El período legislativo personificado en Salvador Allende supone para parte de la población mundial la mitificación más ejemplar de la conocida como “tercera ola de las izquierdas latinoamericanas» (Pérez Hierro 2006, 15). El caso chileno se encuadra dentro de las frágiles democracias de la segunda mitad del s. XX, afectadas por la diplomacia y el intervencionismo estadounidense.

Los condicionantes del fin. Particularidades y generalidades del gobierno de Allende

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, las cuestiones internacionales habían virado a una Guerra Fría e indirecta entre dos grandes modelos ideológicos y civilizatorios; el capitalista y el comunista. En ese escenario, Estados Unidos marcaba la pauta del primer bloque como garante de la paz y la libertad, manteniendo su arbitraje internacional de país elegido por Dios para ejercer aquel “destino manifiesto” tan comúnmente mencionado en el imaginario colectivo estadounidense desde los primeros pasos de su actividad diplomática. Ante esto, el comunismo ejemplificado por la URSS constituía el enemigo, la amenaza permanente de su propio sistema tradicional de valores, tan aclamados por la sociedad y tan a su vez apreciados entre el resto de países de su esfera de influencia. No es de extrañar, por tanto, que constituir una “nueva frontera” o cortafuegos al avance de la ideología contraria supusiera uno de los puntos más activos y candentes de la diplomacia estadounidense durante el resto de siglo. De esta manera, mediante la Doctrina de Seguridad Nacional (materializada en la Operación Cóndor a partir de 1970), los Estados Unidos consiguieron intervenir en todo el continente americano, su “hemisferio occidental”, en las distintas políticas internas de los países iberoamericanos por medio de apoyaturas a derrocamientos militares, desestabilizaciones y censuras ideológicas y, en definitiva, la persecución de cualquier tipo de ideología que pudiera ser tildada de subversiva, comunista o, resumidamente, antiamericana.

En este contexto, Chile había experimentado a lo largo del siglo XX una evolución desigual, con un sistema democrático que alternaba entre legislaturas conservadoras y oligárquicas frente a otras más abiertas y participativas (Carlos Ibáñez del Campo en 1927, la República Socialista de 1932, Pedro Aguirre Cerda en 1938…) (Fernandois 2015, 48), a la sombra, como el resto de países americanos, del titán estadounidense. Salvador Allende se había presentado a las elecciones de 1970 como candidato de Unidad Popular, una coalición que aglutinaba socialistas, comunistas y disidentes del anterior gobierno cristiano de Eduardo Frei Montalva (1964 – 1970). A la altura del proceso electoral, Allende había ya movilizado la opinión popular debido a su cercanía y sencillez, por lo que su victoria ajustada (36,22% de votos frente al 34% del empresario y antiguo presidente Jorge Alessandri) supuso el desenlace inevitable y desastroso para la opinión estatal norteamericana, que comenzaba a ver en Chile otro posible medio de penetración de la ideología comunista en su patio trasero, el continente que a rasgos prácticos constituía su continente.

El comunismo se había instalado a las puertas con Cuba en 1952, pero ahora podía llegar a entrar sin impedimento alguno mediante unas reformas señaladas con el atributo de “revolucionarias”, proclamadas por un líder apreciado que había tomado el poder de manera democrática y legítima, lo cual dificultaba una posible intervención militar estadounidense a favor de una “paz” que ya existía. Si el propio presidente había reconocido la candidatura de Allende frente a la CIA como una “victoria limpia” (imposibilitando una anulación de los resultados), se necesitaba otros medios de neutralización y, tal vez, otros apoyos más allá de la mera democracia cristiana.

Por tanto, el principal objetivo de derrocar a Allende requería de una acción coordenada en dos direcciones: la desestabilización interna del recién creado gobierno, por medio de la manipulación y la conspiración con ayuda de las élites, y la acción exterior mediante el bloqueo, con el deseo de obligar en último término al país a reconducirse hacia políticas más conservadoras. Ambos fenómenos terminarían triunfando debido a diversos condicionantes.

Mitin de Salvador Allende.
Mitin de Salvador Allende en Concepción, 1971.

Los problemas desde el interior

En cierto modo, Chile ya supo desestabilizarse socialmente por sí solo durante los tres años de legislatura, por lo que en esta dimensión Estados Unidos sólo tuvo que allanar el camino ya pautado. Como en cualquier Estado latinoamericano del momento, el país se encontraba dividido socialmente entre una élite oligárquica y empresarial que controlaba la mayoría del capital chileno, en cierto modo afín al intervencionismo estadounidense de empresas multinacionales en sectores como las telecomunicaciones o la industria pesada; y las masas populares, más cercanas a la ideología socialista e incluso comunista. Éstas aspiraban a mayores cuotas de derechos y participación y, alentadas por el surgimiento de los populismos, al ideal de “Chile para los chilenos”.

Como consecuencia de la victoria de Allende y el surgimiento, en vistas de quienes formaban Unidad Popular, de un posible miedo a la llegada comunista; parte de esta oligarquía y alta burguesía decidió huir nada más conocerse el resultado electoral. Esto provocó la fuga de unos capitales que constituían unos de los principales medios de financiación del país. Debido a la denominada “corrida de los bancos”, la nueva legislatura nació amenazada económicamente, aumentado la polarización ideológica de la sociedad como fruto de una serie de medidas diseñadas por el gobierno. La reforma agraria, la nacionalización de la banca extranjera, de los sectores del salitre, las telecomunicaciones y el cobre, un aumento salarial del 40%… eran, como mencionaba Eduardo Galeano en su obra El siglo del Viento, la demostración de «Chile queriendo nacer» (Galeano 1986, 258), pero sólo aliviaban a la población temporalmente, ya que no resolvían la situación ni siquiera a corto plazo, puesto que el miedo económico por la fuga de capitales seguirá presente y materializado en un grave déficit y recesión.

Las medidas, tildadas de revolucionarias, impactaron en la opinión pública y fomentaron el surgimiento de movimientos reaccionarios desde las juventudes de extrema derecha, apoyadas por la contra-campaña estadounidense. A partir de ésta, se intentó conmocionar a la democracia chilena mediante asesinatos en la cúpula militar (René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército Chileno, será asesinado en 1970) así como mediante el control editorial del periódico El Mercurio (Verdugo 2004, 30). Estos fenómenos favorecieron el miedo social, provocando una “sensación de amenaza” que llegaría no sólo al pueblo (como vemos en contestaciones sociales como en la Marcha de las Cacerolas), sino a sectores sociales más peligrosos como la propia esfera militar. Por medio de acciones encubiertas, los cuerpos de inteligencia supieron garantizar la impunidad de los autores intelectuales y, por otro lado, generar tal incertidumbre en la sociedad hasta el punto de terminar, en sus últimas consecuencias, siendo incapaces de reaccionar al golpe de Pinochet.

Con el inicio de las huelgas organizadas desde organismos como la Confederación de Dueños de Camiones u otras compañías estatales, Chile demostraba que se encontraba ya (para suerte estadounidense) irremediablemente dividido en dos facciones, y Allende tenía que hacer frente cada vez más a mayores tensiones internas. Sólo faltaba un agente social dispuesto a dar el paso para provocar un derrocamiento directo: el ejército nacional, implicado en prácticamente la mayoría de golpes de estado latinoamericanos. El triunfo de Augusto Pinochet supuso el triunfo del propio militarismo. Parte de la tropa y la alta oficialidad chilena sentirá ante las reformas socialistas la necesidad de reconducir el país hacia la “democracia y la libertad” (ya que, por otro lado, perdían poder e influencia) conspirando junto a las fuerzas estadounidenses desde los comienzos de la legislatura.

Para Pinochet, que tras su aparente defensa de la democracia en el intento de golpe del 29 de Julio había ascendido a Jefe del Ejército, el fin de Allende/socialismo era la única solución posible al problema del país. Para ello, conseguirá retrasar el plebiscito del 10 de Septiembre sobre la vía pacífica/directa de la revolución socialista, que podía legitimar aún más el gobierno de Allende, y comandó el levantamiento militar apoyado por tropas estadounidenses desembarcadas en Valparaíso, el Grupo de Carabineros, etc. Salvador Allende fallecería por sus propias manos u otras aquel día en La Moneda; en un clima de confusión y miedo, sin reacción popular alguna en las calles y mucho menos política o militar. Tras esto, se instauró una Junta Militar.

Allende y Pinochet
Salvador Allende y Augusto Pinochet.

Los problemas desde el exterior

Sin embargo, este suicidio político y vital no puede explicarse únicamente a raíz de un proceso endógeno, sino también por su propia posición desde el exterior. ¿Qué llevó a Estados Unidos a posicionarse completamente en contra de un gobierno democrático? La oposición internacional no vendrá tanto por sus reformas (las cuales, pese a todo, no respondían radicalmente a términos tan idealizados como una “revolución”, ya que la nacionalización empresarial fue algo común en muchos países latinoamericanos desde sus independencias) sino por su propia estrategia diplomática. Chile resultaba peligroso por su afinidad al verdadero enemigo, al comunismo de países como Cuba y la URSS, ya fuera por sus relaciones directas o por la propia similitud entre los discursos y la terminología de ambas zonas.

En contra de lo que pudiera el gobierno estadounidense pensar, los procesos y las condiciones de los gobiernos de Cuba y Chile no eran tan semejantes. Mientras que Castro había alcanzado el poder por una revolución armada, una ruptura violenta con la coyuntura anterior, Allende gobernaba con plenos derechos democráticos y legítimos. Además, Allende defendía la vía pacífica frente a la vía directa (más cercana a la acción cubana), y sus reformas no habían roto por completo con la situación anterior, con una política de propiedad privada más indulgente y una relación con la Iglesia mucho más cordial (hasta el punto de ser en ocasiones apoyado por la democracia cristiana). Es más, a ojos de un Castro que sólo concebía la revolución como fin de una lucha armada, el Chile de Salvador Allende poco podía tener de revolucionario. Sin embargo, estas discrepancias resultaron invisibles ante la opinión pública tras los contactos de amistad entre ambos líderes desde 1971 ya que, en pleno recrudecimiento de la Guerra Fría no podía existir término medio.

Allende y Castro
Encuentro diplomático entre Salvador Allende y Fidel Castro, en 1971.

La nacionalización de sectores como el cobre (y la no indemnización de las sucursales empresariales estadounidenses de éste) y el acercamiento chileno-cubano llevó a un bloqueo económico por parte de los Estados Unidos de Richard Nixon en su lucha contra el comunismo internacional, así como la espalda de la mayoría de Estados mundiales. Esto, por otro lado, causó un mayor apoyo entre ambos países socialistas, ya que Allende requería de nuevos apoyos en el exterior ante la pérdida de éstos dentro de Chile y fuera de él. Bloqueo económico, recesión, polarización social fomentada desde fuera, mercado negro, asimilación exterior de pertenecer al bloque comunista… asistimos, por tanto, a una situación que fue acomplejándose en el tiempo, cuya consecuencia final terminará siendo el golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet.

El mito de Allende

Tal vez el golpe de Estado pudo triunfar en términos políticos y económicos, pero cometió un grave error a los ojos de la Historia: la muerte (o como consecuencia, el suicidio) de Allende lo mitificó ante la población y el propio socialismo mundial. Ya no existía materialmente, pero el trauma de Chile en torno al proceso mantendrá viva su figura hasta el día de hoy, rozando muchas veces la idealización excesiva desde cierta historiografía. Hasta para la facción de la izquierda que lo consideró reformista, así como para aquellos que se opusieron a él, se convirtió en la manifestación del morir por los ideales y la libertad, el triunfo (o, desde otra perspectiva, el fracaso) de la vía pacífica de la revolución. Obras, documentales, películas… muchas han sido las demostraciones de este fenómeno en los últimos años, en un clima de extremos políticos que tienden a deformar la imagen real del político.

Debido a esto, el golpe de Estado conmocionó a la opinión internacional de manera especial frente a la mayoría de derrocamientos ya habituales en América Latina, con una izquierda mundial que viró a «posiciones más moderadas» por el miedo a una reacción parecida. La dictadura de Pinochet comenzó, por tanto, con unas manos más manchadas de sangre de lo habitual a ojos del mundo, manteniéndose hasta 1990 gracias a un clima de represión y extrema violencia manifestada en campos de reclusión como el de Chacabuco o fusilamientos en masa en el desierto de Atacama.

Conclusiones finales

Podríamos definir el proceso del ascenso y caída de Allende en Chile como un caso paradigmático de las frágiles democracias latinoamericanas durante el siglo pasado: la presencia de las élites y la alta jerarquía burguesa y empresarial contra las reformas socialistas, la incidencia del populismo, la intervención o guerra preventiva de las potencias internacionales para imponer sus propios intereses… serán caracteres comunes en el fin de la mayoría de democracias, así como el papel del estamento militar como «quinta columna» de dicha acción exterior. Por otro lado, de nuevo este proceso demuestra la relación de la inestabilidad sociopolítica como fruto de una desestabilización económica, algo que será utilizado muchas veces como justificación a imponer, paradójicamente, una paz mediante la violencia. Estas crisis económicas provocarán el empobrecimiento de varios sectores sociales que originará la izquierdización de las masas y los grupos subalternos, y esto no será permitido en medio del clima de la Guerra Fría, en plena lucha contra el comunismo internacional.

Bibliografía

PÉREZ HIERRO, P. 2006. La “izquierda” en América Latina. Madrid: Editorial Pablo Iglesias.

FERNANDOIS, J. (coord.). 2015. Chile, vol 5: 1960 – 2010. La búsqueda de la democracia. Madrid: Taurus.

GALEANO, E. 1986. Memoria del fuego, vol. 3: El siglo del viento. Madrid: Siglo XXI de Espasa Editores.

VERDUGO, P., 2004 La Casa Blanca contra Salvador Allende: los orígenes de la guerra preventiva. Madrid: Tabla Rasa.

4 COMENTARIOS

  1. Algo de lo escrito por la autora es irreal? Dices que magnífica el papel intervencionista de estados unidos en América, yo creo que lo minimiza, siendo América el patio trasero de los estados unidos. Ejemplos de esto hay muchos, la operación condor, dominicana, puerto rico, Panamá, chile, cuba, Venezuela etc, todos estos son países de América que han sufrido de la intervención unilateral de los EEUU

  2. Pues a mi me ha parecido muy curioso, me encanta la historia y me encanta leer cosas que no sabía. Y la respuesta que le ha dado Lara, la veo muy adecuada.
    Un saludo

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