Antecedentes

En 1578 la situación de los Países Bajos era desesperada para la Monarquía Hispánica. La muerte de Juan de Austria en octubre de ese año había dejado vacante el gobierno de las tres únicas provincias de un total de diecisiete que aún permanecían bajo control de los Habsburgo. Previamente había propuesto a su primo, el duque de Parma, Alejandro Farnesio, como general en jefe del ejército y gobernador de Flandes.

Además de su genio militar, que demostró en batallas como la de Gembloux (1578), su pericia diplomática estuvo a la altura de los hechos de armas. Prueba de ello es que solo tres meses después de asumir el mando, en enero de 1579, tuvo lugar el que quizás sea su mayor logro político: la Unión de Arras, formada por las provincias de Hainaut, Artois, Lille, Douai y Orchies.

Sabía el duque de Parma que la independencia de los Países Bajos se identificaba cada vez más con la causa calvinista, cuya furia iconoclasta había alarmado incluso a los católicos más reticentes a Felipe II, los llamados malcontentos, principalmente valones, que se habían sumado a la rebelión en tiempos del duque de Alba (sirva de ejemplo el triste caso del conde de Egmont) y ahora la veían con desconfianza. Por su parte, las provincias rebeldes se constituyeron unas semanas más tarde mediante la Unión de Utrecht para luego declarar su independencia formal mediante el Acta de abjuración de 1581, que rompía definitivamente con Felipe II.

Tan pronto como obtuvo una base de operaciones segura en las provincias de Hainaut y Artois, se dispuso a reconquistar el territorio perdido. En 1584 iniciaría una campaña sobre Brabante con 10.000 infantes y 1.700 a caballo que le llevaría a tomar las plazas de Ypres, Brujas, Malinas, Gante…pero ante todo ambicionaba la captura Amberes, que pondría el broche de oro a una campaña exitosa y le permitiría dar el salto a Holanda y Zelanda, núcleo principal de la revuelta.

Alejandro Farnesio deseaba poner sitio de la plaza en el verano de ese mismo año, aprovechando el fin de la amenaza francesa tras conocerse la muerte de Francisco de Anjou y Alençon, que había evacuado el país el año anterior tras un infructuoso intento de convertirse en soberano de los Países Bajos.  Si la situación de los ejércitos de Flandes había sido extremadamente precaria durante los años anteriores, ahora que la guerra con Portugal había concluido con la victoria en isla Terceira (1582) la Monarquía podría permitirse enviar soldados de refresco. Farnesio pudo actuar en varios teatros al mismo tiempo, de forma que una parte de sus tropas a cargo del coronel Verdugo hacía la guerra en Frisia mientras otra combatía al protestantismo en el arzobispado de Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique.

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Plano de Amberes en 1572.

Tanto por su posición estratégica como por lo inexpugnable de sus defensas, Amberes se presentaba como una conquista imposible. Por la parte que daba a Brabante disponía la ciudad de diez bastiones amurallados rodeados por un amplio foso inundado y rematados por una ciudadela pentagonal levantada en tiempo de Carlos V siguiendo los principios de la traza italiana, una obra monumental que tenía por objeto proteger a una población de 100.000 personas. Al frente de la ciudad estaba el burgomaestre Philippe van Marnix, señor de Santa Aldegundis, con una guarnición de unos 6.000 mercenarios profesionales, franceses e ingleses en su mayoría.

Por la parte que daba a Flandes contaba con la protección del caudaloso río Escalda, que además servía como una excelente vía para enviar ayuda desde las provincias marítimas. El bloqueo de una ciudad de tales características parecía requerir una fuerza tres veces mayor que la del duque, además del empleo de una flota de la que Farnesio carecía completamente. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre Amberes y Gante -a 30 millas- y protegida a mitad de camino por Terramunda (Dendermonde), suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas -12 millas- y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde Bruselas se podía abastecer a la ciudad gracias a un cauce artificial que conectaba a esta con el Escalda.

Comienzo del sitio y la construcción del Puente Farnesio

Finalmente se decidió a poner sitio a la ciudad en el verano de 1584, con unos 12.000 hombres que, como paso previo, comenzaron a conquistar una serie de fuertes dispuestos a lo largo del estuario del Escalda que estorbaban a la hora de llevar a cabo el cerco. También buscaban tomar los baluartes dotados de diques que, en caso de abrirse, inundarían toda la llanura norte impidiendo el ataque por esa zona, pero no así su socorro por medio de embarcaciones fluviales. La campaña comenzó con una serie de escaramuzas destinadas a tomar los fuertes de Waes, Doel y Blanwgarn. En Waes estableció Farnesio su cuartel general, desde donde dirigiría las operaciones.

Para completar el cerco se proyectó bloquear el curso del Escalda mediante la creación del célebre Puente Farnesio, una magna obra de ingeniería que uniría las provincias de Brabante y Flandes. Dadas las dificultades que presentaba la toma de los castillos de Lillou y Liefkenshoek, Alejandro pensó que sería más fácil construir el puente en otro paso, situado entre los pueblos de Kalloo y Oordan, donde podría levantar sus propias fortificaciones para defenderlo.

Pocos de sus consejeros veían viable la arriesgada empresa, el propio Philippe de Marnix, ironizaba al respecto asegurando que Farnesio “fiaba sobradamente de sí, embriagado del vino de su fortuna, pues pensaba que echándole un puente enfrenaría la libertad del Escalda. Que no sufriría más el Escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de los españoles. Que si no lo sabía, que el río por aquel paraje tenía de ancho dos mil cuatrocientos pies”.

Este ingenio flotante ha sido comparado con el puente que Julio César levantó sobre el Rin, aunque doblaría sus dimensiones. Una vez terminado llegaría a tener cerca de 668 metros de longitud, siendo la profundidad en el curso principal del Escalda de unos 17 metros. Para construirlo se colocaron postes verticales hasta donde fue posible, que se unieron después con vigas transversales para sujetar tablones que formarían un camino regular como el de los muelles, protegido con una balaustrada de madera para soportar el fuego de mosquete. En la orilla que daba a Brabante se construyeron 200 metros mientras que en la contraria que daba a Flandes tan solo 80, tarea que presentó enormes dificultades al tratarse de un río de fuertes corrientes.

Se remató además con un par de fuertes construidos a ambos extremos para su mejor defensa, cada uno anexo a un terraplén de tierra para proteger el tráfico del puente. En la parte de Brabante estaba el fuerte de San Felipe, llamado así en honor al rey, dotado de nueve piezas de artillería. En la parte de Flandes estaba el de Santa María, dotado de catorce piezas de artillería. Ambos contaban con capacidad para albergar a unos cincuenta hombres. Se nombró comandante a Juan del Águila, capitán del tercio que había tomado previamente la isla de Doel, cuyos hombres guarnecieron el puente de defensores.

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Esquema del Puente Farnesio en un grabado de Frans Hogenberg (1535-1590)

A los anteriores inconvenientes se unió la cada vez más acuciante falta de madera, que llevó al general a traerla del Imperio, Italia y Dinamarca en enormes caravanas de carromatos. También se solventó mediante la conquista de una serie ciudades enemigas bien abastecidas, una de ellas sería la anteriormente citada Terramunda, rodeada por una impresionante arboleda que los soldados de Farnesio se apresuraron a talar por completo. La toma de esta plaza fue un episodio menor, aunque no por ello menos laborioso. Mientras los sitiadores rellenaban el foso los calvinistas se dedicaron a dificultarles el trabajo, cuando no directamente a incordiarles. Alonso Vázquez, soldado de la época que sirvió con Alejandro, cuenta como colgaban de las murallas imágenes y santos con sogas diciéndoles a los españoles que mirasen en lo que creían. No era algo extraño que los soldados se increpasen entre ellos durante un sitio, pero Farnesio exigió silencio a sus hombres para evitar que alguno se fuese de la lengua y revelase futuros movimientos que no convenía que los rebeldes conociesen.

Cuando colocaban las baterías para cañonear los muros de esta ciudad, el maestre de campo Pedro de la Paz perdió la cabeza a causa de un disparo cuando se encontraba entre dos cestones. Este era un hombre muy querido por los soldados, a quien por cuidar como un padre de los hombres a su cargo habían apodado Pedro de Pan. Aunque los defensores rompieron el dique para inundar las posiciones de los sitiadores no los sirvió de mucho, pues estos se las arreglaron para cargar los cañones al hombro, con el agua hasta el pecho, y batir los muros del revellín. Para calmar sus ánimos de venganza y dado el pequeño número de hombres que iban a participar en el asalto inicial, Farnesio hubo de escoger a tres hombres de cada compañía, pues emplear a más corría el riesgo de devenir en masacre.

El 17 de septiembre caía Gante, que hasta entonces había prestado un molesto socorro a los de Amberes. A cambio del perdón real y la conservación de sus privilegios se exigió la restauración de los templos católicos destruidos, la restitución de los bienes de la Iglesia, una suma de 200.000 florines como contribución de guerra y la promesa de en un plazo de dos años los calvinistas abandonarían la ciudad.

Esto permitió conseguir muchos recursos para la construcción, así como fondos para la contratación de marineros y carpinteros. De Gante se obtuvieron 22 barcos, que junto a otros procedentes de Dunkerque sirvieron para acelerar el envío de materiales. Pero, sobre todo, dieron solución al problema del tramo central del puente, que se salvó encadenando 32 barcazas ancladas al fondo del río.

Como medio para llevar los barcos a su destino sin que- fueran interceptados por la artillería de Amberes, Farnesio mandó a sus hombres romper un dique del Escalda inundando la campiña por la que navegarían sin exponerse. Pero los rebeldes respondieron rápido levantando un reducto en un lugar estratégico que les impedía el paso. Al de Parma le quedó como único remedio construir un canal de 14 millas de longitud para comunicar las aguas de la inundación con las del arroyo de Lys, que desembocaba en el Escalda a la altura de Gante. El propio general fue el primero en pedir la pala y el azadón para dar ejemplo a sus soldados. Acabada la obra del canal, en noviembre de 1584, fue posible llevar los materiales y barcos que se necesitaban para terminar el puente.

En las cubiertas de dichos barcos se colocaron una serie de varas de madera a modo de picas rematadas por unas puntas metálicas apuntando hacia el exterior para estar protegidos frente a naves enemigas ante cualquier intentona de romper el puente, asignando a cada embarcación para su defensa tres o cuatro piezas de artillería hasta sumar un total de 150. Frente a estas se dispuso una línea de pequeñas barcazas unidas de tres en tres. En las orillas quedaron instaladas unas flotillas de veinte barcas cada una, bien dotadas de soldados y piezas de artillería, que tenían la misión de defender el puente ante cualquier incursión.

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Puente de Parma sobre el Escalda, reforzado con estacas en barcazas dispuestas en filas de a tres, grabado de Romeyn de Hooghe, 1670.

La obra vio su terminación en febrero de 1585, siete meses después de comenzada. Cuéntase que tras ser descubierto un espía y estando el duque de Parma exultante de júbilo por haber acabado su ansiada obra, este fue devuelto a la ciudad portando el siguiente mensaje:  “Anda, dice, libre a los que te enviaron a espiar y después de haberles contado por menudo cuanto has visto por tus ojos, diles que tiene fija y firme resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel- y le mostró el puente -haga para sí el sepulcro, o por aquel se haga paso para la ciudad”. 

Cuando los defensores vieron acabada la obra, cosa para ellos inconcebible, comenzaron caer en la cuenta de la amenaza que éste representaba para su ciudad. Fue un duro golpe moral para los sitiados, que ya llevaban seis meses bajo asedio. Enviar suministros por tierra era imposible y los mendigos del mar no podían franquear la barrera del puente. En vano intentaron una salida los de Amberes, pues fueron rechazados. Por su parte, los intentos de socorro desde el exterior, viendo la inutilidad de emprenderlos por el río, vieron una oportunidad en la toma de Bois-le-Duc, que permitiría el auxilio por tierra. Pese a que Filips van Hohenlohe-Neuenstein, más conocido como Hollock, se hizo con la ciudad en nombre de los rebeldes fueron expulsados al poco. El 10 de marzo de 1585 caía Bruselas en manos imperiales. Unos días después le seguiría Nimega, capital de la provincia de Güeldres.

Farnesio ofreció la rendición pero fue ignorada por Philippe de Marnix, que controló con mano férrea a los disidentes y envió misivas de auxilio a Dinamarca, Francia e Inglaterra. Solo acudió en su ayuda la flota de Zelanda, que envió unos 200 barcos al mando de Justino de Nassau, hijo bastardo de Guillermo de Orange. Los rebeldes remontaron la Esclusa hasta el meandro, donde apoyados por la artillería del fuerte de Lillou, lograron tomar el castillo de Liefkenshoek, en la orilla opuesta. Pero no consiguieron hacerse con el fuerte de San Antonio, lo que permitió contraatacar, castigando muy duramente a los capitanes de las  fortalezas que se habían rendido: uno fue desterrado y el otro decapitado. Nassau, por su parte, se retiró al fondeadero de Lillo, donde quedó a la espera.

La guerra de los ingenios

Pero aún no se habían acabado las amenazas para el puente, pues los holandeses contaban con el genio de Federico Giambelli, un ingeniero italiano desairado con Felipe II por no contratar sus servicios que se había pasado al bando de los rebeldes flamencos a través de la reina de Inglaterra. El Arquímedes de Amberes sería un quebradero de cabeza constante para Alejandro y el asedio se convirtió en una verdadera guerra de ingenios entre los dos italianos. Sus primeros artefactos no causaron mucho daño al puente, en un primer momento se mandaron río abajo barriles cargados con dinamita, pero estos se desviaban de su camino, explotaban a destiempo o no llegaban a hacerlo. Luego se arrojaron redes de lienzo para que se enrollaran entre los pilotes del puente convirtiéndolo en un dique de forma que la propia fuerza del agua terminara por desmantelarlo pero tampoco resultaría.

Giambelli ideó la construcción de cuatro brulotes explosivos, de entre ochenta y noventa toneladas cada uno (para hacernos una idea, del tamaño de la nao Victoria de Juan Sebastían Elcano). Contaban en su bodega con una cámara hueca de piedra cargada con pólvora y rellena de clavos, cuchillos, pedazos de cadena, ruedas de molino y hasta lápidas de los cementerios para que actuasen como metralla. Estos navíos serían además untados de pez para impermeabilizarlos evitando que el agua mojase la pólvora. Las minas se encenderían con largas mechas que darían tiempo suficiente a los hombres que los manejaban para dejarlos a la deriva río abajo y echarse al agua para ponerse a salvo de la explosión con la que se esperaba destruir el puente al tiempo que Nassau atacaba desde Lillo.

Además de los brulotes se prepararon con el único objetivo de confundir al enemigo otras 13 naves auxiliares de fondo plano iluminadas con fósforos y múltiples fuegos sobre su cubierta para hacer creer que se trataba de barcos incendiarios en lugar de minas flotantes. Por esa misma razón la mecha se ocultaría a la vista. Estas naves debían ser enviadas al puente en cuatro escuadrones separados a intervalos de media hora, con el objetivo de mantener al enemigo incesantemente ocupado durante dos horas enteras de modo que, cansados de estar alerta por la vana expectativa, acabasen bajando la guardia.

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Envío de los brulotes en llamas contra el Puente Farnesio. Frans Hogenberg, 1586.

La operación fue fijada para la noche del 4 al 5 de abril. Un oscuro rumor ya se había difundido en del campamento español había alertado a Farnesio ante la posibilidad de un ataque serio. Sólo confundía la verdadera naturaleza del mismo, pues contaba con tener que luchar más bien con el hombre que contra los elementos, expectativa que le hizo concentrar a la mayor parte de sus hombres en el puente para su defensa. Decisión que costaría muchas vidas aquella noche.

Cuando se acercaron a unos dos mil pasos del puente, las barcas auxiliares soltaron a los brulotes, confiando que la corriente los enviaría contra el puente, pero la suerte no estuvo de su lado. De los cuatro que se mandaron uno se hundió, dos se atoraron cerca de la orilla y solo el cuarto consiguió romper la barrera protectora de barcas y maderos situados frente al puente encajándose en el centro. La imagen de aquella mole de 800 toneladas empotrada en medio del puente provocó una gran expectación que luego se convirtió en mofa de los soldados, algunos de los cuales, burlándose de lo absurdo del ataque, llegaron a subir sobre el brulote. El propio Alejandro Farnesio estuvo a punto de hacer lo mismo, pero fue persuadido por un alférez llamado Alonso de Vega, que conociendo las malas artes de Giambelli le advirtió del peligro de ello.

Cuando explotó el terrible ingenio se llevó consigo a todos y todo cuanto se hallaba cerca. Una vez se hubo levantado la humareda pudieron apreciarse mejor los estragos de la explosión: pelotas de hierro lanzadas a nueve mil pies de distancia, restos de metralla hundidos cuatro pies en tierra a más de mil pasos. Cuentan los cronistas que en la ciudad de Gante, a unos 35 kilómetros de distancia del lugar, los cristales de las casas de dicha villa temblaron.  Se contaron unos 800 muertos católicos y miles de heridos. Muchos de los cuerpos no fueron hallados, entre ellos el del general de caballería Robert de Melón. El propio Alejandro Farnesio salió despedido por la explosión y quedó inconsciente durante dos horas.

Apenas se hubo recuperado de la conmoción ordenó tapar la brecha con todo lo que flotara y pudiera obstruir el paso, aprovechando la oscuridad de la noche para llevar a cabo una serie de arreglos rápidos que permitieron disimular los daños sufridos persuadiendo a los rebeldes de atacar la construcción. La obra se desarrolló durante toda la noche bajo el constante sonido de tambores y trompetas, que se distribuyeron a lo largo del puente para ahogar el ruido de los trabajadores.

Aunque se prometió una recompensa considerable a los barqueros enviados a reconocer el estado del puente, estos no se aventuraron cerca del enemigo y volvieron sin cumplir su propósito informando de que el puente de barcos no había sido dañado. Aunque la explosión había hecho añicos cien metros de puente -casi una decena de barcazas- en solo tres días habían logrado reconstruirlo, perdiéndose con ello una oportunidad de oro para aliviar la situación de los defensores. La pérdida de hombres fue compensada por las guarniciones de los lugares adyacentes y por un regimiento alemán que llegó muy oportunamente desde Güeldres.

Mientras tanto, en Amberes, la situación se volvió contra Gianibelli, a quien la frenética muchedumbre habría linchado de buena gana. Durante dos días el ingeniero estuvo en peligro inminente hasta que finalmente, a la tercera mañana, un mensajero de Lillo que había nadado bajo el puente trajo la auténtica noticia de que había sido destruido, pero al mismo tiempo anunció que los daños ya habían sido reparados.

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Destrucción del Puente Farnesio en Historie de la guerre des Païs-Bas, Famien Strada, 1727.

Los combates llegan a los diques

El italiano Giambelli perfeccionaría sus máquinas de guerra consiguiendo que no torcieran el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco. Por su parte, los ingenieros de Farnesio habían mejorado su las defensas de su obra con un sistema de amarras que permitía soltar los barcos que conformaban el puente dejando paso a los brulotes de modo que explotaban en la lejanía sin causar daño alguno. Por su parte, las flotillas de galeotas que lo defendían tuvieron que especializarse en el nuevo y peligroso ejercicio de interceptar los brulotes para desviarlos hacia las orillas. Ninguno más conseguiría volver a alcanzar el puente. También se reforzó el fuerte de Liefkenshoek con culebrinas, cañones de largo alcance que obligaron a Nassau a desalojar Lillo para retirarse a la Esclusa.

Los protestantes decidieron entonces jugarse el control de la ciudad en los diques. Después de tres agotadoras semanas de luchas a lo largo del entorno lacustre de Amberes, la batalla definitiva llegó a la luz del alba un 26 de mayo de 1585, cuando las fuerzas de Justino de Nassau y las de Filips van Hohenlohe-Neuenstein se unieron para romper el estratégico dique de Kouwensteyn. Su destrucción permitiría anegar toda la ribera norte permitiendo a los barcos holandeses de vientre plano, los famosos skutjes, navegar fuera del cauce del Escalda hasta llegar a la ciudad, haciendo del Puente Farnesio una mole inútil en medio de una llanura inundada. Para hacer realidad este plan Hohenlohe dispuso de unos 15.000 hombres y Nassau de unos 170 barcos.

Mientras tanto, el ingenio de Giambelli no descansaba, esta vez había ideado la construcción de un navío de fondo plano extraordinariamente grande que pesaba mil toneladas. Contenía un reducto central de planta cuadrada armado con doce cañones y con capacidad para casi un millar de soldados. Tal era la confianza que el artificiero había depositado en su nueva creación que lo bautizó como el Fin de la Guerre, aunque sus financiadores, no sin ironía, lo apodaron  Los gastos perdidos. Los españoles, por su parte, lo llamaban Carantamaula, «el terror de los niños».

En un primer momento los rebeldes fingieron dirigirse a atacar el puente, pero se trataba de una maniobra de distracción dado que su verdadero objetivo eran los fuertes que protegían los diques. Defendían el dique de Kouwensteyn el tercio de Íñiguez y los italianos de Capizucchi, acantonados en sus cuatro fuertes: Santiago, La Plata, San Jorge y Victoria o La Empalizada. En el fuente de la Cruz se encontraba Cristobal de Mondragón al frente del antiguo tercio de Sicilia, donde se le había encargado la construcción de contradique con la que defenderse de estos buques. Por su parte el más leal de los católicos flamencos, Pedro Ernesto, conde de Mansfeld, tenía su campamento en Staebroeck.

El primer ataque holandés se sintió en La Plata, donde fueron rechazados. El Fin de la Guerre se estrenó en La Empalizada, donde enfiló contra el fuerte haciéndole llegar un fuego mortífero que produjo muchos daños, aunque al tratar de virar no tardó en encallar por su propio peso y debido al poco calado del terreno inundado, tras lo cual, dada la imposibilidad de rescatarlo fue abandonado por su tripulación. Las fuerzas del conde de Mansfeld acabarían capturándolo para desguazarlo después. El fortín Victoria soportó el siguiente y masivo desembarco desde Lillo. Los zapadores comenzaron a abrir zanjas para anegar las tierras, protegidos por parapetos construidos por sus compañeros para ponerlos a salvo del fuego enemigo. En seguida este trabajo dio sus frutos y lentamente las aguas empezaron a salir por los surcos aprietos en lo diques sin que los realistas fueran capaces de impedirlo.

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El Fin de la Guerre en un grabado de Frans Hogenberg,

Para colmo, una esclusa rota había permitido la entrada de un barco cargado de vituallas recibido con júbilo por la población civil, que ya celebraba la victoria. No podían estar más equivocados, pues pronto acudió como refuerzo un tercio de españoles e italianos, picados ambos por ganar mayor gloria, que consiguieron mantener el control del dique el tiempo suficiente como para que llegase el propio Farnesio, quien espada y broquel en mano alentó a sus hombres sacando los ojos y al semblante la nube de iras en su pecho había fraguado, con voz alta, como un trueno, hiriendo los oídos y las almas de los circunstantes dice: no cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga.

Poco a poco los tercios fueron imponiendo su buen hacer combatiendo sobre aquella lengua de tierra mientras sus zapadores iban taponando los boquetes abiertos por los de los holandeses. También la marea había empezado a bajar y los barcos que no pudieron alcanzar el mar a tiempo, unos 28 de ellos, quedaron embarrancados a merced de los realistas, que se día se hicieron además con 65 cañones de bronce y algunas otras vituallas de las que iban escasos. En esta jornada los muertos del bando rebelde se contabilizaron en unos 3000 y en el bando imperial unos 1000, de los cuales casi 500 eran españoles. Tocaba ahora atender a los heridos y reparar el dique.

Por otra parte, el clima de júbilo en Amberes había degenerado en desesperación tras conocerse las noticias de la derrota y se empezaron a oír voces cada vez más numerosas pidiendo la rendición. Philips van Marnix trató de infundir nuevos ánimos a sus conciudadanos asegurándoles que nuevos refuerzos estaban por llegar, incluso llegó a falsificar cartas en éste sentido, pero cuando se descubrió el engaño comenzaron los motines. Mientras tanto, la artillería de Farnesio mantenía en jaque los bastiones de la urbe hasta el punto de que, quebrada la moral de sus defensores, abandonaron las murallas y se refugiaron en el interior de la ciudad.

El duque de Parma alentaba toda posibilidad de rendición. He aquí una curiosa anécdota que lo demuestra, la de un joven que consiguió salir de la ciudad para comprar leche a una dama enferma y fue capturado y llevado ante Farnesio, quien no solo le dio permiso para regresar con la leche, sino que le entregó una mula cargada con alimentos, un acto que corrió de boca en boca, consiguiendo que se le asociara una imagen de benevolencia.

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La batalla por el dique de Kouwensteyn en un grabado coloreado de Frans Hogenberg

En lugar de la ayuda prometida los de Amberes solo recibieron la noticia de la rendición de Malinas a finales de junio. Viendo el gobernador que la situación ya era bastante desesperada inició las negociaciones con Farnesio, que se mostró bastante indulgente con sus condiciones, queriendo con ello que se olvidara el motín y saqueo por parte de los tercios españoles en 1576. Se fijó la guarnición en 2.500 soldados, la promesa de fidelidad al rey, la restauración de los templos católicos y el pago de 400.000 florines. Philippe van Marnix sería puesto en libertad bajo promesa de no volver a levantarse en armas contra Felipe II por un año, lo que le costó ser acusado de traición una vez regresó a Holanda.

En lo único que  Farnesio se mostró  intransigente fue en el tema religioso, pues había recibido órdenes muy precisas del rey exigiéndole la expulsión de todos los calvinistas de la ciudad. Por otro lado, la noticia de la caída de Amberes alegró mucho a Felipe II, recordándose como uno de los pocos momentos en los que perdió la compostura cuando, en mitad de la noche, fue a la habitación de su hija predilecta, Isabel Clara Eugenia y le anunció «Nuestra es Amberes».

A mediados de agosto de 1585, Farnesio hizo su entrada triunfal en la ciudad, teniendo buen cuidado de no tener ningún español o italiano entre las tropas que desfilaron por las calles de Amberes para no volver a traer el mal recuerdo del pillaje que cometieron diez años antes. Al cabo de unos días organizó un gran banquete sobre el ya famoso puente, invitando a unas 800 damas de la nobleza, entre miles de comensales. Los festejos duraron tres días, en los que lució su recién concedido Toisón de Oro, siendo el 2 de septiembre el día fijado para desmantelar la obra. Y por supuesto, tras la toma de la ciudad, los tercios recibieron sus siempre postergadas pagas: treinta y siete soldadas atrasadas desde julio de 1582.

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El duque de Parma recibiendo el collar de la Orden del Toisón de Oro.

Bibliografía

Vázquez, Alonso. Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese por el capitán Alonso Vázquez. Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España.

Giménez Martín, Juan (2002). Tercios de Flandes. SL Falcata Ibérica Ediciones Adrianópolis.

Claramunt Soto, Alex (2016). Farnesio: La ocasión perdida de los Tercios. HRM.

San Juan, Víctor (2016). Grandes batallas navales desconocidas. Editorial Nowtilus.

Schiller, Friedrich (2015). The history of the revolt of the Netherlands. The Perfect Library.

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