Volvemos a ponernos el morrión, cargamos el arcabuz y alzamos la pica para ponernos en marcha en este largo viaje. Y es que nos trasladamos de Castelnuovo hacia los Países Bajos, el Turco y sus temibles jenízaros son sustituidos por los feroces reformistas cristianos de estos territorios encabezados por el neerlandés Jerome de Tseraarts, aliado con los ingleses para arrebatar la plaza de Goes a la Corona Hispánica.
Primero de todo, ¿cómo funciona un tercio?
Los tercios tenían una estructura piramidal con una organización bastante moderna durante su época. Su nombre solía depender de donde había sido levantado su primer campamento, sin embargo, otros llevaban el nombre o apellido de su maestre, como es el caso del tercio de Sarmiento como vimos en Castelnuovo.
En lo más alto se encontraba el maestre de campo, designado por el rey para ejercer el mando del Tercio. Llevaba a sus espaldas a 8 alabarderos que le servían de escolta mientras recorría los campamentos. Sus labores eran tanto militares como logísticas, se preocupaban de impartir justicia y de aprovisionar a las tropas. Para llegar a este puesto, el maestre electo tenía que haber tenido una carrera intachable y llena de fama, tal es así que sus hazañas llegaban a oídos del rey, el único que podía darle el cargo. El maestre además mandaba sobre una compañía (alrededor de 300 hombres), que solía ser la más experta y reputada. Además, eran los únicos que podían licenciar y traspasar a los soldados a otros tercios.
Al servicio del maestre, se encontraba el sargento mayor, éste mandaba sobre los capitanes y transmitía las órdenes de su superior. Velaba por el uso correcto de las formaciones y sobre donde se alojarían en tiempos de paz. Para esta segunda función, se encontraba apoyado por el furriel mayor, aquel que alojaba directamente a los soldados y se encargaba de pagarles. El furriel era lo más parecido a un contable, pues también llevaba la economía del tercio, incluido sus provisiones bélicas como la munición.
Debajo del sargento mayor estaban los capitanes, que tenían la obligación de gestionar las distintas compañías. Solo podían ser elegidos por el rey, pero estaban bajo las órdenes directas de sus dos superiores, el sargento mayor y el maestre de campo. Tenían que intentar mantener la disciplina de sus hombres. Un paje les hacía de asistente, incluso durante la batalla, dónde debían protegerlos con su propia vida. Al lado del capitán se encontraba el alférez que ejercía como su mano derecha y que podía incluso sustituirle en caso de ausencia del capitán. Junto a este, un alférez de menor graduación portaba la bandera.
Cada compañía contaba además con un sargento que transmitía las ordenes de los capitanes y se encargaban de mantener la disciplina y el respeto en el tercio, pudiendo incluso castigar físicamente a los soldados. Establecía las guardias y se aseguraba de que todo estuviese a punto. Tenía que supervisar a los cabos, que mandaban sobre un octavo de las fuerzas de la compañía, (solían ser 25 hombres) no podían estar casados, ya que, técnicamente, debían emplear su vida a sus soldados, a los que adiestraba y cuidaba. Un ejército desunido, es un ejército derrotado, así que su función principal era velar por la buena relación entre los soldados, a los que agrupaba en camaraderías viendo cuales eran más afines o cuales no. En la teoría, debía ser un modelo ejemplar, en la práctica, muchos llevaron a cabo el bandidaje, razón por la que eran castigados.
Las órdenes en el campo de batalla se difundían mediante la música de los tambores, lo que desembocó en un auténtico lenguaje musical que había que entender para saber cuándo hacer determinadas acciones (marchar, retirarse…).
Como auxiliares también se encontraba un órgano de justicia formado por alguaciles, carceleros y verdugos, que llevaban a término la justicia del rey dentro del tercio. Eran lo más parecido al derecho militar que conocemos hoy en día. Dirigían a una especie de policía militar que velaba por la seguridad.
Estamos hablando del siglo XVI, así que la religión tenía un papel esencial en el ejército. Para ello, cada compañía tenía un capellán que se encargaba de ofrecer misa y llevar el evangelio. Llevaban la extrema unción a los soldados cercanos a la muerte y oficiaban misas. No podemos olvidar que una de las dimensiones de la Guerra de los 80 años es la religiosa, los capellanes eran el blanco perfecto para los caballeros protestantes que creían que Roma había prostituido el cristianismo.
Respecto al sistema de reclutamiento de un tercio, era realmente curioso y daba pie a la especulación. Para evitar que se pagasen más soldados de los que realmente había reclutados y que así se hiciese dinero a costa del ejército, la corona creó un puesto de funcionariado llamado «comisariado de muestras«. Su misión era la de asegurarse de que las nuevas unidades habían sido formadas de verdad. Para poder afrontar gastos inesperados, los capitanes crearon las «plazas muertas» plazas inexistentes de las que se percibía dinero. Esto en la práctica era ilegal, pero si no excedían en gran tamaño su número no estaba especialmente mal visto y se pasaba por alto.
Poniéndonos en situación
En 1559, Margarita de Parma era elegida para gobernar los Países Bajos. Era la hermanastra de Felipe II y esta situación le daba cierto renombre político. Entre sus primeras acciones destacó el nombrar a Guillermo de Orange Estatúder de Holanda, Zelanda y Utrecht, mientras que Egmond, el héroe de San Quintín lo sería en Flandes y Artois. Con este gesto, ambos pasaban a convertirse en dos de las figuras políticas más importantes del territorio y tendrían que lidiar con los representantes de Felipe, Granvela y van Aytta. Sin embargo, el recelo hacia el monarca castellano era importante ya que le veían como a un extranjero, no como en el caso de su padre, Carlos V.
Guillermo de Orange mostró pronto su disgusto hacia Granvela y planteó una política de oposición hacia éste. De hecho, se empezó a distanciar de la iglesia católica casándose con la hija de un antiguo príncipe reformista. Sin embargo, mientras hacía esto, enviaba cartas a Felipe II para recordarle que le era fiel. Por acciones como estas, Guillermo es conocido como «El Taciturno», y no es porque no hablase, sino porque nunca se sabía realmente que pensaba.
Por su parte, Granvela intentaba luchar contra la herejía y sus medidas hacían que el poder central se fortaleciese. Esto no gustaba a ningún noble, ya fuese católico o protestante, lo que causaría problemas más adelante. En 1560, algunos nobles ya toleraban e incluso practicaban el protestantismo. Paralelamente, Margarita de Parma retiró a los tercios del terreno en un intento conciliador. Esto consiguió calmar los ánimos, pero Granvela volvió a empeorarlos cuando fue nombrado cardenal en 1561; aún así, fue dispensado de ir a Trento por Pio VI, esto enfadó a los estatúderes que dimitieron alegando que realmente el único que mandaba era el recién ungido cardenal.
Ya en 1562 la situación empezaría a ser ingobernable, y más adelante en 1565 los nobles cercanos al protestantismo firmarían un pacto en el que querían forzar la libertad religiosa en sus territorios. Este documento se conocería como «Compromiso de los nobles» que sería entregado al año siguiente en Bruselas a Margarita de Parma. Fueron acusados de piratas y mendigos, pero Margarita no tenía la suficiente fuerza como para dar un golpe de mano y la autoridad real iba disminuyendo a pasos agigantados. A cambio de un perdón general, este pacto de nobles se disolvió, pero se habían formado dos grandes grupos, los partidarios del rey y los contrarios a éste.
La escalada hizo que Margarita empezase a reclutar regimientos valones y a sofocar distintos altercados. Al norte, los rebeldes hacían lo mismo pero vieron mermadas sus fuerzas cuando tres importantes nobles se negaron a rebelarse contra el rey: Egmond, Horn y Hoogstraten. Asimismo debido a la inacción de la nobleza que debía proteger sus territorios, se llevó a cabo una revuelta iconoclasta y se incendiaron y quemaron obras de arte y edificios religiosos. Al final, como vieron que la situación se descontrolaba, decidieron actuar y forzaron a los calvinistas protestantes a convertirse al catolicismo en la zona valona.
Ciudades como Ámsterdam, Maastricht o Amberes también volvieron al catolicismo. Visto esto y que se estaba levantando un ejército para llevarlo a Flandes, los nobles rebeldes huyeron del país. El taciturno se fue a su castillo en Alemania, otros se fueron a Inglaterra. Al cargo del ejército llegaba Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba. Margarita de Parma dimitiría y por lo tanto el férreo duque de Alba quedaba al mando. Su primera acción de renombre fue crear el Tribunal de Tumultos, que juzgaría a aquellos que desequilibraron el orden público.
Entre las figuras más destacadas que fueron ejecutadas por este tribunal destacan Egmond-que además era íntimo amigo del Duque- y Horn. Fueron juzgadas 9000 personas y más de 1000 murieron ejecutadas por los verdugos de la monarquía.
En el 1568 todo tenía visos de terminar pronto, sin embargo, Guillermo de Orange prácticamente reinventó la propaganda bélica y llevó a cabo -apoyado por la imprenta- una guerra psicológica en la que creó cientos de panfletos que se basaban en la crueldad de los españoles que estaban destruyendo a los Países Bajos bajo su férreo gobierno. Continuaba así la famosa Leyenda Negra española en la que ciertamente, algo había de cierta. La inteligencia de Guillermo le hizo cargar contra la crueldad del Duque de Alba, lo que le daba un halo de libertador que atraía las conciencias de muchos que veían con recelo al Grande de España.
Reclutando un poderoso ejército, Guillermo se internó en el campo de batalla y venció inicialmente al Tercio Viejo de Cerdeña. Luego, Fernando Álvarez se puso al frente del ejército y venció al hermano de este en Jemmingen al que causó un número enorme de bajas. Con Luis de Nassau fuera de juego, solo faltaba el ejército de Guillermo que contaba con 30.000 hombres, la mayoría mercenarios alemanes sin más lealtad que el oro.
El Duque, con 15.000 infantes y 6.000 caballos se dirigió a su encuentro hostigándole la retaguardia sin llegar a atacarle. Esto hizo que el ejército enemigo se fuera desgastando mientras se quedaban sin suministros. Al final, tuvieron que volver a Alemania fracasando en su proyecto de invasión. Pero la rebelión continuaría, incluso contactaron con el sultán otomano para que les prestara apoyo redoblando sus ataques por el Mediterráneo.
Provenientes de Inglaterra, atracaron en distintos puertos los conocidos como «mendigos del mar», neerlandeses calvinistas que querían continuar la guerra. Pronto Holanda y Zelanda cayeron en manos rebeldes mientras que desde Alemania 5000 soldados invadían de nuevo el territorio. Goes, en Zelanda, sería sitiada por estos mendigos y sería encargada la misión de levantar el cerco a Mondragón y Dávila.
El socorro de Goes
El 26 de agosto de 1572, Jerome de Tseraart, gobernador reformista de Flesinga, levantaba un ejército de 4500 calvinistas flamencos y franceses que serían apoyados por 1000 luteranos alemanes y 1500 anglicanos de Inglaterra comandados por Morgan y Gilbert. También contaban con una flota de 40 naves. Encontrarían resistencia en Goes – también llamada Targoes – por parte de 150 españoles y 25 valones que protegían la plaza fuerte del lugar dirigida por Isidro Pacheco. Como era evidente, no podían aguantar mucho tiempo así que el Duque de Alba le encargó a Sancho Dávila y a Cristóbal Mondragón socorrer a las fuerzas de la corona.
Sin embargo, había un gran problema, la poderosa flota rebelde -los mendigos del mar- dirigida por Worst había cerrado las bocas del Escalda, lo que impedía un socorro por mar, que habría sido lo más práctico. Así que, mientras la amenaza de la derrota se cernía sobre los hombres de Pacheco, Dávila y Mondragón buscaban una forma de ayudarle.
Mientras tanto, los soldados sitiados hacían alguna que otra encamisada para robar comida. Incluso se vieron en la capacidad de atacar la posición francesa, rompiendo una de sus trincheras y llevándose 7 prisioneros que colgarían de las murallas para amedrentar al enemigo.
El río Escalda tiene dos largos brazos hacia el norte y el oeste. Había una isla llamada Zuid-Beveland -ahora es una península, está unida al continente por un dique bastante largo que permite la agricultura en la zona- donde estaba Goes. Entre Brabante y Goes había una llanura que estaba anegada y a la que el agua llegaba al metro y medio de altura. Con la marea alta, la profundidad llegaba a los 3 metros.
Dávila y Mondragón decidieron cruzarlo de noche con 3000 españoles, valones y alemanes. El 20 de octubre de 1572, éstos soldados, al amparo de la noche cruzaron cerca de 17 kilómetros con la pólvora en el sombrero y las picas alzadas con bolsas de provisiones en sus puntas. Empapados y con frío, tardaron 5 horas en recorrer el peligroso lodazal mientras evitaban hundirse por los movimientos de tierras en las profundidades. Pero ellos tenían clara su misión, hacer pedazos a los que consideraban herejes y salvar a sus hermanos de armas. Cuando llegaron al otro lado de la costa, nueve soldados habían sido arrastrados por las corrientes y habían muerto ahogados. Al momento de arribar – en Yerseke – aún les faltaban 20km para llegar a Goes, donde fueron todavía más rápido para romper el cerco.
Cuando las tropas enemigas vieron llegar a los tercios por un lugar que no esperaban la moral cayó por los suelos y emprendieron una alocada retirada hacia sus naves. Las tropas de Pacheco salieron y atacaron la retaguardia anglo-neerlandesa con el resto de tropas de la corona hispánica causándole entre 800 y 2000 muertos. Habían hecho huir a un enemigo más numeroso utilizando el factor sorpresa y apenas sin alguna baja.
Dávila y Mondragón -este último llegaría a Maestre de campo de su propio tercio- serían recordados como héroes. Además, llevaban a otras grandes figuras de los tercios, como es el Coronel Verdugo, que lidiaría en Frisia durante 15 años contra los protestantes.
Bibliografía:
CAÑETE, Hugo A., Los Tercios en el Mediterráneo, Platea.
CAÑETE, Hugo A., La Guerra de Frisia, Las Campañas del Coronel Verdugo en el Norte de Flandes (1579-1594), Platea
CRESPO-FRANCÉS, Jose Antonio, La infantería legendaria en el Escalda. El socorro de Goes, por el coronel Mondragón. elespiadigital.com
TOCA, José María de y MARTÍNEZ LAÍNEZ, Fernando, Tercios de España. La infantería legendaria, EDAF
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