Siempre que le preguntamos a los niños sobre qué quieren ser de mayor nos dicen una profesión diferente o una profesión que implique fama y dinero (futbolista, astronauta,…) Pues bien, los romanos no eran muy diferentes a nosotros. Unos contestaban «gladiador» y otros, como veremos ahora, contestaban «pretorianos«.
En este artículo daremos unas pinceladas sobre la vida de estos soldados de élite.
Reclutamiento
La asignación de los futuros miembros de la guardia pretoriana dependía de la destreza militar y de la confianza que inspirara el aspirante. No en vano estaría en su mano no sólo la vida del emperador sino también de su familia. Paradójicamente, apenas participaba éste en la selección de sus futuros guardaespaldas.
No muchos podían aspirar a considerarse aptos pero las cohortes no necesitaban tampoco reunir un número enorme de miembros así que si alguien destacaba en las cualidades más importantes era suficiente. Había cierta flexibilidad para el resto de requisitos.
Desde la época de Augusto hasta la reforma del pretorio iniciada por Septimio Severo (193-211) se requería:
- Voluntariedad. Alguien que hace las cosas por obligación no iba a poner tanto empeño en su labor como alguien que lo hace por voluntad propia llevado por la lealtad y el honor.
- Ciudadanía. A mayor antigüedad e importancia de su estirpe mayores serían las posibilidades.
- Clase social. Ayer como hoy contaba mucho ser miembro de una familia adinerada.
- Edad. Se trataba de un requisito importante aunque permitía un rango mucho mayor que el exigido para el resto del ejército. El registro arqueológico revela pretorianos enrolados desde los catorce (no parecía existir problema) hasta los treinta y dos, si bien la que se recomendaba era similar a la de las legiones (18-20)
- Forma física. Era un requisito algo impreciso. Simplemente la adecuada para llevar a cabo las funciones del puesto.
- Estatura. Se requería un mínimo de 1,70 metros.
- Recomendaciones. Otra cosa que ayudaba, al igual que hoy, aunque no era indispensable.
Septimio Severo modificó el sistema de reclutamiento y, por ello, ser pretoriano pasó a ser un premio para los más capacitados del ejército que hubieran demostrado su valía durante al menos cinco o seis años.
El primer paso de la selección era la llamada probatio
Entrenamiento
Los pretorianos recibieron muchas críticas por parte de los autores clásicos ya que eran privilegiados y hacían gala de ello.
Los pretorianos debían mostrarse siempre disponibles para el emperador y merecedores a los ojos de éste de pertenecer a este cuerpo de élite ya que defraudar sus expectativas suponía un castigo. Para ello necesitaban ejercitar no sólo su fuerza sino también su mente puesto que todo ello mostraba su valor (virtus) ante el enemigo. Pero Roma era una ciudad donde había muchos placeres por lo que se creó el campus, para evitar que el soldado lapidara su salario. Sus instalaciones incluían un templo, un gran edificio rectangular para letrinas y unas termas donde prepararse para la jornada de entrenamiento o recuperarse tras el esfuerzo.
Los armatura instruían a grupos de soldados (desde un contubernio a un manípulo, llamados quintanarí) en el arte de la esgrima, y recibían formación de los discens armaturarum (“instructor de instructores”) para realizar su función con garantías de éxito. Los evocati (soldados reenganchados tras cumplir su servicio básico) de infantería tenían un preparador específico, el exercitator armaturarum, y los exercitatores equitum praetorianorum se dedicaban a los jinetes. El doctor cohortis (asistido por un optio campi) supervisaba el entrenamiento de cada corte y, por encima de ellos, estaban los campidoctores. Las fuentes mencionan también la existencia de un doctor armorum o magister campi. Es posible que, al igual que los legionarios, fueran marcados en la palma de la mano con un hierro candente. Soportarlo ya era muestra de fuerza y valor.
Al margen de los ejercicios para cultivar el cuerpo y prepararlo para las exigencias de la vida militar, era importante aprender a formar y a realizar el paso militar, y lograrlo correctamente requería práctica diaria hasta la extenuación. La marcha regular y el paso ligero (magnis itineribus) se entrenaban inicialmente sin carga, hasta realizarlas con todo el equipo de combate en perfecta sincronización. Los adiestradores inicialmente organizaban marchas diarias de 20 millas romanas en cinco horas (29,620 kilómetros) a velocidad normal (iustum iter) o 40 millas en doce horas (unos 60 kilómetros) y, más tarde, 24 millas en cinco horas a paso ligero (35,544 kilómetros). Los reclutas supervivientes repetirían estas distancias portando todo el equipo reglamentario (30 kilos o más).
La práctica del salto era importante, pues los soldados debían estar listos para sortear y superar cualquier obstáculo del terreno (riachuelos,…) o colocado por los enemigos (empalizadas, …) Aprender a nadar era también de suma importancia ya que podía salvarles la vida.
Los primeros meses de entrenamiento comenzaban al alba y no terminaban hasta el anochecer. El valetudinarium (hospital) del cuartel funcionaba a pleno rendimiento al final del día ya que no existían antibióticos, por lo que cualquier herida leve podía causar septicemia, y una apendicitis aguda era letal.
La instrucción con armas y los ejercicios de fuerza constituían otra parte fundamental del entrenamiento ya que tenían que soportar la carga del escudo, realizar obras de ingeniería, etc. Un brazo cansado no iba a acometer de la misma forma que uno resistente. Los ataques se concentraban en tres secciones: la superior, que se entendía como la cabeza del enemigo; la media, su torso y la inferior, sus piernas y genitales. Esto se complementaba con el entrenamiento en el uso de las armas arrojadizas (el pilum y hastae)
Licenciamiento
Uno de los privilegios de los pretorianos era los años de servicio: 16 – 17 años frente a los 25 de un legionario. Pero aún así, un poco menos de la mitad no lograban licenciarse debido a que no pasaban la barrera de los 14 años debido a bajas en acto de servicio. Si eras uno de los agraciados, ya fuera por suerte o habilidad, pasabas a recibir la honesta missio e, inmediatamente, a convertirte en un civil. La edad de licenciamiento pocas veces superaba los 35 años lo que les permitía retirarse en un momento pleno de su vida.
Hasta el año 70 el acto del licenciamiento se realizaba sin más burocracia que la que implicaba su cambio de estatus y los beneficios reconocidos/derivados de su servicio. En ese momento, se oficializó la entrega de un certificado (diploma) como documento jurídico que lo acreditaba. El único inconveniente, al no quedar amparado, era el caso de los nacidos antes de ese momento, pues no tenía carácter retroactivo como sucedía con los auxiliares o los efectivos de la flota romana. Recordemos que hasta el Edicto de Caracalla en el año 212 no se otorgará la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio.
No sólo percibían una importante compensación económica por la lealtad y dedicación mostrados al Estado y al emperador tras largos años, el praemium militae, sino también los pagos que había tenido que depositar en la caja (signum) de su cohorte que se custodiaba en los castra por los portaestandartes (signiferii).
El praemium se entregaba en forma de tierras (missio agraria) hasta el año 13 a.C., en que Augusto decidió sustituirlo por una cantidad de dinero establecida oficialmente y que debía entregar el erario militar (aerarium militare)
Bibliografía
CEÑAL MARTÍNEZ, Héctor (2011), «Uso del arco en las cohortes pretorianas», Gladius, XXXI, pp. 77-82.
MENÉNDEZ ARGÜÍN, A. Raúl (2011), «La guardia pretoriana en combate. I: Equipamiento», Habis, 41, pp. 241-261.
MENÉNDEZ ARGÜÍN, A. Raúl (2011), «La guardia pretoriana en combate. II: Rutinas de entrenamiento, operacines, tácticas y despliegues», Habis, 42, pp. 229-252.