Considerada como uno de los personajes históricos más odiados por unos y exculpada por otros historiadores, Catalina de Medici (Florencia, 13 de abril de 1519 – Castillo de Blois, 5 de enero de 1589) se alzó como una de las reinas más destacadas de Francia. Si bien sus acciones políticas estuvieron obstaculizadas por las constantes guerras civiles, dedicó sus esfuerzos a que la dinastía Valois permaneciese en el trono francés. La permanencia de sus hijos en el poder fue gracias a todo su trabajo (Sutherlans, 1966: 26).
La infancia de una Medici
Caterina Maria Romula di Lorenzo de Medici nació en Florencia el 13 de abril de 1519, dentro de la familia Medici, la más importante de la ciudad. No obstante, los Medici fueron banqueros de las casas reales europeas de la época. Su padre fue Lorenzo II de Medici, duque de Urbino por gracia de su tío, el papa León X, pero ella no conservó el título, que fue heredado por otro noble italiano. Sin embargo, por parte de su madre, Magdalena de la Tour de Auvernia, condesa de Boulogne, formaba parte de una de las familias más ilustres de la nobleza de Francia. Este aspecto favorecería su elección como esposa del delfín de Francia, Enrique II.
Su madre, Magdalena, murió el 28 de abril de ese mismo año por culpa de una fiebre puerperal, una infección muy grave provocada por el sufrimiento del parto de Catalina. Su padre, Lorenzo de Medici, murió el 4 de mayo, días después de su mujer, de sífilis. La pareja había contraído matrimonio el año anterior, en 1518. Su matrimonio se contrajo en servicio de una alianza entre el papa León X, perteneciente a la casa Medici como hijo de Lorenzo el Magnífico, y el rey de Francia, Francisco I. Este pretendía ejercer oposición al emperador Maximiliano I. Tras la muerte de sus padres, Francisco I quiso que Catalina permaneciera en Francia pero León X buscaba sacar otro beneficio de su sobrina nieta. Pretendía casarla con Hipólito de Medici, su sobrino ilegítimo, y que ambos gobernasen Florencia en un futuro (Knecht, 1998: 8).
Con su vuelta a Florencia, Catalina quedó bajo el cuidado de Alfonsina Orsini, su abuela paterna y esposa de Piero de Medici. Solo un año después, en 1520, esta murió. Lla niña pasó a estar al cuidado de Clarice Strozzi, su tía. En 1521 murió el papa León X y con ello parte del poder de la familia Medici, al menos hasta la llegada al papado de Giulio de Medici. Con el nombre de Clemente VII, en 1523 alcanzó el papado. A partir de ese momento Catalina quedó bajo su tutela y fue trasladada al palacio Medici Ricardi de Florencia (Frieda, 2006:23-24).
Cuando Catalina tenía tan solo 8 años, en 1527, la familia Médici fue destituida del poder florentino por el cardenal Silvio Passerini. Ella fue recluida en numerosos conventos (KNECTH, 1998: 11), hasta llegar al de la Santissima Annunziata delle Murate, donde la mantuvieron alrededor de tres años. Tiempo que, según el historiador Mark Strage, fueron los más felices de toda su vida (Strage, 1976:13-15).
Ante esta situación de derrota familiar, Clemente VII se vio obligado a coronar a Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio para que este le ayudara a recuperar la ciudad (Knecht, 1998:10-11). Desde octubre de 1529, Florencia se vio sitiada por las fuerzas del emperador y con la dilatación de las mismas, distintas voces comenzaron a alzarse y proponer el asesinato de Catalina. Pretendían además la exposición de su cuerpo desnudo en las murallas de la ciudad como humillación. Incluso, que esta fuera entregada a las tropas para su satisfacción sexual (Strage, 1976:15). Tras la capitulación de la ciudad en agosto de 1530, Clemente VII pidió que su sobrina le acompañara a la seguridad que suponía Roma, donde comenzó a buscarle un matrimonio adecuado (Knecht, 1998: 12).
Matrimonio
Aunque la descripción de un enviado de la ciudad de Venecia la describía como delgada, bajita con rasgos fuertes y con los peculiares ojos saltones de la familia Medici (Frieda, 2006: 31), a Catalina no le faltaron los pretendientes. En ella, buscaban una alianza con una de las familias más importantes del Mediterráneo.
Entre los más importantes se encontraba Jacobo V de Escocia, que en 1530 mandó un séquito de nobles para concertar su matrimonio con la joven florentina. Sin embargo, la propuesta más interesante y que más entusiasmó a su tío Clemente VII fue la del rey de Francia. En 1533, propuso el matrimonio de su segundo hijo, el duque de Orleans, con la joven. Este significaría su ascenso social, ya que a pesar del dinero que poseía su familia, no era de origen aristocrático (Frieda, 2006: 35).
Finalmente, Clemente VII eligió a Enrique de Francia como esposo para su sobrina y la boda fue celebrada con gran boato el 28 de octubre de 1533 (Frieda, 2006:53). Siguiendo las costumbres reales, los novios, de solo 14 años, abandonaron la celebración para acudir a la consumación del matrimonio. En ella estuvo presente el rey Francisco I, como testigo (Knecht: 1998: 16), mientras que Clemente VII les dio su bendición a la mañana siguiente (Frieda, 2006: 53).
Mientras Clemente VII se mantuvo con vida, la posición de Catalina en la corte francesa era privilegiada. A pesar de que no veía a menudo a su marido, las damas de la corte quedaron impresionadas por su personalidad e inteligencia. Por el contrario, con la muerte de su tío en septiembre de 1534 y la ascensión al poder de Paulo III su situación en la corte se volvió más endeble. El nuevo papa se negó a pagar la dote prometida por Clemente y la corte dejó de admirarla (Frieda, 2006: 54).
El joven príncipe no demostró ningún tipo de inclinación hacia su esposa, llegando a tomar varias amantes sin que fuera un secreto para la corte. Tanto es así que 10 años después de casarse con Catalina, con la que no había tenido hijos hasta el momento, una de sus amantes dio a luz a una niña, que fue reconocida por Enrique. Esta situación solo supuso más presión para Catalina, ya que la «valía» como hombre de su marido había sido comprobada, pero la suya para entregar un hijo a la casa Valois, no (Knecht, 1998: 29-30).
El año 1536 supuso un giro en la vida de los dos jóvenes, ya que el hermano mayor de Enrique y heredero al trono de Francia, Francisco, murió a causa de unas fiebres tras enfriarse practicando deporte. Enrique se convirtió en el delfín de Francia, y con él, Catalina. Se esperaba que, en este momento, la nueva delfina fuera capaz de dar a luz al heredero al trono. Sin embargo, ante la supuesta incapacidad y, según recogen cronistas de la época, varios de sus consejeros recomendaban, tanto al monarca como al delfín, que esta fuera repudiada y así poder seguir la línea sucesoria con otra esposa (Knecht, 1998: 29).
Ante esta situación y desesperada por no perder su posición, Catalina probó todos los remedios posibles para quedarse embarazada, como beber orina de una mula o restregarse excremento de vaca (Frieda, 2006; 67). Finalmente, el 19 de enero de 1544 nació el primer hijo de la pareja, al que nombraron Francisco, en honor a su abuelo.
Tras este primer embarazo, Catalina pudo repetir sin problema alguno. Ocurrió especialmente gracias a la ayuda del médico Jean François Fernel, quien detectó el problema y le puso solución (Frieda, 2006:68). Así, el 2 de abril de 1545 nació su segunda hija, Isabel de Valois. A ella se sumaron otros ocho hijos más, de los que solo seis superaron la infancia. Entre los que se encuentran los reyes Carlos IX y Enrique III y el duque de Anjou, Francisco. El último embarazo de la reina se dio en 1556, eran dos niñas, pero el parto se complicó. Tuvieron que partir las piernas de una de ellas, que murió, para salvar a la otra, que también murió unos siete meses después (Knecht, 1998: 34).
A pesar de que con el nacimiento de estos 8 hijos se aseguraba la continuación de la dinastía Valois en el trono francés el matrimonio no mejoró su relación. Tanto así que en 1538 Enrique comenzó una relación con Diana de Poitiers, que continuó durante el resto de su vida.
En el terreno político, Enrique no permitió que Catalina interviniese en la política francesa. Sin embargo, llegó a ejercer regencias nominales en los momentos en los que su marido se alejaba de la corte (Frieda, 2006:118). Por contra, Diana de Poitiers sí pudo intervenir en política. Enrique la situó en el centro de poder, regalándole incluso el castillo de Chenonceau que Catalina quería (Frieda, 2006:80-86). Tan grandes eran los beneficios de Diana que no consideraba a Catalina una rival en la corte. Incluso animaba al rey a continuar con la sucesión yaciendo con ella.
La reina madre y la lucha contra los hugonotes
En 1559 Catalina tuvo que hacer frente a una de las crisis más grandes de su reinado, la muerte de su marido. Los primeros días de abril de aquel año vieron la firma del tratado de la Paz de Cateau-Cambrésis. Este fue firmado con el Imperio y con Inglaterra para acabar con las guerras que surcaban Italia en aquellos momentos. En ese acuerdo se concretó la boda de la infanta Isabel, de trece años, con el rey de España. Su matrimonio con Felipe II de Austria se celebró, por poderes, el 22 de junio de 1559 en la ciudad de París. El matrimonio entre ambos supuso varios días de fiesta (Knecht, 1998: 55).
Durante estas celebraciones el rey participó en numerosas justas. Entre ellas, contra los duques de Guisa y Nemours, a los que ganó. Sin embargo, el conde de Montgomery le derrotó. El rey quiso volver a competir contra él y la situación terminó de peor manera, ya que el conde le golpeó con la lanza y se clavaron astillas en uno de sus ojos y en la cabeza. Tras el aparatoso accidente se trasladó al rey al castillo de Tournelles donde se le atendió de urgencia para extraer las astillas de su cabeza. En los siguientes días la salud del rey tuvo muchas oscilaciones. Aunque mejoró tanto como para mandar cartas, rápidamente comenzó a perder la vista, el habla y la razón hasta que finalmente, el 10 de julio de 1559 murió.
A partir de la muerte de su esposo, Catalina pasó a ser la reina madre. Tuvo que actuar de manera activa en los reinados de tres de sus hijos: Francisco II, Carlos IX y Enrique III. A la muerte de su padre, Francisco II, el varón de mayor edad del matrimonio fue quien heredó el trono, con tan solo 15 años. En ese mismo momento, quienes eran los protectores y tíos de su esposa, María de Escocia, el cardenal de Lorena y el duque de Guisa, llevaron a cabo lo que se considera un golpe de estado, puesto que tomaron el poder y se desplazaron de manera precipitada al Louvre junto con los jóvenes reyes (Knecht, 1998: 58).
A pesar de la juventud de su hijo, en Francia se consideraba edad suficiente para gobernar. Por lo tanto, Catalina no tenía cabida en el gobierno del reino. Sin embargo, todos los actos empezaban haciendo referencia a ella y a su aprobación (Frieda, 2006: 149). Que no contase con una parcela de poder grande no significó que el que tuvo no fuese aprovechado. De hecho, ocurrió al contrario, siendo una de sus primeras medidas el reclamo de todas las joyas regias a Diana de Poitiers. También de los diferentes castillos que le fueron entregados. Incluso revirtió las reformas que la amante de su marido llevó a cabo.
Durante este periodo comenzaron a hacerse presentes los problemas de fe en Francia, ya que los de Guisa no dudaron en perseguir de manera violenta a los protestantes del reino. Por su lado, Catalina decidió mantener una postura más moderada, a pesar de no tener ningún apego con los hugonotes. Estos protestantes se aliaron con el rey de Navarra, Antonio de Borbón, y con su hermano el Príncipe de Condé para intentar derrocar a los Guisa. Este intento quedó sofocado al enterarse estos del futuro ataque que se realizaría contra ellos.
El problema protestante bajo el reinado de Francisco II se solucionó solo un año después de su llegada al trono, en 1560, gracias al nuevo canciller del reino, Michel de L’Hopital. Apoyándose en la estructura gubernamental y en la reina madre, buscó el bienestar de Francia sin necesidad de luchar de manera violenta contra los protestantes. La defensa que Catalina y el canciller hicieron en agosto de 1560 sobre su manera de solucionar la crisis en Foontainebleu se considera como una de las primeras muestras que la reina dio de su capacidad de gobernar y de su compromiso con el estado francés.
Esta política más laxa no impidió la detención del Príncipe de Condé. Este salvó su vida por la sorprendente enfermedad y muerte de Francisco II (Frieda, 2006: 151). La inminente muerte de su hijo forzó a Catalina a pactar con Antonio de Borbón. Consiguió que este renunciara a la tutela del reinado del siguiente rey, su hijo Carlos, a cambio de liberar al Príncipe de Condé.
Tras estas dos actuaciones demostrando su capacidad, Catalina fue nombrada por el Consejo Privado del Reino gobernadora de Francia con amplios poderes. Tras la muerte de su hijo Francisco II en diciembre de 1560, habiendo reinado poco más de un año, el papel de Catalina en la vida política crecía.
Carlos IX accedió al trono con 9 años de edad y su madre quiso que permaneciera cerca de ella todo el tiempo. Llegaron incluso a compartir habitación en los primeros momentos (Frieda, 2006: 178-180). A pesar de presidir el consejo, legislar y controlar pactos y negocios de estado, Catalina no pudo hacer frente al gobierno del total del territorio por la guerra civil que lo acechaba. Contribuyó también el gran poder que ostentaban los nobles en gran parte del reino. Esto suponía una tarea compleja para una mujer y más una extrajera como lo era ella en Francia (Sutherland, 1966: 28).
En un intento de resolver el problema de fe que azotaba el reino, Catalina convocó a los líderes de ambas facciones. Pretendía solucionar aquellos puntos doctrinales que los alejaban. Pero, aunque inicialmente había un sentimiento positivo de resolución, la Conferencia de Poissy terminó en octubre de 1561 como un total fracaso. Causa de ello fue la división religiosa en términos políticos y el hecho de que la reina considerase suficiente reunir a los líderes, sin pensar que esas ideas habían calado en el resto de la sociedad (Knecht, 1998: 80).
Pocos meses después, en enero de 1562, Catalina emitió el Edicto de Saint-Germain, con el que intentaba un nuevo acercamiento a los protestantes. Se reconocía la existencia de las iglesias protestantes y permitía el culto dentro de las murallas de las ciudades. De poco sirvió este edicto a su favor, puesto que el duque de Guisa y sus seguidores, el 1 de marzo de 1562, llevaron a cabo la conocida como Masacre de Wassy. En ella asesinaron a más de 70 protestantes e hirieron a más de 100. Este momento fue el punto de inflexión que dio inicio, por la venganza que pedían los hugonotes, a las Guerras de Religión que asolaron Francia durante 13 años.
En abril de 1562, el príncipe de Condé y Gaspar de Coligny, habiendo reunido un potente ejército y firmado un pacto con Inglaterra, iniciaron la conquista de ciudades en Francia. La reina envió las tropas reales a frenar la conquista de sus ciudades para la causa protestante. La contienda no terminaba de decidirse por un bando, ganando unas ciudades y perdiendo otras. El final de esta guerra llegó en febrero de 1563, con la muerte del duque de Guisa. Esta generó una disputa entre la aristocracia francesa, pero Catalina tuvo clara la estrategia. Emitió el Edicto de Amboise o de Pacificación, en marzo de 1563, que puso punto final a la contienda.
Ese mismo año, Carlos IX fue declarado mayor de edad y pasó ejercer como rey. Sin embargo, nunca fue capaz de llevar a cabo esta tarea por si mismo, mostrando poco interés por los asuntos de estado (Sutherland, 1966:20). De esta manera, Catalina siguió siendo la gobernante real de Francia. A partir de ese momento, la reina se esforzó porque se cumpliera el Edicto de Amboise. Desde enero de 1564 a mayo de 1565, la reina madre y el rey Carlos IX recorrieron Francia para verse con numerosos personajes. Entre ellos destacan la reina Juana III de Navarra, convencida protestante, y su hija Isabel, reina de España. Junto con el duque de Alba, aconsejaron a la reina renunciar al edicto y optar por medidas más severas.
Sin embargo, Catalina siguió buscando una solución más amable del problema. Se reunió con el embajador otomano para conseguir una alianza que además supusiera la marcha de los hugonotes franceses y los luteranos alemanes a Moldavia. Este era un territorio que estaba bajo control de los otomanos. También para conseguir que se creara una barrera militar que los protegiese frente a la familia Habsburgo. Desafortunadamente para la reina, el Imperio otomano rechazó está propuesta.
La calma que se vivía desde la emisión del edicto se acabó en septiembre de 1567, momento en el que las fuerzas protestantes intentaron secuestrar al rey. De este modo, se avivaba la guerra entre ambas facciones. Esto provocó la vuelta a París de manera precipitada de la corte. Volvió a firmarse la paz en marzo de 1568, pero la situación era demasiado inestable y las luchas continuaron. De igual manera, el casi secuestro de su hijo provocó que Catalina cambiara su manera de enfrentarse a los hugonotes, adquiriendo una estrategia mucho más agresiva y de represión (Knecht, 1998: 120).
Ante esta nueva estrategia, los hugonotes de replegaron en la ciudad de La Rochelle, uniéndose a Juana III de Navarra y su hijo, Enrique de Borbón, futuro Enrique IV de Francia. En este caso, se negaron a rendirse prefiriendo la muerte antes que renunciar a su fe. A pesar de este enfrentamiento, se firmó la paz de Saint-Germain, en agosto de 1570, debido al laxo comportamiento del ejercito de la reina, que al no recibir paga, no luchaba.
Aprovechando este receso en la guerra contra los hugonotes, Catalina buscó la perdurabilidad de la dinastía Valois, intentando asegurar el trono de Francia y buscar alianzas con otros reinos. En 1570, el rey Carlos IX contrajo matrimonio con la archiduquesa Isabel de Austria, hija del emperador Maximiliano II. Intentó que sus dos hijos más jóvenes, Enrique y Francisco, contrajeran matrimonio con Isabel I de Inglaterra. Sin embargo, ella se negó, incluso tras la visita de Francisco a la reina y la buena relación que se forjó entre ambos (Frieda, 2006:397).
A su hija Margarita intentó casarla con Felipe II tras la muerte de su hermana Isabel en 1568 pero el rey de España rechazó ese matrimonio. De este modo, Catalina eligió a Enrique III de Navarra, futuro Enrique IV de Francia, como esposo de su hija y como un intento de mejorar las relaciones Valois-Borbones que las guerras de religión habían manchado.
El episodio más cruel que se produjo en el reinado de Carlos IX es la conocida Matanza de San Bartolomé, una matanza masiva de hugonotes producida en 1572, que ha supuesto una losa en la imagen de Catalina a lo largo de la historia. El inicio de la matanza lo encontramos dos días antes, con un ataque al Coligny, que solo le hirió y del cual algunos culparon a la reina. Otros culparon a la familia de Guisa y otros a una alianza del papa y España para acabar con su poder. Sea cual sea la versión que se escoja, lo que sucedió los siguientes días se escapó del control de cualquier dirigente.
El 23 de agosto de 1572, tras la reunión del consejo, Carlos IX aprobó una idea que estaba clara entre ellos: en lugar de esperar a un levantamiento de los hugonotes para poder vengar el ataque a Coligny, se decidió atacarle primero para matar a todos los líderes hugonotes que seguían en París y que habían acudido a la boda de Margarita de Francia y Enrique III de Navarra. Los ataques en París duraron una semana y se expandieron por otras partes del territorio. Culminaron en otoño, y con la conversión de Enrique III de Navarra al catolicismo para salvar la vida.
De esta etapa y de su reacción ante la conversión de su yerno al catolicismo proviene la leyenda de la malvada reina italiana que fue, llegando a ser acusada por diferentes hugonotes de haber seguido el ejemplo de Maquiavelo para poder deshacerse de sus enemigos (Knecht, 1998: 163-164).
La siguiente gran crisis a la que Catalina tuvo que hacer frente vino acompañada de una gran pérdida, la muerte de Carlos IX en 1574. Moría con 23 años a causa de una pleuritis. Su hijo la nombró regente antes de morir, ya que su sucesor, al morir sin hijos, era su hermano Enrique. Este se encontraba fuera del reino al haber sido nombrado rey de la Mancomunidad de Polonia-Lituania. No obstante, abandonó su recién adquirido trono para volver a su reino de origen y hacerse con la corona.
Enrique fue el único de los hijos de Catalina que llegó al trono siendo adulto y con una salud más robusta, aunque tenía sus propias dolencias (Frieda, 2006:375). A pesar de ser el hijo favorito, su interés por la política del reino no fue especialmente fuerte. Dependía mucho del apoyo y consejo de su madre, que hasta sus últimos momentos estuvo a su lado.
El nuevo rey contrajo matrimonio en 1575 con Luisa de Lorena-Vaudémont, poco después de ser coronado. Con ello, estropeaba los planes de su madre por emparentar con una casa real europea. Desde el primer momento se sospechó sobre la esterilidad del rey. Los médicos de la corte veían muy complicado que se procreara un heredero por parte del matrimonio y si lo hacía, no creían que sobreviviese (Frieda, 2006: 369). Ante esta situación, su hermano pequeño Francisco comenzó a actuar como heredero al trono. Incitó, en muchas ocasiones las distintas guerras civiles, que para aquel momento ya eran una cuestión más propia de la nobleza que de la religión.
Esta actitud de Francisco trajo muchos problemas a su madre y a su hermano. En 1576 se unió con los príncipes protestantes y en contra de sus familiares, forzando a su madre a ceder ante las presiones de los hugonotes. Lo hizo el 6 de mayo de 1576, firmando el Edicto de Beaulieu, la llamada Paz de Monsieur. Este era el sobrenombre que tenía Francisco como heredero, puesto que se consideraba que este había impuesto el pacto al rey.
Sin embargo, Francisco nunca llegó a reinar en Francia. Con su muerte en junio de 1584, se rompían lo sueños de Catalina de que la dinastía Valois permaneciera como la reinante. Todos los hijos varones que podían suceder a Enrique estaban muertos y este no concebía heredero alguno. Esto suponía que la corona pasaría a manos de Enrique de Navarra, el siguiente heredero al trono de Francia, ya que la Ley Sálica impedía el acceso al trono de las hijas de Catalina.
A pesar de este revés, Catalina tuvo la astucia de casar a su hija Margarita con Enrique, intentando asegurar la continuidad Valois en el trono. Pero este matrimonio no estaba bien avenido precisamente. En 1582 Margarita volvió a Francia sin la compañía de su marido, a quien acusaba de ser infiel repetidamente. En un intento de solucionar estas desavenencias, Catalina envió embajadores que arreglasen el regreso de su hija a Navarra pero de poco sirvió, ya que Margarita se retiró de la corte y se dedicó a vivir junto a su amante. Catalina cortó todo contacto con su hija, por la vergüenza que le suponía su comportamiento. Afortunadamente para ella, no tuvo que ver como se anulaba el matrimonio en 1599.
Últimos años
Catalina no consiguió influir de la manera que lo hizo con Francisco y Carlos en Enrique, aunque sí que dependía de su consejo y su ayuda de manera puntual. Así, Catalina se dedicó durante este reinado a viajar por todo el reino de Francia con la intención de solucionar la guerra que llevaba tantos años asolándolos. En 1578 puso rumbo al sur del territorio y, con casi 60 años, comenzó la ardua tarea de negociar con los líderes protestantes de manera personal. Con ello, se ganaba una vez más, el respeto de su pueblo (Frieda, 2006: 392), perdido tras la Matanza de San Bartolomé. Sin embargo, el buen ojo para el gobierno de la reina anticipó nuevas revueltas.
Catalina no se equivocaba, ya que desde la firma del edicto de Beaulieu se habían conformado ligas católicas locales que luchaban por la defensa de su religión en su territorio ante la permisibilidad de este edicto con los hugonotes. La muerte del duque de Anjou en 1584 provocó que el duque de Guisa se pusiera al frente de una Liga Católica. Esta peleaba porque el siguiente en el trono de Francia no fuera Enrique de Navarra, sino su tío, el cardenal Carlos de Borbón.
Ante esta situación Enrique III no tuvo otra opción que enfrentarse, en 1585, contra la Liga. Pero también ante los protestantes, en un intento de pacificación por parte de la Corona. Sin embargo, ambos ejércitos tenían más poder que el suyo. La situación se resolvió con el tratado de Nemours, de julio de 1585, que cedía ante las presiones de la Liga. Pero fue Catalina quien tuvo que resolver esta situación, no el rey, que eligió marchar a un retiro de oración (Knecht, 1998:253).
El odio contra los protestantes no dejó de crecer y en 1587 había revueltas católicas por todo el territorio europeo. El punto de inflexión de esta lucha lo puso el asesinato de la reina de Escocia, María Estuardo, por orden de la reina de Inglaterra, Isabel I. El asesinato provocó la reacción de Felipe II de España, que preparó la invasión del país anglosajón. También la de la Liga Católica, que colaboró con ellos asegurando los puertos más cercanos a este territorio.
En tan solo dos años Catalina vio mermado todo poder político que había ostentado en el país del que todavía era reina madre. Su hijo había cedido ante las peticiones de la Liga desde junio de 1588 y en septiembre de ese año convocó unos Estados Generales. En ellos destituyó todo su gabinete sin avisar a su madre, que no había podido acudir al encontrarse enferma. Sin embargo, sí le agradeció todo el esfuerzo dedicado al reino, llamándola incluso madre del Estado (Knecht, 1998:164-165).
Lo que no le dijo Enrique a su madre es cómo pretendía solucionar la situación. Llevó a cabo una gran acción contra la familia de Guisa, para acabar con su poder. En primer lugar, ordenó el asesinato de duque con la excusa de llamarlo a su presencia, mientras que también ordenó la detención de otros ocho miembros de la familia, asesinando a algunos de ellos. Una vez llevado a cabo, Enrique acudió al lado de su madre y le confesó todo lo que había sucedido.
La situación que venía soportando Catalina en los últimos años, todo el esfuerzo dedicado a la corona y estas últimas acciones de su hijo, no hicieron otra cosa que empeorar la maltrecha salud que poseía con sus 69 años. Finalmente, el 5 de enero de 1589 Catalina murió a causa de una pleuresía, como su hijo Carlos IX. Fue enterrada en la ciudad de Blois, puesto que París se encontraba ocupada. En 1609 sus restos fueron trasladados a la basílica de Saint-Denis por la princesa Diana, duquesa de Angulema. Posteriormente, en 1789, fueron arrojados a una fosa común de reyes y reinas por las turbas de la revolución.
Solo ocho meses separaron su muerte de la de su hijo, que fue apuñalado por un fraile hasta asesinarle. Acababa así con la dinastía Valois en Francia, ya que Enrique de Navarra, su sucesor, pertenecía a la dinastía Borbón.
Conclusión
Después de casi 70 años de vida, Catalina no tuvo un final tranquilo, ya que no pudo asegurar la permanencia de su dinastía en el trono francés, la principal de sus aspiraciones. Su vida, a pesar de contar con las comodidades de su posición social, no fue sencilla. Tuvo que luchar desde muy joven por su posición en la corte y el poder que suponía. Únicamente logró este cometido tras la muerte de su marido, Enrique II, y su acceso a la regencia.
Durante sus periodos en el poder, buscó seguir los pasos de su suegro Francisco I, y consolidar el poder de la dinastía y de su familia, los Medici. Para ello se apoyó en las ideas humanistas y en el fomento de la cultura en la corte. Esto la convirtió en una de las mayores mecenas de arte del Renacimiento tardío en Francia.
La posteridad no le reservó la gloria que tampoco tuvo en vida. Se la ha considerado, de manera injusta en muchas ocasiones, una de las peores monarcas de Francia. La mala imagen de la reina ha trascendido a la historia, no solo porque se convirtió en reina sin ser parte de la aristocracia. También por determinadas decisiones, tanto propias como ajenas, que arruinaron todo su esfuerzo por el pueblo francés.
Bibliografía
-FRIEDA, L. (2006). Catalina de Medici. Londres: Phoenix.
-KNECHT, R.J. (1998) Catherine de Medici. Londres y Nueva York: Longman
-NEALE, J.E. (1943). The Age of Catherine de Medici. Londres: Jonathan Cape.
-STRAGE, M. (1976). Women of Power: The Life and Times of Catherine de Medici. Nueva York y Londres: Harcourt, Brace Jovanoich.
-SUTHERLAND, N.M. (1966). Catherine de Medici and the Ancient Regime. Londres, Historical Association.