Durante más de tres siglos, el Imperio Neoasirio consiguió llevar a cabo una gran expansión territorial por Próximo Oriente. Las doctrinas tácticas y estratégicas de esta potencia no fueron el resultado de una innovación generalizada, sino de los perfeccionamientos de aquellas que ya se conocían desde el III milenio a. C., sobre todo en lo que respecta al dominio de la poliorcética, campo en el que los asirios destacaron de forma sobresaliente. Los bajorrelieves de los grandes palacios de las capitales asirias muestran un gran interés por representar este tipo de guerra, en el que se ilustran las múltiples técnicas de asedio que los asirios llevaron a cabo para aplacar la resistencia de los enclaves enemigos.
La primacía por el registro de asedios en las representaciones ha ocultado otras facetas de la forma de hacer la guerra del Imperio. Si bien sus manifestaciones son escasas, los enfrentamientos campales fueron frecuentes, esencialmente en aquellos territorios donde no destacaban grandes asentamientos por ser zonas mayoritariamente desérticas. En mayor o menor grado, de la doctrina táctica en la guerra de asedio efectuada por los asirios se podrían discernir algunas de las pautas básicas de comportamiento.
En cambio, los datos obtenidos no permiten un esclarecimiento de la táctica ordinaria que adoptaría el ejército asirio en campo abierto, ya que esta dependería más del contexto situacional de la batalla y de las fuerzas desplegadas por el enemigo. Esta última cuestión es la que, de una forma u otra, ha provocado una injusta sensación de vacío referencial sobre el arte de la guerra en batallas campales, que debería mostrarse independiente a la toma de ciudades.
En el presente trabajo se va a tratar de esclarecer un ejemplo de contienda en campo abierto, siguiendo las exhibiciones iconográficas y textuales de los bajorrelieves, para intentar demostrar que la revolución o el perfeccionamiento militar de Asiria también pueden ser percibidos desde otras perspectivas bélicas, como por ejemplo el aparato logístico o los servicios de inteligencia, y que el comportamiento táctico de las batallas campales, aunque posiblemente no muy revolucionario, sí que resultó esencial, al mismo nivel que los asedios, para la resolución de los conflictos políticos y proseguir con la expansión territorial.
¿Por qué he estimado oportuno afrontar este escrito? Ante esta cuestión, he de explicar que considero necesario la ampliación de la investigación sobre este tipo de enfrentamientos, ya que si es posible precisar las destrezas en el ámbito de la poliorcética, independientemente de que esta esté más respaldada en lo referente a una mayor disponibilidad documental, también se podría en aquel relacionado con el escenario de los episodios bélicos en espacios abiertos, siempre teniendo en cuenta, pero del mismo modo que ocurre en la guerra de sitio, que las fuentes antiguas son limitadas y que se debe recurrir al planteamiento general de hipótesis que sustenten tales hechos conforme al tiempo y al espacio histórico objetos del análisis.
Para llevar a cabo el desarrollo de este trabajo, he juzgado necesario dividir el estudio en cinco partes: un primer punto que permita describir brevemente los testimonios con los que se cuenta para el examen de los encuentros bélicos del Imperio Neoasirio; un segundo apartado que ofrezca las principales características del ejército neoasirio en cuanto a su composición y a su evolución estructural; una tercera parte que plantee los principales rasgos de las tácticas emprendidas por los asirios en campo abierto —utilizando como ejemplo una de las batallas mejor testificadas por las fuentes: la batalla de Til-Tuba—; una cuarta sección que englobe dos de los elementos más influyentes del éxito militar del Imperio: los servicios de inteligencia y el desarrollo de un aparato logístico imprescindible para fraguar el éxito de las expediciones militares, así como la iniciativa y la ventaja estratégica en todo momento; y, por último, toda una serie de conclusiones que vislumbren las habilidades tácticas de un Imperio que se sirvió de todos los recursos, tanto a nivel operacional como logístico, disponibles para imponerse sobre las demás potencias.
En materia del registro bibliográfico empleado he de apuntar que es imposible abordarlo todo en este espacio, por lo que se ha de sobreentender que la lista es incompleta y que las referencias de las propias obras citadas en el apartado correspondiente son de especial interés para engrosar las filas del aparato testimonial del tema a tratar. Sin más dilación voy a comenzar con una modesta descripción de las que sopeso que me han proporcionado una incalculable ayuda a la hora de realizar este estudio, siendo, en general, obras de carácter monográfico y artículos de revista.
Sin duda alguna, entre los trabajos del primer grupo he de destacar los escritos de Florence Malbran-Labat: L’armée et l’organisation militaire de l ’assyrie d ’après les lettres des Sargonides trouvées à Ninive, editada por Librairie Droz y publicada en 1982; y las dos partes de los libros de Giovanni Lanfranchi y Simo Parpola The Correspondence of Sargon II. Letters from the Northern and Northeastern provinces, editadas por la Universidad de Helsinki y publicadas en 1982. Ambas obras recogen numerosos testimonios de carácter epistolar procedentes, entre muchas otras, de las grandes colecciones de textos y cartas de Assyrian and Babylon Letters (ABL) o de los Cuneiform Texts procedentes de Babilonia y localizados en el Museo Británico (CT), lo que las convierte en referencias muy valiosas como materiales de fuente primaria. Estas dan cabida a extraer una visión holgada de interpretaciones sobre la estructura del ejército asirio, del aparato logístico, de los tamaños de los ejércitos, de la información geográfica de los territorios próximo-orientales, de las relaciones diplomáticas, o de la coyuntura en materia de política exterior del Imperio Neoasirio y sus objetivos geoestratégicos.
Por último, hay que mencionar los artículos de Davide Nadali como “Assyrians to war: positions, patterns and canons in the tactics of the Assyrian armies in the VII century BC”, en Di Ludovic, Alessandro y Nadali, Davide (eds.) Studi in Onore Paolo Matthiae, publicado en 2005, pp. 167-205, o “Assyrian Open Field Battles. An Attempt at Reconstruction and Analysis”, en Vidal, Jordi (ed.) Studies on War in the Ancient Near East. Collected Essays on Military History, publicado en 2010, pp. 117-152, en lo que atañe a la óptica del seguimiento de los bajorrelieves procedentes de los restos arqueológicos de los grandes palacios y de los diversos centros políticos del Imperio Neoasirio, que me han permitido conocer en detalle las averiguaciones y las hipótesis del desarrollo táctico de los ejércitos asirios. Asimismo, las detalladas monografías de Tamás Dezsó, como The Assyrian Army, I. The Structure of the Neo-Assyrian Army. 1. Infantry, editada por la Universidad de Eötvös y publicada en 2012, sobre la concepción y la evolución de las tropas del ejército asirio; o todo el material de apoyo proporcionado por instituciones como la del British Museum, que ostenta la mayor colección de relieves y bajorrelieves del periodo.
Las fuentes para el estudio de las batallas campales
Al igual que en otros periodos de la Antigüedad, el estudio del Próximo Oriente antiguo está ampliamente condicionado por los datos arqueológicos, iconográficos y textuales. En este sentido y desde el punto de vista militar, el Imperio Neoasirio llevó a cabo todo un programa de exaltación real a través de la representación de escenas de dominación, subyugación y victorias militares que han permitido, con las evidentes limitaciones, una reconstrucción del aparato táctico y logístico, siendo recursos, estos últimos, que fueron fundamentales para el mantenimiento de la cohesión y la supervivencia del Imperio.
Las inscripciones de los monarcas asirios, los textos de carácter epistolar y los bajorrelieves de los palacios aportan una valiosa referencia sobre los enfrentamientos entre el ejército asirio y sus enemigos. Estas fuentes de carácter oficial nos ofrecen, sobre todo, aspectos cronológicos como el año en el que se produce la campaña; nombres de reyes; testimonios sobre los enemigos de los asirios; la lista de los botines capturados tras la victoria; los uniformes, los armamentos, los campamentos militares; así como técnicas de asedio, deportaciones y escenas previas al comienzo de una batalla o su desenlace siempre victorioso.[1]
Por otro lado, destaca toda una documentación de estilo cotidiano que, salvo en los ejemplos de los textos jurídicos, no presentan datación por ser escritos de corte administrativa. Estos, a pesar de todo, nos otorgan una gama de información notable en cuanto a las necesidades logísticas del ejército asirio, al igual que todo aquello que tenga que ver con el posicionamiento táctico, las operaciones de asentamiento y pacificación de los territorios anexionados, y las negociaciones de paz.[2]
Estos recursos, principalmente los que provienen del primer grupo, sin embargo, lo que atestiguan es que estas batallas con frecuencia se producen en momentos previos o inmediatamente después a un asedio. Este apunte es de gran interés, ya que podría significar que las batallas en campo abierto se producirían siempre como antecedente a la conquista de enclaves o como consecuencia directa de dicha acción.[3] En opinión de Nadali, de esta hipótesis se podrían desprender dos ideas: la primera que las batallas serían concebidas como episodios secundarios del objetivo estratégico principal (la toma de un determinado enclave); y la segunda que estos choques campales se producirían más como respuestas a los desafíos de los pueblos bajo dominio del Imperio Neoasirio que por iniciativa de este, y que, salvo en algunos ejemplos, tendrían un resultado estratégico más incierto,[4] por lo que, tal vez, no interesarían tanto a nivel propagandístico.
Los bajorrelieves, por lo general, muestran escenas en secuencias independientes. Por este motivo, las batallas campales se suelen apreciar de manera significativa diferenciadas de las representaciones de ciudades o fortificaciones que, en su conjunto, mostrarían la perpetración de una campaña militar. En los registros textuales de la realeza asiria se pueden encontrar expresiones como kakku (guerra) o tāhāzu (batalla) que no incluyen elementos descriptivos del arte de la poliorcética perpetrada por los asirios. Esto podría dar a entender, siguiendo a Nadali, que se tratarían de términos asociados a las batallas campales, por un lado, o a la guerra, en un sentido amplio de la palabra, por otro, en relación con el desarrollo de una determinada campaña militar en la que posiblemente solo se produjeran enfrentamientos en campo abierto.[5]
En definitiva y a pesar de que, como se ha mencionado, los recursos de los que se dispone, aun sumando todas las fuentes, sean escasos, no es imposible la reconstrucción, al menos parcial, del funcionamiento del aparato militar del Imperio Neoasirio. En efecto, en el caso de las batallas campales, estas, mostrarían elementos más completos que en el caso de los asedios, ya que en estos tipos de enfrentamientos los asirios desplegaron todos los componentes bélicos de los que disponían, es decir, no solo emplearon la infantería, que era la protagonista por antonomasia en las técnicas de asalto a plazas fuertes, sino que en este ámbito también va a destacar el empleo frecuente y, como se apuntará, decisivo de la caballería y de los carros de guerra.
La composición del ejército asirio
El ejército asirio, al igual que ocurría con el de otras culturas de la Antigüedad, estaba formado por diversas unidades de combate, si bien hay que apuntar que la infantería jugaba un papel destacado en la mayoría de los enfrentamientos, independientemente de su naturaleza. La estructura del ejército del Imperio se puede diferenciar cronológicamente en dos periodos: uno correspondiente al siglo IX a. C., especialmente durante los reinados de Assurnasirpal II (883-859 a. C.) y Salmanasar III (858-824 a. C.); y otro durante la etapa de Tiglath-Pileser III (745-727 a. C.).
En el caso concreto de la infantería (Zuku), durante el primer periodo mencionado sobresalían dos tipos: la infantería regular y la infantería pesada. La primera iba equipada con cascos de bronce o hierro terminados en punta, escudos rectangulares, estos serían los escudos de torre de etapas más tardías, o redondos de mimbre, madera o bronce; armaduras de láminas, en las que por medio de pequeños revestimientos de cuero se cosían pequeñas placas de bronce o hierro; y armas como lanzas, arcos, espadas o dagas cortas (véase Figs. 1 y 2). La segunda consistía en el despliegue de arqueros y lanceros que disponían de armaduras pesadas de escamas, cascos puntiagudos y, como defensa, en ocasiones, disponían del apoyo de un compañero que portaba un escudo (véase Figs. 3 y 4). La infantería regular probablemente fuera reclutada mediante levas que afectaban a la población campesina, mientras que los miembros que pertenecían a las unidades de infantería pesada, seguramente, formarían parte de un ejército semiprofesional que podía ser permanente o no. Asimismo, desde el punto de vista étnico el ejército del Imperio Neoasirio era bastante homogéneo, es decir, estaba compuesto fundamentalmente por soldados de origen asirio.[6]
Respecto al reclutamiento de guerreros, no es fácil estipular a través de las fuentes cómo este se realizaba. Sin embargo, se cuenta con una carta (ABL 1009) hallada en los restos arqueológicos del palacio de la capital de Asiria, Nínive, que, pese a estar muy fragmentada, nos ofrece datos sobre varios contingentes armados de orígenes muy diversos como Cilicia, sur de Babilonia o el curso medio del Éufrates. El documento epistolar dicta lo siguiente:
“[…] Sobre las fuerzas armadas sobre las cuales el rey [mi señor] escribió en estos términos a su sirviente: «Dejen a mis intendentes rápidamente […] 2 caballos, 5 hombres […] carros de Guerra […] 50 (portadores de) escudos […] 3 arqueros kusitas […] 23 (soldados) de élite […] 12 kipriteanos […], 7 hindrianos [. ..], en los 2 caballos, 5 hombres […] 50 (portadores de) escudos, [50 arqueros (?)], un total de 100 soldados […] 5 caballos … de Nabu-ah -iddin […] caballo, 5 [… de] Gadia […] 3 arqueros […] 24 (de tierras de) Hilakku? […] 4 samirinianos (samaritanos) […] 1 samiriniano […] 23 maqamareanos (de) Asu, en los 128 [soldados …], 5 arqueros de Labdudu […] 4 labdudeanos de […] 12 labdudeanos de […] 4 labdudeanos de [. ..] 23 hindrianos […] 4 martaneanos […] 20 rahiqeanos […] 6 puekanos, en total 81 soldados, es decir, en total 209 (hombres) de Zababa- [eriba] , el hombre de las armas del […] intendente, el carro, 2 yeguas, 4 mulas, 14 asnos, 33 soldados para carros, 35 soldados […] 50 (portadores de) escudos, 95 habitantes de Bit-Sil […] del contingente de Nabu- […]; 20 de Kakzu, 20 de Kar-Ni [nli] 5 de Dur-Sennachib, 100 […]; en total, 400 […] carros, 2 mulas, 20 […] jinetes, 228 (portadores de) escudos, 126 soldados [arqueros (?) …], 4 […] 336 soldados. «[7]
En el segundo periodo la situación manifestó cambios profundos, esencialmente porque la expansión territorial del Imperio se intensificó. Las conquistas de Tiglat-Pileser III forzaron a la administración central a reformular la gestión del Imperio para procurar su supervivencia. De acuerdo con esto, se impusieron medidas militares que incluyeron la articulación de un ejército cuya estructura va a evolucionar hasta convertirse en un auténtico núcleo de tropas permanentes, kisir šarri , diferente de las milicias y las guarniciones provinciales.[8] Además, van a adquirir una importancia significativa, en este contexto, la incorporación de numerosos contingentes extranjeros reclutados, incluidos los oficiales, en los territorios anexionados o de los estados vasallos que pagaban tributos mediante la entrega de efectivos militares.
La incorporación de numerosos y nuevos grupos étnicos a mitad del siglo VIII a. C., se convierte en una práctica habitual como consecuencia de la ampliación fronteriza a raíz de las sucesivas conquistas. Esto se explica como un factor de necesidad estratégica o, dicho de otro modo, si bien la imposición de tributos era una práctica recurrente en el ejercicio del dominio asirio, se dieron cuenta de que necesitaban incrementar su ejército a medida que se precisaban y se destinaban más fuerzas para proteger las crecientes fronteras. De este periodo, por lo tanto, se incorporaron soldados extranjeros que, mayoritariamente, funcionaron como infantería ligera o cuerpos auxiliares del ejército asirio.
El equipamiento difería mucho de la panoplia tradicional asiria. Una de las diferencias más destacadas de esta infantería auxiliar reside en la morfología de los yelmos: mientras que los de los asirios terminaban en perfiles puntiagudos, los cascos de bronce de esta infantería auxiliar estaban rematados por una cimera crestada. Empleaban lanzas, espadas, escudos de mimbre o de madera, y les recubría una especie de placa circular de bronce para el pecho de origen neohitita (kardio phylax o irtu, protector del corazón), que se situaba en la citada zona por medio de dos bandas de cuero atadas entre sí en el interior (véase Fig. 5). Deszó nos informa de que en las representaciones escultóricas de Tiglath-Pileser III se encuentran soldados auxiliares o extranjeros con características diferentes: no llevan armadura, sino simplemente una pequeña protección en la cabeza y una falda corta, junto con un armamento limitado a arcos y a espadas cortas.[9]
¿Disfrutaban, estas tropas extranjeras, del mismo estatus jurídico que los soldados de origen asirio? Aun sin un cocimiento claro acerca de esta cuestión, sí que se puede intuir, por medio de los documentos epistolares y de las inscripciones reales, que no debieron tener una consideración muy distinta del resto de las fuerzas armadas asirias. De hecho, durante el reinado de Tiglath-Pileser III, se convirtieron en parte integrante del ejército asirio, independientemente del rol, infantería ligera o auxiliares, que cumplieran dentro de este. Algunos ejemplos en los sucesores del citado monarca, como Sargón II o Senaquerib, demuestran que los efectivos de procedencia extranjera incorporados al ejército asirio, que a veces se contabilizan en las fuentes por decenas de miles de hombres, se incluían sin más a las tropas reales asirias.
A grandes rasgos se podría afirmar que el ejército asirio estaba estructurado por un conjunto de ejércitos de muy diversas procedencias. No tendría por objetivo la imposición de un componente de unidad forzado, pero si que buscaría, en último grado, la estabilidad territorial del Imperio, convirtiéndose, este, en un enlace de cohesión y de integración en todos los ámbitos de la sociedad. Es interesante concluir este sistema de reclutamiento o de captación forzosa de efectivos militares con las palabras de Radner en referencia al ejército asirio:
“El ejército asirio estaba formado por muchos ejércitos, cada uno con su propia estructura de mando; su carácter compuesto puede ser visto como el producto intencionado de una estrategia real que pretendía limitar el elevado poder del ejército para proteger, así, su soberanía. Un enfoque útil y exitoso que contribuyó significativamente a la estabilidad interna de Asiria y a la longevidad de la dinastía real. Se permitió y se alentó a los diferentes contingentes que constituían el ejército asirio a preservar y a desarrollar sus propias costumbres e idiosincrasias: en lugar de forjar un ejército unificado, sus componentes individuales se encontraban envueltos en una intensa competencia por el afecto, el favor y el reconocimiento del monarca”.[10]
Durante el reinado de Sargón II encontramos una serie de datos en los anales reales que ejemplifican la entrega de tropas extranjeras tras una conquista, concretamente durante la toma del enclave de Samaria, donde el monarca incorpora 50 soldados capturados a su guardia real:
“Al principio de mi regio gobierno, yo… la ciudad de los samaritanos [sitié, conquisté]… [para el dios…que] me permitió coronar (este) triunfo mío… Me llevé como prisioneros [27.290 habitantes de ella] (y) [equipé] de entre [ellos (soldados para ocupar)] 50 carros de mi cuerpo real…”.[11]
Otros dos ejemplos de incorporación de tropas extranjeras lo encontramos en los anales del rey Senaquerib, sobre todo durante sus triunfos en las campañas militares en el territorio actual de Siria, y en la región de Tabal, donde se enfrentó a los pueblos neohititas. El primer ejemplo es el siguiente:
“[…] Entre los prisioneros que hice en esos países, incorporé 10.000 arqueros y 10.000 (portadores de) escudos que agregué a mi ejército real permanente”.[12]
Con respecto al segundo ejemplo correspondiente a los pueblos neohititas subyugados hay que destacar el gran botín, en cuanto al número de soldados, que Senaquerib obtuvo y aprovechó para engrosar las filas de su ejército:
“[…] Recluté 30.000 arqueros y 20.000 (portadores de) escudos”.[13]
Las fuerzas foráneas reclutadas y alistadas en los ejércitos asirios fueron fundamentales para proseguir y mantener la expansión del Imperio Neoasirio. Es muy posible que sin estas tropas no hubieran podido hacer frente a tantos enemigos al mismo tiempo, principalmente en lo que respecta a sus rivales más enconados (como elamitas, cimerios o caldeos, entre otros). En este aspecto, podemos hablar, si no de una revolución, por lo menos sí de una gran innovación estratégica en medida de que este sistema permitió, de un modo u otro, asegurar las crecientes fronteras que hubiesen obligado a realizar reclutamientos masivos de población asiria, lo que hubiera dificultado profundamente las labores económicas dependientes de esta fuerza de trabajo.
Por otro lado, la caballería se convirtió en la principal unidad de choque, sustituyendo, en gran medida, a los carros de guerra. En virtud de ello, se podría hablar de una transición, aunque de ninguna manera supuso el fin de su aparición en combate, sino simplemente que su función quedó relegada a un papel más secundario.
Desde mediados del III milenio a. C., el empleo de vehículos de ruedas tirados por équidos había sido símbolo de gran prestigio y poder, no solo ni necesariamente asociado con la guerra. Durante el II milenio a. C. se mostró esencial como unidad de choque y de apoyo de las grandes potencias de Próximo Oriente como Egipto, Mittani o el Imperio hitita.
Los carros eran una herramienta táctica muy rápida y eficaz en las grandes llanuras mesopotámicas; no obstante, estaban sujetos a amplias limitaciones que los hacían infructuosos: las condiciones climáticas, como la lluvia, ralentizaban considerablemente su ya de por sí escaso margen de maniobrabilidad; pero lo que más restringía su uso fueron los condicionamientos orográficos: en los terrenos accidentados o montañosos se mostraban totalmente inoperantes. Así, a finales del siglo X a. C., los asirios tuvieron que hacer frente a nuevos enemigos procedentes de las regiones montañosas del noreste, por lo que se vieron obligados a insertar un nuevo protagonista en su maquinaria de guerra: la caballería. Esta no significó, al menos en un primer momento, el reemplazo del carro en todos los escenarios, sino que se posicionó como la mejor alternativa en aquellos contextos donde simplemente el carro no podía cumplir con su acometido.[14]
Durante el segundo milenio la caballería se limitó a labores de reconocimiento y diplomacia. Por ello, se suele atribuir a los asirios, ya durante el siglo IX a. C., el ser los verdaderos artífices de la adopción de la caballería como cuerpo militar propiamente dicho. En los relieves del palacio de Nínive de Assurnasirpal II y de las puertas de Balawat de Salmanasar III se aprecian escenas en las que se muestran jinetes formando parejas: mientras que uno de ellos dispara con su arco, el otro mantiene las riendas, como si se tratara de un escudero, y custodia el control del caballo de su compañero (véase Fig. 6); esto denotaría la práctica doble de auriga-guerrero característica de los carros. No será hasta el reinado de Tiglat-Pileser III y, sobre todo, durante los mandatos de Senaquerib y Assurbanipal, cuando se establezcan de forma definida los primeros grupos organizados de caballería, actuando, los jinetes, individualmente (véase Fig. 7), esto es, sin el apoyo de un segundo jinete, y, con toda certeza, siguiendo una formación y una doctrina táctica ya consolidadas.[15]
Siguiendo las inscripciones reales, durante el siglo IX a. C. el carro siguió manteniendo un lugar privilegiado en los ejércitos próximo-orientales. En la batalla de Qarqar del año 853 a. C., en la que varios estados dirigidos por Damasco se enfrentaron a Salmanasar III, se vislumbra la enorme presencia de carros que los diversos miembros de la coalición aportaron para el enfrentamiento contra Asiria. La fuente, que además nos permite, aproximadamente y con las precauciones pertinentes, atestiguar el número de efectivos con los que contaban los ejércitos, expresa lo siguiente:
“[…]1.200 carros de guerra, 1.200 jinetes, 20.000 infantes de Adad-idri de Damasco, 700 carros, 700 jinetes, 10.000 infantes de Irhuleni de Hamat, 2.000 carros, 10.000 infantes de Acab, el israelita, 500 soldados de Que, 1.000 soldados de Musri, 10 carros, 10.000 soldados de Irqanata, 2.000 soldados de Matinu-balu de Arwad, 200 soldados de Usanata, 30 carros, 1[¿0?]000 soldados de Adunubalu de Shian, 1.000 (conductore)s de camellos de Gindibu, de Arabia, […]000 soldados de Basa, hijo de Ruhubi, de Ammón- (en conjunto) éstos fueron doce reyes. Se levantaron contra mí […]”. [16]
Como se puede contabilizar, en total Salmanasar y sus comandantes tuvieron que hacer frente a 3.940 carros, 1.900 efectivos de caballería junto a 1.000 camellos y 52.900 soldados de infantería. En palabras de Cotterell en referencia al papel destacado del carro y la caballería en la contienda:
“Qarqar nos muestra como los carros todavía mantuvieron un papel destacado en las batallas. Los 1.900 jinetes en el lado sirio-palestino, sin embargo, eran sobrepasados en número por la hueste asiria, quizá en una proporción de 3 a 1. La caballería estaba ya bien desarrollada por los asirios y, a mediados del siglo VII a.C., se apoderaría del papel móvil que hasta ese momento ostentaba el carro en el ejército”.[17]
En el siglo IX a.C. los carros poseían bigas de pequeño tamaño y, en base a la mayoría de las representaciones, tendrían de dos a cuatro ocupantes (véase Figs. 8 y 8.1), y una fuerza de tracción que, por medio de un sistema de yugo con cuatro curvas o gamellas sin horquillas, era muy significativa gracias a la incorporación de hasta cuatro caballos (cuadriga). Con todo, a partir de finales del siglo VIII a. C. la caballería va a ir progresivamente ocupando un lugar cada vez más destacado en el ejército, hasta el punto de que el carro va a pasar a ser un instrumento de guerra complementario dedicado a labores de transporte o de persecución.
En los anales reales de Senaquerib y de sus sucesores se muestran evidencias de carros en cuanto al personal operativo, pero no como parte activa de un ejército en campaña. En varias expediciones de Senaquerib o Asarhaddón se narran varias victorias militares en las que se capturan carros al enemigo o bien se adquieren por medio de tributos. Como ya se comentó, la presencia del carro reflejaría un símbolo de prestigio y de riqueza. Por ello, no es raro que este vehículo se encuentre en escenas de relieves donde los monarcas son partícipes de actividades cinegéticas (véase Fig. 9).
Un factor por el que los reyes asirios dejaron de emplear los carros de guerra en batalla, según Noble, fue que las continuas guerras provocaron una situación insostenible en cuanto a las reservas existentes de caballos. A raíz de esto, los carros, que empleaban un número considerable de équidos, se convirtieron en una pieza insostenible del entramado militar asirio. A esto se debe añadir las ventajas operativas que la caballería sí podía proporcionar en aquellos territorios montañosos donde el carro, como se ha apuntado, no resultaba eficaz.[18] En cambio, De Backer afirma que no hay razón para pensar que, en el siglo VII a.C., los carros no siguieran empleándose como armas de choque que proporcionaran fuego de cobertura y apoyo a la infantería durante su avance en batalla.[19]
La táctica: la batalla de Til-Tuba (655 a. C.)
Se han comentado otras batallas en el blog. Si quieres echar un vistazo haz clic aquí y aquí
Al igual que en la guerra de asedio, en las batallas campales los asirios pusieron en práctica toda una serie de doctrinas tácticas que, fundamentalmente, se basaron en la coordinación perfecta de efectivos de diversa índole (lanceros, arqueros, honderos, caballería, portaescudos o carros), que eran capaces de articular una operación de ataque conjunta siguiendo varias fases. Este tipo de encuentros y su desempeño, al igual que ocurría con los planteamientos estratégicos de las campañas, variaban según las circunstancias y el desarrollo de la contienda.
Según De Backer, es posible reconstruir tanto la base de la doctrina táctica asiria como las fases de combate que tendrían lugar en una batalla campal. Respecto a la primera, el autor propone diecisiete singularidades de las que seis, según mi punto de vista, serían las más importantes:
La primera de todas ellas es el concepto de combate en equipo, ya que en los registros textuales y en los bajorrelieves se aprecia que los soldados asirios nunca luchan solos, sino que siempre aparecen en grupos, independientemente de si es un efectivo de infantería, de caballería o si se trata de carros. La segunda es la actuación doble de los soldados asirios en lo que respecta a defensa y ataque o, lo que es lo mismo, mientras un soldado atacaba el otro le ofrecía protección con su escudo, un dato que se asemeja a la formación en falange. La tercera es la división en filas en base a la veteranía en batalla de los soldados. Las tropas extranjeras y los reclutas sin experiencia se colocaban en la vanguardia para que estos adquirieran destreza en combate. La cuarta, la agrupación de los ejércitos en filas, que, en opinión del autor, podrían ser perfectamente horizontales, ya que en las composiciones primaría la verticalidad con motivo de dotar de perspectiva las representaciones. La quinta, la necesidad de cubrir los flancos vulnerables de los grupos de combate para poder emplear tanto las armas defensivas como las ofensivas de manera efectiva, en formación y avanzando para presionar constantemente las filas enemigas.
Por último, describe las múltiples variables tácticas que puede llevar a cabo un grupo de combate reuniendo diversos tipos de efectivos y aplicando tácticas de ataque o de defensa conjunta. En este aspecto, la rapidez y la carga, protagonizada por la caballería, así como el fuego de apoyo que proporcionan los carros a la infantería, al mismo tiempo que esta avanza, serían los principales recursos tácticos que permitirían romper las líneas enemigas.[20]
En lo que atañe a las fases del combate, De Backer apunta varias formas de proceder que se amoldarían al esquema estratégico del ejército asirio en una batalla campal: La aproximación y reconocimiento del adversario: la idea es observar al enemigo para saber a qué se están enfrentando y determinar, de forma aproximada, qué fuerza posee. La caballería jugaría un papel fundamental como avanzadilla que cubriría rápidamente los flancos para poder, de este modo, desplegar el ejército con total seguridad ante las huestes enemigas; asimismo, la infantería ligera o escaramuzadores tomarían posiciones avanzadas para acosar al enemigo desde la distancia, mientras que se formaría una línea en la que los lanceros y la infantería auxiliar se situarían en la vanguardia, seguidos, atrás, de los arqueros que estarían protegidos con los escudos de los primeros o de los portaescudos.
Una vez que la formación se ha completado y los arqueros han debilitado las posiciones enemigas, comenzaría el ataque. En este sentido, podrían darse dos sucesos: el primero que los lanceros avanzaran hacia las posiciones enemigas, mientras que las tropas de proyectil mantuvieran el hostigamiento; o, en segundo lugar, que el enemigo, al verse debilitado por las flechas de su adversario, decidiera pasar a la ofensiva.
Tanto en la primera posibilidad como en la segunda, se espera que en las filas de los enemigos se formen huecos por donde la caballería y la infantería pesada asiria pueda romperlas, lo que crearía tal nivel de confusión en el enemigo que, finalmente, provocaría su retirada. Justo en este momento, los asirios emprenderían la persecución por medio de las unidades de carro y los contingentes de caballería, aniquilando o capturando tantos enemigos como sean posibles para evitar que se reagrupen y acometan una retirada ordenada o, en el peor de los casos, volver a plantear batalla.
En el hipotético caso de que a los enemigos les diera tiempo a recomponerse y a establecer una defensa, la situación se volvería complicada, ya que la formación de combate asiria estaría dispersa tras el comienzo de la persecución. Así pues, la lucha cuerpo a cuerpo sería devastadora, por lo que los oficiales deberían reagrupar a las tropas y reestablecer la ventaja táctica, evitando, de esta forma, que las bajas aumenten innecesariamente.[21]
El reino de Elam, situado en la frontera sureste de Asiria, en la actual Irán, fue uno de los grandes enemigos del Imperio Neoasirio. Ambas potencias llegaron a enfrentarse durante más de un siglo, principalmente durante la segunda mitad del siglo VIII y la primera mitad del VII a. C. Aunque se produjeran conflictos ya desde tiempos de Tiglat-Pileser III, no será hasta Sargón II cuando se efectúen las grandes campañas militares contra este estado, esencialmente como consecuencia del apoyo logístico y militar que Elam ofreció a una coalición antiasiria encabezada por los gobernantes de Babilonia. Esto provocó el desencadenamiento de una gran pugna que se prolongó hasta tiempos de Assurbanipal, quien tuvo que hacer frente al rey de Babilonia, que en aquellos momentos era su propio hermano, Shamash-shum-ukin, y a sus aliados elamitas.[22]
Precisamente, una de las batallas campales mejor conocidas de la historia militar del Imperio Neoasirio ocurrió durante la segunda de las cinco campañas que Assurbanipal efectuó contra el reino de Elam. El combate entre este y el soberano elamita, Te-Umman o Teuman, se produjo en Til-Tuba, cerca del río Ulaya, en el año 655 a. C.[23] Los bajorrelieves de la sala XXXIII correspondientes a la zona suroeste del Palacio de Senaquerib en Nínive (véase Fig. 10) permiten, en cierta medida, reconstruir la táctica del ejército asirio: un movimiento de flanqueo, en el que la caballería asiria jugó un papel primordial, ejecutado contra el ala izquierda de las fuerzas elamitas, que obligó a estas a replegarse hasta el río, provocando la perdición de las huestes de Teuman y la obtención de una brillante victoria por parte del monarca asirio.
En los bajorrelieves citados se narra con un fuerte rigor y aparato propagandístico (no se representa a ningún soldado asirio herido o muerto) la victoria que los asirios cosecharon contra los iranios, dejando, Assurbanipal, un claro mensaje de advertencia dirigido a todos aquellos estados que osaran desafiar su autoridad. Asimismo, de estos se puede discernir que los elamitas se posicionaron cerca de la orilla de un río.
En un principio, se puede considerar que el despliegue estratégico de Teuman era acertado, ya que impediría que los asirios pudieran optar por un movimiento envolvente, dado que se encontrarían con las aguas del Ulaya. Ahora bien, esto también tenía una contrapartida, y es que los elamitas tendrían que resistir a toda costa porque no contarían con opciones de replegarse si las rutas de acceso a la otra orilla del río estaban colapsadas ante una hipotética retirada en masa y sin control. Esto último es lo que finalmente ocurrió y lo que los bajorrelieves nos relatan de forma magistral:
En el lado izquierdo del panel (véase Fig. 10, A) se representa al ejército asirio rompiendo las líneas elamitas, del mismo modo que los principales combates acaecidos tanto en el centro como en el flanco derecho del ejército asirio (véase Fig. 11.1, detalle). En el ortostato central (véase Fig. 10, B) la retirada y la persecución de los soldados elamitas, hasta el punto de que abandonan las armas en el campo de batalla, pudiéndose observar, además, numerosos caídos del bando elamita tendidos en el suelo, siendo devorados por cuervos, y manifestándose el aspecto que tendría el escenario de la contienda tras el fin de esta (véase Fig. 11.2, detalle).
En el mismo orden de ideas, los asirios doblegan esfuerzos, prosiguiendo con el empuje y presionando a los elamitas hasta el río, acción que se ve culminada en el relieve derecho (véase Fig.10, C.), donde se precipitan, como consecuencia de una retirada desorganizada y generalizada, junto a sus caballos y armas (véase Fig. 11.3, detalle).
A pesar de la confusión reinante en la lucha, los bajorrelieves pretenden acentuar una historia paralela a la batalla que gira en torno a la captura y a la ejecución del rey elamita, Teuman, y su hijo, Tammaritu (véase Fig. 12). Ambas personalidades estaban huyendo en un carro, con tan mala suerte que caen de este anunciándose un dramático final (véase Fig. 13). En efecto, en su intento desesperado por reanudar su retirada, el rey es alcanzado en la espalda por una flecha, lo que detiene su marcha (véase Fig. 14). Finalmente, son rodeados por las tropas de Assurbanipal e inmediatamente después asesinan al primogénito del rey, asestándole un golpe mortal con una maza en la cabeza (véase Figs. 15 y 11.2); y, al mismo tiempo, cortan la cabeza del monarca (véase Fig. 16) La cabeza de ambos son transportadas por dos soldados asirios hasta el campamento, donde se expone un típico recuento de las cabezas cortadas de los soldados enemigos (véase Fig. 17).[24]
En ese preciso momento, varios embajadores elamitas, leales a Asiria, rápidamente identifican la cabeza de Teuman y se la llevan en un carro, en el que está Assurbanipal, a Nínive para mostrársela a sus súbditos y a los embajadores de otras potencias (véase Fig. 18). Por último, se ha de destacar la presencia de inscripciones en la composición que relatan esta historia y el trágico final de Teuman y su hijo (véase Fig. 11.2), y una localizada en el ortostato central en la que un noble elamita, semipostrado por haber sido alcanzado por una flecha, se dirige a un soldado asirio y le expresa lo siguiente: “Acércate y hazte con un nombre distinguido. Corta mi cabeza y llévasela a tu señor” (véase Fig. 19).[25]
De acuerdo con el estudio de J. Scurlock, el rey elamita posicionó a sus tropas aliadas en la vanguardia, ignorando la práctica habitual de situarlas en los flancos. No obstante, llega a la conclusión de que tomó esta decisión para evitar que huyeran en medio de la confrontación y se vieran obligados a proseguir con la refriega. Esto nos indica que ya, desde un primer momento, Teuman no confiaba en su propio ejército. De hecho, esta formación presagiaba que los asirios evitarían atacar el centro a toda costa para intentar realizar un movimiento envolvente. Los elamitas, por su parte, se mantendrían firmes tan solo porque, en caso de que sus líneas se fragmentaran, no tendrían escapatoria al tener el río en su retaguardia, por lo que lucharían desesperadamente por su vida.[26]
En los bajorrelieves se puede entrever como los asirios poseen un mejor armamento y armaduras que los elamitas, quienes no disponen de la caballería suficiente, ni mucho menos carros a la altura de los asirios. En contraste, los asirios tendrían tropas de infantería con lanza o espada y de caballería experimentada junto a grandes dotaciones de arqueros arameos posicionadas detrás de las tropas auxiliares y de la infantería pesada, incluidos los lanceros (véase Fig. 20).
El propósito táctico del Imperio era simple: romper las líneas del flanco izquierdo elamita, a la vez que la infantería y los hostigadores mermaban el centro y la derecha elamita empujándolos hasta el río, donde encontrarían su final. Como resultado de este enfoque, la caballería asiria se dispuso en el ala derecha del ejército, quien cargó y rompió las líneas del flanco izquierdo iranio, obligando a este a replegarse hasta su derecha. Empero, el centro y el flanco derecho sucumbieron a la imparable combinación de infantería y hostigadores asirios, resultando en la ruptura total de las líneas elamitas, que, a su vez, y sumado a la confusión por el desastre acaecido en su ala izquierda, provocó el repliegue generalizado y descontrolado del ejército elamita (véase Fig. 21).
Teuman, como ya se ha mencionado, trataría de escapar junto a su hijo tomando la dirección de su ejército, pero, tras el accidente con su carro, sus posibilidades de sobrevivir se desvanecieron: fueron rápidamente rodeados y capturados por las fuerzas asirias, quienes estaban en continuo avance desde todas las direcciones del campo de batalla.
En opinión de J. María Córdoba el bajorrelieve en su totalidad contaría, en base a la perspectiva del artista, con tres apartados diferenciados que representarían las tres líneas de ataque del ejército asirio o, dicho de otro modo, tanto los dos flancos como el centro de ambos ejércitos (véase Fig. 22). Por este motivo, no sería de extrañar que en la parte inferior de los relieves se pueda presenciar un mayor número de efectivos de caballería, ya que en esta se posicionaría el flanco derecho asirio, donde la caballería, como se ha descrito anteriormente, desempeñó el papel protagonista en el movimiento de flanqueo perpetrado contra la izquierda elamita (véase Fig. 23).
En otro orden de ideas, en el nivel superior, lo que sería el flanco izquierdo asirio, se vislumbran numerosos soldados de infantería, pero de varios tipos: uno al que podríamos catalogar como pesada, con yelmo acabado en punta, cota de escamas, grebas, escudo, lanzas y espada corta; y arqueros de panoplia muy pobre que podrían ser auxiliares arameos. En el friso central se observan los mismos tipos de unidades que en la anterior, exceptuando los soldados auxiliares con escudos voluminosos, con una armadura más básica y con un casco con cimera crestada, que, en opinión del autor, serían luvitas o babilonios (véase Fig. 11.3).[27]
En definitiva y en palabras de J. María Córdoba:
El “despliegue […] y los relieves sugieren los movimientos tácticos de la batalla: ataque avanzado de las alas derecha e izquierda, basado en el empuje de la caballería pesada y la infantería semipesada -derecha-, y de la infantería pesada -izquierda- bajo el fuego de protección de los arqueros auxiliares”.[28]
El aparato logístico y los servicios de inteligencia
Dos de los factores más relevantes que explican el éxito militar de los gobernantes asirios, se encuentran tanto en la formación de un sistema logístico eficaz y ordenado como en la constitución de un servicio de inteligencia, del que los estados mayores (ekal mašarti) y, en última instancia, los reyes supieron sacar el máximo partido posible. De hecho, los agentes infiltrados en los territorios enemigos se convirtieron en piezas clave de la exposición de un proyecto estratégico inicial que permitiera emprender una campaña. Por otro lado, antes de entablar combate con el enemigo, procuraban advertir a sus señores de las ventajas e inconvenientes que supondría tomar una ruta u otra en territorio hostil; o del hallazgo de un terreno adecuado con el que poder hacer frente al enemigo de la forma más ventajosa posible.
Se han estimado en aproximadamente 100.000 soldados el número de efectivos con los que contaría el Imperio Neoasirio en el siglo VII a. C., sumando las tropas de guarnición y las unidades activas en campaña.[29] Esta inmensa fuerza necesitaba, como es evidente, de los recursos y los suministros que el aparato administrativo del Imperio lograba por medio de un amplio programa económico enfocado en la ampliación de campos fértiles, una extensión de la práctica ganadera, la cría de caballos, con el aseguramiento de las rutas y los territorios que los proporcionaban, y la gestión de toda una mano de obra que permitiera tanto suplir las bajas como el reclutamiento de nuevos ejércitos para afrontar cualquier amenaza exterior. En este último aspecto, como ya se comentó en su momento, la utilización de los prisioneros de guerra enemigos para incorporarlos a las filas del ejército asirio se convirtió en una práctica fundamental, sobre todo a partir del reinado de Tiglat-Pileser III, periodo en el que la expansión territorial del Imperio parecía imparable.
Si se acuden a las fuentes epistolares podemos hallar numerosa información acerca de las raciones diarias y mensuales que necesitaba una determinada guarnición. Para efectuar y llevar a cabo la entrega de los suministros se precisaba de una compleja red logística que, sobre todo, recaía en la importancia de una ruta de transporte en la que se instalaron numerosos puestos estratégicos, como fuertes, donde los contingentes asirios hacían escala durante sus maniobras militares. En territorio enemigo, las líneas de comunicación debían ser estrictamente controladas para que no se sufriera de desabastecimiento, poniendo en peligro la campaña. Asimismo, se recurría, en este caso, al saqueo de los bienes del defensor, a la ayuda material y logística de los pueblos vasallos y al botín capturado o a los tributos exigidos a los conquistados.
Uno de los ejemplos más detallados acerca de las provisiones que necesitaría un ejército en los preparativos de campaña proviene de una carta (CT 53, 47) redactada por Sargón II a un individuo que, desafortunadamente, desconocemos. El documento narra lo siguiente:
“[…] Y en cuanto al grano almacenado que el rey, mi señor, me pidió que le escribiera: [“Envíame información sobre el grano almacenado (consumido) por tu ciudad (Kar-Assur) en un mes”] hemos detallado la (consumición) diaria del pienso de los animales y del grano almacenado, y adjunto enviándote (esta información) al rey, mi señor: 470 emaru de pienso, 549 emaru […] de grano [almac]enado, en total 1.019 emaru […] diarias, […]. 108 emaru de pienso, 155 emaru […] de grano almacenado para soldados, en total 263 emaru […] diarias, que […] y sus ciudades […] en la provincia de Lah[iru]. [En total, 57]8 emaru de [pienso diario], [17.3]40 emaru raciones de grano por mes; [en total 705 emaru] de grano almacenado para los soldados diariamente, [21.150 em]aru de raciones de grano al mes; [todo lo dicho, 38.4]90 emaru de pienso y grano almacenado [al mes para los [soldados] del rey, […]”.[30]
Como se observa, están descritos los suministros de grano necesarios para el abastecimiento de los soldados y el forraje o pienso para los caballos, tanto diariamente como mensualmente. Basándose en los cálculos de Fales[31] —quien divide los suministros en dos secciones, una para las tropas guarnecidas en la provincia de Kar-Assur, probablemente en la región fronteriza del este del Imperio, y la otra para las tropas de Lahiru (véase Tabla 1)—, el enclave de Kar-Assur, como se puede apreciar, necesitaría de 470 emaru (47.000 litros o 37.600 kg) de forraje para los animales de forma diaria; y 549 emaru (54.940 l o 43.920 kg) de grano para el sustento de los soldados durante una jornada. En total, diariamente, entre los soldados y los caballos la zona de Kar-Assur requería de un abastecimiento de 1.019 emaru (81.500 kg) entre víveres y forraje respectivamente.
En lo tocante a la segunda provincia, Lahiru, se citan 108 emaru (10.800 l o 8.640 kg) de pienso para los animales; y 155 emaru (15.500 l o 12.400 kg) para el abastecimiento de los soldados, por lo que el total diario que se precisaría para el mantenimiento de las tropas acuarteladas y de los animales en esta provincia sería de 263 emaru (21.040 kg). Dado que la suma diaria de los forrajes y del grano destinado a las fuerzas armadas apostadas en estos territorios es de 578 y 704 emaru respectivamente, se necesitarían, mensualmente, 17.340 emaru (1.734.000 l o 1.387.200 kg) para el alimento de los animales y 21.150 emaru (2.115.000 l o 1.692.000 kg) de reservas de grano para el avituallamiento de las guarniciones apostadas en ambas provincias. La cuestión que quedaría resolver es el número total de efectivos a los que se podría alimentar con dichas cantidades durante un día.
Aunque es muy complicado contestar a esta pregunta, un documento (ABL 966)[32] que versa sobre las deportaciones perpetradas por Sargón II, especifica que deben ser asentadas en el enclave de Marqasi 160 personas por mandato del rey. El gobernador provincial las recibe y escribe al monarca para confirmar que estas se han trasladado desde la ciudad de Si’ immê hasta su posición, presumiblemente ya en el punto de destino. Asimismo, el sujeto informa de lo que han recibido en el trayecto (concretamente en el asentamiento de Guzana): grano almacenado y tres sutus por persona. Siguiendo este testimonio, Fales teoriza que si la medida de 3 sutus equivale a 30 qas[33] y que, a su vez, esta última equivaldría a lo mismo en litros, entonces, lo que se estaría expresando es la cantidad de comida por individuo mensual: 24 kg. En definitiva, si lo repartimos a lo largo de los días que tiene un mes, cada individuo comería 0, 8 kg de grano de los que, en opinión de Fales, se podría obtener hasta 0,6-0,65 kg de pan.
Por lo tanto, si tenemos en cuenta estos últimos datos y contamos que en las provincias de Kar-Assur y Lahiru se destinaba un total de 56.320 kg para las necesidades alimentarias de los soldados, esto nos indicaría que el número de efectivos aproximados sería de unos 34.000. Evidentemente, esto hay que tomarlo como una mera hipótesis que nos indica una adyacencia de lo que podía comer un individuo en el I milenio a.C. Además, hay que tener en cuenta los condicionamientos jurídicos y los rangos con los que contaba cada miembro del ejército, ya que esto mostraría una relación de dependencia en lo referente a la menor o mayor cantidad de raciones que corresponderían a cada sujeto.
Un elemento clave sin el que no se hubiera podido denotar la eficacia del aparato logístico del Imperio Neoasirio fue el denominado “camino real” o ḫul sarri. Este se refiere a la construcción de numerosas rutas o caminos desarrollados durante los reinados de Shalmanasar III y Tiglat-Pileser III. La red de caminos, que en un principio aprovechó las rutas primigenias de uso comercial, fue continuamente ampliada por las necesidades logísticas y militares que causaron las sucesivas conquistas de los sargónidas.[34] Este sistema de comunicaciones del Imperio Neoasirio tenía como objetivo la unidad territorial en base a entablar una comunicación periódica desde la administración central hasta las áreas más periféricas y viceversa. Por ello, se confeccionó una conexión itinerante, tanto de este a oeste como de norte a sur, que permitía la movilización rápida y eficaz de todos los recursos militares del Imperio cuando la situación lo requiriese.
En las rutas solían ubicarse, a una jornada de distancia entre ellas (30 km), pequeños fortines con guarnición o estaciones que aseguraban el avituallamiento de los soldados que se desplazaban, de la misma manera que el tránsito de todo tipo de información (advertencias sobre amenazas de ataques fronterizos, la emisión de un nuevo decreto real, las misivas entre los agentes reales, dayyâlu, y los monarcas para el análisis situacional, político y estratégico sobre un enemigo, y poder, de este modo, idear una posible actuación militar en su territorio, o la sustitución de los équidos por otros con objeto de no interrumpir la marcha).
A estos puntos de control se les denomina bīt marditi o “la casa de la etapa”, y no siguieron una estructura organizativa uniforme, sino que variaba según el área geopolítica del Imperio.[35] Por ejemplo, en la zona actual de Siria, donde la dominación asiria tardó en asimilarse, era necesaria la instalación de grandes fortines que aseguraran las rutas, ya que la población del desierto o aquellos fugitivos que no estaban dispuestos a aceptar el poder asirio saboteaban las líneas de comunicación y atacaban a los mercaderes o soldados que se desplazaban a los prósperos enclaves de la región sirio-palestina. En contraposición, en los territorios situados en las proximidades de Asiria, no eran frecuentes la presencia de fortificaciones, sino que eran los propios gobernadores provinciales los que gestionaban la instalación de estos puestos estratégicos, ocupándose de su mantenimiento y de asegurar la disponibilidad de los recursos necesarios para las travesías de los ejércitos, los diplomáticos, los dignatarios o los comerciantes.
Sin lugar a dudas, la táctica militar asiria fue fundamental para llevar a cabo sus exitosas conquistas territoriales, pero este factor es inseparable de la labor que los espías y los agentes reales llevaron a cabo en territorio enemigo. Como ojos, oídos y, en fin, los informadores de primera mano del monarca, los espías o dayyâlu formaban los cuerpos técnicos del servicio de inteligencia neoasirio, un elemento de gran relevancia tanto en la toma de decisiones estratégicas previas al inicio de las hostilidades como en la aportación de datos orográficos de los diversos rumbos que podía tomar un ejército en campaña. Esto evitaba la posibilidad de ser emboscados o conducidos a un terreno de escasas opciones tácticas u operativas que pusiera en riesgo la expedición.
La función de los dayyâlu precisaba de cautela, anonimato y prudencia. Es frecuente que los infiltrados —que a veces se hacían pasar por comerciantes— llevaran a cabo pequeñas misiones de sabotaje, exploración o incluso de secuestro, con el objetivo de obstaculizar las operaciones o las maniobras del enemigo, al igual que para socavar información sobre las pretensiones estratégicas del rival. No se conoce con exactitud el funcionamiento interno de estos pequeños grupos de “inteligencia”, sin embargo, es frecuente encontrar en la documentación el término rāb dayyâlu, quien podría ser el cabecilla de un determinado grupo de estos agentes.[36] Es interesante descubrir que la distribución de la información era enviada o bien directamente al rey o bien siguiendo toda una estructura piramidal que la gestionaba antes de que esta llegara a manos del monarca. En ambos casos los caminos reales jugaron un papel realmente imprescindible para que el flujo de la correspondencia fuera constante y, gracias a un margen de tiempo amplio, se pudieran tomar las decisiones adecuadas.
Dezsó distingue cinco niveles por los que la información epistolar circulaba, independientemente de si tanto esto incluía una relación jerárquica como si esta estaba condicionada por el grado de significación del contenido de las misivas.[37]
El primer nivel sería el monarca, quien recibiría la información en última instancia y reuniría a sus “consejeros” para entablar y discutir las operaciones que deberían tomarse en consonancia con esta; el segundo sería la autoridad más fuerte del escalafón inmediatamente después al rey, el príncipe heredero, quien ocuparía un rol relevante en la administración central y en el desarrollo de un plan estratégico; el tercero los oficiales de mayor rango de la administración imperial como el rab saqê (“encargado de la copa”); el sukkallu (“visir”); el sartennu (“juez supremo”); el masennu (“encargado del tesoro”); y el nagir ekalli (“heraldo de palacio”); el cuarto estaría formado por todos aquellos reyezuelos vasallos y aliados del Imperio Neoasirio que, ocupando posiciones colindantes con los enemigos, funcionarían como enlaces de suma importancia no solo desde el punto de vista de la información, sino también como bases militares desde las que poder efectuar la invasión.
Por último, los dayyâlu, quienes se encargarían de recopilar todas las indagaciones, testimonios y comunicados posibles que permitiesen la elaboración de un informe detallado sobre el número de efectivos, la política exterior del enemigo—elemento muy significativo, ya que podría indicar si una determinada potencia estaba debilitada por haber tenido un conflicto reciente con otra, lo que supondría una buena oportunidad para atacar—, los aliados con los que contaba, la situación orográfica del territorio, y, sobre todo, las intenciones del enemigo.
Conclusiones
En medida de lo posible se ha intentado dar una visión acerca de la composición, la táctica, basándome en la batalla de Til-Tuba, el aparato logístico y los servicios de inteligencia del Imperio Neoasirio. En base a los contenidos anunciados se podría afirmar que esta potencia del I milenio a. C. destacó por revolucionar no tanto las consideraciones tácticas emprendidas en las batallas campales como sí las “herramientas técnicas” que permitían que estas se saldaran con grandes victorias.
Con respecto a la táctica en los enfrentamientos campales, los asirios contemplaban una maniobrabilidad conjunta entre tropas de infantería, caballería y carros en las que las operaciones, que si bien se hacían ordenadamente y de forma sistemática, mostraban un alto nivel de cohesión. En suma, se podría decir que el Imperio neoasirio consiguió establecer un ejército compuesto de diversas unidades militares, sumando las auxiliares o las tropas extranjeras, que coordinaban y efectuaban los ataques de forma conjunta.
Tanto la caballería como los carros, que contemplaban una mayor visibilidad del escenario de batalla y generalmente ocupaban los puestos de mando, podían tomar las decisiones más adecuadas, siempre dependiendo del contexto geográfico y táctico de la contienda, guiando a sus hombres hasta la victoria. A esto hay que añadir el papel destacado de los arqueros y los honderos en el hostigamiento continuo de las líneas enemigas, tanto en los momentos previos a la ofensiva como durante el desempeño de esta, así como la velocidad, la carga, y el apoyo táctico otorgado por los escuadrones de caballería y las unidades de carros.
En la batalla de Til-Tuba se mostró el gran protagonismo de la caballería, quien planteó de forma excelente un movimiento de flanqueo contra la izquierda elamita, posibilitando la destrucción de las líneas del enemigo. No obstante, este desenlace no pudo haber sido explotado sin los ataques que el centro asirio asestó de forma continuada a las posiciones de la infantería auxiliar elamita: la infantería pesada, los lanceros y los auxiliares luvitas del ejército asirio cargaron en formación, mientras que los arqueros arameos, protegidos por la vanguardia asiria, compuesta por las unidades citadas, disparaban a placer provocando, poco a poco y junto a la presión de la infantería asiria, la ruptura del centro iranio.
Evidentemente, esto se pudo concretar por la escasez de caballería con la que contaba, presumiblemente, el ejército de Teuman, quien, por este motivo, no pudo tantear ninguna contraofensiva o desarticular el continuo y devastador hostigamiento proporcionado por las tropas de proyectil arameas.
En lo referente al aparato logístico y los servicios de inteligencia —que, como se ha descrito, serían las “herramientas técnicas” de las que se servía el ejército asirio para cosechar sus victorias—, he de decir que, concretamente en el caso de los caminos reales y de los dayyâlu, permitían que las misivas y, en general la información sobre la situación limítrofe y de los enemigos más potenciales, llegara con rapidez a los centros políticos y administrativos asirios, donde los monarcas y sus más allegados elaborarían un plan de acción, ya sea pacífico, por medio de vías diplomáticas, o bien mediante el uso de la fuerza.
Es justo en este aspecto donde considero que reside la verdadera revolución militar: el Imperio Neoasirio era capaz, por medio de estas premisas, de recabar información sobre las posibles tentativas estratégicas que el rival intentaría llevar a cabo, esto es, sus intenciones. En este sentido, podrían anticiparse leyendo los movimientos del enemigo o, lo que es lo mismo, tener la iniciativa estratégica, uno de los factores más determinantes del arte de la guerra.
Por último, creo conveniente dictar que he demostrado lo que se decía en la introducción: que las batallas campales, en medida de lo posible y con las pertinentes limitaciones, se pueden reconstruir dentro de una hipótesis que permita la exposición de un ideario en lo que atañe al despliegue estratégico y táctico por parte de los beligerantes. Por ejemplo, ¿es posible concluir que los tres niveles diferenciados del bajorrelieve correspondan a los flancos y al centro de los ejércitos enfrentados en Til-Tuba? Posiblemente sí, pero, en el estado actual de nuestros conocimientos, no lo sabemos con un grado total de certeza.
Por ende, la guerra de asedio debe contar con las mismas resoluciones, ya que los principales testimonios en los que se sustenta su comportamiento técnico son los mismos que los de estos enfrentamientos en campo abierto. En definitiva, he de proponer que ambos aspectos bélicos, protagonizados por el Imperio Neoasirio durante más de tres siglos, deberían ser articulados de forma independiente para que su estudio sea analizado de la forma más completa posible y poder, de esta manera, conjeturar sobre las realidades estructurales, que seguramente fueron mucho más complejas y diversas, de esta potencia relativas al mundo de la guerra.
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Notas
[1] FALES, Frederick Mario.: Guerre et paix en Assyrie. Religion et impérialisme. Paris: Les Éditions du Cerf, 2010, p. 59.
[2] Ibídem.
[3] NADALI, Davide: “Assyrian Open Field Battles. An Attempt at Reconstruction and Analysis”, en VIDAL, Jordi (ed.), Studies on War in the Ancient Near East. Collected Essays on Military History, Münster, 2010, p. 117.
[4] Ibídem, p. 118. Un buen ejemplo lo encontramos en la batalla de Qarqar (853 a.C.), cuyo resultado no fue concluyente.
[5] Ibídem.
[6] DEZSÓ, Tamás: The Assyrian Army, I. The Structure of the Neo-Assyrian Army. 1. Infantry, Budapest: Eötvös Loránd University Press, 2012, p. 23.
[7] MALBRAN-LABAT, Florence: L’ armée et l’ organization militaire de L’ assyrie. D’ après lettres des Sargonides trouvées a Ninive, Genève-París: Libraire Droz, 1982, pp. 61 y 62. Traducción propia.
[8] Ibídem.
[9] DEZSÓ, Tamás: The Assyrian Army, I The Structure of the Neo-Assyrian Army. 1. Infantry…, p. 24.
[10] RADNER, Karen., “The Assyrian Army”, en Assyrian Empire Builders, University College London, 2012. Disponible en: https://www.ucl.ac.uk/sargon/essentials/soldiers/theassyrianarmy/ [última fecha de consulta: 25/5/2019]. Traducción propia.
[11] ALVAR, Jaime: “El I milenio en Mesopotamia. El Imperio neoasirio”. En VV. AA Historia de Oriente Antiguo, Madrid: Cátedra, 1992, p. 564.
[12] MALBRAN-LABAT, Florence: L’ armée et l’ organization militaire de L’ assyrie. D’ après lettres des Sargonides trouvées a Ninive…, p. 89. Traducción propia.
[13] Ibídem. Traducción propia.
[14] ARCHER, Robin: “Chariotry to Cavalry: Developments in the Early First Millennium”, en FAGAN, Garret y TRUNDLE, Matthew (eds.) New Perspectives on Ancient Warfare, Leiden: Brill, 2010, p. 72.
[15] QUESADA SANZ, Francisco: “Carros en el antiguo Mediterráneo: de los orígenes a Roma”, en GALÁN, Eduardo. Historia del carruaje en España, Madrid: Cinterco, 2005, p. 40.
[16] ALVAR, Jaime: “El I milenio en Mesopotamia. El Imperio neoasirio” …, pp. 576-577.
[17] COTTERELL, Arthur: Chariot. From Chariot to Tank, The Astounding Rise and Fall of the World´s First War Machine, New York: The Overlook Press, 2004, pp. 236 y 237. Traducción propia.
[18] NOBLE, Duncan: “Assyrian Chariotry and Cavalry”, State Archives of Assyria Bulletin, 1990, pp. 67 y 68.
[19] DE BACKER, Fabrice: “Some basic tactics of the Neo-Assyrian Warfare”, en Ugarit Forschungen, nº29, 2010, p. 76.
[20] DE BACKER, Fabrice: “Some basic tactics of the Neo-Assyrian Warfare” …, pp. 76-80.
[21] Ibídem, pp. 80-92.
[22] NADALI, Davide: “Ashurbanipal against Elam. Figurative Patterns and Architectural Location of the Elamite Wars”, en Historiae, nº 4, 2007, pp. 58 y ss.
[23] La cronología de la batalla ha sido objeto de debate. Según Joann Scurlock y Frederick Mario Fales, esta se produjo antes, en el año 664 a.C. Vease: SCURLOCK, Joann: “Neo-Assyrian Battle Tactics”, en YOUNG, Gordon et al. (eds), Crossing Boundaries and Linking Horizons. Studies in Honor of Michael Astour, Marylan: Bethesda, 1997 p. 506 y FALES, Frederick Mario: Guerre et paix en Assyrie. Religion et impérialisme…, p. 204; En oposición, Gerardi argumenta, en base a la cronología de un eclipse lunar que el encuentro tuvo lugar en el año 653 a.C. Véase: GERARDI, Pamela Dehart: “Assurbanipal`s Elamite Campaigns: A Literary and Political Study”, en Oriental Studies, University of Pennsylvania 1987 p. 145.
[24] Era una práctica muy extendida en el ejército neoasirio. Parafraseando a Nadali sería una especie de acción simbólica, o, dicho de otra forma, la eliminación de los elementos del caos y su sustitución por el orden que establece el soberano asirio, quien ostentaría toda una faceta civilizadora otorgada por los dioses. Véase: NADALI, Davide: “Assyrians to war: positions, patterns and canons in the tactics of the Assyrian armies in the VII century BC”. DI LUDOVICO, Alessandro. y NADALI, Davide. (eds.) Studi in Onore Paolo Matthiae, Roma, 2005, p. 186
[25] GERARDI, Pamela DeHart: “Assurbanipal`s Elamite Campaigns: A Literary and Political Study” …, p. 140.
[26] SCURLOCK, Joann.: “Neo-Assyrian Battle Tactics” …, p. 506.
[27] CÓRDOBA, Joaquín Mª: “La batalla del río Ulaya: plan estratégico y tácticas de combate de un ejército asirio en campaña”, en Desperta Ferro: Antigua y Medieval, nº 10, 2012, p. 36.
[28] Ibídem.
[29] DESZÓ, Tamás: The Assyrian Army, II. Recruitment and Logistics, Budapest: Eötvös University Press, 2016, p. 59.
[30] LANFRANCHI, Giovanni Blockhain, y PARPOLA, Simo (eds.)., The Correspondence of Sargon II, Part II. Letters from the Northern and Northeastern provinces, Helsinki: Helsinki University Press, 1987, p. 179. Traducción mía.
[31] FALES, Frederick Mario.: “Grain Reserves, Daily Rations, and the Size of the Assyrian Army: A Quantitative Study”, State Archives of Assyria Bulletin, IV, 1, 1990, pp. 26 y ss. En los cálculos asume que la medida expresada en la epístola sería el equivalente al emaru (100 litros de los que 1 equivaldría a 0,8kg).
[32] LANFRANCHI, Giovanni Blockhain., y PARPOLA, Simo. (eds.)., The Correspondence of Sargon II, Part I. Letters from the Northern and Northeastern provinces, Helsinki: Helsinki University Press, 1987, p. 199.
[33] O lo que es lo mismo, 3 sutus = 30 qas = 30 litros (1 qa = 1 litro = 0, 8 kg). FALES, F.M.: “Grain Reserves, Daily Rations, and the Size of the Assyrian Army: A Quantitative Study”, State Archives of Assyria Bulletin, IV, 1, 1990, pp. 28 y 29.
[34] KARLHEINZ KESSLER, Erlanger: ““Royal Roads” and other Question of the Neo-assyrian Communication System” en PARPOLA, Simo. y WHITING Robert (eds.), Assyria. Proceedings of the 10th Anniversary Symposium of the Neo-Assyrian Text Corpus project, Helsinki, 1995, p. 130.
[35] Ibídem, p. 135.
[36] ESPEJEL, Fernando y LÓPEZ REGUEIRO, Cristina: “Dajjâlu: los servicios de inteligencia asirios”, en Desperta Ferro: Antigua y Medieval, nº 10, 2012, p. 39.
[37] DEZSÓ, Tamás: “Neo-Assyrian Military Intelligence”, en Krieg und Frieden im Alten Vorderaisen, 52e Rencontre Assyriologique Internationale. International Congress of Assyriology and Near Eastern Archaelogy, Münster: Ugarit-Verlag, 2014, pp. 222-228.