El ámbito geográfico del islam
La aparición del islam en la historia de la humanidad constituye un fenómeno de primer orden. Significaría el nacimiento de una potencia espiritual, política y económica cuyo desarrollo histórico tendría un impacto enorme en grandes áreas del mundo dentro y fuera de lo que se consideran sus principales zonas geográficas de alcance. Con más de 1000 millones de creyentes es actualmente la religión más extendida del mundo y 40 países de los 170 que forman la ONU se identifican con su cultura.
La revelación espiritual de Mahoma a principios del siglo VII debe su originalidad al hecho a haber aparecido en uno de los puntos de encuentro de los tres grandes conjuntos culturales de Occidente y Oriente Próximo: el mundo cristiano, en el que destacaba por su esplendor el Imperio Bizantino, heredero al menos en teoría de la cultura grecorromana del Imperio Romano de la Antigüedad; el Imperio persa sasánida, donde el culto zoroástrico mantenía vivo el ideal monoteísta junto a la llama de un pasado caldeo o iranio; y las comunidades judías, muy dispersas aunque dotadas de un gran dinamismo e importancia. El mundo islámico de los primeros siglos medievales se caracterizará por la implantación de un modelo totalmente nuevo con un sistema de valores propio que sin embargo tomará mucho de aquellas sociedades de griegos, godos y persas a las que progresivamente irá sustituyendo en el espacio geográfico oriental y mediterráneo. Beberá de esta diversidad preexistente para dar lugar a algo desconocido hasta entonces.
En el año 610, momento en el que comienza la profecía islámica, estos dos grandes imperios (Bizancio y Persia) cuentan con un poder político consolidado, una cultura hegemónica y un clero centralizado, pero son presa de importantes divisiones religiosas e ideológicas. En el Imperio Bizantino esto se plasma en el problema cristológico entre, monotelitas, monofisitas y nestorianos. Aún mayor era la diversidad del mundo persa, que solo se había convertido de manera aparente al zoroastrismo, existiendo en su seno importantes comunidades adscritas al judaísmo, el cristianismo, el budismo y el maniqueísmo, las cuales fueron en muchos periodos libres de practicar sus cultos y predicar sus creencias. En muchos casos las corrientes heréticas surgen como resistencia a la cultura dominante, ya sea griega o persa, así como para reafirmar la originalidad de los grupos sirviéndose de las polémicas teológicas.
A esta situación se añade el agotamiento provocado por la guerra encarnizada entre los dos imperios. De esta manera los árabes, hasta entonces recluidos en la reserva de valores y principio de libertad que siempre ha representado el desierto para los hombres, se introducen de manera gradual en los problemas políticos y religiosos de Oriente. En este sentido se destacaron una serie de reinos árabes dispuestos a modo de estados tapón entre los grandes imperios: los árabes gasánidas y los árabes lájmidas, enfrentados entre sí. Los gasánidas eran cristianos monofisitas que ocupaban el sur de Siria y eran vasallos de los bizantinos. Los lájmidas eran cristianos nestorianos difisitas que ocupaban el sur de Irak y que tras su derrota ante los persas se habían convertido en vasallos de los sasánidas.
Más allá se extendía la gran Arabia, cuna de los árabes y último resquicio del mundo conocido que presentaba importantes diferencias entre los extremos norte y sur separados por el hostil desierto. El norte era fundamentalmente nómada, un mundo de pastores caracterizado por un sistema de organización tribal basado en los vínculos de parentesco que establecían alianzas entre clanes e individuos. Dicha estructura tribal motivaba un estado de guerra constante entre los distintos grupos. Las tribus estaban sometidas a la autoridad de un jeque elegido por la comunidad que contaba con el respaldo de un consejo de ancianos y cuya misión consistía en preservar las costumbres de los antepasados. Estos árabes preislámicos eran en su mayoría politeístas y muy supersticiosos, adivinándose una raíz totémica en el culto a los espíritus, así como a numerosas deidades surgidas del sincretismo entre divinidades romanas, fenicias o babilónicas. Al sur, aislado de la evolución religiosa y cultural de los países semíticos por la barrera del desierto, existía en lo que hoy es Yemen el reino de Himyar, que levemente judeizado entre sus élites había iniciado su camino hacia el monoteísmo, aunque provisto de estructuras sociales y culturales arcaizantes como panteones locales o ciudades-estado, de las que destaca la existencia de castillos o ciudadelas construidas contra los ataques de los belicosos beduinos del desierto.
La explicación a la rápida expansión musulmana, aun cuando este sistema de creencias era en sus inicios defendido únicamente por una minoría y no se caracterizaba por una capacidad filosófica particular ni por mantener relaciones sostenidas con los principales centros de cultura de la época, se debe a que por primera vez el mundo árabe encuentra en el islam una originalidad propia que le permite desligarse de las expresiones extranjeras que lo ahogaban. En este sentido tendrá mucha importancia la resistencia del sur arábigo himyarita contra la conquista de los etíopes cristianos.
Los árabes se distribuían de esta forma por un vasto territorio, pese a sus diferencias todos ellos unidos y federados en torno al centro caravanero y religioso de La Meca, custodiado por la tribu Quraysh desde el siglo V. Este era un importante clan familiar de mercaderes y comerciantes que hicieron a su vez de guardianes de la ciudad y de la Kabba, templo en forma de cubo que contenía los ídolos politeístas de las distintas tribus árabes preislámicas. Los qurayshíes se verán muy fortalecidos por la posesión de este centro de peregrinación, pero sobre todo a raíz de los cambios sufridos por las vías comerciales. La decadencia de las rutas marítimas por el Mar Rojo y la de las rutas terrestres hasta el codo del Éufrates debido a la pugna entre persas y bizantinos desplaza el eje comercial hacia una nueva ruta caravanera entre Yemen y Siria, área cuyo contacto con el exterior hasta entonces se limitaba al comercio que mantenían con ciudades alejadas como Petra y Palmira.
Arabia antes de Mahoma
El propio fundador del islam será miembro de un clan menor de esta poderosa familia, en concreto Mahoma (Muhammad) nació en el seno de los Banu Hashim. Sin embargo, al difundir su nueva religión se convirtió en el peor enemigo de los Quraysh, por lo que los primeros conversos al islam fueron miembros de la familia más cercana del Profeta como su esposa Jadicha, su suegro Abu Bakr o su primo Alí. Su peregrinación comenzó en torno al año 610 a raíz de una serie de revelaciones en las que se le habría aparecido el arcángel Gabriel.
Las razones de la enemistad creciente de la oligarquía comercial de La Meca hacia esta nueva religión hay que buscarlas en los ataques del profeta al modo de vida de los ricos, en la negación de su omnipotencia y, sobre todo, al temor de que la predicación diera a Mahoma una personalidad política suficiente para ponerle al frente de la ciudad. A medida que sus seguidores comenzaban a aumentar en número, su acción crítica con el politeísmo lo convirtió en una amenaza para las tribus locales de La Meca, cuya riqueza se basaba principalmente en el gran negocio que era en definitiva la peregrinación a la Kaaba, lo cual explica que fueran precisamente los qurayshíes quienes en los inicios se resistieron más fuertemente al islam obligándole a exiliarse a la vecina ciudad de Medina y persiguiendo a sus partidarios.
Esta migración a Medina, conocida con el nombre de la Hégira, marca el principio del calendario islámico en el 24 de septiembre del año 622 de la era cristiana. Rompiendo sus vínculos con las lealtades tribales y familiares, Mahoma demostraba que estas eran insignificantes comparadas con su compromiso con el islam, una idea revolucionaria en la sociedad tribal de Arabia. Pero al mismo tiempo se presenta como un restaurador de los valores tribales tradicionales, aunque era crítico con el egoísmo y el orgullo provocados por el enriquecimiento y la irrupción de la economía monetaria. Asimismo, consiguió numerosos adeptos entre los libertos, ya que el islam prohíbe tanto el enfrentamiento como la esclavitud de musulmanes, lo que le daba un cierto carácter anti-aristocrático.
Del modelo hegirio al mediní
Una vez en Medina asumió un papel de mediador resolviendo las querellas entre los clanes árabes de la ciudad. Logró este fin absorbiendo a ambas facciones en la comunidad musulmana y prohibiendo el derramamiento de sangre entre los musulmanes. Esta rápida conversión supone la fundación del islam como comunidad universal: la umma. Se comprende así la gran nostalgia que suscita en toda la historia del islam esta primera comunidad musulmana de la Hégira…similar a lo que la Ciudad de Dios que describió San Agustín podría significar para un cristiano.
Además, otro aspecto importante del primer periodo en Medina es cómo comenzarán a definirse las relaciones del islam con otras religiones monoteístas, pues en esta ciudad vivían también varias tribus judías. De ellos se tomarán sin reservas algunas costumbres como las prohibiciones alimentarias o el ayuno, que se amplía a un mes lunar entero de abstinencia y continencia diurnas: el ramadán. Al mismo tiempo se refuerzan los lazos de doctrina. Mahoma esperaba que estas tribus lo reconocieran como un profeta que habría seguido a los anteriores Noé, Abraham, Moisés y Jesús, lo cual no ocurrió. En este sentido y para entender la forma de pensar que inspiraba este razonamiento conviene conocer el concepto de Hanif, que describe al hombre monoteísta que vive antes de la revelación del Corán, que ni es judío ni cristiano, pero que renuncia al culto de imágenes y de los astros. Él defendía que no estaba predicando una nueva religión, sino que estaba reviviendo la antigua y pura tradición que cristianos y judíos habían degradado. Algunos académicos afirman que Mahoma abandonó la esperanza de ser reconocido por los judíos y que por ello la alquibla, es decir, la dirección en la que rezan los musulmanes, fue cambiada del antiguo templo de Jerusalén a la Kaaba en La Meca.
Durante la estancia en Medina, los emigrados carecían de recursos y para atender a sus necesidades Mahoma instituyó la limosna legal o zakat como medio práctico de nivelar a los que nada poseen con los que vivían desahogados. Esta limosna se transformó más adelante en el impuesto obligatorio y único para los musulmanes. Fue entonces cuando Mahoma emitió el que será el primer código elemental para la vida civil islámica, la Constitución de Medina (622). En dicho código se tipifican los términos en que otras confesiones podían vivir dentro del nuevo estado islámico. De acuerdo con este sistema, a los dhimmis, denominación que incluye a los llamados pueblos del Libro (judíos, cristianos y mazdeístas) se les permitía mantener su religión mediante el pago de un tributo personal y otro territorial. No ocurre así con los practicantes de otras religiones consideradas paganas, que no serán tolerados. Este sistema definiría las posteriores relaciones entre musulmanes y miembros de otras confesiones dentro del califato, garantizando relativa estabilidad y siendo asimismo la razón por la que muchos acabarían convirtiéndose, de manera más o menos sincera, buscando quedar libres de dicho impuesto. Otra de las fuentes de ingresos del islam procederá del botín, del que se reserva la quinta parte el jefe de la comunidad, que dispone igualmente de las tierras conquistadas por los creyentes durante la guerra santa.
El principal resultado de la Hégira es la militarización de la comunidad y la vida basada en el botín obtenido por la umma hegemónica. De esta forma Mahoma se convirtió en un caudillo no sólo religioso, sino también político y militar. Las relaciones entre La Meca y Medina se deterioraron rápidamente. Todas las propiedades de los musulmanes en La Meca fueron confiscadas. Por su parte en Medina, Mahoma lograba alianzas con las tribus vecinas, que comenzaron a asaltar las caravanas que se dirigían a La Meca en una serie de escaramuzas. El propio Mahoma encabezó algunos de estos asaltos a lo que los mequíes decidieron contestar con una represalia contra los musulmanes enviando un ejército a invadir Medina. En el 624 una de estas escaramuzas deriva en lo que se conoce como la Batalla de Badr y en la que si bien los mahometanos eran muy inferiores a sus enemigos ganaron la contienda capturando a los principales líderes qurayshíes. A raíz de estos hechos Mahoma confirmó su autoridad mientras que el islam se consolida como una religión expansionista y combativa.
De la predicación a las armas
El conflicto se recrudece durante la llamada Batalla de la Trinchera en la que los mequíes formaron coalición con los clanes judíos que habían sido expulsados de Medina. La victoria será para los musulmanes, que entonces aprovecharon para expandir su influencia hacia el sur de la península arábiga a través de conversiones o conquistas de varias ciudades y tribus llegando hasta los confines siro-palestinos. Los éxitos militares de los creyentes anularon el comercio de La Meca obligando a sus líderes a convertirse para salvaguardar sus intereses mercantiles. Las tribus de beduinos se sometieron igualmente a una doctrina que en definitiva coincidía con las costumbres por ellos practicadas.
En el 628 la posición de Mahoma era lo suficientemente fuerte como para llegar a un tratado con las autoridades mequíes que les permitía hacer una peregrinación pacífica a La Meca para realizar la circunvalación de la Kabba el año siguiente. Dicha peregrinación garantiza a los qurayshíes que la ciudad continuara siendo el centro político y comercial de Arabia pese a la islamización definitiva del santuario que se completa cuando en el 630 Mahoma acudió a la ciudad a la cabeza de un ejército de más de 10.000 hombres y la conquistó para el islam sin encontrar resistencia pues el caudillo enviado a detenerles, se convirtió al islam y la ciudad no tuvo más remedio que capitular. Una vez hecho esto destruyó todos los ídolos de la Kaaba y prohibió a los no musulmanes peregrinar a La Meca. La importancia de este suceso radica en el significado simbólico inherente a la propia ciudad. La Meca proveía a las atomizadas tribus arábigas de un punto de referencia en común, hasta ese momento de manera informal, pero desde el cual una vez conquistada la ciudad se pudo estructurar la expansión islámica asegurando su hegemonía sobre las tribus árabes. Si bien, aunque desde ese momento se convirtió en la ciudad sagrada del islam la capitalidad permanecería en Medina por largo tiempo.
El estado mediní se encarna en el monumento por antonomasia del islam: la mezquita. Aunque la Kaaba es tenida por los musulmanes como la primera de las mezquitas, construida por Adán hasta que se elevara a los cielos salvándose del diluvio universal y reconstruida por Abraham después será la Al-Masjid Al-Nabawi o Mezquita del Profeta, en Medina, aquella que sirva como ejemplo de un modelo que se repetirá durante siglos. A medida que los musulmanes fueron extendiéndose por otras partes del mundo llevaron consigo este modelo arquitectónico a imitación del original. Se caracterizará por su complementariedad de funciones, siendo a la vez lugar de culto, lugar de reunión, fortín militar y representación del poder político.
Para la muerte del Profeta se han establecido ya los principios de un Estado y de una sociedad. Tenemos en primer lugar los cinco pilares del islam: la profesión de fe monoteísta, la oración, el ayuno del Ramadán, la peregrinación y la limosna. Además de todo esto están las buenas costumbres marcadas por Mahoma en sus dichos o hadices, discutidos tras la muerte del mismo serán jerarquizados en la práctica consuetudinaria y organizados en corpus por los doctores de la ley. Estos corpus constituirán la Sunna, la segunda fuente de la ley musulmana después del mismo Corán. Entre los mismos se incluyen prácticas como la circuncisión, la prohibición de la representación de la figura humana y la yihad, término que alude al “esfuerzo” del musulmán por tres partes: el esfuerzo interno requerido para subsistir en la fe musulmana tanto como sea posible en vida, el esfuerzo requerido para construir una buena sociedad musulmana y por último la guerra santa como esfuerzo militar contra los impíos y contra los que desconocen a Al-lāh. Aunque la guerra santa no es del todo aceptada por los juristas, sí será comunmente utilizada por el poder civil basándose en las expediciones y guerras dirigidas por Mahoma en persona durante su estancia en Medina. Estos preceptos fueron la base para el comienzo de la expansión árabe, pues la obligación de los creyentes a practicar la guerra santa en defensa de la fe favoreció la incorporación de soldados a los ejércitos árabes y a dejar de luchar entre sí.
El problema de la sucesión
Sirviéndose de la presión militar, la negociación política y de convenientes enlaces matrimoniales Mahoma convirtió a las belicosas tribus árabes en un pueblo unido y las embarcó en una expansión sin precedentes. A la fecha de la muerte de Mahoma, este había unificado toda la península y expandido la religión islámica en esta región, así como en parte de Siria y Palestina. Por otro lado, las relaciones y alianzas que Mahoma realizó en vida eran a título personal y no se preveía que durasen más allá de su muerte, algo muy común en las tribus árabes, de esa forma aprovecharon para desvincularse de sus pactos por el precario equilibrio derivado de tener que nombrar un sucesor.
Mahoma falleció en el año 632 sin especificar quien sería su sucesor ni cómo habría de ser elegido. La elección resultó controvertida y determinó la futura escisión del islam en sunnismo y chiismo. Esto revela una debilidad que será constante a lo largo de la historia del islam como es la legitimidad del poder, que traerá siempre consigo la aparición de facciones enfrentadas, episodios trágicos y divisiones. Para suceder a Mahoma sus seguidores actuaron de acuerdo a la tradición de las tribus beduinas para elegir al jeque, los miembros de los diferentes consejos de ancianos y los jeques de las tribus más importantes reunidos decidieron elegir al hombre de más experiencia entre ellos que además estaba emparentado con el Profeta por lazos de sangre. Abu Bakr, padre de Aisha, la tercera mujer de Mahoma, fue elegido por los líderes de la comunidad musulmana como el sucesor de este. Sin embargo, para los chiíes el propio Mahoma ya había designado un sucesor antes de morir, este sería Ali Ibn Abi Talid o simplemente Alí, primo y yerno de Mahoma casado con su hija Fátima, y los descendientes de ambos serían entonces los verdaderos líderes del islam.
Pero el destino quiso que Abu Bakr se convirtiera en el primer Califa, palabra procedente del árabe jalifa que significa «sucesor». A partir de entonces los sucesores de Mahoma serán los califas, líderes a la vez políticos y religiosos, que inicialmente debían pertenecer a la tribu Quraysh. Como religiosos no tenían poder para prescribir ningún dogma, pues se consideraba que la revelación divina había sido completada y puesta de manifiesto a través del último de los profetas que era Mahoma. Así se inaugura el periodo de los Califas Ortodoxos que abarca los califatos de Abu Bakr, Umar, Utman y Alí…pero eso es otra historia.
Bibliografía
Bresc, Henri., Guichard, Pierre., y Mantran, Robert (2001). Europa y el Islam en la Edad Media. CRITICA.