El 1 de septiembre de 1858, las tropas españolas desembarcaban en la Cochinchina, en el sur del actual Vietnam. Formaban parte de una fuerza de intervención compuesta por contingentes enviados por España y Francia. Tenían el objetivo, en teoría, de frenar la masacre de misioneros y conversos católicos que estaba teniendo en el Imperio de Annam por orden del Emperador Tu-Duc.

Mucho se ha dicho sobre la participación española en el conflicto en Cochinchina. Sobre todo, al respecto de que Francia hizo un uso de las tropas españolas como carne de cañón, mero apoyo para lograr sus intereses y sentar las bases de lo que, con el tiempo, se acabaría convirtiendo en la Indochina Francesa. Pero ¿qué hay de verdad en todo esto? ¿De verdad fue España estafada? ¿No sacó nada del conflicto contra el Reino de Annam? El presente artículo buscará dar respuesta buscará dar respuesta a todas estas preguntas sobre la susodicha expedición.

Antecedentes: españoles en Asia y la Conchinchina

Los españoles estaban presentes en el sudeste asiático desde que en el año 1565 llegó a la isla de Cebú una expedición al mando de Miguel López de Legazpi y del fraile agustino Andrés de Urdaneta. La conquista del archipiélago que luego sería conocido como las Islas Filipinas, en honor al rey Felipe II, fue relativamente rápida. Pronto los españoles dirigieron su atención hacia China, Indochina y las islas de las especias. Sin embargo, Asia no era América y la expansión en el este se vio frenada por hechos producidos en otras partes del mundo y por la necesidad de destinar los limitados recursos a otros teatros de operaciones.

Si bien eso no impidió ciertos avances, como la entrada, en 1614, de misioneros jesuitas, que huían de las persecuciones en Japón, en el reino de Tonkin. En el s. XVIII estas misiones se habían expandido de manera considerable reuniendo más de 5.000 misioneros y 300.000 nativos conversos a la fe católica, lo que tuvo como consecuencia el aumento de la desconfianza por parte de las autoridades locales hacia estos extranjeros (Peña Blanco, 2017: 14).

Mapa de Indochina en el s. XVIII. En él se puede apreciar el actual Vietnam dividido en Tonkin (al Norte) y la Cochinchina (al Sur).
Mapa de Indochina en el s. XVIII. En él se puede apreciar el actual Vietnam dividido en Tonkin (al Norte) y la Cochinchina (al Sur).

Durante el siglo XIX, los misioneros católicos se vieron envueltos en los enfrentamientos y sucesos políticos que sacudieron la región, ya que actuaban como mediadores o incluso como representantes de las facciones enfrentadas. En 1857, un anamita cristiano, llamado Pedro Phung, de la dinastía Lé, aspiró al trono con el apoyo de muchos cristianos (Peña Blanco, 2017: 15), lo que llevó al gobierno anamita a tomar severas represalias.

Ese mismo año, el Emperador anamita Tu-Duc, quien ya había publicado en 1848 un edicto que decretaba el exterminio del cristianismo en sus dominios y una prohibición de comerciar con europeos, inició una persecución que tuvo como consecuencia el martirio de José María Díaz Sanjurjo. Este fue obispo de Platea y Vicario Apostólico del Tonkín Central y de otros muchos misioneros españoles, franceses y annamitas. Esto tuvo como consecuencia que la Francia de Napoleón III, autoproclamada protectora de las misiones católicas de Asia (Del Rey y Canales, 2012: 195), protestara. Ante la indiferencia de las autoridades imperiales anamitas, se decidiera por la intervención militar.

La intervención franco-española en Cochinchina

Francia tenía poderosas razones para intervenir en contra el Reino de Annam. Sus intereses en la región provenían del siglo anterior cuando, en tiempos de Luis XVI, un tratado abrió el puerto de Turón al comercio francés. Fue algo que los gobiernos de París no habían olvidado. El Emperador Tu-Duc y el difunto obispo Sanjurjo habían otorgado a Francia la posibilidad de establecer una posición en Extremo Oriente, gracias a la obtención bases navales en el delta del Mekong y otros puntos del territorio de Cochinchina. Una oportunidad que no iban a dejar pasar (Peña Blanco, 2017: 17).

España se vio involucrada cuando Napoleón III, a través de su ministro de negocios extranjeros, el Conde Walewski, solicitó la involucración del país en la expedición con una contribución de entre uno o dos millares de hombres. Consciente de la gravedad del asunto, del fracaso diplomático y del recrudecimiento de la persecución, se decidió por la intervención militar. Ésta vino motivada por un sentido de dignidad y sentimiento católico. El día 12 de diciembre, Madrid aceptó la propuesta de Francia (Peña Blanco, 2017: 18).

Así se cometió uno de los grandes errores por la parte española a la hora de afrontar esta expedición. El gobierno de Madrid, cegado por la oportunidad que le había brindado el Emperador de los Franceses, no exigió la firma de acuerdo alguno entre las partes para estipular los detalles de las operaciones militares y, sobre todo, las condiciones que se le exigirían a Tu-Duc en la firma de la paz. Un error que no pasó desapercibido a la prensa y otros grupos políticos, lo que dio lugar a críticas contra el gobierno (Peña Blanco, 2017: 18).

Sí se acordó que el tamaño de los contingentes que formarían el cuerpo expedicionario sería de 1.500 hombres, estando la tropa española condicionada por la situación interna de la colonia de Filipinas (Inarejos Muñoz, 2007: 46), y que el punto de reunión sería la isla de Hainan, en China. Por su parte, Napoleón impuso sus condiciones en otros dos puntos: las tropas españolas se pondrían bajo el mando de Rigault de Genouilly. Este, además, hablaría en nombre de Francia y España (Peña Blanco, 2017: 19). Esto debió alertar a las autoridades españolas sobre las intenciones de Francia.

El Capitán General de Filipinas, Fernando de Norzagaray, reunió una fuerza procedente de la guarnición que España tenía destinada en el archipiélago, en su mayoría tropa indígena dirigida por oficiales españoles.

Por parte de Francia, se produjo el primer contratiempo cuando el Contralmirante Rigault de Genouilly, quien dirigía las tropas galas en la Segunda Guerra del Opio contra China, informó al Emperador de que no disponía de recursos suficientes que destinar al nuevo teatro de operaciones. Firmado, el 28 de junio de 1858, el tratado de paz de Tien-Tsin con China, Rigault pudo poner en marcha las operaciones contra Tu-Duc (Peña Blanco, 2017: 20).

El 30 de junio de 1858, subió al poder en España un nuevo gobierno presidido por Leopoldo O’Donnell, de la Unión Liberal. Una de sus primeras medidas fue un intento por concretar los aspectos de la campaña y la colaboración con Francia. Pero no fue fácil establecer unos objetivos de la expedición, pues Francia había dado promesas demasiado vagas y los informes enviados por el cónsul español en China y por el Capitán General de Filipinas coincidían en que al poseer España las Filipinas debía abstenerse de toda reclamación territorial en Indochina (Peña Blanco, 2017: 21).

Campaña en Cochinchina. Las tropas de la expedición asaltando los muros de Saigón en febrero de 1859.
Las tropas franco-españolas asaltan Saigón el 17 de febrero de 1859.

El 12 de agosto dieron comienzo las hostilidades contra el Reino de Annam. Sin ser el objetivo del artículo, se puede resumir en una operación donde las tropas españolas, a pesar de las protestas de su oficial al mando el coronel Carlos Palanca Gutiérrez, fueron usadas como meras tropas auxiliares. No obstante, el núcleo de las tropas francesas no tardó en empezar a descomponerse. La causa fueron las enfermedades y el clima del terreno. Españoles y tagalos estaban mucho mejor aclimatados a este. El objetivo escogido por el mando francés fue la toma de Saigón, importante puerto del Reino de Annam, con el fin de presionar a Tu-Duc para que firmase la paz.

Algo importante que se debe comentar de esta campaña es que pronto ambas naciones europeas perdieron interés en ella. En 1859, las opiniones públicas, francesa y española, estaban con la atención puesta en la guerra de Italia contra el Imperio Austriaco y en la Guerra de África contra Marruecos respectivamente. Por suerte, las tropas francesas que combatían en China pudieron ser enviadas como refuerzo al Cuerpo Expedicionario tras la finalización de la Segunda Guerra del Opio. Por parte española no se envió refuerzo alguno. Ni siquiera suministro. Con el tiempo, un número cada vez más menguante de tropas españolas se encontraron armadas y vestidas con una mezcla de equipos franceses y annamitas.

Con la paz… llegan los beneficios

Finalmente, el 5 de junio de 1862 se firmó el Tratado de Paz, Amistad, Comercio e Indemnización entre España, Francia y Annam. Llegó tras más de cuatro años de combates. Hué concedió absoluta libertad de acción a los misioneros católicos. También abrió varios puertos al comercio franco-español y se comprometió a pagar la indemnización de cuatro millones de dólares. Además, cedió tres provincias a Francia. Se acababan de echar los cimientos del imperio colonial francés en Indochina. Es aquí cuando llegan los diferentes análisis a la cuestión. Durán se muestra muy crítico con los logros españoles en esta paz ya que la demanda española de un puerto anamita no fue atendida. El colmo de la humillación se alcanzó cuando Madrid tuvo que regatear con París el cobro de su parte de la indemnización (Durán, 1979: 231).

Por su parte, Martínez Gallego muestra un punto de vista más optimista. Puede que España no consiguiera su puerto. Pero consiguió el acceso a un recurso muy valioso en la era del Imperialismo: los culíes. Se trataba de trabajadores indígenas en régimen de semiesclavitud muy empleados por los imperios coloniales europeos. Y es que los culíes, ya procedieran de China o de Cochinchina, habían sido de uno de las opciones que los grandes terratenientes de la isla de Cuba para suplir la falta de mano de obra de la isla como complemento a la mano de obra esclava. Con este fin, entre 1847 y 1874, se introdujeron en la Cuba española cerca de 125.000 culíes (Martínez Gallego, 2001: 146).

Modelo de contrato de jornalero culí. Estaban escritos en el idioma del contratado por el anverso y en el de la parte contratante por el reverso.
Contrato de trabajador culí chino firmado en La Habana el 20 de julio de 1858.

Pero Cuba, y sus ingenios azucareros no fueron el único lugar donde España planeó asentar culíes. Los proyectos del Capitán General Norzagaray, organizador del cuerpo español de la expedición a la Cochinchina, para la colonización interna del archipiélago filipino tuvieron como objetivo combatir la piratería, asegurar los centros comerciales de la colonia y reforzar la soberanía española frente a las ambiciones de otras potencias. No obstante, había puntos del basto archipiélago en los que la presencia española era, en el mejor de los casos, testimonial (Inarejos Muñoz, 2007: 47). No es casualidad que, entre las principales plazas de provisión, además de Shangai y Cantón, se encontrasen los centros del escenario bélico de Cochinchina: Amoy, Pivatao, Wampoa y Saigón (Martínez Gallego, 2001: 146).

Trabajadores culíes chinos trabajando en una plantación azucarera, s.XIX.
Trabajadores culíes chinos en una plantación azucarera, s.XIX.

Fue una empresa inmensa, en la que se vieron involucrados grandes traficantes filipinos. Por ejemplo, la empresa de armadores Matías Menchacatorre, quienes se unieron a cubanos y peninsulares que operaban en las Antillas. La propia ciudad de Manila se convirtió en un punto de provisión de culíes. En conjunto, se ha estimado que los tratantes antillanos que intervinieron en la conocida como trata amarilla de trabajadores asiáticos, consiguieron con ello unos beneficios de 700 millones de reales (Martínez Gallego, 2001: 148). Semejante rentabilidad en dicho negocio bien valía una guerra. Y así se hizo.

En el plano comercial, cabe destacar expectativas generadas por la apertura de nuevos mercados. Se pretendía que fomentasen el comercio entre el continente asiático, Filipinas y la metrópoli. La apertura de puertos de Annam al comercio español permitió la exportación de aguardientes, vinos, tabacos y otros artículos. Se trata de bienes de primera necesidad o de consumo muy extendido en Cochinchina. Todos ellos se producían en el archipiélago filipino (Inarejos Muñoz, 2007: 47).

Otro de los hechos que no se suelen comentar cuando se habla de esta campaña son las gestiones realizadas por Francia para la entrada de España en Consejo de las Grandes Naciones de Europa (Inarejos Muñoz, 2007: 53), que le otorgaría a España su ansiado asiento entre las Gran Potencias. Con este movimiento Francia buscaba tener dicho Consejo otro aliado latino y católico que la respaldase.

La oposición a este movimiento no se hizo esperar. La primera fue la tajante oposición de Gran Bretaña, quien argumentaba que un par de años de estabilidad interna, de crecimiento económico y dos victorias en campañas menores no convertían a nadie en Gran Potencia. La prensa española protestó diciendo que España era una Gran Potencia por derecho propio y no necesitaba ser proclamada por una nación extranjera. De hecho, el propio Gobierno unionista rechazó el ofrecimiento ya que sabía que con la entrada de España en el Consejo aumentarían también sus responsabilidades para con el equilibrio mundial.

Como conclusión, la campaña en la Cochinchina pudo no haber otorgado a España su ansiado puerto asiático, exigencia que acabó convirtiéndose en algo secundario para el propio Gobierno. Sin embargo, es erróneo decir que España no sacó beneficio alguno de la contienda en Cochinchina. Puede mencionarse la apertura de nuevos mercados, hecho que se vió potenciado por el inicio de la construcción del Canal de Suez en 1859. También la contratación de culíes para los ingenios cubanos o la oportunidad de convertirse en Gran Potencia. Son moderadas victorias que deben ser tenidas en cuenta a la hora de valorar esta y otras campañas exteriores que se llevaron a cabo durante el Gobierno Largo de Leopoldo O’Donnell.

Bibliografía

PEÑA BLANCO, J. G. (2017) La expedición española a Cochinchina 1858-1863. Madrid: Almena.

DEL REY, M. y CANALES, C. (2012) En Tierra Extraña. Expediciones Militares Españolas. Madrid: Edaf.

DURÁN, N. (1979) La Unión Liberal y la modernización de la España isabelina: Una convivencia frustrada, 1855-1868. Madrid: Akal. ISBN: 84-7339-433-X

MARTÍNEZ GALLEGO, F. A. (2001) Conservar Progresando: La Unión Liberal (1856-1868). Valencia: Fundación Instituto de Historia Social.

INAREJOS MUÑOZ, J. A. (2007) Intervenciones Coloniales y nacionalismo español. La política exterior de la Unión Liberal y sus vínculos con la Francia de Napoleón III (1856-1868). Madrid: Silex.

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