A lo largo del siglo XX Estados Unidos alcanzó un papel importante como exportador de cine y cultura de masas. Dentro de este concepto podemos incluir desde las salas de cine, los centros comerciales, hasta la cadena de comida rápida McDonald’s. Es evidente la influencia que ha tenido Estados Unidos en el progreso cultural de occidente.

En la actualidad han cambiado las formas de poder en el sistema de relaciones internacionales. Se ha abierto un nuevo campo con la evolución de la tecnología a lo largo del siglo XX. Han pasado a prevalecer las formas de dominación que no se aprecian como tal, lo que el geopolitólogo y profesor norteamericano Joseph Nye denomina soft power. Este autor ofrece una vista general de cómo se ha dado ese cambio en las relaciones de poder entre los estados.

Se considera relevante la apreciación de Estados Unidos como uno de los motores principales del sistema de relaciones internacionales. No obstante, ayuda a entender la geopolítica actual. Sobre todo en lo que a los ciudadanos se refiere. A través de la cultura es cómo se ven más afectados directamente, e incluso son partícipes de ello. Estados Unidos es considerado un imperio a nivel cultural en el panorama internacional.

Existe un debate sobre si es realmente un imperio o no. EEUU se funda en 1776 como un Estado independiente antiimperialista, además de haber sido adalid de la democracia y el liberalismo. Por tanto, la afirmación de imperialismo estadounidense va en contra de su esencia. Hay quienes denominan a Estados Unidos hiperpotencia u otros adjetivos. Sin embargo, no se puede negar la existencia de un predominio importante en el sistema internacional. Por ello, en este artículo vamos a explorar el papel de Estados Unidos en la cultura global.

El cambio en las relaciones en el sistema internacional

En la actualidad no se da un dominio de poder como en la Antigüedad o en otras épocas no tan lejanas. El poder no se deposita directamente en la población, pues ésta vive en un estado de bienestar en el cual el individuo juega en su terreno mientras que los Estados se desarrollan en otro. Pero esto no es lo que difiere a la actualidad internacional.

Las guerras, entre países occidentales, no son a mano armada ni con declaraciones abiertas de guerra. Reitero, en el mundo occidentalizado. Se juegan otro tipo de batallas y guerras que amenazan a la población subliminalmente. La forma de dominación de las potencias es la pieza que se ha modificado en el sistema internacional actual.

En el panorama mundial, siempre se han distinguido potencias que subordinan a otras. Por esto a lo largo de este ensayo se profundizará en qué consiste este cambio en las relaciones de poder entre los estados siguiendo la teoría de Joseph Nye. También se hará una breve respuesta sobre qué entendemos por cultura en la actualidad. Y responderemos a la pregunta principal de la mano de Niall Ferguson, ¿Cuál es el papel de Estados Unidos en este panorama? Y por tanto, ¿existe un imperialismo estadounidense?

El geopolitólogo Joseph Nye diferenció en la década de 1990 entre hard power y soft power. Por un lado, el hard power, es una forma de poder que corresponde al potencial económico y militar de los países, visto como la clásica muestra de dominación en la historia; y por otro el soft power, aquel que corresponde al poder intelectual y cultural de un Estado. Profundizó en la segunda forma de poder en 2004 con la publicación de Soft Power: The Means to Success in World Politics. Argumenta que la geopolítica se desarrolla en la actualidad de manera distinta a la lucha de poder del siglo XX.

En los inicios del siglo XXI la relación de poderes se basa no tanto en la demostración a partir de la fuerza, como podría ser en el sistema comunista o de ultraderecha, sino que ahora se da una lucha por el control del soft power. Se establece una guerra, en diferentes niveles de influencia y de importancia, por el control de la cultura. Se da una guerra por el control de las imágenes, así como de posiciones por la primacía en los intercambios culturales. El soft power es manejable a nivel regional así como a nivel global.

En la actualidad se concibe la idea que cualquiera puede expresarse y de esta manera contribuye a la cultura, que en su esencia es participativa y por ello es tan rica. Esta nueva forma de conexión intercultural se caracteriza en su diversidad de los distintos actores culturales. Este poder cultural, muy a nuestro pesar de querer ser originales y creativos, está enraizado en las corrientes culturales predominantes. Se retroalimenta por los medios de comunicación o mass media que dieron su salto al estrellato durante la década de los años 60. Además se han visto impulsados con la llegada de internet y las redes sociales, conformando corrientes culturales globales.

Esta ampliación y democratización de la cultura ha hecho que esta se distinga en dos tipos. Roy L. Brooks plantea la existencia de una Cultura (con C mayúscula) o High culture que corresponde “cultura seria, elevada y, por tanto, digna de preservarse para los siglos” (Brooks, 2012: 20). Pero también la de una cultura o popular culture.  Esta comprende los deportes y el entretenimiento y todo aquello que “apunta a un atractivo masivo” (Brooks, 2012: 21).

La cultura es desarrollada por las elites, quienes controlan las instituciones que perduran en el tiempo, como son las instituciones políticas, educativas, legales, económicas y sociales. En lo institucionalizado permanece y se hereda la cultura. En cambio, en las expresiones culturales del individuo, en lo que la población considera cultura, se esconde una industria cultural creada para el entretenimiento.

Además, está teñida de multiculturalismo y pluralismo, en donde las sociedades son más ricas -culturalmente hablando- cuando hay una disociación y heterogeneidad cultural. Las herramientas mainstream que configuran la industria cultural mantienen a quienes la consumen en un ritmo de imputs que obliga al subconsciente, independientemente de la edad, a querer consumir más. En el mundo actual, la diversión se ha convertido en la dinámica de vida, ha hecho a la nuestra una sociedad del entretenimiento.

Se da una fabricación industrial de la diversión. Incluso interviene en la vida y en los deseos de los individuos instando a que el único fin en la vida sea pasarlo bien, sin mirar los costes. Muchos artistas de cualquier disciplina coinciden que este “auge” de la cultura ha rebajado el nivel de ésta. El arte, la literatura y hasta el cine han cogido fuerza de forma light. Pero el consumo de estos productos genera la sensación de estar a la vanguardia cultural, actualizado, con una mínima realización de esfuerzo, a golpe de click. Esto se ve más que nunca en nuestros días con Netflix, Prime Video y otras plataformas digitales. Vivimos a merced de lo que se estrena.

El papel de Estados Unidos en el sistema cultural

Frederic Martel en 2011 publica Cultura Mainstream, cómo nacen los fenómenos de masas. En él afirma que, en esta industria cultural, Estados Unidos juega y ha jugado un papel importante. Antes de entrar en la cuestión cultural, merece la pena puntualizar con la teoría del historiador británico Niall Ferguson en Coloso, auge y decadencia del imperio americano. En esa obra intenta demostrar la clara existencia de este imperio a pesar de sus limitaciones financieras y culturales de reconocerse como tal.

Opina que Estados Unidos es el único capaz de mantener el equilibrio global y sólo ellos están en condiciones de asumir este papel. Se debe desvanecer la idea de que “simplemente porque los estadounidenses digan que no practican el imperio, no existe tal imperialismo estadounidense” (Ferguson, 2005: 21).

El sociólogo y periodista francés Frederic Martel realiza un viaje por los distintos focos de la cultura actual que constituyen la cultura del entretenimiento. Con ello, trata de comprender cómo se habla a la vez a todo el mundo y en todos los países. Elabora entrevistas a un total de 1250 personas de 30 países partícipes de las industrias creativas del cine (Hollywood, Disney y el cine independiente), la literatura, la música pop y la televisión, en los distintos bloques regionales: Estados Unidos, China, India, Corea, el mundo árabe, Latinoamérica y Europa.

Si nos centramos en el cine, es en Hollywood donde distribuidoras, estudios, actores, directores y productores se unen para realizar productos trasnacionales. Estados Unidos desempeña una clara hegemonía en el panorama mundial. La globalización ha acelerado la americanización de la cultura a través de canales y flujos de información y cultura, regionales y transnacionales.

El sociólogo advierte que esta superioridad de la hiperpotencia americana no se debe a la imposición de su propio modelo cultural ni mucho menos de forma intencionada, sino que la industria americana se mueve desde una profunda búsqueda de la mejoría económica, un modelo económico concreto y original, buscando una producción de una cultura universal, que guste a todo el mundo.

Esto da lugar al Entertainment estadounidense que está enfocado al disfrute global, no propiamente al consumo regional. Esta cultura se desarrolla en un sistema de capitalismo hip, basado en las superventas, que según F. Martel es un nuevo capitalismo cultural avanzado, concentrado y descentralizado al mismo tiempo, enraizado en la creatividad y producción constante de nuevo contenido difundido en los medios y en internet, al alcance de todos.

Por ello matiza que no podemos hablar de industria cultural sino de industrias de contenido o industrias creativas. Esta cultura no es constante, va cambiando día a día, porque no depende solo de unos pocos, sino que cada uno contribuye al consumir y transmitir esta cultura. Puntualizando a Martel, estas industrias creativas pertenecen a la popular culture.

Estados Unidos inició su papel de gran productor cultural durante la Guerra Fría. Se autodenominó líder en la lucha por la libertad contra el comunismo. Durante este periodo la sociedad fue cambiando, pasando a ser una sociedad de consumo. Desde la intelectualidad norteamericana se han preguntado si es realmente Estados Unidos un imperio, y hay diversidad de repuestas.

Joseph Nye responde rotundamente que no, pues va contra los orígenes fundacionales de los Estados. Afirma que Estados Unidos no tiene un control político directo pues sostiene que el hard power es multilateral y contextual. En cuanto al soft power sostiene que su país debe desempeñar una posición que Walter Mead llama jeffersoniana, que debe ser faro de las democracias; y conseguir un equilibrio entre el hard power y el soft power (Nye, 2010: 128).

El profesor de Historia Contemporánea de la UAM José Luis Neila Hernández realiza una historiografía de la percepción del imperialismo americano. Con ello se demuestra, desde distintos puntos de vista -entre los que incluye a politólogos como Appleman Williams, Schlesinger Junior, J. L. Gaddis, Michael Hardt y Sam Gindin entre otros-, que los americanos no quieren reconocer esta superioridad efectiva de su país.

El Destino Manifiesto se reconvierte en el siglo XX en una llamada a la democracia y al capitalismo, como nueva forma de civilización. Pero a diferencia de los imperios del XIX, no lo hace de una forma directa. Como ya se ha mencionado, no se impone la cultura norteamericana, Lo que, aparentemente, se intenta imponer es el objetivo desinteresado de buscar una mejoría económica y cultural en otras naciones.

El plan Marshall —oficialmente llamado European Recovery Program (ERP)— fue una iniciativa de Estados Unidos para ayudar a Europa Occidental, en la que los estadounidenses dieron ayudas económicas por valor de unos 12 000 millones de dólares de la época​ para la reconstrucción de aquellos países de Europa devastados tras la Segunda Guerra Mundial.

Fue desarrollado a finales de los años 40. Estuvo acompañado de un plan de desarrollo cultural, apoyado en la propaganda. Como especifica José Luis Neila Hernández, entre 1950 y 1967 se llevó a cabo el Congress for Cultural Freedom organizado por Michael Josselson, agente de la CIA, en el cual se desarrolló el núcleo intelectual de este sistema cultural. El congreso tuvo oficinas en 35 países, con una “misión de apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental (…) pues el mundo precisaba una pax americana (…) [llevada a cabo por] un sutil grupo de intelectuales radicales y de izquierda cuya fe en el marxismo y en el comunismo se había hecho añicos ante la evidencia del totalitarismo estalinista” (Neila Hernández, 2018: 355).

Estados Unidos protagonizó este cambio de tornas de la cultura. El centro cultural dejó de estar en Europa, dando un salto a Nueva York, Los Ángeles o Miami. Desde la CIA y el Departamento de Estado, con Michael Josselson, Melvyn J. Laski y Arthur Schlesinger, se desempeñó un movimiento de la intelectualidad de la izquierda no comunista. Se configuraron los grandes retos a los que se enfrentaba en esta batalla cultural de la Guerra Fría, en los que se abogaba por ver el mundo de acuerdo al concepto americano de desarrollo.

Fue entonces cuando se impregnó en la sociedad mundial este soft power estadounidense. Sin caer en una visión americanista del mundo, se puede ver cómo es referente y lleva el bastión cultural del mundo occidental. En el mundo del cine y de las series, las productoras estadounidenses marcan el ritmo de estrenos así como las temáticas y desarrollo de contenido en un mundo cada vez más difícil de impresionar, debido al exceso de información. De aquí que se haya impuesto un modelo de visión global marcado por un talante escasamente conservador con el que se ha construido una imagen de civilización o modernidad común en todo occidente.

No solo ha sido obra de Estados Unidos, pero sí ha tenido un peso importante, especialmente en el ritmo cultural. Sin entrar en el tema, se ha desarrollado un marxismo cultural por el que se han impuesto los puntos de vista que buscan eliminar los pilares de la cultura anterior desde un sustrato cultural incubado en las universidades y en el mundo intelectual derivado de la Escuela de Frankfurt. Por lo tanto, sí existe un importante papel de Estados Unidos en el mundo cultural pero no se debe considerar imperialismo como tal, pues no es motivado específicamente por ellos y no se da una eliminación de la cultura dominada por imposición de la cultura dominante.

En la actualidad se da una homogenización y heterogeneización de la cultura a la vez. Se da el apogeo de la cultura estadounidense a la vez que se constituyen bloques regionales. Especialmente en la actualidad, el mundo cultural se está fragmentando. Se confirma la fuerza con la que están entrando las potencias del BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) como potencias que luchan y compiten con Estados Unidos. Los dramas coreanos, el reggaetón y la música latina, así como los culebrones de los países del Golfo, son herramientas mainstream (convencional, por el éxito que desarrollan) que están aumentando la posibilidad de opciones culturales.

Por esto Estados Unidos es influyente, pero no exclusivamente dominador. Enraizado en el capitalismo hip la influencia estadounidense no es monolítica. Todos los actores son independientes, pero están interconectados. Bancos, estudios, majors (un número reducido de estudios cinematográficos que han dominado la industria del cine estadounidense, esencialmente desde Hollywood), y medios de comunicación: todos asumen la propiedad intelectual en la industria creativa.

 

Bibliografía

Brooks, Roy L. 2012. «Cultural Diversity: It’s all about the Mainstream» en The Monist 95 (1): 17-32.

Ferguson, Niall. 2005. Coloso, auge y decadencia del imperio americano. Barcelona: Debate.

Martel, Frederic. 2011. Cultura mainstream: cómo nacen los fenómenos de masas. Madrid: Taurus.

Neila Hernández, José Luis. 2018. El Destino Manifiesto de una idea: los Estados Unidos y el Sistema Internacional. Colección De Estudios (Universidad Autónoma De Madrid). Madrid: UAM.

Pardo, Alejandro. 2011. “Europa frente a Hollywood: breve síntesis histórica de una batalla económica y cultural” en Doxa Comunicación Revista interdisciplinar de estudios de comunicación y ciencias sociales. N. XII: 39-59.

Thomson, Irene Taviss. 2010. «Culture Wars and Warring about Culture.» en Arbor, Ann, Culture Wars and Enduring American Dilemmas, 1-30: University of Michigan Press.

 

 

 

 

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