La conquista de la Amazonia por parte de las fuerzas de la Monarquía Hispánica nunca fue completa. La dureza del medio, llamado en ocasiones «infierno verde», la capacidad de resistencia de sus pobladores y la falta de riquezas inmediatas propiciaron esta situación. No obstante, fueron múltiples las expediciones y penetraciones que se hicieron. Poco a poco incluso lograron algunos éxitos, aunque siempre moderados. Uno de los capítulos más interesantes de esta conquista de la Amazonia la encontramos en la región de los pueblos conocidos como quijos.
¿Quiénes eran los quijos?
La región de los quijos era una zona amazónica al oriente de la Gobernación de Quito. Estaba tras la cordillera de los Andes. Su población era numerosa, con múltiples tribus que vivían en parcialidades separadas, con una cultura y lengua similar. Los quijos varones eran «altos, delgados y casi amarillentos» (SUAREZ 1970, 71). La mayoría iban desnudos, algunos con un taparrabos atado con un hilo enrollado a la cintura. Otros iban con unas túnicas de algodón con dos tiras que se ataban a los hombros, aunque este ropaje era considerado de gala. Las mujeres usaban una falda de algodón con vueltas sobre el cuerpo y el pecho descubierto. Ambos sexos llevaban el cabello largo, laceo y «desgreñado» (SUAREZ 1970, 71).
Estos indios practicaban la deformación craneal, atando a los recién nacidos tablillas en la frente y en la nuca (SUAREZ 1970, 71). Gustaban de las joyas, usando «patenas de oro que se colgaban al pecho; con narigueras del mismo metal precioso y con unos clavos de cierta substancia parecida al ámbar blanco, que se los metían en el labio superior» (SUAREZ 1970, 71). Su cultura era polígama, siendo común que las esposas se «holgaran» con los visitantes que pagaran la cohabitación. También usaban de prácticas incestuosas, sobre todo durante las borracheras rituales. Usaban como moneda unas «cuentezuelas de hueso ensartadas en un hilo» (SUAREZ 1970, 71) que llamaban carato. Eran considerados «débiles de fuerzas, enervados por el calor del clima, ociosos, taciturnos y muy disimulados; avezados a traiciones» (SUAREZ 1970, 72).
Estos amazónicos estuvieron brevemente bajo la dominación Inca, aunque no el tiempo suficiente para que estos tuvieran influencia sobre ellos. Tuvieron trato comercial con otros grupos indios y compraban esclavos que solían usar en sus sementeras y actividades de labranza. Cultivaban maíz, yuca, patata y camote. Cazaban especialmente aves y otros animales para consumir carne.
Adoraban sobre todo árboles y pájaros, aunque también tenían pequeños objetos como ídolos. Sus adivinos eran los Pendes, un tipo de hechicero con gran poder en la sociedad quijo. El tratamiento a sus muertos era diferente según si era un indio principal o uno del común. A los primeros les «abrían el vientre, les sacaban las vísceras interiores, les untaban todo el cuerpo con un cierto betún y luego los colgaban para modificarlos, al aire, al viento y con el humo del hogar» (SUAREZ 1970, 73). Si el muerto era alguien común simplemente se le enterraba bajo el hogar, como tantos pueblos prehistóricos hicieron.
Para la guerra los quijos, como tantos otros pueblos indios no muy jerarquizados, elegían un líder de guerra temporal entre los hombres más destacados. Sus armas eran lanzas de madera, rodelas, macanas y dardos. Solían cortar la cabeza de los enemigos «y las colocaban en maderos clavados en el suelo, alrededor de sus casas» (SUAREZ 1970, 73). Eran antropófagos que devoraban en sus banquetes ceremoniales tras una victoria los miembros de los prisioneros. Eran habilidosos a la hora de hacer trampas con grandes piedras, que caían sobre sus enemigos. Solían atar la piedra con “bejucos” que rompían los enemigos al pasar provocando la caída de la letal roca sobre ellos.
Estas descripciones del historiador ecuatoriano Federico Gonzalez Suerez el historiador vienen de los datos sobre los quijos de la descripción de la Gobernación de los Quijos del Licenciado Don Diego de Ortegón fechado el 1 de febrero de 1577. Este funcionario real envió este tras su recorrido de la provincia al Consejo de Indias y que actualmente se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla (SUAREZ 1970, 75).
La conquista de los quijos
La exploración de esta región oriental se inició a través de expediciones como las de Gonzalo Pizarro y Gonzalo Díaz de Pineda. Pero comúnmente se considera que la primera tentativa seria de penetración fue la de Pedro de Vergara en 1541. Esta expedición terminó por ser un fracaso que tuvo que pedir ayuda al juez Vaca de Castro, quien rescató la malograda fuerza expedicionaria. Poco a poco, los españoles fueron tomando las diferentes regiones orientales, fundando pequeñas villas en ellas. En la provincia de los Quijos se fundaron cuatro poblaciones españolas: Baeza, Ávila, Archidona y Alcalá.
Baeza, la principal de las poblaciones fue fundada por Gil Ramírez Dávalos por comisión expresa del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. Los quijos se resistieron a la penetración española, por lo que Dávalos usó una estrategia diferente a la simple presión armada. Usando al cacique aliado de Latacunga, quien tenía contactos próximos con uno de los principales curacas quijos, Dávalos logró que estos quisieran y pidieran la entrada española.
Los propios curacas quijos fueron a Quito a pedir al gobierno español la fundación de una población española en sus tierras. Dávalos se hizo esperar y cuando finalmente fue con los pobladores a fundar su ciudad a la región de los quijos estos lo estaban esperando. Los quijos los recibieron con alegría, dándoles regalos (las mejores frutas, patatas, camotes y papagayos) y celebrando una fiesta. También les prepararon casas de hospedaje donde «había cruces puestas ahí adrede por los indios» (SUAREZ 1970, 64) y prometieron abrazar la religión cristiana y ponerse bajo la autoridad española y servirles.
Finalmente, Dávalos fundó Baeza en 1559, siendo llamada Baeza del Espíritu Santo de la Nueva Andalucía (cómo se llamó a la gobernación de los Quijos). La ciudad nació con setenta vecinos españoles. Felipe II le otorgó escudo de armas y título de «muy noble y muy leal» (SUAREZ 1970, 65). Sin embargo, un poderoso conquistador de Quito Rodríguez Núñez de Bonilla el viejo, pleiteó con Dávalos por la gobernación, que le había sido entregada por Pedro de la Gasca por su fidelidad a la corona durante la rebelión de Gonzalo Pizarro. Finalmente, la Real Audiencia de Lima le concedió el gobierno a Bonilla, quien tuvo que pagar a Dávalos 5.000 pesos de oro en compensación por los gastos de la fundación. Bonilla trasladó la ciudad de su primera ubicación a una más saludables, no obstante, el viejo conquistador murió dos meses después del traslado entre 1560 y 1561.
Melchor Vázquez de Ávila fue el tercer gobernador de la provincia de Quijos y quien, desde Cuzco donde residía, ordenó fundar la ciudad de Ávila. Esta fue fundada por Andrés Contero, explorador de la región de Esmeraldas, en las orillas del río Suno. Archidona a su vez fue fundada por Bartolomé Marín, subalterno de Contero. Bartolomé Marín era natural de Archidona, motivo por el que puso ese nombre a la ciudad, que poco después fue trasladada a una zona más salubre por Juan Mosquera. La ciudad de Alcalá de los Quijos se fundó en 1563 en el valle del Coca también por Bartolomé Marín.
La creciente tensión entre los quijos y los encomenderos
La explotación de los indios quijos por parte de los encomenderos españoles fue degradando la situación. Estos, quienes no gustaban de servir y trabajar para los nuevos señores comenzaron a resentirse de la situación. El descubrimiento de minas de oro en Archidona disparó la conflictividad y endureció su explotación. Además, eran obligados por los encomenderos «al trabajo, en la labranza del campo, en la plantación de algodón y en el tejido de mantas…muchos andaban de una parte a otra, llevando a cuestas cargas pesadas; no pocos eran echados a los lavaderos de oro, faena ruda y penosa» (SUAREZ 1970, 75).
Además, los castigos eran frecuentes y muchas veces aleatorios, dependiendo de encomendero y su humor, incluso contra los que servían en tareas domésticas. El desasosiego fue tal que dicen que las mujeres quijos «apenas parían, mataban a las criaturas y, poniéndolas en una olla, las enterraban, diciendo que para qué habían de vivir en tiempo tan miserable y que era mejor consumirse todos, antes que padecer, como estaban padeciendo» (SUAREZ 1970, 78).
Las autoridades no ayudaron a aflojar esta situación de explotación. El oidor Diego Ortegón viajó a la región acompañado de varios notarios, alguaciles y escribanos, además de sus sirvientes domésticos, e incluso “una negra, su cocinera” (SUAREZ 1970, p.76). Este oidor pasó por Baeza, Ávila y Archidona. Hizo matar a los perros de los encomenderos, ya que estos «eran un auxiliar poderoso para los encomenderos, olfateaban a los indios y daban con ellos por escondidos que estuviesen; cuando el conquistador o el encomendero los azuzaba, hacían presa en el indio y lo despedazaban a dentelladas» (SUAREZ 1970, p.76.).
Esta visita se consideró negativa, ya que debilitó a los encomenderos y por su coste perjudicial para los indios. Los encomenderos fueron exigidos a costear la comitiva, llena de banquetes que generaron un gran gasto a los encomenderos. Además, multó y penó de forma «excesivas» a los españoles, lo que se tradujo en una mayor presión sobre los indios. Estos fueron obligados a trabajar duramente para pagar el dispendio y multas de la visita.
El alzamiento de los quijos de 1578
La violencia no tardó en estallar. Los pendes quijos junto con el jefe de guerra seleccionado, Jumandy, se conjuraron contra sus explotadores. El día 29 de noviembre de 1578 los quijos atacaron la ciudad de Ávila y Archidona. En Ávila, los quijos cayeron sobre los descuidados vecinos sobre el medio día. Mataron a todos los pobladores, no perdonando a absolutamente nadie. Prendieron fuego a toda la ciudad e incluso arrancaron los árboles frutales traídos por los españoles, buscando no dejar ni rastro del enemigo. El cura de la ciudad, se intentó ocultar en el edificio de la iglesia, pero la prendieron fuego teniendo que salir huyendo el sacerdote. Este fue perseguido y lo mataron a lanzazos estando «hincado de rodillas y puestas las manos,[mientras] imploraba compasión a sus asesinos» (SUAREZ 1970, 79).
Posteriormente atacaron Archidona, donde los vecinos resistieron tres días, gracias a que se dieron cuenta del peligro y pudieron levantar un pequeño fuerte con lo que tuvieron a mano. Finalmente, sin provisiones ni pólvora sucumbieron, siendo todos asesinados por los quijos y la ciudad borrada por el fuego. En ambos ataques muchos de los vecinos murieron a pedradas, ya que «con sus hondas, lanzaban de todas partes a la redonda una granizada incesante de piedras» (SUAREZ 1970, 79).
Otros dramáticos incidentes registrados fueron como una india madre de cinco hijos de un español con el que vivía llamó ella misma a los guerreros quijos para señalarle que este estaba desarmado dentro de la casa, haciéndole matar a él y a sus cinco hijos mestizos. Otro indio joven, paje de un español, viendo que su señor huía a caballo le pidió auxilio, y cuando este le ayudó a subir a la grupa de la montura para escapar los dos le apuñaló por la espalda.
En Baeza, avisados por lo ocurrido en Archidona lograron enviar aviso a Quito sobre lo que estaba pasando en la región. En ella, Alonso Bastida, Teniente de Bonilla, durante el asedio al quedarse sin plomo para balas hizo fundir su vajilla de plata para crear munición, siendo defendida la ciudad con balas de plata. Desde Quito partió Rodrigo Núñez de Bonilla el joven, junto con trescientos soldados, entre ellos tropas auxiliares de indios Cayambi. En cuatro días Bonilla y sus fuerzas estuvieron en Baeza, donde atacaron a los quijos que cercaban la ciudad con furia, logrando derrotarles. En la noche, los auxiliares indios cayambi cayeron sobre los quijos que quedaban en la zona, los derrotaron y tomaron muchos prisioneros, entre ellos el caudillo Jumandy (SUAREZ 1970, 79-80). Además los españoles contaron con ayuda de indios nativos contrarios al levantamiento.
Supresión de la rebelión y castigo a los quijos
Tras la derrota de los quijos los castigos sobre los prisioneros por parte de la administración hispánica fueron ejemplarizantes, buscando a través del terror evitar nuevas rebeliones. En los quijos ahorcaron a muchos de ellos. Los principales, Jumandy y los pendes, fueron llevados a Quito para hacer escarmiento público. Estos fueron paseados en un carro por las calles de la ciudad, mientras que con tenazas caldeadas al fuego «les iba el verdugo atenaceando el cuerpo» (SUAREZ 1970, 81). Cuando llegaron al lugar de la ejecución los pendes estaban prácticamente muertos. Jumandy fue decapitado y su cabeza se puso «en una picota, en el camino público que conduce al Oriente» (SUAREZ 1970, 80). Otros líderes quijos fueron desterrados a la costa, lejos de su tierra, donde por el clima apenas sobrevivieron un breve periodo de tiempo.
La provincia no se recuperaría durante una década. Posteriormente, el cura Pedro Ordóñez de Zevallos o Ceballos entró en ella, donde a través de mañas consiguió reunir a algunos pendes. Estos fueron atrapados por el cura, quien buscaba mantener la provincia tranquila quitando de en medio estos líderes religiosos. Los presos fueron enviados como sirvientes a los conventos de Quito. La provincia se mantuvo tranquila posteriormente, si bien la presencia española fue mucho menos fuerte que antes del gran levantamiento quijo.
Bibliografía
- CUESTA DOMINGO, M (1995). Primera cartografía del territorio de los Quijos. Minius: Revista do departamento de Historia, arte e Xeografía. España.
- GONZÁLEZ SUÁREZ, F (1970). Historia General de la República del Ecuador, Tercer Volumen. Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito.
- TELLA RUIZ, D (2007). Nuevos datos para la colonización de la Gobernación de los Quijos del siglo XVI. Ciencia sociales, Humanidades y derecho: Como pensar el mundo latinoamericano. Universitat de Barcelona y Universidad Autónoma de México, Barcelona.