La Edad Media europea estuvo jalonada por innumerables conflictos. Enfrentamientos cuya naturaleza fue cambiando y modificándose a lo largo de los mil años que cubre esa época. Cualquiera que piense en Edad Media y en violencia pensará, inmediatamente, en los castillos. Sin embargo, dentro de dicho periodo, hubo una época donde esas construcciones se hicieron dueñas del espacio de forma de un modo casi hegemónica. Ese tiempo que arranca en torno al año mil y se extiende varios siglos. Aquí vamos a tratar el XI, XII y XIII, es decir, aquel tiempo que se ha venido a llamar Plena Edad Media. A lo largo de esas centurias, los castillos cambiarán, así como sus funciones y morfología, sobre todo ello se va a hablar a continuación.

Funciones

Durante la Plena Edad Media, Europa Occidental vio como sus paisajes quedaban poblados por castillos, fortalezas, alcazabas… es decir, por plazas fuertes. Ese fenómeno aconteció en aquellas zonas en las que se asentaban los reinos cristianos. Pero también en los espacios hacia los que se expandían: el sur de la península ibérica, el este de Alemania y Tierra Santa. Así pues, queda claro que algo impulsaba a aquellas gentes a diseñar y construir lugares fortificados. Las razones de su existencia son más complejas de lo que, a priori, podría creerse. Los motivos a los que responden aquellas construcciones están íntimamente unidos con las funciones que desempeñaban, que no eran pocas.

Funciones defensivas

La función más evidente de todas es la defensiva; esta era una de las principales, pero no la única que cumplían los castillos. Ese cometido defensivo tenía sentido tanto en las fronteras de la cristiandad como en aquellas zonas que formaban el corazón de la misma, como Francia. Y es que, pese a los intentos de la Iglesia por controlar la violencia, ésta será una realidad cotidiana en la práctica totalidad del occidente cristiano. En base a esos peligros, las plazas fuertes (mayoritariamente castillos) otorgaban seguridad. Así, una pauta de comportamiento habitual cuando se detectaba que se aproximaba un enemigo era refugiarse en el castillo (García Fitz 1998: 181). Las personas, los pocos objetos que tuviesen de valor y, sobre todo, el ganado. Una vez a salvo, no quedaba sino esperar a que las tropas enemigas se retirasen.

Bien es cierto que el contingente que atacaba podía comenzar un asedio, pero esto no siempre sucedía. La causa reside en dos aspectos: por un lado, la neta superioridad de los elementos defensivos frente a las tácticas ofensivas puestas en marcha por los atacantes; por el otro: los recursos necesarios para poner en marcha un asalto a las murallas o un cerco. De hecho, especialistas como Lawrence Marvin han calculado que el número de atacantes necesarios para reducir una fortaleza era de cuatro o cinco atacantes por cada defensor (Marvin 2019: 52). Era frecuente que las expediciones estuviesen destinadas a castigar el territorio enemigo más que a conquistarlo.

Llegado el momento del asedio, un castillo debía estar bien pertrechado para hacer frente a semejante reto. En ellos se debían acumular víveres suficientes, armas y un número suficiente de hombres como para plantear una defensa efectiva. Si todo eso se reunía, una fortaleza podía resultar muy difícil de expugnar (García Fitz 1998: 177-178). Conscientes de ello, los cruzados de Tierra Santa intentaron mantener sus castillos bien pertrechados. A medida que se fueron erigiendo nuevas fortalezas, se destinaban grandes espacios para los graneros y las cisternas. De este modo se buscaba que los suministros de agua y comida fuesen los suficientes como para aguantar un largo asedio. Éste duraría hasta la llegada de refuerzos aliados o hasta que el contingente enemigo levantase el asedio debido a su incapacidad para tomar el lugar (DeVries y Smith 2012: 548).

Castillos en la frontera entre el reino de León y el califato almohade. José María Monsalvo Antón, Atlas Histórico de la España Medieval, Madrid: Síntesis, 2010.
Castillos en la frontera entre el reino de León y el califato almohade. José María Monsalvo Antón, Atlas Histórico de la España Medieval, Madrid: Síntesis, 2010.

Un asunto de gran interés son los “sistemas defensivos”. Con ello se designa un conjunto de fortalezas erigidas sobre un territorio cercano conectadas con el fin de conseguir un objetivo determinado. Sin embargo, autores como García Fitz afirman que no se puede hablar de sistemas defensivos orientados hacia una defensa común del territorio. Ello se debe a que no se detectan interconexiones relativas a esa cuestión; de esta manera: “parece referirse más al establecimiento de un sistema logístico y organizativo, capaz de garantizar la financiación, aprovisionamiento…[…] que a la existencia de una auténtica articulación operativa de la defensa” (García Fitz 1998: 191). Sin embargo, hay otros autores que defienden lo contrario, explícitamente para el caso del Báltico y de forma implícita en lo referido a Tierra Santa (Turnbull 2003: 23; DeVries y Smith 2012: 548).

En cualquier caso, tanto en Tierra Santa como en el Báltico o la península ibérica la construcción de plazas fortificadas de frontera fue una constante. Por ejemplo, para el Este Latino: “Castles were built along all major routes and in every major mountain pass, along the deserts, the mountains, the rivers, the lakes, and the sea” (DeVries y Smith 2012: 548). Allí, una vez establecidos los principales dominios latinos, se intentan defender las tres fronteras principales: con Damasco, con Egipto y la costa litoral.

En el caso del Báltico, Prusia y Livonia fueron poblándose de castillos de forma que entre ellos no hubiese ni un día de marcha. Con ello se quería impedir que los posibles asedios prosperasen, en tanto que cada fortaleza podía recibir refuerzos de modo urgente. Sin embargo, los paganos podían seguir internándose en esos territorios, como de hecho hacían. Pero si el asedio de los castillos era infructuoso, no podían conquistarlos, de modo que tampoco podían mantener el control del territorio. Así, pues, por mucho que se internasen en los dominios de la Orden, sus resultados serían escasos.

Castillos en Prusia. Peter Dennis en Stephen Turnbull, Crusader Castles of the Teutonic Knights (1): the red-brick castles of Prussia 1230-1246, Oxford: Osprey Publishing, 2003.
Castillos en Prusia. Fuente: Stephen Turnbull, Crusader Castles of the Teutonic Knights (1): the red-brick castles of Prussia 1230-1246, Oxford: Osprey Publishing, 2003.

Sin embargo, el problema de hablar de fortalezas en lugares de frontera es que se puede malinterpretar qué suponía una frontera en estos contextos y qué papel jugaba. Lo cierto es que la frontera como hoy se entiende tiene poco que ver con la forma que adoptaba una frontera en la época medieval. Entonces eran bastante más permeables que ahora, no eran fronteras cerradas, y por lo tanto no impedían el tránsito de personas y bienes, por lo que ni mucho menos evitaban las incursiones enemigas (García Fitz 1998: 193).

Las fronteras no podían evitar las pequeñas incursiones debido a la rapidez con que estas se movían. Una partida de unas decenas de hombres era difícil de interceptar. Para cuando el defensor salía en su busca, los atacantes podían estar de vuelta en su territorio, quedando fuera del alcance de sus perseguidores. En el caso de que la incursión fuese mayor, los castillos de frontera tampoco podían hacer nada puesto que no tenían el poder suficiente para detenerla (García Fitz 1998: 195). De tal manera, algunos especialistas han señalado que: “Si tomamos la palabra ‘controlar’ en este sentido, el castillo no podía hacerlo más allá de donde llegaban sus ballestas” (Rojas Gabriel en García Fitz 1998: 195).

En virtud de esto, pudiese parecer que las plazas fuertes de frontera no tuviesen apenas importancia, pero no es así. Aunque no podían controlar que las partidas enemigas se adentrasen en su territorio, condicionaban profundamente su forma de actuar. De tal manera, esos grupos solo podían rapiñar aquello que los habitantes hubiesen dejado atrás, no podían hacerse con el control del territorio a menos que planificasen una campaña de asedios. Pero esas campañas eran palabras mayores, hablando coloquialmente.

Además, aunque las fortalezas no pudiesen ofrecer una respuesta individual, no significa que no pudiesen hacerle incómoda la presencia al enemigo, bien a través de ataques a su tren de suministros, dificultando sus líneas de avance, o directamente uniéndose entre sí para dar una repuesta conjunta a través del apellido (nombre para designar una operación defensiva). Pero más allá de eso, el carácter defensivo de las fortalezas es innegable en tanto que la conquista de un territorio se ejercía a partir del derrocamiento de buena parte de esas estructuras. De manera que, mantenerlas, era mantener el dominio del espacio. Por ello, la conquista y anexión de territorios exigía tiempo, y el tiempo, recursos, y en la Edad Media no había crédito ilimitado de lo primero, ni mucho menos de lo segundo.

Incluso cuando se organizaban grandes operaciones destinadas a dominar el territorio y se conseguía derrocar los castillos y fortalezas enemigas, el espacio no estaría totalmente dominado hasta que el agresor se hiciese con aquella zona que surtía de hombres y suministros a su alrededor, es decir, las ciudades. Por ejemplo, esto se puede apreciar en el caso de Toledo, los almorávides tomaron prácticamente todos los castillos de su entorno entre 1095 y 1119 con campañas frecuentes, prácticamente anuales, pero no consiguieron hacerse con Toledo, por lo que todas las posiciones que habían tomado estaban supeditadas a que desde este punto central no se lanzase una contraofensiva (García Fitz 1998: 199).

Funciones ofensivas

Pero, al mismo tiempo, y no de forma secundaria, las fortalezas servían como cabezas de puente desde las que lanzar ofensivas sobre territorio enemigo o consolidar las conquistas. De manera que el castillo tenía una doble función ofensiva.

Hay numerosos ejemplos en los que un castillo aparece ejerciendo esa función de cabeza de puente. Esto se puede comprobar perfectamente en la península ibérica o en el escenario Báltico. Uno de los mejores ejemplos peninsulares es el del castillo de Aledo, situado más de cien kilómetros tras las líneas musulmanas, fue un continuo incordio para los musulmanes de la zona. Desde esa fortaleza los cristianos llevaban a cabo cabalgadas por todo el entorno hostigando las poblaciones circundantes y supliéndose de lo que recogían. Sin embargo, este es un ejemplo extremo, puesto que lo habitual es que las fortalezas cristianas se encontrasen en territorio cristiano y viceversa. En el caso del escenario del Báltico, los cruzados cristianos utilizaron los castillos, generalmente dominados por la Orden Teutónica, para lanzar ofensivas sobre las posiciones lituanas.

En lo referido a la segunda de las funciones ofensivas, es decir, la relacionada con la consolidación las conquistas, el mejor ejemplo que se puede ofrecer es el de la invasión normanda de Inglaterra por parte de Guillermo el Conquistador. Tras la victoria de Hastings su poder se extendió por todo el reino. Sin embargo, no tenía garantizado el control efectivo por lo que dedicó sus esfuerzos a construir toda una red de plazas fuertes (DeVries y Smith 2012: 507). Como resultado se edificaron más de medio millar de motas, aunque hay quien considera que ese número podía ser incluso más alto aún.

Esa actitud evidencia que Guillermo no confiaba en la lealtad de aquella tierra que había conquistado, y con el fin de asegurarla tejió toda una red de puntos fuertes que le ayudarían en caso de problemas, como de hecho sucedió, puesto que el norte del reino se sublevó en sucesivas ocasiones. Esta misma estrategia será seguida por la Orden Teutónica tras conquistar Prusia. De esta manera, se puede ver como los castillos o plazas fuertes eran fundamentales en la defensa, pero también mantenían una estrecha relación con las operaciones ofensivas.

Además, estas estructuras mantenían otras funciones al margen de las propiamente militares. A lo largo de toda Europa los castillos demostraron ser centros que desempeñaban funciones de índole muy variada. Así, algunos consideran que eran ejemplos de poder y riqueza (Hooper y Benett 1996: 164). Pero, además, ejercían labores administrativas, económicas y como lugares de referencia (DeVries y Smith 2012: 546). En el caso de la Península, además, aquellos castillos que quedaban en retaguardia respecto al avance de las conquistas, ejercían una función destacada como centros logísticos, los cuales aportaban víveres, armas y hombres a las expediciones contra al-Ándalus (García Fitz 1998, 214). Así, pues, se puede comprobar cómo las funciones de los castillos eran variadas, extendiéndose hacia todos los ámbitos de la vida, siendo mucho más que estructuras meramente defensivas.

La evolución de las fortificaciones

Durante la Plena Edad Media la evolución de las fortificaciones fue generalizada. Este proceso provocó que las defensas que se implementaban en los castillos a mediados del siglo XIII apenas tuviesen nada que ver con las que se aplicaban en las fortificaciones de inicios del siglo XI. Tal cambio muestra una evolución en las formas de hacer la guerra, pero también en la propia sociedad, en tanto que las estructuras serán más poderosas y, por ende, más caras. Además, ese cambio demuestra que durante esos tres siglos los avances tecnológicos fueron continuos.

Toda evolución tiene un inicio, y en este caso ese punto inicial es especialmente importante. En palabras de un especialista: “The beginning of castle warfare is of enormous importance to our study, since it signifies the beginning of a new kind of siege warfare, essentially the start of that kind of siege war which is special to the medieval period” (Bradbury 1996: 48). Sobre este aspecto hay un cierto debate en torno al lugar o el momento en que comienzan a aparecer los castillos de piedra, es decir, aquellas construcciones con que se identifican tradicionalmente los castillos medievales. Sin embargo, antes de continuar con esta idea se debe hacer mención a los castillos de mota (motte-and-bailey en inglés). Aparecen antes del año 1000 y su uso se extiende a través de la época plenomedieval, de modo que será preciso describir esas construcciones antes de continuar con aquellos castillos de piedra.

Castillos de mota

La fecha de aparición de las primeras motas es igual de discutida que en el caso de los castillos de piedra. Algunos han señalado que surgen como consecuencia de la desfragmentación del poder central carolingio y de las segundas invasiones (Gravett 1990: 4). Aunque sigue siendo un debate abierto. En cualquier caso, lo cierto es que algunas zonas de Europa se poblarán de este tipo de construcciones, especialmente Francia y Flandes, de donde pasarán a Inglaterra de la mano de los normandos (Gravett 1990: 5).

Castillo de mota y patio (motte and bailey) arquetípico. Cuenta con todos los elementos típicos de este tipo de construcciones.
Castillo de mota y patio (motte and bailey) arquetípico. Cuenta con todos los elementos típicos de este tipo de construcciones.

Estos primitivos castillos estaban formados por dos elementos principales: una mota y un patio, y a partir de ahí la estructura podía ser muy heterogénea, aunque lo cierto es que solían mantener algunos puntos comunes. Comenzando con la mota, esta era una pequeña elevación de tierra de altura variable sobre la que se erigía una torre de madera, su altura variaba entre cinco y diez metros (Gravett 1990: 5). El espacio habitacional se cree que sería sumamente sencillo. Estaría dividido en dos o tres alturas donde apenas habría servicios. La torre estaría plenamente dedicada a la defensa dejando de lado la faceta habitacional. De hecho, esta será una de las diferencias respecto a los castillos de piedra donde los señores buscarán unas mínimas comodidades. Bien es cierto que algunas motas sí que se destinaron a uso residencial, aunque fueron las menos (DeVries y Smith 2012: 508).

La segunda parte es el patio. Este se comunica con la mota mediante diferentes sistemas, lo más habitual es la existencia de puentes sobre una zanja que podía estar rellena de agua, aunque no era lo más común por las complejidades que implicaba. El patio podía estar fortificado o tener construcciones de diferentes tipos, la mayoría de uso militar. Asimismo, ese patio se verá rodeado por una empalizada de madera, tras la cual solía existir otra zanja que defendía esa primera línea defensiva de forma que la empalizada quedaba comunicada con el exterior por medio de otro puente. Este tipo de estructuras no tenía un diseño estándar, pero la mayoría presentaba las características señaladas.

Su uso se documenta en el siglo X, pero también en el siglo XII. Del siglo XII son dos de las descripciones que, de una forma más precisa, hablan sobre las motas y su estructura, un buen ejemplo es el siguiente:

“Cerca del atrio de la iglesia había una fortaleza, que podemos llamar un castrum o municipium, sumamente alto, construido según la costumbre de esa tierra por el señor del pueblo muchos años antes. Porque es costumbre de los magnates y nobles de aquellas partes, que pasan la mayor parte de su tiempo luchando y masacrando a sus enemigos, para así estar más seguros de sus adversarios y con mayor poder ya sea para vencer a sus iguales o suprimir a sus inferiores, levantar un montículo de tierra tan alto como puedan y rodearlo con una zanja tan amplia y profunda como sea posible.

La cima de este montículo la encierran completamente con una empalizada de troncos de labrado unidos entre sí como un muro, con torres colocadas en su circuito en la medida en que el sitio lo permita. En el centro del espacio, dentro de la empalizada, construyen una residencia o, dominándolo todo, un torreón” Traducción propia (DeVries y Smith 2012: 498).

Otras descripciones menos extensas son igual de ilustrativas:

“Es la costumbre de cavar una zanja sobre la mota tan ancha y profunda como sea posible… Dentro del recinto hay una ciudadela, o torre de vigilancia, que comanda todo el circuito de las defensas. La entrada a la fortaleza se realiza por medio de un puente que, elevándose desde el lado exterior del foso y apoyado en postes a medida que asciende, llega a la cima del montículo” (Nardo 1947: 28).

Previamente, se ha mencionado que Guillermo el Conquistador introdujo esos castillos en Inglaterra y los motivos que le movieron a ello. Esas motas aparecen en el llamado Tapiz de Bayeux y, además, han sido documentadas por la arqueología. Esta construcción era perfecta para la idea de Guillermo de expandir su dominio y estar preparado para cualquier contratiempo que pudiese ocurrir.

Las motas tenían algunas ventajas que ayudaron a que Guillermo se dedicase a erigirlas masivamente. En primer lugar, su construcción era sencilla, este tipo de fortificaciones son fáciles de planificar y construir. Además, los materiales no son un problema, la madera resulta más abundante que la piedra y su extracción más rápida. Por otro lado, el tiempo de construcción es muy bajo, a lo que se suma que apenas hiciese falta mano de obra cualificada para su construcción (DeVries y Smith 2012: 516). Aunque este tipo de construcciones también presenta inconvenientes. Sus defensas pueden aguantar ataques de baja intensidad y, además, el mantenimiento debe ser continuo.

Castillos de piedra

Al mismo tiempo que Inglaterra se poblaba de motas, Guillermo comenzó la construcción de castillos de piedra, más resistentes, pero más caros y, sobre todo, de una construcción mucho más lenta. Ello indica que, para entonces, ese tipo de edificaciones ya existían en el continente.

Retomando la idea del inicio del apartado, la cuestión del nacimiento de los castillos de piedra sigue abierta. Unos proponen que quizá apareciesen por primera vez en los dominios de Fulco Nerra, III Conde de Anjou, hombre prominente que vive a caballo de los siglos X y XI (Bachrach 1993). Otros consideran que los primeros castillos de piedra provienen de Cataluña. Su origen estaría en la amenaza islámica y la necesidad de defender esos territorios (DeVries y Smith 2012: 520 y ss; Bradbury 1996: 48-66).

Sea como fuere, parece que para inicios del siglo XI los castillos de piedra comenzaban a destacar en el paisaje europeo. Muchas de las torres que habían sido construidas en madera se sustituyeron por otras de piedra, este proceso se pudo comprobar en buena parte de Europa, la península ibérica inclusive (García Fitz, Ayala y Alvira 2018: 140).

Modelo de castillo normando, con la torre del homenaje cuadrangular y cuatro torres en los costados. Fuente: Adam Hook en Christopher Gravett, Norman Stone Castles (1), Oxford: Osprey, 2003
Modelo de castillo normando, con la torre del homenaje cuadrangular y cuatro torres en los costados. Fuente: Adam Hook en Christopher Gravett, Norman Stone Castles (1), Oxford: Osprey, 2003

Algunos especialistas apuntan que el aumento de construcciones defensivas de piedra a lo largo de la década fue espectacular en espacios como Poitou y Touraine (Francia) multiplicándose por diez y por tres respectivamente (DeVries y Smith 2012: 528). En el caso de regiones como Castilla, la construcción de castillos fue una labor sistemática durante la Plena Edad Media. Todo ello como consecuencia de las especiales circunstancias de este espacio, en continua pugna con el sur islámico, pero también con sus vecinos cristianos (García Fitz, Ayala y Alvira 2018: 102). Lo mismo sucederá con Cataluña (Ferrer i Mallol 2001: 120-155).

En cualquier caso, en palabras de Martín Alvira: “These buildings were tremendously diverse in type as regards their position (elevated, on flat land, etc.) and their layout (regular, irregular, adapted to the terrain), as well as their construction materials (adobe, brick, masonry, ashlars, etc.), size and functionality” (García Fitz, Ayala y Alvira 2018: 103). Una realidad que se puede extrapolar al conjunto de Europa. Por otro lado, durante esta época también se hizo común la construcción de murallas en torno a las ciudades.

Torre de Londres en torno a 1100. Adam Hook en Christopher Gravett, Norman Stone Castles (1), Oxford: Osprey, 2003
Torre de Londres en torno a 1100. Será un gran ejemplo de castillo normando donde la defensa recaía en la torre del homenaje, situada tras unas murallas. Adam Hook en Christopher Gravett, Norman Stone Castles (1), Oxford: Osprey, 2003

Dejando atrás el siglo XI, será durante las dos centurias posteriores cuando los castillos experimenten un interesante proceso, estos castillos: “se hicieron más numerosos, pero además, más grandes, complejos y fuertes, física y estratégicamente” (Nardo 1947: 45). Durante el siglo XII las características de los castillos irán cambiando, en un proceso que se intensificará durante el siglo XIII.

En lo relativo al siglo XII, se ha debatido sobre la influencia que tuvieron las cruzadas en ese proceso de sofisticación de los castillos y fortalezas. Hay quien opina que de Oriente de extrajeron muchas lecciones (Nardo 1947: 47) y quien cree que no fue para tanto (Hooper y Benett 1996: 145). En cualquier caso, hay dos cosas ciertas: que durante el siglo XII hubo grandes avances en lo que a la construcción de castillos se refiere y que los cristianos pusieron en marcha un ambicioso proyecto de construcción en los Estados Latinos, uniendo elementos europeos y orientales. Otra de las características de esta época es que muchos castillos se convierten en residencias señoriales con todo lo que ello implica (DeVries y Smith 2012: 530).

La mayor parte de los autores coinciden en destacar que las murallas comienzan a tomar importancia, construidas en piedra, estas aumentan la importancia de las defensas exteriores, aunque la torre del homenaje sigue siendo el punto central, sobre todo en los castillos normandos. Esas torres tenían planta cuadrangular y se reforzaron a raíz de la construcción de torres en sus esquinas. Además, dentro de las poderosas torres del homenaje se disponían las estancias principales destinadas al señor. Pero también a otras funciones logísticas de modo que era frecuente la presencia de aljibes y patios interiores. Sin embargo, a la vez que este era el esquema presente en Europa, las construcciones en Tierra Santa se diseñaban con otro criterio. Aunque hay algunos ejemplos que contradicen esa norma como los castillos de Chastel Blanc y Giblet (DeVries y Smith 2012: 549).

Pero la mayoría seguía un esquema diferente que respondía mejor a las necesidades de los cruzados. Los castillos diseñados en Europa no disponían de la manera de dar acuartelamiento a un gran número de tropas debido a que no eran lo suficientemente grandes. Sin embargo, en el Este Latino las construcciones se comenzaron a realizar de acuerdo a los modelos bizantinos. Esas fortificaciones se denominan castillos concéntricos (DeVries y Smith 2012: 552).En estos castillos la función defensiva dejaba de recaer únicamente sobre la torre del homenaje y pasaba a hacerlo también sobre las murallas, cuya importancia se hizo fundamental.

Era habitual que fuesen dobles, rodeando el patio, o los patios. Además, eran más altas, anchas y con poderosas torres, que ya no eran cuadradas sino circulares, lo cual se ha considerado un hito fundamental. Las torres se construían de forma que sobresaliesen del lienzo de la muralla, lo cual favorecía la defensa al eliminar los puntos ciegos como ocurría con la torre de planta cuadrada. Además, las torres de planta circular son menos vulnerables a las máquinas de asedio y las minas (Robin Fedden en Nardo 1947: 45). Por su lado, las puertas quedaban reforzadas por barbacanas y, con frecuencia, puentes levadizos. Tras esas murallas aparecían las dependencias principales: cocinas, capillas, establos, grandes depósitos de agua y comida…(DeVries y Smith 2012: 553).

Plano del Krak des Chevaliers. Kelly DeVries y Robert Douglas Smith, Medieval Military Technology, Toronto: University of Toronto Press, 2012
Plano del Krak des Chevaliers. Fuente: Kelly DeVries y Robert Douglas Smith, Medieval Military Technology, Toronto: University of Toronto Press, 2012

La última de las características de estos castillos es su localización. Siempre que era posible se aprovechaban la morfología del terreno para favorecer la defensa. Los obstáculos naturales hacían aún más difícil el ataque y la expugnación. Quizá el mejor ejemplo de todo esto lo represente el Krak des chevaliers, cuya estructura es realmente imponente. Sufrió numerosos asedios, nunca fue tomado a la fuerza (DeVries y Smith 2012: 556-558).

Avanzando hasta el siglo XIII el cual se ha denominado frecuentemente como “la Edad de Oro de los castillos”. Sin embargo, ciertamente las características que presentan son una sucesión o desarrollo de aquello que aparece por vez primera en el siglo XII. Durante esta centuria los castillos de Tierra Santa entrarán en declive. Se construirán menos y su fortaleza será menor que aquellos erigidos durante la centuria anterior.

Por el contrario, en Europa sucederá exactamente lo contrario. Las fortificaciones adquieren muchas de las características que estaban presentes en los castillos construidos en Tierra Santa en el siglo XII. Una cita puede servir para ejemplificar los cambios acontecidos: “these new European castles were built as complexes that relied on walls and towers, and not a central keep, for their principal defense. When a keep was added […] it was often not rectangular in shape, but round or multi-angular” (DeVries y Smith 2012: 570). Otros autores harán hincapié en que los cambios de esta centuria no serán fundamentales, sino que predominará el continuismo (Bradbury 1996: 128).

El mejor ejemplo de los avances llevados a cabo en esta centuria es el castillo de Chateau-Gaillard. Construido en el noroeste de Francia, ocupaba una posición estratégica clave y fue dotado con los mejores avances tecnológicos. Como apunta Maurice Keen, este castillo adoptó avances que se habían visto primero en los castillos de Tierra Santa (Keen 1999: 177). Su estructura es compleja. Estaba formada por dos recintos independientes uno del otro, comunicados por un puente. Para acceder al recinto más grande había que tomar primero el pequeño. Una vez en el segundo recinto amurallado, se elevaba otro castillo, separado del patio por un terraplén y gruesas murallas.

Plano del Chateau-GaillardKelly DeVries y Robert Douglas Smith, Medieval Military Technology, Toronto: University of Toronto Press, 2012
Plano del Chateau-GaillardKelly DeVries y Robert Douglas Smith, Medieval Military Technology, Toronto: University of Toronto Press, 2012

Destacaba por la complejidad de su estructura, así como por la presencia de torres circulares que sobresalían del lienzo de la muralla. También contaba con una torre del homenaje con un diseño entre cuadrangular y circular. Así como la presencia de otros elementos defensivos como matacanes (Keen 1999: 177). Dicha estructura permitía a los defensores reagruparse una y otra vez conforme las líneas defensivas iban cayendo en manos del enemigo. Pese a su apariencia inexpugnable, este castillo fue tomado en numerosas ocasiones en el contexto de las guerras entre los angevinos y los capetos (DeVries y Smith 2012: 586).

Por último, cabe destacar que el avance de la tecnología militar irá dejando inservibles muchas de las estructuras erigidas durante la época estudiada. Este proceso, se inició en el siglo XIV, intensificándose en el XV (sobre la guerra en esas centurias recomendamos otro artículo, específico sobre aquel tiempo: La guerra bajomedieval). La causa se halla en el desarrollo de la pirobalística, es decir, las armas de pólvora. Castillos y fortalezas debieron reconvertirse y cambiar sus diseños (DeVries y Smith 2012: 586). Las gruesas torres circulares y los muros altos ya no ofrecían la protección necesaria. La era del castillo medieval había acabado.

Conclusiones

Durante el tiempo que se denomina como Plena Edad Media, los castillos evolucionaron notablemente. Esa evolución fue acompañada de un cambio social, político, económico… que hizo posible aquellas transformaciones. Las mutaciones en las funciones de los castillos tienen que ver con un escenario cada vez más complejo, con unos señores que, pese al reforzamiento de la autoridad regia, cada vez son más poderosos. Además, esos cambios eran fundamentales también en los lugares de frontera. Por otro lado, también cambió la morfología de aquellas estructuras. Europa o, mejor dicho, el espacio en el que se encontraba activo el orden socio-económico que identificamos con la Europa del momento: el feudalismo, se encontraba inmersa en un proceso de cambio que provocó cambios surgidos de sus dinámicas internas (castillos de piedra en el XI), pero también a partir del contacto con otros espacios (siglos XII y XIII).

En definitiva, la historia de los castillos durante la Plena Edad Media es la historia de un modelo social, de una forma de hacer la guerra y de unas sociedades que se expanden y evolucionan. Todo ello quedó plasmado en aquellas construcciones que poblaron los paisajes habitados por aquellas gentes feudales y que, hoy en día, se han convertido en santo y seña de la Edad Media.

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