La imagen de los tercios españoles va inseparablemente unida a un arma: la pica. Desde expresiones populares como “poner una pica en Flandes”, a cuadros como la Rendición de Breda de Velázquez, popularmente conocido como “las lanzas”, pasando por las novelas y películas de Alatriste, en el imaginario colectivo se asocia a los tercios con grandes formaciones de piqueros. Es cierto que la pica fue un arma de importancia fundamental en los tercios (y en el resto de ejércitos europeos de la época), pero fue la adopción de las armas de fuego lo que dio a los tercios la hegemonía y la fama de infantería irreductible. En este articulo hablaremos de una de estas armas de fuego, concretamente del arcabuz.

El cambio de paradigma militar

Durante la Edad Media, los campos de batalla europeos estuvieron indiscutiblemente dominados por la caballería. Sin embargo, con la llegada de la Edad Moderna esto comenzó a cambiar, pasando a ser la infantería el núcleo de los ejércitos. Este cambio se produjo como consecuencia de distintos factores, siendo destacable la progresiva profesionalización y mejora de la instrucción de los infantes. Ya no se trataba de peones reclutados mediante levas y pobremente armados, sino que comenzaba a haber soldados profesionales, capaces de plantar cara y vencer a formaciones de caballería pesada.

Unidad de arcabuceros imperiales en la batalla de Pavía
(https://ejercitodeflandes.blogspot.com/2009/11/arcabuz.html)

Este nuevo modelo de tropa se extendió por Europa de mano, entre otros, de los mercenarios suizos, los cuales formaban en grandes y compactos bloques de infantería armados con largas picas, que comenzaban a combinar con armas a distancia, en este caso las ballestas, que irían dando paso paulatinamente a las primeras armas de fuego. El resto de los ejércitos de la Europa de la época se dieron cuenta de la eficacia de este sistema de combate y comenzaron a imitarlo.

Además de todo esto, en España tuvo gran influencia la Reconquista. Al ser una guerra fronteriza en la que los ejércitos de los distintos reinos participantes sufrían escasez de efectivos, los habitantes de los territorios en disputa tuvieron un papel protagónico. Los infantes que combatían en estos enfrentamientos destacaban por enrolarse de manera voluntaria, además de pasar largos períodos de tiempo viviendo en situación de guerra, lo que los convertía en tropas valiosas y de gran calidad. La fase final de toma del Reino de Granada se caracterizó por las escaramuzas, los golpes de mano y los asedios, lo que otorgó gran experiencia a esta ya curtida infantería en el uso del terreno en beneficio propio y en la adopción de las primeras armas de fuego portátiles.

Las armas de fuego en los tercios

Los tercios fueron conscientes de la importancia de las armas de fuego desde el principio, aumentando paulatinamente su número entre sus filas. Las primeras armas de fuego utilizadas por los soldados de los tercios fueron las escopetas, no tenían nada que ver con lo que hoy en día entendemos por escopeta, se trataba de armas de fuego anteriores al arcabuz, de menor calibre y mayor alcance que éstos, y que se disparaba desde la cintura.

Reproducción de un arcabuz.
(https://lacasadelrecreador.com/es/204-arcabuz.html)

La escopeta fue sustituida por el arcabuz, el cual trataremos con mayor profundidad a continuación, y éste por el mosquete. En un principio, el mosquete se utilizaba como artillería de pequeño calibre en murallas y embarcaciones, hasta que el III Duque de Alba lo adoptó como arma de mano, teniendo un gran impacto por su mayor alcance y potencia de fuego, requiriendo la ayuda de una horquilla para utilizarlo adecuadamente.

El arcabuz

El arcabuz fue el arma que permitió a los tercios imponerse sobre los dos modelos militares que dominaron los campos de batalla europeos hasta el momento: la caballería pesada francesa y los piqueros suizos.

Se trataba de un arma de fuego con un cañón de alrededor de un metro de largo, el cual era preferible dejar sin bruñir, para que no brillara con el sol y que no fuera tan fácil de ver. El arcabuz disparaba pelotas de plomo de unos 20 milímetros de diámetro que llevaban guardadas en una bolsa, aunque cada arcabuz tenía un calibre propio, por lo que se facilitaba al soldado un molde y plomo para fabricar su propia munición.

Los arcabuceros llevaban dos tipos de pólvora, gruesa para el cañón y fina para la cazoleta. Para agilizar el proceso de recarga, los arcabuceros llevaban una bandolera con varios recipientes de latón con la cantidad de pólvora necesaria para el disparo, estos recipientes recibían el nombre de frascas. Popularmente se les denomina “Doce Apóstoles”, aunque esta era una denominación que se usaba en Inglaterra en torno al siglo XIX. Esta correa de frascas convertía a los arcabuceros en polvorines andantes , lo que podía provocar accidentes que hicieran volar por los aires a gran número de soldados. Otra cosa que hacían los arcabuceros para ahorrar algo de tiempo a la hora de recargar era meterse en la boca dos o tres pelotas de plomo para escupirlas dentro del cañón.

(https://www.deviantart.com/jasonjuta/art/Spanish-arquebusiers-543302419)

En cuanto a la culata, se prefería que fuera recta para poder apoyarla en el hombro, lo que en la época se conocía como “tirar a la española”, también las había curvas, que debía apoyarse en el pecho. A pesar de esta preferencia por la culata recta, en la época no se daba excesiva importancia al apuntado preciso, ya que los propios arcabuces no lo permitían, en lugar de ello se prefería concentrar un gran volumen de fuego.

El funcionamiento del arcabuz era el siguiente: se vertía la pólvora gruesa en el cañón y se colocaba un taco que podía ser de papel, tela o cera, para aprovechar mejor los gases producto de la deflagración de la pólvora. Tras el taco se introducía la bala y se atacaba todo con una baqueta de madera, después se ponía la pólvora fina en la cazoleta. El mecanismo de disparo consistía en un serpentín que sostenía una mecha, al apretar la palanca que hacía de gatillo, el serpentín hacía bascular la mecha encendida sobre la cazoleta, prendiéndola y transmitiendo el fuego a la pólvora gruesa del cañón a través de un agujero denominado “oído”.

El alcance efectivo del arcabuz era de unos 50 metros, aunque normalmente se utilizaban a unos 15 o 20 metros, ya que a partir de los 25 o 30 perdían muchísima eficacia y precisión. Se trataban de utilizar lo más cerca posible del enemigo, sobre todo los primeros disparos, que eran los más fiables y precisos por haberse cargado antes del combate y por estar el cañón frío. Estas descargas realizadas al unísono y a corta distancia de enemigo eran denominadas “ruciadas” por los españoles. El arcabuz permitía realizar unos dos o tres disparos por minuto, aunque en combate no solían efectuarse más de seis disparos seguidos, ya que el cañón se calentaba mucho y era necesario enfriarlo para evitar problemas de funcionamiento, incluso la rotura del arma.

El arcabuz presentaba varias desventajas, por ejemplo, bajo condiciones de lluvia o viento fuerte se dificultaba mucho su uso, además, en escenarios nocturnos, la mecha encendida hacía a los arcabuceros fácilmente identificables. Sin embargo, la mayor desventaja era su baja cadencia de fuego, que venía dada por el largo y lento proceso de recarga y porque tras unos pocos disparos seguidos, el cañón se calentaba mucho y la pólvora negra dejaba muchos residuos en su interior.

Táctica y modo de empleo

El arcabuz dio a los tercios gran flexibilidad y adaptabilidad, en la época se consideraba que era un arma que se ajustaba mucho a las características y la forma de combatir que se atribuían a los españoles: no muy altos, ágiles y con preferencia por acciones bélicas que requerían despliegues abiertos, disciplina y cierta dosis de iniciativa individual, como podían ser las escaramuzas, las emboscadas y los golpes de mano.

El uso del arcabuz se aconsejaba en campo abierto, alejados del grueso de la infantería, pero no demasiado para poder volver a protegerse en caso de un ataque de caballería, aunque en las formaciones de arcabuceros también se incluían soldados con armas de asta, sobre todo alabarderos, para tener opciones ante los jinetes.

La doctrina española buscaba mantener un ritmo de fuego constante, para ello se disponían en varias filas, los situados en primera fila disparaban y se movían a la última para recargar su arma, para esto la formación debía ser abierta para que los soldados pudieran moverse entre las filas sin peligro de accidentes con las frascas de pólvora y las mechas encendidas. La profundidad de la formación dependía del tiempo de recarga del arma, permitiendo que en la primera fila hubiera siempre soldados con el arma lista para disparar.

Cuando formaban junto al resto del escuadrón, se situaban a los lados del cuadro de picas, con un frente de unos cinco hombres, ya que era la distancia que cubrían las picas. En las esquinas del cuadro se situaban las mangas, que tenían un papel fundamental en las escaramuzas, en ellas las mangas se alejaban del cuadro, situándose en algún lugar en el que pudieran aprovechar el terreno a su favor. Una vez situados, del grupo de arcabuceros se sacaban tres filas de cinco hombres que formaban de forma abierta, una vez el enemigo estaba a rito, comenzaban a abrir fuego pero con una gran disciplina y cuidando mucho el no recalentar el arcabuz. Se iban relevando con nuevos grupos de quince arcabuceros cuyas armas estuvieran frías y continuaban con el fuego sobre el enemigo. Se intentaba provocar al contrincante para devolvieran el fuego intensamente, ellos si calentando sus armas de fuego, para que comenzaran a fallar y así lograr la superioridad. Una particularidad de las tropas españolas es que, tras unas cuantas descargas, se lanzaban al cuerpo a cuerpo con las espadas, ya que consideraban que tenían ventaja en este tipo de combate.

Un ejemplo práctico: la batalla de Bicoca (1522)

Arcabuceros españoles en Bicoca, obra de Ángel García Pinto)

Esta batalla tuvo lugar en el contexto de las Guerras de Italia que enfrentaron a Francia y España durante la primera mitad del siglo XVI. Nos sirve como ejemplo de la eficacia con la que la infantería española adoptó el arcabuz, ya que en ella los arcabuceros españoles infligieron una derrota aplastante a los piqueros suizos, que tenían la hegemonía en los campos de batalla europeos hasta ese momento.

En 1521 se reanudan las hostilidades cuando Francisco I de Francia lanza sendos ataques sobre los dominios imperiales en Países Bajos y Navarra, Carlos I contraataca ordenando a Próspero Colonna y al marqués de Pescara avanzar desde Nápoles hacia Milán. La tropas francesas en Milán se encontraban en inferioridad numérica, por lo que Francisco I envía mercenarios suizos como refuerzo, aún así, en invierno de 1521, las tropas imperiales ya se han adentrado en Milán tomando poblaciones importantes. Durante los meses de invierno los franceses continúan recibiendo refuerzos, entre ellos otros 10.000 suizos, y se ponen en camino a la ciudad de Milán, que estaba siendo asediada por los imperiales. Viendo que las tropas imperiales están muy bien atrincheradas en la ciudad, el vizconde de Lautrec, al mando de las tropas francesas, decide lanzar operaciones de castigo sobre la campiña para privar a los imperiales de suministros.

Colonna sale a su encuentro en la aldea de Bicoca, donde toman posiciones y se fortifican. El bando francés tiene problemas con los mercenarios suizos, que no habían recibido sus pagas y amenazan con marcharse si no se ataca inmediatamente a los imperiales, por lo que el ejército francés emprende la marcha hacia Bicoca.

La posición imperial en Bicoca era bastante sólida, estaba rodeada por acequias y frente a ella discurría un camino hundido respecto a la posición imperial, tras este camino, sobre el terraplén, se alzó un parapeto de tierra y tras él se colocaron los arcabuces españoles dirigidos por Pescara. La batalla comenzó con un intercambio artillero mientras los suizos avanzaban formados en tres grandes cuadros, uno de los cuales, dirigido por Anne de Montmorency y dividido en dos columnas, llegó al borde del camino, que no era visible desde su posición inicial, y comenzó a titubear. En ese momento, los arcabuceros españoles, organizados en cuatro filas tras el parapeto, comenzaron a disparar una tras otra. Las descargas fueron brutales, acabando con cientos de suizos y prácticamente eliminando una de las columnas. La otra consiguió bajar al camino y trató de escalar el parapeto bajo el intenso fuego de arcabucería que les estaba ocasionando grandes bajas. En cuanto llegaron arriba se encontraron de cara con un escuadrón de lansquenetes imperiales, que les hizo retroceder y se lanzó sobre los suizos que seguían en el camino. Esto fue suficiente para ellos, que emprendieron la retirada perseguidos por los españoles. Según las crónicas, unos 3.000 suizos habían perdido la vida en el camino y en el prado que lo precedía. Los arcabuceros españoles prácticamente no habían sufrido ninguna baja . El modo de hacer la guerra había cambiado, comenzaba más de un siglo de dominio de la infantería española.

Bibliografía.

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  • Albi de la Cuesta, Julio, “Armamento y táctica”, en Julio Albi de la Cuesta, De Pavía a Rocroi. Los tercios españoles, Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2017, 75-111.

  • Claramunt Soto, Álex, Bicocca, 1522. El triunfo del arcabuz español sobre las picas suizas. Desperta Ferro Ediciones, 2020.

    https://www.despertaferro-ediciones.com/2020/batalla-de-bicocca-1522-el-triunfo-del-arcabuz-espanol-sobre-las-picas-suizas/ (consultado 20-4-24).

  • David Nievas Muñoz y Juan Molina Fernández. LA Batalla de Pavía. Hombres y armas (Especial 4º aniversario), Bellumartis Historia Militar. https://www.youtube.com/watch?v=qkTyFUSd7y8&ab_channel=BELLUMARTISHISTORIAMILITAR

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