Los enfrentamientos con el segundo máximo exponente de Perú, Diego de Almagro, como hemos visto en nuestros artículos: Pizarro y Almagro (I): Guerra Civil entre los conquistadores del Perú y Pizarro y Almagro (II): Guerra Civil entre los conquistadores del Perú inauguraron un periodo de esplendor y de completa hegemonía para el clan Pizarro en todo el territorio de soberanía española en Sudamérica, no obstante, las heridas que la guerra dejó abiertas no se habían cerrado, pues los partidarios de Don Diego de Almagro habían caído en completa marginalidad, ruina y desgracia. Sin embargo, las esperanzas de estas facciones de recobrar el poder seguían vivas, pues Diego de Almagro «el mozo», hijo y heredero de todos los títulos del conquistador castellano, seguía vivo y bajo custodia de Diego de Alvarado hasta que cumpliese la mayoría de edad como su padre estipuló en sus testamento y su última voluntad.

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Francisco Pizarro de Daniel Hernandez Morillo 1929, Biblioteca Municipal, Municipalidad de Lima – Lima, Perú

Tras la ejecución de Almagro, ordenada por Hernando Pizarro, Diego de Alvarado solicitó Cuzco para la gobernación de «el mozo», tal y como se había estipulado en los mandatos reales hasta que las delimitaciones territoriales se completaran. A estas peticiones, Francisco Pizarro se negó en rotundo haciendo que un apenado Alvarado regresara a España a la par que rechazó los privilegios de los mismos almagristas, condenándolos a una especie de exilio dentro del mismo territorio del Perú.

Auge del clan Pizarro: el principio del fin

La muerte de Diego de Almagro no sólo había supuesto la victoria del clan Pizarro sobre su principal compañero y competidor en el territorio, el cual reclamaba como capital para su gobernación, Nueva Toledo, Cuzco, la joya del Imperio Inca, sino que daba la oportunidad a Francisco Pizarro y a sus hermanos de iniciar empresas en solitario, desde que desembarcaron ambos conquistadores en Panamá.

Siendo la máxima autoridad política de facto, debido a que el rey se encontraba a miles de kilómetros de Perú, en la Península Ibérica, quien ejercía el poder real era Francisco Pizarro, que tras el conflicto, se quedó durante una temporada en Cuzco y alrededores en vez de regresar a su lugar predilecto, la recién fundada Lima. Desde dicha zona andina, se encargó personalmente de ordenar y hacer los repartimientos en las expediciones del Alto Perú, donde creía que se localizaban importantes yacimientos mineros.

Además, el extremeño, centró gran parte de sus esfuerzos durante esa etapa para sofocar los continuos ataques que Manco II llevaba a cabo sobre las aldeas agrícolas y sobre las lineas de comunicación españolas. Sin embargo, todas las expediciones con el objetivo de acabar con Manco Inca fueron un total fracaso ya que este, se refugió junto a sus hombres en Vilcabamba la vieja, población que se encontraba en un lugar de difícil acceso para las huestes castellanas y a la que no podían llegar con la fuerza suficiente como para acabar con las fuerzas del emperador incaico.

En el ámbito político, tomó la decisión de destituir a Belalcázar como gobernador de Quito. No obstante, esto no se pudo llevar a cabo al completo, pues Belalcázar había iniciado a cabo una exploración en el norte con el objetivo de encontrar El Dorado, marchando hacia la Península Ibérica junto a Ximénez de Quesada posteriormente.

Con el objetivo de poder ejercer el acto de fundación de un mayor número de ciudades y así mejorar la comunicación entre los puestos ya establecidos y reducir la distancia que separaba Ciudad de Reyes y Cuzco, aguardaba la llegada de Hernando Pizarro desde Castilla con una serie de cédulas en blanco firmadas por Carlos I, las cuales le otorgarían legitimidad para poder llevar a cabo las diferentes fundaciones. Una de las más destacadas que se fundó en este periodo fue la Villa Rica de la Plata, la actual Sucre. No obstante, Pizarro no podría ver lo que seis años más tarde se convertirá en la principal fuente de plata de toda Sudamérica: el Cerro Rico de Potosí.

Mientras todo esto sucedía, los antiguos partidarios de Diego de Almagro eran completamente marginados por Pizarro, los cuales no recibían proyectos de expediciones o repartimiento alguno en las explotaciones mineras o agrarias. Las crónicas de Cieza llegan a narrar que la situación de estos era tan precaria, que algunos grupos de almagristas solo podían permitirse una única capa, la cual permitía únicamente salir a una persona mientras que el resto aguardaba en casa. El gobernador, pese a los consejos de su entorno más cercano, no tomó ninguna medida para solucionar el ambiente hostil que estaba generando entre los almagristas, algo que a la larga le saldrá muy caro.

A la par, Francisco Pizarro, retenía junto a él en su palacio de Lima, al que regresó definitivamente en 1539, a Diego de Almagro «el mozo», al que mandó con Francisco de Chaves debido a la tensa situación de convivencia que vivían en el lugar. No obstante, Hernando, antes de marchar a España con una partida de oro para Carlos V, advirtió a su hermano que estas medidas resultaban insuficientes ya que los rumores de una intriga en su contra estaban más que confirmados, pues los almagristas se estaban armando para dar un golpe en contra de su persona, pidiendo que enviara al mozo a Castilla con él para calmar los ánimos de los posibles conspiradores.

Mientras tanto, llegaba a Panamá el funcionario Vaca de Castro con el objetivo de solventar definitivamente los problemas que había respecto al establecimiento de las delimitaciones territoriales de Nueva Toledo y Nueva Castilla. Del mismo modo, el licenciado portaba documentos reales que otorgaban a Francisco Pizarro el título de Marqués de la Conquista, como premio de Carlos I por la labor del extremeño en el Perú.

Otra de las decisiones que encendió de manera definitiva el enfado de los almagristas fue la orden dada por Pizarro en 1540 de enviar a Pedro de Valdivia a conquistar Chile, territorio perteneciente a la gobernación de Nueva Toledo y que, por testamento, Diego de Almagro había legado a su hijo.

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El ocaso de los conquistadores: la muerte de Francisco Pizarro

Esta situación de calma tensa se prolongó hasta junio de 1541 sin ningún incidente destacable, pese a que el rumor constante de asesinato no paraba de resonar en la ciudad de Lima y en la mente del ilustre conquistador extremeño, Francisco Pizarro. El marqués, con la sospecha de que tras este inminente atentado se encontraba Juan de Rada, le ordenó que fuera a palacio para una reunión, en la que el almagrista desmintió toda sospecha de conspiración y alegó que las armas que estaban adquiriendo era para la defensa de los suyos, pues se rumoreaba que Hernando Pizarro podía instigar al marqués para acabar con los hombres que estuvieron en su día de parte de Almagro.

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Palacio del Gobierno de Perú, ordenado construir por Francisco Pizarro para su residencia habitual en Lima en el año 1535

Pese a que Pizarro se despidió de Rada cordialmente, tomó la amabilidad del extremeño como una astuta maniobra para que los almagristas bajaran la guardia y cayeran rápidamente bajo la espada de los hombres del marqués, por lo que instó a sus hombres de que el asesinato se debía culminar con presteza. Pese a que Francisco había enviado de nuevo a Carvajal para hablar con Rada e informarle de que no planeaba nada en contra de los suyos, al día siguiente, la ciudad de Lima amaneció con gritos de «¡Viva el Rey, mueran los tiranos, Almagro, Almagro..!». 

Pizarro, pese a recibir estos rumores con cierta incredulidad, decidió no salir a misa como hacía cada mañana por precaución y que se la diera el obispo de Quito en la capilla de su palacio. Cuando el marqués se encontraba acogiendo la visita de un grupo de amigos suyos, uno de sus pajes entró a palacio al grito de «¡Al arma, al arma, que todos los de Chile vienen a matar al Marqués!».

Como sucedió en el anterior conflicto entre el clan Pizarro y Diego de Almagro, los rumores influyeron de manera decisiva en los partícipes de ambos bandos, dando lugar a una serie de confusiones que apresuraron unos hechos que se podían haber evitado perfectamente si ambas partes hubieran dialogado con calma, pues esa misma mañana, Juan de Rada era informado por uno de los suyos sobre que Pizarro estaba recibiendo una serie de visitas en palacio y que el objetivo de las mismas era solucionar el constante problema que planteaban «los de Chile». Esto hizo que Rada se apresurara a empuñar su espada junto a García de Alvarado, Francisco Chaves, Arbolancha y Juan de Guzmán, los cuales portaban cotas, dos ballestas y un arcabuz con los cuales se dirigían a palacio.

De esta manera, la mañana del 26 de junio de 1541, los almagristas irrumpieron rápidamente en palacio, dando muerte a uno de los guardias de Pizarro y haciendo que algunos de los invitados del marqués huyeran del lugar, llegando a arrojarse por las ventanas. No obstante, algunos de los hombres se pusieron por delante de Pizarro para protegerle mientras otros tantos protegían su retaguardia. Mientras tanto, unos pajes ayudaron a Francisco Pizarro a colocarse su armadura, mientras este desenvainaba su espada esperando a los conspiradores sin temor alguno.

Francisco de Chaves, amigo de Pizarro y homólogo del partidario almagrista de mismo nombres, junto al arzobispo de Quito, cometió el craso error de abrir la puerta para intentar dialogar con los insurrectos, siendo herido instantáneamente en el cuello y empujado por las escaleras por uno de los almagristas, que penetró en la sala junto a sus compañeros, apresurándose hacia la instancia en la que se encontraba el marqués.

En la misma puerta de la habitación, Juan Ortiz de Zárate frenó a los amotinados con una alabarda, no obstante, Narváez, logró colarse en la habitación, acabando con la vida de Francisco Pizarro, de 64 años en aquel momento, con una serie de estocadas que le asestó en el cuello y en la parte de la armadura del marqués que se encontraba entreabierta.

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Grabado del siglo XIX que ilustra la estocada que dio muerte a Pizarro

Cuentan las crónicas de Pedro Pizarro y de Cieza, que en el momento de su muerte, Francisco Pizarro dibujó con su propia sangre en el suelo de la instancia una cruz, pues debido a su analfabetismo era uno de los pocos símbolos que sabía hacer, y que mientras se desvanecía la luz en su ojos y la vida en su corazón exclamó «¡Jesús!». Junto al cuerpo del marqués, yacían muertos también sus pajes y amigos suyos como Martín de Alcántara, que habían caído defendiendo la vida del gobernador.

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Tras el asesinato de Francisco Pizarro, su palacio fue saqueado y sus restos fueron expuestos en la plaza de Lima mientras que los conspiradores iniciaron un periodo de persecución de los partidarios del marqués, a la par que se hacían temporalmente con el relativo control de la ciudad, llegando al punto de nombrar regidores.

Fue la cuñada de Pizarro, Inés Muñoz, quien una noche y con la ayuda de sus criados, trasladó el cadáver del gobernados y de los hombres que perecieron junto a él hasta una iglesia en Lima, donde les hicieron una sepultura provisional, a la par que ocultó a los hijos del marqués en una serie de casas y conventos para evitar que cayeran bajo la espada de los Caballeros de la Capa, nombre que se dieron los almagristas que asesinaron al extremeño.

Posteriormente, los restos de Francisco Pizarro recibieron sepultura bajo el altar mayor de la Catedral de Lima, donde se encuentran actualmente.

En el año 1983, los restos del marqués fueron analizados por el arqueólogo peruano, Hugo Ludeña, confirmando que el maltrecho cuerpo de Pizarro recibió 16 estocadas antes de morir.

La muerte de Francisco Pizarro no puso fin ni mucho menos al longevo conflicto que se estaba dando en Perú desde hace más de una década, sino que fue otro capítulo más en la crónica de enfrentamientos fratricidas que estaban teniendo lugar entre los conquistadores castellanos.

En septiembre de 1542, Diego de Almagro «el mozo» y los Caballeros de la Capa morirían en la Batalla de Chupas. Por su parte, Hernando Pizarro no volvería a Perú, pues fue apresado en el castillo de Medina, lo que no impidió que se casara con su sobrina Francisca para conseguir las posesiones de su difunto hermano. A su vez, Gonzalo Pizarro pereció en una nueva guerra civil, acabada por el clérigo Don Pedro de la Gasca, quien centró sus esfuerzos en pacificar el ambiente hostil que había entre los conquistadores y peninsulares en Perú.

Bibliografía

BALLESTEROS, Manuel: Protagonistas de América: Francisco Pizarro, Historia 16 Quorum, Madrid, 1987.

LAVALLÉ, Bernard: Francisco Pizarro y la conquista del Imperio Inca, Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2005.

 

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