En los años centrales del siglo XIX una ola de sucesos paranormales sacudió la sociedad. Podríamos fijar esta fecha como del fenómeno del espiritismo decimonónico. Mesas voladoras, espíritus y médiums fueron parte activa de la vida religiosa, social y política de su tiempo.
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de espiritismo decimonónico? En este artículo no vamos a hablar solo de conexiones con el más allá, mesas giratorias, ouijas y encarnaciones espirituales, sino que también vamos a explorar el movimiento espiritista propio del siglo XIX como una corriente de pensamiento cercana al progresismo, que mantuvo estrechos lazos con el krausismo, el republicanismo y el feminismo.
Los orígenes del espiritismo
“El hombre quiere ser soberano, al igual que sus semejantes. Para gobernarse no necesita rey, para elevarse no necesita sacerdote. La democracia va llegando a la esfera de la religión, sin misterios ni intermediarios, la moral sin ritos ni símbolos”
Benigno Pallol
El espiritismo es una doctrina, una práctica y una corriente de pensamiento nacida en Francia en los años centrales del siglo XIX. Los principios del espiritismo son la creencia en la inmortalidad del alma, así como en la presencia de espíritus en el plano corporal y la relación de estos con las personas vivas, generalmente a través de los conocidos como médiums: personas con una sensibilidad especial que ejercen de mediadores entre los espíritus y los hombres.
A esta creencia espiritual se suma toda una doctrina filosófica surgida en torno a la experiencia espiritual. Esta doctrina filosófica no conforma una religión sistematizada, pero sí que engloba determinadas creencias morales, dictados éticos y un corpus de pensamiento que supone toda una cosmovisión que sostiene sus creencias.
Según el propio Allan Kardec, el espiritismo:
“es a la vez una ciencia de observación y una doctrina filosófica. Como ciencia práctica, consiste en las relaciones que pueden establecerse con los Espíritus; como doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias morales que se desprenden de semejantes relaciones”
Allan Kardec, 1888
El espiritismo del siglo XIX partía de la premisa de que los muertos traspasan en forma de espíritus a otro mundo. Podían, a veces, quedarse en el plano terrenal y ayudar a los humanos en el doloroso camino de la vida terrenal. Esto hacía que los espíritus no se considerasen algo que temer. Y, de algún modo, explica la enorme extensión del fenómeno. El espiritismo difundió una reinterpretación del cristianismo afrontado desde lugares muy distintos a los de la Iglesia católica. El método científico, el empirismo y el positivismo no suponían enemigos para la fe espirita. De hecho, trataron de encontrar explicación al fenómeno desde la ciencia.
Sin embargo más que para encontrarle explicación al propio fenómeno, trataron de encontrar una explicación completa el mundo. El espiritismo elaboró una cosmovisión social alternativa a la dominante. Para ello, articularon todo un sistema de pensamiento fundamentado en elementos como el amor solar, la solidaridad y la justicia social o la igualdad entre géneros. Todas esas cuestiones fueron el motor de una forma de entender la modernización social. Para los espiritistas el objetivo último de su fe era alcanzar el fin superior del bien colectivo. El camino para alcanzar ese grado de emancipación social era el contacto con los espíritus, sí, pero también una creencia política. La comunicación entre vivos y espíritus no era solo una concepción religiosa. Era también una concepción del mundo en sí mismo (Vicente Villanueva, 2019: 62, 63).
El espiritismo se extendió, espacialmente, por buena parte de Europa y del continente americano, así como en Japón. Temporalmente, el espiritismo no ha desaparecido desde su aparición a mediados del siglo XIX. En este artículo, sin embargo, vamos a centrarnos en el espiritismo en su faceta más decimonónica. Y, para ello, debemos remontarnos a sus orígenes.
Los sucesos de Hydesville
El espiritismo tiene sus orígenes a final de la década de 1840 en Estados Unidos, en un marco en el que las sectas religiosas y los movimientos espirituales eran abundantes. Sin embargo, en esa maraña de sectas y congregaciones religiosas, lo que prendió la chispa del espiritismo fue, prácticamente, una anécdota.
En marzo de 1848, las hijas de 12 y 15 años John Fox, un metodista residente en Hydesville (Nueva York) comenzaron a escuchar unos extraños ruidos procedentes de las paredes de su casa. Esos ruidos, de procedencia desconocida, se hicieron habituales para Margaret y Kate Fox. Tanto, que incluso comenzaron a comunicarse con ellos. Las niñas hacían preguntas y los sonidos respondían con golpes. Incluso cuando la señora Fox preguntó a las paredes por las edades de sus hijas. Fue ella la que preguntó a los sonidos lo que todos estaban (y estamos) preguntándonos: si era un hombre o un espíritu. Y la respuesta fue afirmativa (González de Pablo, 2006: 64, 65).
Vecinos y conocidos empezaron a acudir al domicilio. Las hermanas Fox se convirtieron en la sensación del momento. A pesar de que la familia fue expulsada del domicilio y las hermanas separadas, las Fox siguieron ejerciendo de mediadoras entre los espíritus y los humanos. No obstante, con la separación de las hermanas, las capacidades mediumínicas de Kate empezaron a agudizarse. En sus sesiones empezaron a verse objetos volar, cambiarse de sitio, pianos tocarse solos o mesas sacudirse con violencia (sobre todo esta última) para responder a sus preguntas. Con la ayuda de Isaac Post, un cuáquero con el que había trabado amistad, sistematizó todas esas manifestaciones para crear un código descifrable que le permitiera contactar con los espíritus, similar a las ouijas que conocemos actualmente (González de Pablo, 2006: 65)
De este modo, quedaba abierta la posibilidad de comunicarse con seres queridos fallecidos, lo que evidentemente avivó la afición por el espiritismo entre la población y contribuyó a extenderlo. Las manifestaciones aleatorias de los espíritus eran, por otra parte, posibles de descifrar en esos momentos. Las mesas (giratorias, volantes) se convirtieron en el principal espacio de comunicación espiritual, pues en ellas se localizaron todas las manifestaciones que previamente habían sido aleatorias. Fueron surgiendo otras médiums además de las hermanas Fox (González de Pablo, 2006: 66) y, en general, en fenómeno fue extendiéndose como la pólvora.
Los fenómenos de Hydesville y las conocidas como mesas giratorias son considerados como los puntos de partida del espiritismo, casi a modo de hito fundacional. Sin embargo, el fenómeno está fuertemente arraigado en las problemáticas de su tiempo. Tanto así que tardó menos de un lustro en saltar el charco y en convertirse en un movimiento con bastante fuerza en Europa.
El fenómeno espiritista apenas tardó cinco años en llegar a Europa. Y la forma de hacerlo fue precisamente a través de las mismas las mesas giratorias. En abril de 1853 los periódicos alemanes comenzaron a hablar de una serie de extraños acontecimientos que guardaban relación con espíritus y mesas de salón. De los periódicos alemanes dio el salto a los franceses y de los franceses al resto de Europa (González de Pablo, 2006: 66). El fenómeno se extendió como la pólvora, tanto entre las élites como entre las clases populares. Fue en Francia donde el espiritismo y las mesas giratorias dejaron de ser una experiencia vivida dentro de la esfera privada del hogar para convertirse en un movimiento colectivo. Y lo haría en torno a la figura de Allan Kardec.
Allan Kardec, el padre del espiritismo
Allan Kardec nació como Hippolite Léon Denizar Rivail en 1804 y murió (o desencarnó, como él mismo habría afirmado) en 1869. Se dedicó a la traducción y la escritura, así como a la pedagogía, pero es conocido, sobre todo, por ser el sistematizador y el pensador principal de la doctrina filosófica conocida como espiritismo.
La vida de Allan Kardec transcurrió con normalidad hasta 1854. No obstante, antes de convertirse en Allan Kardec, Hippolite Rivail ya estaba en contacto con el librepensamiento. Fundó un centro de estudios basado en el método Pestalozzi, contrajo matrimonio con la institutriz Amelia Boudet y publicó varias obras relacionadas con la didáctica y la pedagogía.
Sin embargo, a partir de 1854 empezó a entrar en contacto con determinadas experiencias que marcaron para siempre el devenir vital de Kardec. Entre 1854 y 1855 Kardec empezó a tomar contacto las mencionadas mesas giratorias y con sucesos similares a los de Hydesville. También con la escritura automática. Es decir, la producción de textos que no proceden del pensamiento consciente de quien los escribe, sino que son la transcripción de un flujo de pensamientos inconsciente del autor.
Tras entrar en contacto con esas experiencias paranormales y con determinados círculos espiritas, empezó a asistir a sesiones de espiritismo con distintos mediums (es decir, aquellos que median entre los espíritus y las personas). De este modo, inserto ya dentro del movimiento espiritista, se decidió a sistematizarlo, tras haber entrado en contacto con un espíritu al que llamó La Verdad, que fue quien, por decirlo de algún modo, le reveló la misma.
De este modo, Rivail, que ahora ya se hacía llamar Allan Kardec por ser el nombre que los espíritus le habían revelado, a la altura de 1857 publicó El libro de los espíritus, la obra clave del espiritismo. Esta obra, junto a ¿Qué es el espiritismo? sistematiza la doctrina filosófica que acompaña a las experiencias espirituales de Kardec y explica al mundo qué es en sí el espiritismo.
La primera obra de Kardec (que no era la primera de Rivail) estaba dividida en cuatro partes. En primer lugar, el Libro Primero: las causas primeras. Después, el Libro Segundo: mundo espírita o de los espíritus. En tercer lugar, Libro tercero: leyes morales, en el cual Kardec incluye un apartado dedicado a las desigualdades sociales. Esa desigualdad no es, para los espiritistas, un designio divino, sino que es obra del hombre. Kardec, además, afirma que serán castigados los que abusan de su posición social. El cuarto libro está dedicado a las esperanzas y consuelos e incluye una conclusión final (Tur Balaguer, 2019:
Será esa forma de afrontar las desigualdades sociales (de clase y género) la que conecte al espiritismo con diversas culturas políticas de la época. Más allá de su carga espiritual, será esa forma de concebir las desigualdades la que atraiga a muchos espiritas al credo espiritista, sobre todo teniendo en cuenta el contexto en que surgió este credo.
La publicación de El libro de los espíritus, de algún modo, empujó también al asociacionismo entre los espiritistas. Durante el año siguiente, en 1858, se fundó la Sociedad de Estudios espiritistas de París y, tras ella, otras muchas de corte similar en Francia y en el resto de espacios en los que el espiritismo cobró protagonismo. Entre ellos, España.
El espiritismo en España
La España de mediados del siglo XIX
Entre los meses de abril y mayo de 1854, el fenómeno de las mesas giratorias aterrizó en España. Llegó, al igual que a otros países europeos, a través de la prensa. Y esa llegada, por supuesto, fue acompañada por los primeros ensayos espiritistas. El fenómeno saltó incluso hasta a la prensa médica, que trataba de encontrar explicación al fenómeno.
Tengo la honra de presentar al Senado una petición sobre un asi.nto tan singular como nuevo. Los firmantes esponen en este documento que ciertos fenómenos físicos y morales, de naturaleza enteramente misteriosa, ocupan la atención pública en est país y en Europa. El análisis parcial de estos fenómenos, revela la existencia de una fuerza oculta que se manifiesta por el movimiento que comunica á los cuerpos, suspendiéndolos, agitándolos y haciéndolos variar de posición, contra las leyes ordinarias de la naturaleza. En segundo lugar, esta misma fuerza suele manifestarse por medio de resplandores que aparecen súbitamente en sitios en donde no pueden atribuirse á ningún género de acción química, ó por sonidos misteriosos que parecen unas veces como golpes dados por un espirítu invisible, y otras como el murmullo del viento ó el rugido del trueno. Alguna vez se oye también como el sonido de voces humanas ó de un instrumento
músico.La España, 16 de mayo de 1854. Hemeroteca BNE.
La experiencia espiritista se acogió con una llamativa rapidez. Además, de una forma trasversal. Alcanzó los hogares, los cafés e incluso los ateneos y los casinos (grandes espacios de socialización para determinadas culturas políticas, como el republicanismo). Incluso la propia Casa Real, puesto que la propia Isabel II llegó a organizar una sesión en el palacio de Aranjuez (González de Pablo, 2006: 70).
A la altura de 1855, el fenómeno había alcanzado tal impacto que se fundó la primera sociedad espiritista en España, concretamente en Cádiz. No obstante, a instancias de la autoridad eclesiástica, quedó disuelta en 1857 por el gobierno civil de Cádiz (Tur Balaguer, 2019).
Sin embargo, ese mismo año se publicaría el primer libro de temática espiritista en castellano, Luz y verdad del espiritualismo (Jotino y Ademar). La obra trata de atajar las críticas al espiritismo tanto desde el ámbito científico como desde el religioso. También explica el fenómeno como tal, la forma de comunicarse con los espíritus. Pero, sobre todo, traza una genealogía del fenómeno que, como toda línea recta trazada sobre el mapa de la historia, nos cuenta más sobre el momento de trazar esa línea que sobre el pasado.
Los autores se remontan, buscando los orígenes del fenómeno, desde los oráculos griegos hasta las propias mesas giratorias, pasando por el camino por figuras como al de Fourier. También pasa por la figura del socialista utópico buscando las diferencias y semejanzas entre las ideas de su doctrina y la de otros como Saint-Simon, Owen o Proudhon, aunque se remontan también a otros referentes como el cristianismo primitivo (Barroso Rosendo, 2021:12).
La segunda sociedad espiritista fundada en España fue la de Sevilla (1861) y, poco después, se fundó la Sociedad Espiritista Española con sede en Madrid, aunque no impidieron otro auto de fe (González de Pablo, 2006: 94). El fenómeno se extendió a lo largo y ancho del país. Prueba de ello es que, durante ese mismo año y haciendo uso de la legislación vigente (la Constitución de 1845, que declaraba la confesionalidad católica de la nación española) las autoridades eclesiásticas consiguen la prohibición ministerial de los libros espiritistas. Los consideraban dañinos para la moral del pueblo. Por ello, en octubre de ese mismo año tuvo lugar un auto de fe en Barcelona en el que se quemaron más de 300 obras espiritistas, entre ellos varias obras de Allan Kardec (Tur Balaguer, 2019: 25).
No sería la primera y última vez que las autoridades eclesiásticas atacasen frontalmente al espiritismo. En 1867, esta vez en Madrid, tuvo lugar otro auto de fe con su correspondiente quema de libros por orden del obispo madrileño. Entre los motivos que explican la fijación de las autoridades eclesiásticas contra el espiritismo no están solo los más evidentes. Por supuesto que tuvo que ver con el simple hecho de que las creencias espiritistas fuesen en contra de los dogmas de la doctrina católica.
La simple creencia en que los espíritus podían, tras la muerte, ponerse en contacto con los humanos atentaba contra las creencias católicas respecto a la vida y la muerte. Además, el catolicismo era, en esos momentos, la confesión oficial de la nación. Ostentaba el monopolio religioso de España en esos momentos, era entendida como uno de los pilares de la nación, una de sus esencias. La existencia y, sobre todo, la popularidad que estaba adquiriendo el espiritismo empezaban a resultar peligrosas a ojos de la Iglesia.
Pero, más allá de eso -que puede resultar evidente-, la confrontación de la Iglesia Católica con el espiritismo tenía que ver con una cuestión más ideológica que de fe, si es que en este caso pueden separarse. El espiritismo acusaba a la Iglesia de promover las desigualdades sociales al justificar el desequilibrio entre ricos y pobres como un designio divino, fomentando además la resignación entre los menos favorecidos ante su situación (Tur Balaguer, 2019). El espiritismo creía que las desigualdades no eran un designio divino, sino obra humana. Esta forma de concebir las desigualdades se enhebró con los incipientes movimientos obreros que estaban despuntando, lo que tampoco ayudó a la relación del espiritismo con los poderes eclesiásticos.
Este primer espiritismo había aterrizado sobre la España de los últimos años del reinado de Isabel II. Una España en la que precisamente la religiosidad católica fue una de las piedras angulares. Los últimos años del reinado de Isabel de Borbón coincidieron con el reconocimiento (después de una larga correspondencia con el Papa) de la reina del reinado de Víctor Manuel II. Es decir, de la unificación italiana que atentó frontalmente contra el poder político de los Estados Vaticanos y el poder temporal del Papa.
Esta cuestión provocó una crisis ideológica para el gobierno que rodeaba a la reina en esos momentos, que era de corte eminentemente neocatólico. Estos consideraban que si el Papa no solo era Papa sino rey de Roma, Roma era del mismo modo la capital de toda la cristiandad y debía permanecer bajo el reinado del Papa, no el de Víctor Manuel II. Esto se oponía totalmente al ideario neocatólico, que confiaba en la reina Isabel en la medida en la que esta pudiese reinar en términos católicos.
Hasta 1865 consideraban que la reina Isabel puede llegar a gobernar en católico. Cuando la soberana se ve obligada a reconocer el reino de Italia, los ministros neocatólicos que la rodean comprenden que la influencia que creían ejercer sobre la reina no era tan fuerte. De hecho, constituyó uno de los motivos por los que en buena medida dejaron caer su reinado, lo que empujó a la reina al exilio (Urigüen, 1988: 219). El clima religioso y político en el que se instaló el espiritismo estaba, por lo tanto, bastante agitado en lo que a las creencias y la fe respecta.
Sin embargo, llegado 1868, con el estallido de la Revolución de Septiembre, que dio comienzo al Sexenio Democrático, la situación del espiritismo daría un vuelco. El estallido revolucionario supuso una sacudida en derechos y libertades para España. El Sexenio supuso un escenario de ampliación de los derechos civiles. Por ejemplo, del sufragio, que pasó a ser universal masculino. Crecieron, también, los derechos de asociación y los religiosos, algo que resultó de vital importancia para el espiritismo.
El estallido revolucionario y Sexenio Democrático en general fueron, además, un momento de politización muy intenso para unas clases populares que vivían experimentando en sus propias carnes las enormes desigualdades sociales que el propio espiritismo denunciaba. También de secularización, aunque la Iglesia católica siguiera teniendo un papel preeminente en la sociedad.
Un año después del estallido revolucionario, se aprobó la Constitución de 1869 con Amadeo de Saboya ya en el trono. Esta Constitución seguía contemplando la obligación de la nación Española de mantener el culto y a los ministros de la fe católica, pero garantizaba y permitía el ejercicio público y privado de cualquier otro credo. La libertad de cultos recién estrenada de la nación española abrió un amplio abanico de posibilidades al espiritismo, que pudo desarrollarse y extenderse durante el Sexenio no sólo de forma más rápida, sino también más pública. Además, entre los derechos ampliados en la nueva Constitución se incluyeron el de asociación y de opinión. Sumado al clima revolucionario que la Septembrina había traído, ambas cuestiones permitieron la emergencia de ideas anticlericales. No es que no las hubiera anteriormente, pero el escenario era mucho más favorable ahora (Tur Balaguer, 2019).
Esto no quiere decir que el espiritismo no tuviera detractores. Ese clima de secularización y reacción anticlerical y de expansión del espiritismo provocó las reacciones de la iglesia católica. Si durante el Sexenio las publicaciones espiritistas (y la fundación de distintos grupos espiritistas) se multiplicaron, las respuestas anti espiritistas de los sectores confesionales lo hicieron en la misma medida.
Los centros y sociedades espiritistas se multiplicaron por el país, teniendo núcleos especialmente fuertes en Madrid (que albergó el Centro General del Espiritismo en España, presidido por Alverico Perón y el vizconde de Torres Solanot, dos de las figuras más destacadas del espiritismo español) y todo el Levante, especialmente en Cataluña.
Sin embargo, el espiritismo no se limitó a esa acción propagandística y proselitista. Tampoco a la prensa o la edición de libros, que fueron también dos de los grandes pilares del espiritismo. Fueron medios de difusión (a veces a través de la controversia) del movimiento, pero no sus únicos espacios de socialización. No era una creencia que pudiera utilizar la congregación masiva de fieles para atraer simpatizantes y el importante peso de la propaganda católica. Esta, además, copó todos los medios de difusión más tradicionalistas y conservadores, el espiritismo se vio empujado a actuar en los mismos campos de acción sobre los que actuaron las culturas políticas más progresistas. El librepensamiento, la masonería, el republicanismo (en todas sus ramas) o un incipiente feminismo fueron los raíles sobre los que discurrieron los vagones del espiritismo.
Espiritismo, republicanismo, feminismo
En 1872 Anastasio García López, natural de Ledaña, Cuenca, publicó la obra Exposición y defensa de las verdades fundamentales del espiritismo. En dicha obra, lejos de limitarse a explicar las bases del espiritismo, se posiciona a él mismo y al espiritismo políticamente. La obra cuenta con varios pasajes en los cuales se muestra partidario de la Gloriosa. Tampoco oculta su evidente simpatía hacia la República. Si bien remarca que los espiritistas tienen total libertad ideológica si que considera que la revolución y la I República tienen como fin reivindicar derechos, terminar con las desigualdades y acabar con los males de una sociedad organizada en torno a «esos usurpadores que se dicen ministros del señor
y que tanto han ultrajado la religión del Crucificado» (Tur Balaguer, 2019).
Es decir, el sistema republicano se presentaba, para Anastasio García (y para buena parte de los espiritistas) como el mejor para sus pretensiones. El republicanismo, que sobre todo en su vertiente federal, había hecho parte de su ideario y de sus propuestas las de un incipiente movimiento obrero. Espiritismo y republicanismo compartían espacios políticos, aquellos que pretendían terminar con las desigualdades sociales. También cierto espíritu anticlerical y un innnegable afán de modernización. La igualdad y la fraternidad se convierten en pilares indispensables de la fe espiritista, pero también de la republicana.
El movimiento espiritista alcanzó un empuje tal que los espiritas llegaron incluso al parlamento. En 1873, en las Cortes Constituyentes de la Primera república, los diputados espiritistas J. Navarrete, A. García López, L. Benítez de Lugo, M. Corchado y M. Redondo presentaron incluso una enmienda a la Ley de Educación para introducir el estudio del espiritismo. Consideraban al espiritismo el credo más eficaz para la reforma moral de la sociedad de su tiempo (Tur Balaguer, 2019: 61).
Fue alrededor de esas fechas cuando una de de las espiritistas más destacadas de este marco, Amalia Domingo Soler, entró en contacto con la doctrina. Amalia Domingo, que había pasado la mitad de su vida entre enfermedades que, en buena parte, devinieron de su precariedad, entró en contacto con el espiritismo a través de un médico.
Con el abrupto fin de la primera experiencia republicana española, el clima de apertura que había despertado el Sexenio tuvo su fin de forma repentina. Confesiones e ideologías que no encajaron en el marco de la Restauración borbónica se vieron abocadas a la clandestinidad. Entre ellas, el espiritismo, que tuvo muchas menos vías de difusión abiertamente públicas. Pero eso no significó en absoluto la desaparición del espiritismo ni de la propaganda espirita.
En 1885, cuando el sistema de la Restauración ya se había instalado y había empezado a abrirse ligeramente respecto a sus diez primeros años, Amalia Domingo Soler evidenciaba la necesidad de extender la doctrina:
«en los talleres, en los centros industriales, hasta en las buhardillas de los pobres; mover las masas por medio de la prensa, de conferencias públicas, de reuniones de toda suerte en que nuestra doctrina se exponga y se practique.»
Fueron los años en los que el espiritismo se instaló con fuerza en Cataluña. En esos momentos, como se destila de la cita de Amalia Domingo, uno de los rasgos más destacados del espiritismo es que aparece formando parte de la cultura obrera de su marco.
Sin embargo, no solo entroncó con el republicanismo y el movimiento obrero. También lo hizo con el incipiente feminismo. El espiritismo destacó por el papel preeminente de las mujeres. Muchas de las médiums de este marco fueron mujeres. Principalmente porque, derivado del mito decimonónico del ángel del hogar, se consideraba a las mujeres más sensibles. Esa mayor sensibilidad, sobre todo de cara a lo sentimental y lo emocional, le concedía a las mujeres una especial facilidad para contactar con los espíritus.
A pesar de proceder del discurso de género del siglo XIX, las mujeres tuvieron una amplia relevancia en los círculos espiritistas. Por ello, se declaró como un movimiento defensor de la igualdad de hombres y mujeres. Amalia Domingo Soler y otras espiritistas, como la anarquista y feminista Teresa Claramunt apelaron, desde sus escritos feministas, a:
«a las que calman su sed con sus lágrimas, a las que tienen frío dentro de su hogar, a las que se quedan solas en la Tierra a merced del infortunio, a las que consumen su existencia dentro de un taller insalubre, a las que trabajan en su casa junto al lecho de un enfermo querido, a las que se levantan cuando aún las estrellas envían sus pálidos fulgores sobre la Tierra y se acuestan después de la media noche rendidas de cansancio y angustia, a las que padecen hambre de pan y sed de amor, a las que no escuchan una palabra de cariño, a las infelices expósitas que no han recibido el beso de una madre, a las madres de familia que tiemblan cada vez que son madres porque aumentan el número de los esclavos de la miseria, a las esposas abandonadas rodeadas de pequeñuelos hambrientos, a las huérfanas entregadas a sí mismas, a todas las mujeres, en fin, que sufren el peso de su expiación».
Amalia Domingo Soler, Memorias de una mujer
Publicaron obras por y para las mujeres y se integraron y fundaron espacios para librepensadoras, relacionadas o no con el espiritismo. Las páginas de las publicaciones librepensadoras se abrieron a las espiritistas y viceversa. El feminismo laico, en el que destacan nombres como el de Carmen de Burgos y Rosario de Acuña, con la que Amalia Domingo compartió también pertenencia a la masonería.
Muchas mujeres tuvieron un papel esencial en el espiritismo. Casi inusual para los distintos colectivos de la época. En el espiritismo el trabajo público de las mujeres y su producción intelectual estuvieron a la par con el de sus compañeros masculinos. Las espiritistas de su época desafiaron el discurso de género y las desigualdades que las situaban en la subordinación respecto al hombre.
El espiritismo: fe e ideología
El espiritismo nació como una creencia religiosa. Un fenómeno nacido al calor del contexto de mediados del siglo XIX (social, político y religioso) desde una experiencia paranormal consiguió conformar todo una cosmovisión y casi una cultura. A nivel político, el espiritismo tuvo militantes más que creyentes.
Dejando a un lado la actividad paranormal que atravesó el espiritismo trasversalmente, el movimiento espiritista resulta de gran interés para entender el sistema de creencias del siglo XIX, en el que las distintas culturas se mezclaron y compartieron márgenes de actuación, desplegando un amplísimo abanico social y político.
Bibliografía
Mira Abad, Alicia, (2002), Secularización y mentalidades en el sexenio democrático. Alicante (1868-1875), Tesis doctoral (Universidad de Alicante). En acceso abierto.
Tur Balaguer, Francesc, (2019), La historia vaciada. Minorías olvidadas del siglo XX, Editorial Decordel, Madrid.
Vicente Villanueva, Laura, (2019), Amalia Domingo Soler, en Higueras Castañeda, Eduardo, Pérez Trujillano, Rubén y Vadillo Muñoz, Julián (coords.) Activistas, militantes y propagandistas. Biografías en los márgenes de la cultura republicana (1868-1978), Athenaica.