonces, son los mencionados bautismo y cena. Para encontrarles un lugar en la teología luterana se hicieron grandes esfuerzos. Los reformadores protestantes, no solo Lutero, negaban que cualquier ritual humano fuese capaz de conceder gracia o ganar méritos para la salvación del alma, por lo que mantenerlos es un sinsentido. A pesar de todo, y por la misma autoridad que conceden a las Escrituras, al ser la cena y el bautismo sacramentos instituidos por el mismo Cristo, los reformadores debieron aceptarlos, no sin disputas entre ellos. Para Felipe Melanchton, cercano colaborador de Lutero y uno de los pilares para la constitución de un cuerpo doctrinal luterano, los sacramentos eran símbolos que Cristo empleaba para significar su promesa de salvación (Martínez Millán, de Carlos Morales, 2011: 75).

Lutero, además de continuar con su sistemática crítica al papado, lo acusa de cautivar babilónicamente, haciendo un símil entre Roma y Babilonia cuando esclavizó al pueblo de Israel, la Eucaristía. Todo al privar al laico de la comunión bajo ambas especies. También ataca la teoría de la transubstanciación, que afirmaría que tanto pan como vino pierden totalmente su esencia. Serían únicamente el cuerpo y la sangre de Cristo, a pesar de mantener las virtudes físicas de color, sabor y olor (Egido López, 1992: 62).

Entonces, Lutero apuesta por la consubstanciación: el pan y el vino convivirían junto al cuerpo y sangre de Cristo. La cena también está cautiva en otro sentido: al verse como un sacrificio, reproducido semana tras semana por miles de hombres, tratando de imitar el que ya hizo Cristo. La eucaristía luterana quedaría como un recuerdo, una conmemoración, del sacrificio de Cristo, no una ofrenda a Dios. El bautismo sería un símbolo de la gracia gratuita que dispensa Dios, bendiciendo permanentemente a los fieles (Delumeau, 1985: 36).

Lutero y Melanchton. (1543). Retratados por Lucas Cranach, el Viejo.

El siguiente tratado, que incluía una dedicatoria al papa León X, fue publicado en noviembre pero fechado en septiembre de 1520, posiblemente por temor a las represalias de la Exsurge Domine, bula condenatoria de los libros de Lutero y amenaza de su excomunión. La libertad del Cristiano es el texto más sereno del reformador. En el sosiego de su redacción habla sobre la fe como elemento liberador del alma cristiana; hace paralelismos entre el matrimonio y la comunión de las almas con Cristo. Al producirse este “matrimonio”, Cristo aceptaría como propios los pecados del fiel, provocando su desaparición, pues “mucho más fuerte que todos ellos es su justicia insuperable” (Egido López, 2006: 104).

A pesar de su dedicatoria al Papa, la admiración mostrada y el empleo del tópico literario del cordero rodeado de lobos —León X rodeado y mal aconsejado por la Curia—, el intento de reconciliación instigado por Franz von Miltitz, enviado del Papa para tratar con Lutero, la ruptura definitiva fue el devenir natural de los acontecimientos (Egido López, 1992: 63). En el icónico episodio de la Dieta de Worms de 1521, en la que Lutero se encuentra con Carlos V por primera y única vez, el reformador no se detractó de sus ideas. Sólo lo haría en el caso de ser rebatidas con argumentos basados en las Sagradas Escrituras.

La Dieta, finalmente, resolvió proscribir a Lutero en el Imperio, que no tuvo más remedio que dejarse “secuestrar” por los hombres de Federico el Sabio. Acabaría confinado en el castillo de Warbug, donde permaneció desde mayo de 1521 hasta marzo de 1522. En este retiro, aprovechó para continuar escribiendo y desarrollando su doctrina: Comentario al Magnificat, donde expresa el temor de convertir a la Virgen María en un ídolo, elaborará traducciones al alemán del Nuevo Testamento, Sobre los votos monásticos, absolutamente trascendental en la vida religiosa del clero del siglo XVI…

Aunque critica el monacato, sus votos y lo que suponen para con Cristo, le costó menos romper con Roma que con su monacato agustiniano. Pero lo terminó por abandonar tres años después de la publicación de este escrito. De hecho, la aparición de este libro engrosó las filas de desertores de conventos y monasterios, cuyos protagonistas no dudaron en convertirse en fieles defensores de la Reforma (Egido López, 1992: 64).

Estos primeros años de actividad reformadora, de 1517 a 1521, fueron cruciales para la formación de la nueva doctrina. Como se ha comentado, Lutero no creía en una Iglesia visible, jerarquizada e institucionalizada, sino en la comunión invisible de toda la comunidad de creyentes. Sin embargo, la evidente necesidad de organización le hizo cambiar de parecer.

Con una organización mucho más flexible, multiforme, y supeditada al poder temporal, el cuál juega un papel vital en la Reforma, Lutero dedicará sus esfuerzos a la constitución de su Iglesia: su propia jerarquía, estructuras, liturgia… (Egido López, 1992: 81)

Fue Felipe Melanchton, discípulo de Lutero quien, en 1521, redactaría los Loci Commune, que aunaría su doctrina. Muchas ideas dispersas quedarían recogidas en preceptos sencillos, de fácil difusión y penetrantes. Solo la fe, Cristo, la Sagrada Escritura o el Evangelio fueron los lemas que mejor resumirían la teología del reformador. Su simpleza sería muy útil para provocar la adhesión al luteranismo o la discusión de sus ideas.

Conclusión

La religión y lo sagrado impregna cada hecho de la sociedad; toda la problemática social del momento no puede entenderse si no es a partir de esta idea. Lo discutido posteriormente a 1517 no sólo era una cuestión de creencias. Eran cuestiones que atravesaban, desde lo político, hasta lo teológico, pasando por el orden mismo de la vida y la muerte. La expansión de la Reforma fue alimentada por los intereses seculares, que vieron en la nueva organización del clero luterano una forma de arrebatarle definitivamente el poder a Roma, pues contaba con una red articulada de territorios dispersos por toda Europa, con una fiscalidad poderosísima y la capacidad de interferir en la política temporal.

El buen saber hacer de Lutero en su programa de difusión, el extraordinario uso de la imprenta y conseguir condensar los sentimientos antirromanistas de muchos alemanes fueron factores claves para la aceptación de una nueva doctrina. Hecho significativo del hambre de salvación, de la incertidumbre siempre presente en la sociedad, la inseguridad y la muerte.

Pero el proceso reformador no acaba aquí. Como Lutero, principal interés de este artículo, saldrán numerosísimos reformadores, cada cuál con sus propias interpretaciones. El propio Melanchton terminará por diferir de su maestro, codeando con el catolicismo al que no terminará nunca de volver. Otros reformadores tendrán ámbitos propios de acción, como Zwinglio en Suiza, y habrá quienes tengan mucha más proyección que el mismo Lutero, como Calvino. Convertirá la ciudad de Ginebra en una especie de Santa Sede protestante. Desde allí articulará una nueva escisión, mucho más militante y activa que la luterana. Logrará ser la fuerza protestante más extensa de Europa. El luteranismo, siempre a la defensiva, no destacará por su ambición territorial o una organización particularmente precisa.

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