Génova se configuraba como un enclave geoestratégico de gran importancia en el continente europeo. Esta ciudad-estado marítima estaba controlada por una fuerte oligarquía: las principales familias sustentaban a la República de forma política y económica, así como sus relaciones con el exterior. A través del pacto realizado con Carlos V en 1528, Génova pudo establecer la independencia de su gobierno y reorientar su política exterior.
Mientras que la República proporcionaba crédito y recursos navales, el gobierno de los Habsburgo protegió militarmente el territorio, además de dotar de la posibilidad de promoción a sus élites. Sin embargo, esta alianza sufrió diversas crisis que veremos en el presente artículo, como lo fue la revuelta de 1575, sucesivas bancarrotas como la de 1596 o 1627, la actuación de Saboya, la presión de Francia o el desarrollo de ideas que abogaban por la neutralidad y la autonomía de la República. Por ello, a continuación repasaremos los principales acontecimientos que envolvieron la alianza con la Monarquía Hispánica, que abarcaría desde 1528 hasta la pérdida total de influencia a raíz del cambio dinástico desembocado por la muerte de Carlos II, y cómo se reorganizaron los grandes ejes geoestratégicos entre las principales potencias del continente.
Génova, un enclave comercial
Las particulares características físicas de Génova suponen un factor esencial a la hora de plantear un estudio sobre su evolución política, social y económica. Su situación geográfica privilegiada enmarcada por el mar de Liguria contrasta con las condiciones físicas de una región que recibe este mismo nombre, con prácticamente ningún espacio llano. Este factor condicionó profundamente sus actividades económicas durante siglos, ya que empujó a la región a dedicarse al comercio marítimo. Su posición dominante sobre el mar Tirreno ayudó a conformar una sociedad basada en la actividad comercial y urbana.
La República de Génova se caracterizaba por un rígido sistema jerárquico que impregnaba la sociedad desde el Medievo. Este territorio se diferenciaba de otras ciudades-estado por la presencia de una potente oligarquía nobiliaria que controlaba fervientemente la ciudad. La división social generaba importantes luchas y rivalidades entre los distintos dirigentes, lo cual terminaría derivando en una situación de inestabilidad y conflictividad social. Este panorama convulso provocó que el territorio fuese controlado, gran parte del intervalo comprendido desde 1396 a 1528, por cuatro potencias diferentes: España, Francia, Milán y Monferrato. Esta poderosa oligarquía se encontraba fragmentada entre nobles y populares.
A su vez, la propia sociedad genovesa se dividía entre güelfos (defensores del poder de la Iglesia sobre el Emperador) y gibelinos (partidarios del Emperador por encima del Papado). El carácter oligárquico y plutocrático del gobierno genovés estaba marcado por una fuerte segmentación ideológica que generaba importantes tensiones (Retortillo Atienza, 2016). La República se configuró como un Estado cuyo poder central se encontraba en un sistema económico sustentado a través de una serie de familias y banqueros de gran influencia. Encontramos, por lo tanto, una organización amparada por esta clase poderosa político-económica que, utilizando sus redes de informadores y colaboradores, hacían uso de sus contactos a diversas escalas (Ben Yessef Garfia, 2013).
El acuerdo de condotta (1528)
La amenaza del monarca francés Francisco I sobre la República generó estrechas relaciones entre Carlos V y Génova debido a la asistencia prestada por el emperador al enclave marítimo. Andrea Doria y el emperador firmaron un acuerdo que permitió a la Monarquía Hispánica el acceso a los recursos navales fundamentales para favorecer la correcta comunicación entre los territorios hispánicos. A cambio, el pacto concedía al territorio ligur seguridad y la autonomía de su gobierno (Retortillo Atienza, 2016).
Andrea Doria era un gran almirante genovés conocido como el ‘‘Padre de la Patria’’. Nació en Oneglia en 1466 y murió en Génova en 1560. Cuando se desarrolló el encuentro con Carlos V, Andrea Doria ya contaba con una extensa carrera militar a sus espaldas. La alianza entre Doria y el emperador fue resultado del interés del genovés por la Monarquía Hispánica. Había abandonado el título de corsario a favor de Francisco I, cuya alianza fue desestimada a raíz del incumplimiento y retraso de sus deudas. De esta forma, se iniciaba un periodo de alianza con la Corona hispánica que permitía asegurar, no solo su oficio como hombre armas, sino la libertad de la propia república genovesa (Pellegrini, 2017).
El papel de Andrea Doria es esencial para entender el funcionamiento de la Monarquía Hispánica en este momento. Sus galeras participaron en importantes acontecimientos bélicos, como lo fue la Jornada de Túnez (1535) o la de Argel (1541). ‘‘Retrato de Andrea Doria’’, Sebastiano del Piombo, 1526. Museos Capitolinos de Roma
Las medidas pactadas entre Andrea Doria y Carlos V posibilitaron el establecimiento de la independencia de la República y la reorientación de su política exterior, ya que las élites ligures veían en España la futura potencia hegemónica (Pacini, 2002). Las estrechas relaciones coinciden con el desarrollo de una reforma constitucional en Génova que buscaba la estabilidad política y superar las divisiones entre los distintos poderes sociales. El acuerdo con los Habsburgo permitió garantizar dicho proceso de oligarquización que puso fin a los conflictos entre facciones a cambio de una colaboración naval y ventajas estratégicas (Herrero Sánchez, 2005b).
Se crearon varios órganos administrativos, como el Gran Consejo de la República que se encargaría de elegir el Dux y velaría por la administración de la ciudad, formado únicamente por la nobleza antigua; el Consejo Menor, compuesto por nobles, se dedicaba a solucionar disputas menores; el Senado, a su vez, tenía competencias sobre justicia civil y criminal, sin embargo, su poder tuvo que ser regulado en una nueva reforma en 1576.
Estas medidas adoptadas en 1528 e impulsadas por Andrea Doria abarcaron no solo cuestiones comerciales, sino también de carácter social. Entre ellas, destaca la reunión de todas las familias de la nobleza en veintiocho ‘‘alberghi’’. Este término describía un grupo de familias nobles con al menos seis casas abiertas en la ciudad. Los alberghi se multiplicaron con el paso del tiempo y a principios del siglo XVI su número pasaba de cien. La reforma de 1528 simplificó este sistema bajo criterios de antigüedad.
Dentro de estas reformas se decidió que los miembros del Consejo Mayor, el máximo órgano político de la República, debían proceder de estos alberghi. La Cámara, Consejo o Seminario estaba compuesto por una serie de diputados elegidos vitaliciamente por sorteo, quienes a su vez seleccionaban a dos gobernadores para que estuviesen al frente de la República. Por encima estaba el Dux, cuyo cargo era de naturaleza electiva: lo ostentaba durante dos años y era elegido entre los miembros de la nobleza.
Además de estos cambios sustanciales, a través de la reforma de 1528 se creó la nueva nobleza compuesta por familias pertenecientes al estamento popular y en el que se integraban los mercaderes y artesanos más poderosos. Este equilibrio entre los nobles antiguos y los nuevos no redujo, sin embargo, los enfrentamientos sociales y políticos. No obstante, la fusión definitiva entre ambos grupos se produjo en 1576 con la abolición de sus diferencias. El endurecimiento de las posiciones a partir de la segunda mitad del siglo XVI y la muerte de Andrea Doria en 1560, condujeron a la guerra civil en 1575.
Estas medidas anteriormente enunciadas, como lo fue el acceso de los diputados a la Cámara desde los alberghi y la creación de esta nobleza nueva desde los estamentos populares, dieron lugar a la reducción de poder de la aristocracia señorial más antigua. Aprovechando estas tensiones, España apoyó a unos y a otros según sus propios intereses. A pesar de ello, en la práctica se manifestó una clara preferencia por la nobleza antigua, resultado de los favores y préstamos económicos que concedían a la Corona. Además, la Monarquía española intentó controlar la elección de cargos públicos a partir de la acción diplomática desarrollada por el embajador desde 1528.
En definitiva, estas reformas acontecidas en la primera mitad del siglo XVI favorecieron la emancipación de Génova frente a la variada dominación extranjera a la que estuvo sometida. Todo esto condujo a la proyección española en el territorio ligur debido a la confluencia de sus intereses. Estas medidas definieron profundamente la política genovesa y sentaron las bases que marcaron el desarrollo constitucional del enclave durante los dos siglos y medio que se sucedieron tras su reafirmación en 1576. Sin embargo, la antigua nobleza continuó persiguiendo su ideal de gobierno basado en el control de los cargos políticos de las principales familias nobles, lo que generaba importantes conflictos entre los distintos grupos (Retortillo Atienza, 2016).
Una relación de reciprocidad
Las relaciones mantenidas entre la República de Génova y la Monarquía Hispánica supusieron el inicio de un periodo caracterizado por la reciprocidad, cuya interdependencia nos induce a hablar de un sistema imperial hispano-genovés. Esta relación generó un poderoso conglomerado de poder que les permitió ejercer una gran influencia en el continente hasta el siglo XVII. La Monarquía Hispánica proveyó de protección militar y la posibilidad de promoción para sus élites por el acceso a sus mercados, mientras que Génova proporcionó crédito y capital necesario para el mantenimiento imperial, así como recursos navales fundamentales. La influencia genovesa se tradujo también al plano cultural, donde los lenguajes estéticos del enclave ligur generaron unos modelos imitados en el resto de Europa hasta finales del siglo XVII (Herrero Sánchez, 2005b).
La alianza entre España y Génova era un proyecto común estratégico y político. Las relaciones entre ambos Estados eran resultado de una conveniencia proyectada a largo plazo. Génova conseguía, de esta forma, neutralidad política y la posibilidad de expandirse económicamente, unido al evidente respaldo militar de la Corona española. La Monarquía, por otro lado, ganaba la garantía de continuidad de los aprovisionamientos necesarios para el mantenimiento de su política exterior en Europa (Retortillo Atienza, 2016).
Tapiz que representa la Empresa de Túnez, la cual permitió recuperar la influencia sobre el enclave norteafricano que se encontraba bajo el dominio del corsario otomano Barbarroja en 1534. Andrea Doria apoyó a Carlos I con diecinueve galeras. Alcázar de Sevilla. Patrimonio Nacional. (Fondevila Silva, 2018, p. 162)
A pesar de no formar parte de los territorios dominados por los Habsburgo, constituyó un enclave geoestratégico de gran importancia para la Monarquía Hispánica, sobre todo en el contexto del enfrentamiento con Francia. Génova se articula como espacio vertebrador de las conexiones entre los dominios italianos e ibéricos de la Corona, erigiéndose como una zona de encuentro entre ambas culturas a partir sobre todo de la rebelión de Flandes (Herrero Sánchez, 2005b).
Sin embargo, los contactos entre estos Estados generaron nuevos enfrenamientos en la República (sobre todo en las primeras décadas del siglo XVII), ya que existían partidarios de mejorar las relaciones con Francia en lugar de con España. La sociedad noble estaba dividida entre aquellos que defendían los intereses del rey en Génova frente a otros partidarios de un mayor distanciamiento con el poder hispánico y que veían en estas relaciones una humillante dependencia (Ben Yessef Garfia, 2013). Esta tendencia fue creciendo a lo largo del siglo XVII a raíz de los intentos de invasión de Saboya y la falta de reacción de España, unido al empobrecimiento de los banqueros genoveses.
Existían dos modelos distintos de contratos con la Corona española: el primero de ellos consistía en la venta y asiento de las galeras, mediante el cual el rey las compraba y otorgaba su asiento a sus anteriores propietarios; el segundo se basaba en el alquiler de las mismas. En ambos contratos el asentista se comprometía a equipar sus naves en los puertos españoles y a realizar las actividades encomendadas (Retortillo Atienza, 2016).
El asiento de galeras constituía, en última instancia, un instrumento de negociación con la Monarquía Hispánica. Entre otros objetivos, permitía a Génova alcanzar nuevas prebendas o mejoras en la renovación de préstamos (Herrero Sánchez, 2005b), y así obtener beneficios económicos al permitírseles transportar mercancías y metales preciosos entre las costas españolas y la genovesa a través de un acuerdo concedido en 1576 por Felipe II. A su vez, este pacto proporcionó a España los recursos necesarios para aumentar las posibilidades de negocios por mar a través de la apertura con los mercados de las Indias, la cual se haría efectiva por la colaboración y posterior unión con Portugal en 1580. A partir de este momento, la Corona contaba con una numerosa y experimentada flota que se complementaba a través del alquiler de embarcaciones en aquellos enclaves donde estuvieran disponibles. (Para saber más sobre el peso de Génova en el reinado de Felipe II, véase: Pacini, A., 2005. Grandes estrategias y pequeñas intrigas: Génova y la monarquía católica de Carlos V a Felipe II. Hispania, 65(219), pp. 21-44. Doi: https://doi.org/10.3989/hispania.2005.v65.i219.153).
El contrato mantenido entre la Corona española y los genoveses se realizaba de forma individual, esto es, cada uno debía negociar su propio acuerdo con el embajador español dependiendo del número de barcos que disponía y su calidad. A su vez, el embajador se asesoraba directamente con Andrea Doria que era quien decidía, en última instancia, quién colaboraba con su majestad, lo que generó numerosos enfrentamientos entre las distintas facciones de la República.
Además del asiento de galeras, el préstamo de familias particulares a la hacienda española se convirtió en un elemento esencial para la economía de la Corona, cuyos ingresos se hacían de forma directa en el erario real. Los acuerdos entre las principales familias supusieron, en los últimos cinco años del reinado de Carlos V, el 51% del total de los asientos firmados. Sin embargo, las sucesivas bancarrotas decretadas a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y todo el XVII por la hacienda española arruinaron a aquellos genoveses que habían contribuido a las arcas hispánicas para hacer frente a la Guerra de los Ochenta Años y a la de los Treinta Años. De esta forma, se inició un nuevo periodo en el que los portugueses comenzaron a ocupar su lugar firmando nuevos asientos.
El papel de los banqueros genoveses fue esencial para entender el entramado de relaciones de la corte española. Financiaban a la Corona y participaban, a cambio, del poder político. ‘‘El cambista y su mujer’’, Quentin Massys, 1515. Museo del Louvre de París.
Génova experimentó, a lo largo del siglo XVI, un fuerte crecimiento demográfico paralelo al aumento de su flota mercantil, lo que le permitió situarse como la segunda gran armada del Mediterráneo tan solo por detrás de Venecia. Este gran crecimiento condujo a una supremacía genovesa, llegando incluso a denominarse, de 1528 a 1630, el ‘‘siglo de los genoveses’’. A través de los pactos realizados con la Monarquía Hispánica y la concesión de apoyo naval, la Corona aprovechó esta preponderancia genovesa en el ámbito marítimo. España organizó la defensa del Mediterráneo a través de escuadras: la escuadra de Génova estaba enfocada a la protección del golfo de León y la isla de Córcega, bajo una flota de una veintena de unidades. Sin embargo, el territorio Ligur también participó en el abastecimiento de las demás escuadras de la Monarquía (Retortillo Atienza, 2016).
La crisis en las relaciones hispano-genovesas
Los primeros años del reinado de Felipe III fueron determinantes para el desarrollo de las relaciones entre ambos Estados. La conexión que se había establecido desde 1528 con la firma del tratado entre Andrea Doria y Carlos V vivió importantes puntos de inflexión, como la bancarrota de 1596 y el tratado de paz con Francia en 1598. El pacto entre Génova y la Monarquía Hispánica se vería comprometido por un contexto de guerras, coyuntura que golpeaba el territorio de la República, como demostraría la ocupación de las tropas hispánicas para la conquista del enclave saboyano de Oneglia en 1615.
Esta situación generó importantes consecuencias derivadas por la obstaculización del tráfico monetario, características que debían sumarse a los graves problemas económicos que afrontaba la Monarquía Hispánica. Muchos individuos genoveses, movidos por sus propios intereses, acordaban con el rey o con sus delegados distintos asuntos a los que tenía que hacer frente la República, al mismo tiempo que negociaban el correcto funcionamiento del sistema de asientos y la llegada de dinerario a las arcas públicas del territorio ligur. Este panorama generó el aumento considerable de la influencia política de los particulares en las negociaciones con la Monarquía, y en los que la capacidad de la oligarquía republicana era insuficiente (Ben Yessef Garfia, 2013).
La historiografía tradicional ha situado en los banqueros genoveses el origen de la decadencia de los principios republicanos en el enclave ligur. Sin embargo, debemos tener en cuenta que resulta imposible entender el funcionamiento de la Monarquía católica sin considerar el papel de los genoveses como grandes proveedores del sustento económico del sistema imperial (Herrero Sánchez, 2005b). El acuerdo de condotta se estableció a partir de una profunda reforma en las estructuras políticas republicanas, lo que provocó un cierre oligárquico hacia las familias más importantes. Los cargos políticos quedaron reservados a estos grupos, los cuales mantenían, a su vez, importantes negocios con la Corona española (Herrero Sánchez, 2019).
Las familias genovesas se constituyeron, en la primera mitad del siglo XVII, como proveedores de fondos e interlocutores entre la Real Hacienda y los grandes núcleos económicos del enclave marítimo. A partir de la década de 1640 se observa un creciente desinterés por la Monarquía Hispánica y los capitales genoveses se enfocaron en otras empresas. A este hecho se puede añadir los efectos negativos de las bancarrotas de 1607 y 1627 y la desaparición de una generación de banqueros veteranos que fueron sustituidos por nuevas firmas con otros intereses.
Durante el periodo comprendido entre 1639 y 1649 la capacidad de conceder crédito de la Monarquía Hispánica cayó un 58%, lo que explicaría el desplazamiento internacional de los Habsburgo y sus dificultades a la hora de hacer frente a numerosos frentes militares abiertos. La retirada progresiva de los genoveses desde 1640 hasta la bancarrota de 1647 se puede relacionar con la integración de estos grupos en las redes aristocráticas castellanas contrarias a Olivares y hostiles a las medidas financieras aprobadas por el valido.
Esta relación estuvo a punto de quebrarse por la revuelta de 1575, dirigida por aquellos individuos que se oponían a la causa española. Esta hostilidad se convirtió en el centro de las medidas emprendidas por Monarquía Hispánica por el posible temor ante cambios importantes en las alianzas por influencia de los rebeldes. En el reinado de Felipe II, y más concretamente durante los años que van del 1573 al 1578, se produjo un cambio generacional en el gobierno de la Monarquía que terminó por afectar a los dominios y estados italianos. El papel del embajador español en Génova como mediador, unido a las medidas adoptadas desde Madrid, ayudaron a restablecer el orden oligárquico en el territorio gracias a las Leges Novae de 1576, las cuales dotaban a Génova de una constitución que perduraría hasta 1597.
Portada de las Leges Novae (1576)
El periodo de mayor colaboración entre ambos espacios se extendería hasta 1620, momento en el que se comenzarían a cuestionar los beneficios del acuerdo. En 1577 se permitió el acceso a préstamos de las principales familias de la nueva nobleza, facilitando la posición monopolística de los banqueros sobre las finanzas de la Corona. Salvo enfrentamientos menores, la armonía entre ambos enclaves reinó hasta la bancarrota de 1627. El proceso de distanciamiento entre ambos se iniciaría con esta quiebra financiera que provocó la suspensión de los pagos, unido al estallido de la guerra de Mantua (1628-1631). Esta crisis instigaría el acceso al poder de la facción conocida como republiquista, la cual optaba por la neutralidad frente a un programa de rearme naval y el establecimiento de acuerdos con otras potencias (Herrero Sánchez, 2005b).
Desde finales del siglo XVI se fue consolidado en Génova esta facción de ideales republiquistas que aspiraba a alcanzar una autonomía similar de la que ostentaba Venecia. La concesión de símbolos de distinción por parte del monarca a determinados miembros de grandes familias aristocráticas rompía con la aparente igualdad entre familias aprobada en 1528. A ello debía sumarse la dependencia de Madrid debido al progresivo abandono de actividades productivas a favor de las meramente especulativas y financieras (Herrero Sánchez, 2019).
Los hombres de negocios genoveses gozaron de una serie de ventajas en relación a sus rivales portugueses, ingleses u holandeses, permitiéndoles acceder con mayor facilidad a los beneficios de la política de patronazgo regio. Muchos de ellos poseían un carácter aristocrático debido a la pertenencia a alguno de los alberghi. Las bancarrotas favorecieron la promoción social de estos grupos que se beneficiaron de las rentas de la Corona, llegando a controlar mejores juros y a promocionarse más fácilmente en órdenes militares y adquirir títulos nobiliarios. Algo similar ocurrió en el caso del acceso a determinados cargos de relevancia en el gobierno de la Monarquía. La facilidad con la que miembros del patriciado genovés accedieron a la élite local en Castilla, Nápoles o Sicilia, es notoria. El capital mercantil genovés permitió al sistema señorial dominante una transformación mutua, a la vez que se mejoraba la gestión de los patrimonios nobiliarios y se posibilitaba el acceso a una serie de productos de lujos que estabilizaba el reforzamiento social de las élites (Herrero Sánchez, 2005b).
La rivalidad entre Francia y España. La puesta en valor de las repúblicas mercantiles.
El conflicto militar desarrollado entre Francia y la Monarquía Hispánica entre 1635 y 1659, concluido a través de la firma de la Paz de los Pirineos, supuso el choque entre dos modelos de soberanía que competían por el dominio internacional. Durante los 24 años que duró el conflicto, se sucedieron revueltas generalizadas motivadas por las exigencias fiscales de la contienda. Estos conatos revolucionarios generaron importantes transformaciones sociales e institucionales. En el caso de la Monarquía Hispánica, optaron por la recuperación de la política de consenso a través de una gobernanza policéntrica, consecuencia del recuerdo de la rebelión de Flandes como antídoto para impedir el desmembramiento de la Monarquía.
El rey Habsburgo actuaba como cabeza de una estructura política destacada por su pluralidad, basándose en la dispersión de atribuciones administrativas y judiciales para el mantenimiento del orden en los distintos territorios. La Corona hispánica se caracterizó por estar compuesta por una gran diversidad de redes urbanas que terminaron por experimentar un proceso de ennoblecimiento y cierre oligárquico que favoreció las relaciones entre sus élites y la Monarquía, mientras que Francia se caracterizaba por un reforzado poder del soberano.
Desde principios del siglo XVI ambas potencias habían enfocado parte de sus esfuerzos en canalizar los intereses de las principales urbes republicanas, las cuales tenían capacidad para proveerles de recursos navales y financieros, tal y como sucedía con Génova. La Monarquía Hispánica optó por dar apoyo a determinadas familias y corporaciones a través de todo tipo de privilegios. Mientras que Francia impulsó medidas que provocaron importantes dificultades a los hombres de negocios a la hora de operar en sus mercados, en la Monarquía Hispánica circularon con facilidad entramados transnacionales que ejercieron como grandes articuladores de los territorios imperiales. (Para saber más sobre desarrollo financiero, véase: Sanz Ayán, C., 2004. Estado, monarquía y finanzas. Estudios de historia financiera en tiempos de los Austrias. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales).
Entre 1635 y 1659, las Provincias Unidas y Génova experimentaron importantes cambios en las relaciones bilaterales mantenidas con Francia y la Monarquía Hispánica. La República ligur optó por adoptar una actitud neutral, lo que generó que las Provincias Unidas se convirtiesen, desde la Paz de Münster (1648), en el principal socio hispano.
A través de este importante tratado que forma parte de la Paz de Westfalia se ponía fin a un periodo de hostilidades y se iniciaba una nueva etapa de relaciones comerciales. En la imagen: ‘‘La ratificación del Tratado de Münster’’, 1648, por Gerard ter Borch (II). Colección del Rijksmuseum.
Las repúblicas mercantiles ejercieron un papel activo como intermediarios en la resolución de conflictos. Esta actitud permitiría preservar su autonomía frente a la política expansionista de los Estados vecinos. Además de los cónsules, poseían diplomáticos que les permitían garantizar el cumplimiento de los privilegios estipulados en los acuerdos de navegación y comercio. Sin embargo, los representantes diplomáticos de estas repúblicas encontraban serias dificultades a la hora de ejercer sus oficios, debido al enmarañado sistema de toma de decisiones. En numerosas ocasiones, el mero traslado de un funcionario hacia un país extranjero suponía una especie de exilio, unido a las cuantiosas sumas de dinero que debían afrontar, en ocasiones superiores a las partidas que se asignaban en un comienzo.
En este contexto, las potencias enviaron representantes a estas repúblicas capaces de negociar sobre el terreno. En Génova, hasta principios de 1680, el monarca español era el único que contaba con un embajador permanente sobre la República. La dificultad a la hora de establecer relaciones diplomáticas, incluso en el seno de la propia corte, generaba numerosos niveles de interacción dentro de una imponente red de embajadores, residentes y enviados oficiales. Las Provincias Unidas se revelaban como un enclave de gran dificultad a la hora de mantener acuerdos, provocando que los delegados desplegados en el territorio no pudiesen trabajar de manera coordinada con sus homólogos. A su vez, la multiplicidad de corporaciones y espacios entraban en juego y generaban un limitado marco de actuación para la corte.
A pesar de las tensiones puntuales de 1547 y 1575, las relaciones con Génova permitieron al monarca Habsburgo disfrutar en exclusividad de los recursos navales y financieros republicanos, lo que le brindó la posibilidad de seguir manteniendo su presencia militar y asegurar la comunicación entre sus territorios. Génova se configuraba como el mecanismo que permitía el correcto funcionamiento del sistema imperial hispánico en el Mediterráneo, además de funcionar como puerto de entrada para el ‘‘Camino Español’’ a Flandes. Hasta 1682, la Monarquía Hispánica fue la única potencia extranjera que poseía una embajada permanente en Génova. Además de ello, sus intereses estaban garantizados a través de las relaciones con las principales familias aristocráticas, las cuales jugaban un papel como mediadores entre los distintos Estados.
Diversas ramas de familias tales como los Doria o los Spinola se habían beneficiado del patronazgo regio gracias a los servicios navales y financieros ofrecidos a la Corona, ejerciendo un papel cohesionador de los territorios imperiales. Dichos entramados transnacionales habían establecido relaciones de parentesco con los principales miembros del patriciado de las urbes de la Monarquía, lo que les permitió alcanzar puestos de responsabilidad en cargos administrativos locales y centrales.
La influencia de las principales familias aristocráticas en la Corona puede evidenciarse a través de individuos como Ambrosio Spínola, quien trabajó como general al servicio de la Monarquía y destacó por la toma de Breda en 1625. ‘‘Retrato de Ambrosio Spínola’’, Anthony van Dyck, ca. 1628.
La República remitía, de manera frecuente, embajadas a ducados como el de Milán o al reino de Nápoles, mientras que seguía manteniendo de forma permanente su presencia en la corte de Madrid. Los sucesivos embajadores genoveses se vieron obligados a recurrir, en numerosas ocasiones, a los servicios de las familias aristocráticas que se encontraban firmemente asentadas en los dominios reales y que poseían negocios u ostentaban cargos al mando de sus ejércitos o en algunos órganos de la administración hispánica.
A partir de 1620 con el estallido de la Guerra de los Treinta Años, la relación de interdependencia mantenida por estos Estados se fue desquebrajando. A pesar de la ayuda ofrecida en 1625 a Génova para hacer frente a la invasión franco-saboyana, la Guerra de Mantua y las relaciones mantenidas entre el monarca Habsburgo con el duque de Saboya provocaron un fuerte rechazo por parte de las élites republicanas, las cuales empezaron a revisar el acuerdo de alianza entre ambos Estados.
A esta situación debe sumarse la bancarrota de 1627 que favoreció la entrada de hombres de negocios judeo-conversos, rompiendo el monopolio de las principales familias genovesas sobre la Corona. Sin embargo, el territorio ligur mantuvo una posición preeminente hasta el siglo XVII, aunque algunas familias diversificaron su capital y se abrieron a nuevos mercados como el francés o el italiano. (Para saber más sobre las diversas confrontaciones entre Génova y Saboya, véase: Bitossi, C., 2014. Guerre et Paix. La République de Gênes et le Duché de Savoie, 1625-1663. Dix-septième siècle, 1(1), pp. 43-51. Doi: https://doi.org/10.3917/dss.141.0043).
El estallido de la guerra en 1635 entre la Monarquía Hispánica y Francia provocó cambios importantes en el seno de la República. Al año siguiente, Agostino Centurione se trasladó a París como enviado extraordinario y Génova aceptó la presencia de un agente de Luis XIV en la ciudad.
Los intereses de Felipe IV no hacían más que mermarse: a este estado de decadencia debía sumarse la elección como Dux en 1637 de Agostino Pallavicini, conocido partidario de la causa republiquista. Génova iniciaría un periodo de reforzamiento de su soberanía mediante el rearme naval y una activa política de obras públicas, medidas que se verían interrumpidas por la epidemia de peste que asolaría el territorio en 1657. Estas reformas buscaban alcanzar el ideal republicano y romper así su dependencia con los mercados hispanos. (Para saber más sobre el peso financiero de Génova en la Monarquía Hispánica durante el reinado de Felipe IV, véase: Álvarez Nogal, C., 1997. El crédito de la monarquía hispánica en el reinado de Felipe IV, Ávila: Junta de Castilla y León).
El objetivo de las reformas acatadas por Génova perseguía la neutralidad y la plena autonomía de la República, por lo que apostaron por la obtención de un mayor protagonismo internacional con la proclamación de la Virgen María como soberana del territorio en 1637, gracias a los derechos que tenía la Serenísima sobre Córcega. Sin embargo, tanto el Papa como el Gran Duque de Toscana se negaron a reconocer tales honores, sumándose a la posición Hispánica ante estas pretensiones. La respuesta del rey Habsburgo no tardó en aparecer y se sucedieron numerosas sanciones que tuvieron una contundente respuesta por parte de Génova, la cual dejó de enviar a la corte embajadores ordinarios y limitó los privilegios que tenía el representante real en el territorio ligur.
Las represalias culminarían en 1649 con los altercados en la delegación genovesa en Milán. La futura reina Marina de Austria iba a contraer matrimonio con Felipe IV, por lo que debía zarpar del puerto de Finale en lugar de por Génova, hacia Barcelona. La presencia española en Finale y la acción de corsarios al servicio del monarca español, ponían en cuestión las aspiraciones de la República. Los sucesivos enfrentamientos entre Génova y los principales enclaves españoles no dejaron de sucederse, por lo que Milán aplicó en 1654 un embargo general sobre los bienes genoveses en los territorios italianos dominados por la Corona. La respuesta de la República no tardó en aparecer y emitieron una serie de disposiciones que entorpecían las transacciones financieras de los particulares genoveses en los territorios hispánicos, además de iniciar una campaña que situaba a Génova como sostén de los enemigos del rey. Por su parte, Luis XIV aprovechó la coyuntura y en 1654 proponía a la República genovesa una alianza militar que le proveía de asistencia militar hasta que Felipe IV no retirase el embargo, ofrecía un asiento de seis galeras y la actuación como mediador ante el Papa para que reconociese los honores regios (Herrero Sánchez, 2019).
La tensión alcanzó su cénit en 1654 cuando la Monarquía confiscó los bienes genoveses de los territorios italianos imperiales (Herrero Sánchez, 2005b). En enero de 1655, el diplomático francés Hugues de Lionne animaba a los genoveses a unirse a la causa de Luis XIV y a despojarse de los vestigios de dominación del monarca español. Así mismo, acusaba a determinados particulares de buscar el beneficio propio siguiendo las directrices de España en detrimento de los de la propia República (Herrero Sánchez, 2019).
Las amenazas del rey Habsburgo ante la posible ampliación del embargo animaron a Génova a optar por la negociación. El conflicto se resolvió a través de la devolución de las naves apresadas y la suspensión de la confiscación de los bienes. Al año siguiente, la Corona aprobaría la puesta en marcha de un convoy entre Cádiz y Génova que se mantendría hasta 1680. Sin embargo, los efectos de la peste de 1656 pusieron en un aprieto a la élite dirigente y limitaron los proyectos autonomistas, traducido en un sustancial aumento de la presión fiscal. Los partidarios de la Monarquía Hispánica volvieron a tener gran protagonismo, favorecido por el temor ante las acciones del duque de Saboya y las campañas de los corsarios franceses sobre el Mediterráneo.
A pesar de la aparente tranquilidad, resultado de la Paz de los Pirineos y continuos acuerdos diplomáticos, las tensiones entre Francia y España no hicieron más que aumentar. El enfrentamiento de ambas potencias sobre las Provincias Unidas y Génova desembocó en un intenso agravamiento de las relaciones franco-neerlandesas.
La muerte de Felipe IV en 1665 abrió paso a la cuestión de sucesión y puso de manifiesto las pretensiones de Luis XIV sobre el territorio de los Países Bajos. El liderazgo de las Provincias Unidas en la conformación de la Triple alianza cerró el paso a Francia, la cual acabaría invadiendo este territorio en 1672 y bombardeando Génova en 1684, acompañado de una fuerte campaña propagandística que culminó con la humillación del Dux de Génova a postrarse ante el soberano francés. Se iniciaba así el paso a otros modelos dinásticos más centralizados y que no dependían de los recursos financieros y navales de las repúblicas mercantiles (Herrero Sánchez, 2005b).
La quiebra del sistema hispano-genovés
A raíz de la firma de la Paz de los Pirineos se produjo el restablecimiento de las relaciones entre la Corona y Génova, aunque sin llegar a retomar las mismas condiciones que se habían dado anteriormente. Los problemas de la hacienda castellana acabaron por provocar la salida de los capitales genoveses, ya que la Corona continuó acudiendo a los embargos parciales para hacer frente a las situaciones de emergencia de la fiscalidad. En 1660, 1668 y 1679, en respuesta a la captura de naves finalinas, se requisaron parte de los efectos depositados en la deuda pública del ducado de Milán por los genoveses, ocurriendo algo similar en el reino de Nápoles.
Ante esta situación, la Corona mostró importantes debilidades en el ámbito militar, de las que destaca el fracasado intento por recuperar Portugal o los numerosos problemas defensivos en el frente flamenco. A raíz de la invasión saboyana del territorio ligur en 1672, la Monarquía se decantó por desarrollar una inusitada pasividad que terminó resolviéndose por la actuación mediadora del conde de Gaumont, enviado de Luis XIV.
El ataque conjunto franco-británico a la otra gran aliada de la Corona, las Provincias Unidas, manifestó las evidentes intenciones de Francia, dispuesta a deshacerse del papel mediador de estas repúblicas. La debilidad militar de España frente a la potencia francesa explica el escaso interés por parte de Génova de proporcionar a la Corona los recursos navales suficientes para hacer frente al levantamiento de Mesina, así como su negativa a integrarse en la red defensiva propuesta por Madrid con el resto de potencias italianas en contra de las pretensiones francesas en la zona.
Las exigencias de Luis XIV sobre Génova le llevaron a bombardear San Remo y Sampierdarena en 1678 como paso previo al desarrollo de un largo proceso diplomático y militar que perseguía, en última instancia, acabar con la influencia de Monarquía Hispánica en la zona ligur. En 1682 Francia conseguía acabar con el monopolio de España sobre la zona, enviando a su primer diplomático permanente a Génova. Se iniciaba así un periodo de influencia de Luis XIV sobre el gobierno republicano que presentó un fuerte rechazo hacia diversas peticiones, lo que provocó la respuesta militar francesa con el bombardeo masivo de la ciudad en mayo de 1684. La ayuda armada prestada desde Milán permitió restablecer el orden interno de la ciudad.
Sin embargo, los fracasos de España a la hora de conseguir que Génova se incluyese en la tregua de Ratisbona y la amenaza de la intervención militar de Francia que perseguía la completa anexión de la República obligaron a la Monarquía Hispánica a alcanzar un acuerdo de paz con Versalles. A través de estas negociaciones se acordaba el desarme de la flota de galeras y se efectuaban una serie de concesiones, destacando el sometimiento del dux genovés en la Corte francesa que terminaba con el fin de la hegemonía española sobre la República y sentenciaba su poder sobre toda la península italiana.
El 15 de mayo de 1685 el Dux de Génova, Francesco Maria Lercari Imperiale, era obligado a doblegarse a los pies de Luis XIV. Claude Guy Hallé, Palacio de Versalles.
A partir de entonces, y sobre todo del nuevo embargo de los bienes genoveses en Milán, se inició un periodo de progresiva debilidad de los defensores de la Corona española en la República. Sin embargo, y a pesar de que se produjo una asimilación de elementos culturales franceses, no se pudo borrar la huella de los ataques militares, lo que decantó a los principales dirigentes republicanos a abrazar la neutralidad.
El contexto de belicosidad en Europa, unido al enfrentamiento entre las potencias marítimas y Francia, permitió el desarrollo de la marina mercante genovesa. Las Provincias Unidas e Inglaterra exigieron conjuntamente a la Monarquía Hispánica el control de lo que consideraban como prácticas abusivas por parte de los mercaderes genoveses, lo que provocó la inspección exhaustiva por parte de Madrid. Las Provincias Unidas e Inglaterra señalaban el notorio aumento de embarcaciones genovesas, acusadas de canalizar los productos franceses de contrabando. Sin embargo, la República se defendió afirmando que se debía a la paralización de las actividades comerciales de sus contrincantes. Génova respondió enviando una embajada extraordinaria y difundiendo numerosos memoriales remitidos a los cónsules genoveses a los principales puertos de la Monarquía. Estas acusaciones buscaban impedir el buen funcionamiento de la Carrera de Indias, impulsando directamente el comercio con las colonias españolas desde sus puertos.
Los beneficios extraídos de la República en la guerra de la Liga de Augsburgo se tradujeron en un claro sometimiento a la voluntad del rey de Francia. Tras el bombardeo, el Estado galo había conseguido prácticamente idénticos derechos reservados hasta el momento a la Monarquía Hispánica. Francia vivía bajo un estado de permanente conflicto con el resto de potencias europeas que provocaban la restricción de algunos mercados estratégicos y sucesivos embargos. Génova se configuraba, de esta forma, como el garante de la distribución de sus productos y canalizaba materiales necesarios para el correcto funcionamiento de su desarrollo militar. Sin embargo, poco tenía que ver con el papel desarrollado en el sistema imperial hispánico. Francia, al igual que le ocurría a Inglaterra con las Provincias Unidas, disfrutaba de la suficiente autonomía para no depender de los recursos proporcionados por Génova.
El papel protagonista de las repúblicas mercantiles, desarrollado durante los siglos XVI y XVII como grandes articuladores del equilibrio de fuerzas en el continente, terminaría por desaparecer a raíz de la Guerra de Sucesión española. Las medidas de autonomía hacia la Monarquía Hispánica habían provocado el desplazamiento de la República y la reducción de posibilidades de sus élites a la promoción y al establecimiento de relaciones comerciales, desembocando en la pérdida progresiva de protagonismo en Europa (Herrero Sánchez, 2005a).
Conclusiones
Génova, la gran República mercantil, se configuró durante los siglos XVI y XVII como uno de los principales socios de la Corona hispánica. La alianza hispano-genovesa se basó en una relación mutua que concedía protección militar a cambio de servicios financieros, mercantiles y navales prestados desde la élite genovesa. Tal y como hemos podido constatar a lo largo del artículo, la simbiosis entre ambos Estados tuvo que hacer frente a varias crisis que pusieron en peligro una de las principales fuentes de sustento financiero y naval del sistema imperial.
Asimismo, los procesos de cambio acontecidos en Génova deben explicarse también en un contexto europeo. De esta forma, se pueden entender los elementos de articulación y dependencia que tomaron parte en las relaciones bilaterales de Estados como Francia o España. Tal y como hemos podido comprobar, Génova se estructuraba como un punto geoestratégico esencial en Europa, formando parte del juego de equilibrio entre las principales potencias. El sistema imperial hispánico basó su capacidad de operación a escala global en el respeto por la autonomía real y una gobernanza policéntrica. Era una monarquía de repúblicas urbanas basada en la competencia y colaboración entre las distintas entidades que la componían. La ruptura de los lazos privilegiados entre las élites genovesas y la Monarquía condujo, a fines del siglo XVII, a la reducción de la posibilidad de promoción y provocó un desplazamiento de Génova del eje central en el escenario internacional.
Por lo tanto, podemos concluir que el papel de Génova como gran proveedora de capital y recursos navales es esencial para entender el desarrollo del modelo de los Habsburgo, por lo que debemos tener en cuenta las transformaciones políticas y sociales derivadas de esta extensa relación de dependencia hispano-genovesa y la vertiente financiera de la misma. Es fundamental mencionar el arraigo de las comunidades genovesas en los principales enclaves comerciales de la Monarquía y la extensa red de socios que desarrolló a lo largo de la alianza. Sin embargo, la falta de cohesión entre sus dirigentes provocó problemas en el enclave ligur, así como el surgimiento de la llamada facción republiquista que perseguía alcanzar una autonomía similar a la desarrollada en Venecia. De esta forma, tras la pérdida de influencia en el plano europeo, Génova, al igual que la gran mayoría de repúblicas mercantiles, se vio desplazada del tablero geopolítico continental, iniciando un nuevo periodo para la historia de Europa.
Bibliografía
Ben Yessef Garfia, Y., 2013. Bautista Serra, un agente genovés en la Corte de Felipe III: Lo particular y lo público en la negociación política, Hispania, 73(245), pp. 647-672. Doi: https://doi.org/10.3989/hispania.2013.017
Fondevila Silva, P. L., 2018. Evolución y Análisis de las Galeras de los Reinos Peninsulares (Siglos XII-XVIII). Construcción, Dotación, Armamento, Aparejos y Táctica. Tesis doctoral. Universidad de Murcia. Disponible en: http://hdl.handle.net/10201/59560 (Última consulta 11/05/2021).
Herrero Sánchez, M., 2005a. La quiebra del sistema hispano-genovés (1627-1700), Hispania, 65(219), pp. 115-151. Doi: https://doi.org/10.3989/hispania.2005.v65.i219.157
Herrero Sánchez, M., 2005b. La República de Génova y la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVII) Introducción. Hispania, 65(219), pp. 9-19. Doi: https://doi.org/10.3989/hispania.2005.v65.i219.152
Herrero Sánchez, M., 2019. Modelos de soberanía y diplomacia. Las repúblicas mercantiles de Génova y las Provincias Unidas ante el conflicto hispano-francés por la hegemonía (1635-1659), Studia Historica: Historia Moderna, 41(1), pp. 189-230. Doi: https://doi.org/10.14201/shhmo2019411189230
Pacini, A., 2002. ‘‘El «padre» y la «república perfecta»: Génova y la monarquía Española en 1575’’. En: Congreso Internacional, Espacios de poder: Cortes, ciudades y villas (s-XVI-XVIII). (Universidad Autónoma de Madrid, octubre 2001). Madrid: Universidad Autónoma, pp. 119-132.
Pellegrini, S., 2017. ‘‘Carlos V y Andrea Doria dos vidas paralelas. Estados unidos para mantener abiertas las rutas del Mediterráneo y garantizar la libertad de Génova’’. En: Acosta Guerrero, E., 2017. XXII Coloquio de Historia Canario-Americana: las ciudades del mundo Atlántico. Pasado, presente y futuro. Las Palmas de Gran Canaria, pp. 1-20.
Retortillo Atienza, A., 2016. Ambrosio Spínola y el ejército de Felipe III, 1569-1621. Tesis doctoral. Universidad de Burgos. Disponible en: http://hdl.handle.net/10259/4802 (Última consulta 10/05/2021).
Para ampliar
Sanz Ayán, C., 2004. Estado, monarquía y finanzas. Estudios de historia financiera en tiempos de los Austrias. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Bitossi, C., 2014. Guerre et Paix. La République de Gênes et le Duché de Savoie, 1625-1663. Dix-septième siècle, 1(1), pp. 43-51. Doi: https://doi.org/10.3917/dss.141.0043
Álvarez Nogal, C., 1997. El crédito de la monarquía hispánica en el reinado de Felipe IV, Ávila: Junta de Castilla y León.
Pacini, A., 2005. Grandes estrategias y pequeñas intrigas: Génova y la monarquía católica de Carlos V a Felipe II. Hispania, 65(219), pp. 21-44. Doi: https://doi.org/10.3989/hispania.2005.v65.i219.153