Durante los siglos XVI y XVII, el corazón financiero del continente europeo se encontraba en los Países Bajos, tiempo en el que se disputarán su independencia con la Monarquía Hispánica. A la vista de los grandes poderes en pugna por la hegemonía europea, el que se hiciera señor de este pequeño territorio se convertiría asimismo en el señor de Europa, tal es el caso del rey de España, que lo sostiene con hombres y lo mantiene con dinero. Pero dado que tanto lo uno como lo otro venían de España e Italia, el esfuerzo logístico que exigía mantener los corredores militares abiertos para esta zona fue por mucho tiempo un quebradero de cabeza para los Habsburgo, así como un molesto inconveniente para sus enemigos franceses y protestantes.
Más segura es tierra firme que la más tranquila de las mares
Debido a que la mayor parte de las tropas de servicio en Flandes se reclutaban en el extranjero, lejos de los Países Bajos, su transporte se convirtió en todo un reto logístico. En principio la forma más rápida de transporte era por mar y, en consecuencia, la ruta lógica pasaría por el canal de la Mancha. Durante las décadas de 1540-1550 barcos españoles procedentes de las costas cantábricas habían recorrido estos mares con seguridad, pero el inicio de las hostilidades con Inglaterra en 1558 supondría un gran revés. Piratas ingleses, mendigos holandeses y hugonotes franceses hicieron del Mar del Norte un verdadero cementerio de navíos españoles.
Esta situación obligó a estudiar alternativas, que se materializaron en el llamado Camino Español, ideado en 1563 por el cardenal Granvela cuando Felipe II todavía pensaba visitar los Países Bajos. La ventaja que ofrecía esta opción era que se extendía quasi sempre su´l suo, esto es, casi enteramente por territorios propios o aliados de la Monarquía Hispánica. La ruta fue utilizada por primera vez en 1567 por el duque de Alba en su viaje para convertirse en el nuevo gobernador de los Países Bajos, y el último ejército que recorrió el Camino Español original lo hizo en 1620, aunque el tráfico de tropas continuó por rutas alternas hasta 1634. Durante todo ese tiempo la mayor parte del dinero y las tropas llegarían por tierra. La Corona española envió de esta manera más de 123.000 hombres entre 1567 y 1620, en contraste con los 17.600 que llegaron por vía marítima en el mismo periodo.
La ruta original del duque de Alba
Los Habsburgo españoles insistieron en reclutar vasallos propios en la medida en que fuese posible, de modo que podría decirse que la ruta empezaba en Castilla, desde donde partía la escuadra mediterránea con dirección a Génova. A partir de 1528, la República había ligado sus destinos a los de la Monarquía Hispánica convirtiéndose no solo en un gran apoyo financiero y ocasional aliado, sino también en un importante puerto de desembarque para tropas y pertrechos. A cambio, España había actuado como protectora del patriciado urbano, los nobili vecchi que gobernaban la ciudad, contra sus enemigos al tiempo que garantizaba la posesión genovesa de Córcega frente a los franceses.
Más allá de la Lombardía un tradicional aliado de la Corona era el ducado de Saboya, cuya amistad con España venía reforzada por su mala geografía, que provocaba que estuviese permanentemente a merced de la vecina Francia, si bien la debilidad de los Valois tras la muerte de Enrique II permitió cierta estabilidad garantizando un corredor de paso entre Milán y el Franco-Condado.
El Franco-Condado, vestigio del antiguo ducado de Borgoña, era un pequeño territorio insertado en un costado de Francia que se gobernaba desde los Países Bajos. Aunque a diferencia de éstos, estaba obligado a mantenerse neutral por un tratado firmado en 1508 que se renovó en repetidas ocasiones, lo que no impidió que el territorio fuera invadido por Enrique IV en 1595. Por otra parte, una cláusula de dicho tratado permitía el libre tránsito por el mismo, de modo que las tropas pudieron cruzarlo sin comprometer su neutralidad.
A continuación se encontraba el ducado de Lorena. Localizado entre el Mosa y el Rin, este feudo imperial que unía el Franco-Condado con Luxemburgo era ambicionado por los monarcas franceses desde que en 1552 una serie de príncipes protestantes alemanes decidiera tomar por su cuenta los tres Obispados de Metz, Toul y Verdún para entregárselos a Enrique II a cambio de su apoyo contra Carlos V. Aunque a partir de 1547 un tratado entre España y Francia aseguraba su neutralidad, los duques loreneses lo ignoraron para intervenir en las guerras de religión francesas al frente de la Liga Católica, bien asistidos por Felipe II, mientras que Luis XIII hizo lo propio durante la Guerra de los Treinta Años. Tras Lorena, las tropas pasarían por Luxemburgo, pero aún quedaría un territorio fuera de los dominios de la monarquía: el Principado-Obispado de Luik o Liège, traducido a menudo como Lieja, completamente rodeado por territorios de los Habsburgo era un aliado seguro.
En caso de surgir complicaciones los reyes de España siempre podrían contar con la colaboración de la rama austriaca de la familia. Alsacia y los dominios alemanes de Austria y Tirol eran asimismo focos de reclutamiento para los ejércitos de Flandes. Durante la paciente construcción de su imperio, los Habsburgo habían conseguido formar una cadena casi continua de territorios desde Viena hasta el este de los Alpes que junto con los territorios católicos de príncipes-obispos como los de Colonia o Maguncia servirían de vías de paso en los peores momentos del Camino Español, aunque siempre con hostiles protestantes de por medio.
Si bien España gozaba de una firme amistad con todos los estados que hacían de parches entre sus posesiones en el discontinuo camino hasta los Países Bajos, éstos eran soberanos e independientes y cada vez que sus tropas atravesaban dichos territorios debían preceder las proposiciones diplomáticas convenientes, lo que acabó resultando en el establecimiento de embajadas permanentes en la mayoría de ellos. Garantizar las buenas relaciones con esta serie de estados se convirtió en una prioridad para la diplomacia española. Por ello, los posibles altercados con la población local serían severamente reprendidos para asegurar la conexión de los dominios hispánicos.
¿Cómo organizar a un ejército así?
El cardenal Granvela no estaba inventando nada nuevo cuando planificaba esta ruta, sino que los tercios se sirvieron a menudo de vías de comunicación preexistentes utilizadas por mercaderes, aunque ligeramente acondicionadas para su uso por las tropas con algunos ensanches. En general, se trataba de una serie de caminos carreteros de origen medieval, pues la infraestructura de transportes no se había desarrollado mucho desde las calzadas romanas. En su lugar, lo más común eran caminos menores que ramificaban entre los núcleos de población y los principales centros del comercio.
Más allá de las cuestiones políticas y diplomáticas, estos movimientos de grandes contingentes militares planteaban grandes problemas que la nueva logística de los ejércitos debió hacer frente. Como dijo Braudel, la distancia era en el siglo XVI el “enemigo público número uno”. Para preparar la primera ruta, el duque de Alba contaba con un equipo de unos 300 zapadores con la tarea de ir abriendo ensanches en las carreteras de los desfiladeros y estrechos pasos de montaña que habrían de recorrer las tropas, construyendo y desmontando puentes improvisados a su paso. Incluso se hizo con un pintor que acompañaba a la expedición para dibujar mapas y vistas panorámicas de la ruta de los ejércitos. Además, se solían contratar guías para cada región. El guía del de Alba fue Fernando de Lannoy, quien realizó un mapa tan preciso del Franco-Condado que el duque bloqueó su publicación durante diez años para mantener en secreto las rutas establecidas.
Pero la geografía no era el único problema que presentaba el Camino Español, sino que también había que prever cómo alimentar y alojar cada día a un cuerpo de varios miles de hombres, engrosado por el séquito de mujeres, criados y animales que los acompañaban. En un primer momento esto se resolvió mediante el establecimiento de almacenes en los principales puntos de concentración de tropas al principio de la marcha, pero asumir un coste permanente para un viaje que se realizaba una vez al año como mucho era económicamente inviable, y aun así era obligado recurrir a menudo a la requisa por la fuerza de comida y otros recursos en las poblaciones de paso, forzando a los habitantes a alojar a la tropa, un procedimiento común en las guerras europeas del momento que si no acarreaba altercados, dejaba arrasados territorios propios o de los aliados.
Paradójicamente la solución vino de Francia. En 1551, ésta creó en Saboya el llamado sistema de étapes o etapas. En aquellos mercados locales por donde se preveía que iban a confluir las tropas en un momento dado, se contrataba el suministro de alimentos con antelación. Así, cuando llegaban los soldados, la comida y el alojamiento ya estaban preparados. Luego todo desaparecía cuando los soldados se iban y el mercado seguía funcionando con total normalidad. Esto no solo evitaba empobrecer la región, sino que la enriquecía, y además mejoraba el mantenimiento de los ejércitos. El contrato se adjudicaba por una especie de concurso al licitador que ofreciera mejor precio o condiciones. La compensación podía consistir, bien en un precio fijado o bien en exenciones fiscales. Para el gobierno el coste era mínimo, ya que aparte de que la subasta ya había rebajado los precios, de lo ya pagado descontaba a su vez a cada soldado una parte de su paga. Alba se sirvió de las etapas que previamente habían organizado los franceses y finalmente las extendió al resto del Camino.
El ocaso del Camino Español
El papel del Camino Español fue un factor decisivo que permitió la continuidad de la Guerra de los Ochenta Años, ya que en el momento en que esta línea fuese interrumpida, Flandes, aislada en el Mar del Norte, quedaría privada de refuerzos y en consecuencia a merced de Francia o los holandeses. Pero esta ruta no solo era vital en lo que se refería a mantener el dominio imperial en el norte de Europa, sino que también jugó un rol importantísimo en la intervención hispánica en las guerras de religión francesas (1562-1598). Felipe II aprovechó la situación de stasis en Francia para enviar hombres y dinero a sus aliados católicos, pero el fortalecimiento de Enrique IV tras su acceso al trono provocó un giro de la situación.
Una vez Francia pudo resolver sus problemas internos, se convirtió en una amenaza para el delicado equilibrio que garantizaba la seguridad del corredor, cuya fisionomía cambió varias veces a partir de ese momento. Desdeñando los escenarios de anteriores enfrentamientos franco-españoles, Piamonte y Picardía, el Borbón lanzó varios ataques sobre Borgoña (1595, 1597) que dañaron el Franco-Condado interrumpiendo brevemente el corredor y obligando a desplazar el camino hacia el este.
Pero el mayor problema surgió con el nuevo siglo como consecuencia de un conflicto territorial entre Francia y Saboya. El duque había tomado la plaza francesa de Saluzzo y se negaba a devolverla, por lo que en 1600 Francia decidió procurarse una compensación ocupando todos los territorios piamonteses hasta el Ródano, poniendo con ello en grave peligro la continuidad del Camino Español. Inmediatamente, la diplomacia española se puso en marcha, exigiendo una ruta segura que garantizase el paso de sus ejércitos. Reconociendo la demanda como justa, los delegados franceses propusieron entonces una ruta alterna a través de los cantones suizos, pero se encontraron con la oposición la ciudad de Ginebra. La cuna del calvinismo recelaba de la idea de que las tropas españolas pasaran ante sus propios muros e informó sobre la existencia de un paso de montaña situado en un desfiladero que comunicaba el valle del Ródano con el Franco-Condado: Val de Chézery o Valtelina, cercano a Ginebra, pero separado de ésta por una cordillera.
El Tratado de Lyon de 1601 redujo el Camino Español a un solo puente sobre el Ródano, el pont de Grésin, peligrosamente cerca de la frontera con Francia, que a partir de entonces pudo controlar a su antojo el paso de todas las tropas de los Habsburgo. Para colmo, el nuevo equilibrio de poderes inclinó al duque Carlos Manuel de Saboya a ponerse bajo la órbita francesa contra los españoles.
En busca de rutas alternas: Valtelina y Alsacia
La pérdida del Camino Español puso a la Monarquía ante la necesidad de buscar un nuevo itinerario que garantizase la asistencia de los Países Bajos. La empresa corrió de a cuenta del cardenal Granvela, que ya había trazado la primera ruta, y del gobernador de Milán, Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes. Tras treinta años de negociaciones con los grisones que controlaban la Engadina y Valtelina, se consiguió un tratado de amistad con los cantones católicos de la confederación suiza que permitiría a las tropas españolas completar el paso entre Lombardía y Alsacia, aunque a condición de que lo hicieran en pequeños grupos y desarmados. Armas y municiones habrían de enviarse por separado en cajas. Además, Fuentes endulzó el trato con promesas de subsidios a los dirigentes suizos y desviando las caravanas comerciales hacia los cantones, que cobrarían así los derechos de peaje.
Para la década de 1620 un nuevo sistema de fortificaciones había asegurado con éxito el camino por la Valtelina, pero el estallido de la Guerra de los Treinta Años pondría a prueba la estabilidad del corredor militar. No puede olvidarse la presencia durante todo este tiempo de otro poderoso enemigo de los Habsburgo en la margen oriental del Camino Español: el Elector del Palatinado Federico V, que en 1619 desafiaría la autoridad del emperador Fernando II haciéndose coronar rey de Bohemia.
De ese modo, la pérdida de Alsacia por los Habsburgo en 1621 obligó a España a actuar en el corazón del Imperio. La situación no podía ser más crítica, porque ese mismo año concluía la Tregua de los Doce Años con los rebeldes holandeses sin que ninguna de las dos partes pudiese hacer nada para prorrogarla. El control de esta región había sido durante un tiempo una ambición de Felipe III desde que la pérdida de los aliados saboyanos obligara a desplazar el itinerario de las tropas procedentes de Italia. En 1617 tanto él como el archiduque Alberto habían cedido sus derechos sobre a la sucesión imperial apoyando la candidatura de Fernando de Estiria a cambio de la posesión de Alsacia, pero el estallido del conflicto en Bohemia impidió que España se beneficiara del acuerdo.
En 1620 un ejército español al mando de Ambrosio Spínola irrumpe en el Palatinado Renano con sorprendente facilidad. La derrota de los protestantes, comandados por Ernesto de Mansfeld, en la Batalla de Montaña Blanca (1620) provoca el exilio de éste, que marcha para servir a los neerlandeses siendo nuevamente derrotado en la Batalla de Fleurus (1622), dejando con ello el Palatinado bajo control de los españoles sin oposición. Esto sería así hasta 1631, cuando tiene lugar la gran victoria sueca en Breitenfeld, que privó a España de su preciado corredor militar tanto en Alsacia como en el Palatinado.
Mientras tanto, Francia se había dedicado a envenenar las relaciones entre España y los cantones suizos logrando interrumpir el flujo de soldados en repetidas ocasiones. Se daba en esta zona un inoportuno choque de intereses, ya no es solo que amenazar el Camino Español fuese una estrategia más para debilitar el poder de los Habsburgo, es que Francia misma tenía su propio «Camino Francés» que atravesaba el sur de Alemania desde Juliers, bordeando el norte del Milanesado por la Valtelina, hasta la República de Venecia, su único aliado de confianza en Italia al margen de la advenediza Saboya. La Valtelina era entonces un valle poblado por católicos pero bajo dominio de las Ligas Grises. España aprovecharía las tensiones religiosas animando varias insurrecciones contra los dirigentes calvinistas apoyados Francia. Sin embargo, la Guerra de la Valtelina (1621-1639) se decantó del lado de los grisones cuando Francia intervino a su favor ocupando el valle en 1624.
Los éxitos de Luis XIII se sucederían uno tras otro a partir de entonces. La ocupación de Saboya en 1630-1631 y de Lorena en 1632-1633 supuso la pérdida definitiva de los corredores militares utilizados hasta entonces por España. La anexión de estos territorios se justificaría bajo el pretexto de que ambos habían tratado de destronar a los monarcas franceses en varias ocasiones, pero para Richelieu respondía a motivos puramente estratégicos.
Por su parte, España trató de poner remedio al aislamiento de Flandes aumentando los reclutamientos en las regiones de Tirol y el Rin. En 1634 un ejército hispano-imperial al frente de Fernando de Austria, el cardenal-infante, vence a las fuerzas suecas y protestantes en Nördlingen abriendo brevemente el paso desde los Alpes hasta Bruselas. Sin embargo, esto no evitaría que el Franco-Condado se llevase la peor parte, muriendo dos tercios de la población, lo que acabó con la posibilidad de seguir reclutando en sus tierras.
Los tercios de españoles e italianos encontraron otra forma de llegar hasta Flandes, nada menos que a través del canal de la Mancha. Así es, la nueva paz con Inglaterra sellada en el Tratado de Madrid (1630) garantizaba la seguridad de los navíos españoles que circulasen por el Mar del Norte. El total de soldados que España envió a Flandes por mar entre 1631 y 1639 es de unos 27.000. Pero los holandeses no tenían razones para mostrarse tan amigables. En 1639 tiene lugar la Batalla de las Dunas, en la que una flota comercial inglesa que transportaba tropas españolas se encontró de lleno con los buques de guerra del almirante Troomp. Los marinos ingleses se negaron a combatir contra quienes en definitiva eran aliados suyos, resultando en la captura de un millar de españoles. La ficticia seguridad que el Mar del Norte ofrecía quedaba ahora en evidencia y España hubo de limitarse a reclutar a su soldadesca en tierra hasta el colapso final en 1648.
Consecuencias
Sin duda la desaparición del Camino Español tuvo consecuencias importantes en el mapa político de Europa. Los pequeños estados de Alsacia, Lorena y Franco-Condado fueron los primeros en resentirse, sistemáticamente absorbidos por Francia durante el siglo XVII. En definitiva, la complejidad del gran reto político y militar que fue mantener abierto el Camino Español bien pudo ser el origen del dicho castellano «poner una pica en Flandes», es decir, conseguir algo extremadamente difícil.
Bibliografía
Parker, Geoffrey (2014). El ejército de Flandes y el Camino Español 1567-1659. Alianza editorial
Negredo del Cerro, Fernando (2016). La Guerra de los Treinta Años: una visión desde la Monarquía Hispánica. Síntesis.