Durante la presencia musulmana en la Península Ibérica, dos modos de vida muy distintos —el de los conquistadores y el de una población autóctona de tradición cristiana— entran en contacto. Esta convivencia, no siempre equitativa, da lugar a un escenario único, donde las tradiciones de ambas culturas chocan, evolucionan y se retroalimentan entre sí. Uno de los aspectos más destacados, tal vez por la diametral diferencia entre los puntos de vista cristiano y musulmán, es el de la cultivación del vino y su consumo por parte de la población.

Es muy común la creencia de que el vino y otras bebidas espirituosas estuvieron siempre prohibidas en la tradición islámica. Lo cierto, sin embargo, es que no se encuentra dictaminado en las Escrituras. El Corán lo menciona siete veces: en dos ocasiones se prohíbe su ingesta, comparando el vino con creaciones de Satán, y cuatro discuten sobre la moderación en su uso. El restante resulta muy revelador:

“Imagen del Jardín prometido a quienes temen a Alá: habrá en él arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel. Tendrán en él toda clase de frutas y perdón de su Señor. ¿Serán como quienes están en el Fuego por toda la eternidad, a los que se da de beber un agua muy caliente que les roe las entrañas?”

(Sura 47, Muhammad — 15).

¿Puede la prohibición del alcohol surgir del Texto Sagrado, cuando aparece como recompensa en el Paraíso y no como el brebaje que destruye el interior? La realidad, como cabría esperar, es mucho más compleja. No todos los sabios lo rechazaban ni sus consumidores eran considerados pecadores. La amplia documentación sobre bebidas alcohólicas presente durante todo el periodo sitúa al vino como elemento ineludible de la sociedad.

El vino desde el legado fenicio hasta la conquista Omeya

La uva llegó a la Península Ibérica importada por los fenicios, así como sus conocimientos a la hora de cultivar y fermentar la uva. En yacimientos como el del Castillo de Doña Blanca, en la provincia de Cádiz, ya existen vestigios de lagos: explanadas en las que el fruto era pisado para obtener el jugo a fermentar.

Con la llegada de los romanos y la conquista del sur del territorio, en la actual Jerez se originó la elaboración del conocido vinum ceretensis, un vino concentrado que fue exportado a Roma y otras provincias, cobrando gran fama.

Tras la disolución del Imperio Romano y durante el reino visigodo, la cultura del vino, parte fundamental de la vida cotidiana, no sufrió grandes cambios. Fue un periodo de continuidad, basado en cereales, caballos, ovejas y cerdos. Debido a las difíciles condiciones para el comercio y la exportación, la producción se mantuvo local, fiel a la tradición romana.

Los musulmanes se encontraron una alimentación basada en el pan y el vino, elementos de carácter unitario en la cultura cristiana durante toda la Edad Media, producto de una agricultura poco variada y centrada en las villae de tradición romana. Aprovecharon y desarrollaron los cultivos que encontraron, formados por grandes extensiones de viñas y la gran riqueza olivarera de la Península. Desarrollaron nuevos métodos de cultivo orientados a los cereales y viñedos, que resultaron en enormes beneficios debido a la coyuntura excepcional del territorio: una tradición hispánica indígena a la que se aplicaba un saber islámico heredado de la Antigüedad, perdido con los visigodos, y que aprovechaba el deseo tanto de gobernadores como de campesinos de producir más.

Confluencia y permisividad sobre el vino

Según E. Lévi-Provençal, no había individuos en la época que escaparan de su consumo. “En todas partes se hacía vino, aunque no fuese nunca abiertamente o se encargase a un bodeguero mozárabe”. Si los musulmanes andalusíes bebían vino de forma generalizada, la razón principal señalaba a los autóctonos. Las costumbres de los hispánicos, alimentados a base de pan, vino y legumbres, conformaba un modus vivendi al que los musulmanes no opusieron resistencia, e incluso mejoraron. Así, el consumo en época califal se podría considerar casi general, desarrollada una gran tolerancia que transgredió sin consecuencias la legislación coránica.

El motivo principal que permitía la obtención de alcohol en al-Ándalus, y sin el cual hubiera sido obligatorio eliminar los ricos viñedos de la zona, se encontraba en la propia tradición musulmana. Esta no consideraba la uva como un fruto malicioso, pues se podía ingerir sin cometer acto pecaminoso alguno. Asimismo, el pecado comenzaba en su fermentación, y continuaba en su ingesta: un elevado grado de embriaguez podría provocar la pérdida del dominio del cuerpo.

La sociedad cristiana y mozárabe, por su parte, era extremadamente tolerante respecto al vino. Relacionado intrínsecamente con su valor simbólico en la Última Cena, la presencia musulmana y su reticencia moral al alcohol no supuso ningún cambio. En la liturgia, el vino simboliza a Cristo y el agua al linaje humano, que se une a Dios por medio del sacramento de la Eucaristía.

Calendario de San Isidoro
Detalle del Calendario de la Iglesia de San Isidoro en León.

Más allá de la perspectiva religiosa, en la vida cotidiana cristiana era común comer y beber en acto de relación amistosa. Incluso existían gestos como el alboroque, en el que se celebraba con vino la compra-venta de animales en los mercados de ganado. La regulación más común en cuanto al alcohol, alejada a los debates sobre la jurisdicción de la ley islámica, se centraba en asegurar el abastecimiento y controlar la importación para que esta no sustituyera a la producción local.

La moral caballeresca, sin embargo, sí asociaba el rechazo del alcohol con virtud moral. Los textos hablan de una dieta basada en pan, carne y, solo en casos excepcionales, con pretexto de acostumbrar el cuerpo a ello, frutas, hortalizas, especias y licores.

Primeras controversias

La cuestión del vino fue ampliamente debatida por pensadores, estudiosos de las Sagradas Escrituras y médicos andalusíes. Conscientes de que la ingesta habitual constituía claramente un pecado, la gran dificultad radicaba en definir qué se entendía por nabid, la bebida pecaminosa. En las primeras etapas de la islamización de al-Ándalus, la presencia de una población mayoritaria cristiana coincidió con las discusiones doctrinales acerca de los diferentes tipos de bebidas y su grado de poder intoxicante. Todavía en el siglo IX no existía un consenso sobre ello, reflejo de la diversidad de opiniones jurídico religiosas y su contraste con la realidad, tanto de las élites como de la plebe. Esta situación comenzó a cambiar con el triunfo del malikismo a partir del siglo X, quienes dieron por cerrada la discusión y calificaron a los ulemas de corriente más abierta y permisiva como pecadores.

También cabe resaltar otros problemas relacionados con el alcohol, que iban mucho más allá de si beberlo o no. El uso de cerámicas donde se había consumido, o la venta de uvas a quienes se sabía que iban a utilizarla para obtener vino, también formaron el cuerpo del debate. Venderlo a cristianos, los cuales podían exprimirla libremente, se consideraba un uso aborrecible del fruto, aunque no susceptible de prohibición.

Desde el análisis científico, Abu Bakr Zakariya’ al-Razi, uno de los médicos andalusíes más conocidos, describió las virtudes del vino, siempre que fuera puro y sin mezcla, así como los daños que provocaba la embriaguez. También razonó sobre qué alimento era más beneficioso para tomar antes y durante la ingesta, cómo evitar la adicción o la embriaguez, algunos remedios para la resaca y hasta para disimular el aliento.

Los tratados de medicina son un ejemplo de los usos y efectos conocidos en la época respecto al alcohol. No contienen una opinión religiosa ni discuten sobre si es lícito o no. En la mayoría de casos, provienen de la sabiduría oriental previa, que desde la Antigüedad alcanza de nuevo la Península, al igual que algunas técnicas de agricultura o la filosofía griega.

Realidad en la intimidad

Aunque es conocido y demostrable que los musulmanes medievales consumían alcohol y debatían sobre su consumo, esto no quiere decir que este se diera en público, ni que existieran espacios concretos para beber. Las leyes —lejos de la unanimidad—, y la posición social del individuo determinaban los lugares y los eventos en los que se bebía.

En el caso de las clases más acomodadas, existieron las denominadas como “tertulias de bebida” (maylis sarab), eventos culturales que tenían lugar en un ambiente refinado, establecido en días fijos a lo largo de la semana. En ellas, más selectas cuanto mayor era la posición del anfitrión, se sucedía el servicio de alcohol en rondas sucesivas, escanciadas por la persona de confianza del anfitrión o sus esclavos. La norma principal de las tertulias era mantener la compostura adecuada por mucho alcohol que se hubiera bebido. Esta restricción dio lugar a situaciones incómodas, como la de Muhammad Sa’id Ibn al-Salim, que bebió frente a Abd al-Rahman III hasta vomitar.

Escena con bebida y música en el jardín. Libro de ‘Los amores de Bayad y Riyad’.
Escena con vino y música en el jardín. Libro de ‘Los amores de Bayad y Riyad’.

No obstante, es importante aclarar que las tertulias no están asociadas con una subversión a la norma islámica, sino que formaban parte de la vida palaciega. De hecho, existen casos concretos, como el de Isa b. Sa’id, a quien, el hecho de no asistir a esta clase de tertulias con el motivo de no resistir bien el alcohol, le condujo a una serie de intrigas que desembocaron en su muerte.

Otra característica de la tradición musulmana que determinó el consumo de alcohol fue la clara prohibición de invadir la privacidad de otro hombre. Así, el hogar fue un espacio inexpugnable, incluso para comprobar si el resto de normas religiosas se cumplían debidamente o no. Bajo esta condición, tanto los príncipes dentro de palacio como practicantes y devotos de toda clase social estaban a salvo de censuras por sus actos, ya que estos no podían averiguarse sin dar lugar a la acusación aún más grave: la invasión del hogar.

En el caso de los citados príncipes surgía la excepción a esta regla, y es que, debido al compromiso de su mandato, podía tener lugar una reprobación social si estos actos se hacían públicos. Beber vino no solía ser la razón del reproche ni del descontento, sino más bien una herramienta para ser desprestigiados por rivales políticos. Es el caso de las acusaciones a Al-Hakam I, o los dos hijos y sucesores de Almanzor, cuyas crónicas relacionaban su adicción a la bebida con el descontrol de su gestión y, en última instancia, el fracaso de sus reinados. Mientras tanto, la abstinencia era subrayada como símbolo de virtud encomiable, caso de Al-Hakam II. Existía una situación especial, como la de Abd al-Rahman II —cuya primera medida fue cerrar una alhóndiga—, Abd al-Rahman III o Almanzor, cuyo éxito les salvaba de la descalificación por su afición a la bebida, más que conocida.

Finalmente, el mayor conjunto de textos describe el ámbito urbano, frecuentadores de tabernas definidos en los textos como “perdularios e impíos”. Estas apariciones relacionaban el consumo con desórdenes de conducta, provocados por las malas compañías en dichos espacios, donde coincidía gente de toda condición social. Los establecimientos, relacionados directamente con la marginalidad, fueron perseguidos en fases sucesivas de la presencia musulmana, con la clara intención de cerrarlos.

La única alhóndiga conservada en España. Corral del Carbón, Granada.

Como era de esperar, el libertinaje urbano solo era posible gracias a la presencia de comunidades cristianas, que favorecía la obtención de vino, siendo ellos responsables de alhóndigas u otros espacios cristianos —incluso conventos o monasterios— donde los musulmanes consumían vino, todos ellos apartados de la medina, lugares a los que la jurisdicción moral y jurídica musulmana no alcanzaba. Así, desde el punto de vista musulmán, la tolerancia hacia el consumo solo se ejercía gracias a la discreción con que se intentaba practicar.

Ley musulmana a partir de los almorávides

En siglos posteriores, frente al avance de los reinos cristianos y con la llegada del periodo almorávide, se produjo un retroceso en el pensamiento del islam andalusí que, en oposición al enemigo cristiano, buscaba reafirmar su identidad moral asociando el consumo de alcohol con la desviación de las máximas divinas. De este modo, dio comienzo un periodo en el que la división política y moral desaparecía, para dar paso a un ambiente militarista frente a la amenaza exterior.

En la propaganda almohade, el alcohol adquirió un simbolismo constante que sólo apareció de forma intermitente en otros periodos, y su erradicación se convirtió así en una de las banderas del movimiento. Sin embargo, este nuevo periodo trajo consigo nuevos debates. Si antes el origen de las cuestiones se encontraba en el propio acto del consumo, ahora que este estaba resuelto, era imprescindible definir qué bebidas resultan pecaminosas y cuáles no. Del mismo modo que en el periodo temprano del islam andalusí se discutió sobre la alternancia entre nabid y jamr, en época almohade se mantuvo una diferencia entre rubb —mosto cocido— y jamr, adjudicándose al primero, en ocasiones, la categoría de halal.

Alegoría de la embriaguez, Sultan Muhammad (1525).

Mientras tanto, el príncipe continuaba fuera del control que supuso del endurecimiento de la norma religiosa respecto al consumo del alcohol. Su intimidad siguió respetada y las “tertulias de bebida” continuaron. Son conocidos los casos de príncipes y cortesanos que bebían, sufriendo los mismos inconvenientes —o la misma indulgencia— según el bienestar de su pueblo y la opinión pública que profesaron.

Juicios y sentencias

Los jueces andalusíes, y no solo los sabios ulemas, participaron en la investigación sobre la cuestión del vino. Existen varios testimonios de jueces en época califal que afirmaban haber leído el Corán dos mil veces y no encontrar penas para la bebida. También existen relatos en los que un borracho replicaba a un juez aplicar sus normas consigo mismo, para acto seguido librarse de la pena.

Estos casos, sin embargo, son excepciones contadas. En los Qawaning de Ibn Yuzayy, un conocido jurista malikí del siglo XIV, se definía la terminología y condiciones para la aplicación de penas en la última época de presencia musulmana, tras el endurecimiento almorávide y almohade. Su postura es igual de restrictiva, centrada en resolver las lagunas que habían quedado sin resolver en la jurisdicción anterior, de un modo que intentaba evitar posibles polémicas.

El jamr, vino propiamente dicho, se encontraba prohibido para la mayoría de opiniones. En el caso del nabid, que continuaba siendo bebida fermentada, surgió la conclusión que lo distinguía del jamr, no por el hecho de la fermentación —que ambos compartían—, sino porque el nabid no causaba embriaguez. Por otro lado, la conservación del pescado en vino estaba prohibida. El vinagre, obtenido mediante fermentación, era lícito cuando no procedía del vino.

La penalización por la ingesta de alcohol, que solo podía emprenderse por confesión del acusado o acusación de dos testigos, consistía en la aplicación de una pena de tipo hadd, siendo la única que no estaba definida en el Corán. Basada en el texto en que Mahoma ordenó una cantidad concreta de azotes, en el caso de los libres era ochenta, y para los esclavos, cuarenta. En cambio, para la fabricación de vino, la pena era más abstracta: «la corrección que sea necesaria para reprimir y prohibir esa conducta […] se intensificará la corrección y la prisión hasta que aparezcan en el reo signos de arrepentimiento», lo que permitía toda clase de castigos más severos.

Conclusiones

Pasar las noches en la taberna, entre los vapores de la embriaguez era, evidentemente, cosa tan corriente en Córdoba como en Bagdad o en cualquier otra gran ciudad oriental por la misma época. El libertinaje estaba apenas refrendado por las amonestaciones de los alfaquíes o por la brutal represión de los agentes del jefe de policía.

Lo que llama la atención, por tanto, en la Península Ibérica, es el factor añadido que supuso la convivencia con la comunidad autóctona cristiana. En primera instancia, como una confluencia que facilitaba la obtención del vino y dio lugar a unos debates más abiertos y una permisividad generalizada. Y después, durante la segunda mitad de la presencia musulmana, como el movimiento bélico que presionaba a los musulmanes y provocó el endurecimiento de las normas y los castigos en los periodos almorávide y almohade, alcanzando una postura irreconciliable.

La relación con el vino, tan dispar entre ambas culturas, permite conocer mejor el curso de su convivencia e intercambio cultural. Al mismo tiempo, sus posiciones opuestas muestran por qué no se produjo un sincretismo, e incluso por qué el reino de España, una vez derrotados los musulmanes, pudo tomar medidas —tan faltas de empatía— contra su modo de vida.

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