Nuestra mente suele pensar que todo tiempo pasado fue mejor, creando una imagen distorsionada de la juventud sana y amigable de las generaciones anteriores a la nuestra. Pero esto no es así, la juventud siempre ha sido un campo de batalla para una sociedad que avanza demasiado lento en comparación con el transcurrir de la juventud. En este artículo os descubrimos el enfrentamiento entre dos grupos muy diferenciados, los mods y los rockers, que se enfrentaron en el pequeño pueblo vacacional de Brighton en 1964.
Pero… ¿qué carajos es un mod?
Cómo podréis imaginar, es una subcultura juvenil y en un principio aglutinaba a muchos tipos diferentes de personas, como si un cajón de sastre supusiera, para referirse a todo aquel seguidor del «swinging London». Es decir, la revitalización de la escena cultural que vivió Londres durante los buenos y felices años 60, ya que la posguerra había encorsetado a los 50 en una austeridad que dejaba poco a la imaginación. En resumidas cuentas y salvando las distancias, podría ser similar a nuestra Movida, una especie de resurgir cultural, musical y juvenil frente a décadas anteriores más grises y de cierta opresión.
Sin embargo, los padres del movimiento fueron una serie de dandis italianos conocidos habitualmente como mods que se dedicaban a vender ropa en Londres. Más tarde empezaría todo el mundo a tomar su estilo hasta que esta subcultura se hizo con zonas importantes como el Soho y todo el centro de la capital inglesa. La influencia italiana fue una auténtica constante en el movimiento, muchos jóvenes anhelaban con viajar a la península y disfrutar de su moda y su estilo.
En un principio, su aspecto y forma de comportamiento hizo que en la mayoría de los casos fueran bastante aceptados por los adultos, que les asimilaron mucho mejor que por ejemplo a rockers o a los posteriores skinhead. Pero en el fondo, esta forma de vestir estaba subvirtiendo una realidad social que se alejaba muchísimo de los conceptos del pasado y de la generación de sus padres y abuelos. Pronto tomarían otros sellos de identidad, como moverse por la ciudad en scooters italianas como la Vespa o la Lambretta.
Según la revista Sunday Times, la vida del mod consistía en salir a clubs los siete días de la semana. Sin embargo, esto se lo podían permitir muy pocos, que ayudados generalmente de pastillas, se pegaban semana tras semana de fiesta hasta que el cuerpo aguantase. Pero lo cierto es que la mayoría de mods eran demasiado pobres para permitirse este ritmo de vida, sus lambretta oxidadas y sus parcas carcomidas por la lluvia y el sol alejaban el sueño de la realidad de muchos jóvenes. Según Barker y Little, no estaban cualificados profesionalmente y ocupaban puestos de baja estofa con los que tan solo conseguían 11 libras semanales, insuficientes para esa vida tan anhelada.
Es en este punto en el que radica su «magia». Eran gente pobre, sin apenas estudios ni ningún tipo de formación superior, hasta el punto de que habían asumido su rol servil en los trabajos diurnos que habían conseguido. Pero cuando llegaba la noche, se convertían en los dueños de sus actos, con una ropa a medida y sintiéndose auténticos jefes de los locales que frecuentaban. Porque como bien marca Denzil, un mod entrevistado por el Sunday Times, el sueño de todo miembro de esta subcultura, era precisamente regentar uno de los clubs nocturnos del Soho como el club Scene.
Se conjugaba así el servilismo del día con la vanidad absoluta del que solo piensa en sí mismo durante la noche. Nos encontramos así con una figura que roza el individualismo más extremo, un ego desmedido y sobre todo un interés superficial y meramente estético. Si bien es cierto que tenían un gran interés por la música, lo cierto es que su anhelo era encontrar el disco más raro, para ser los más mod de su barrio y poder presumir de él, no deja de ser una concepción materialista y de crecimiento personal a través de algo tangible y no realmente por interés artístico.
A esto hay que sumarle que para sobrellevar todo esto y con el poco dinero que les sobraba, decidían ponerse hasta las cejas de anfetas. La anfetamina fue sintetizada por primera vez en la escarpada Valaquia a finales del XIX, pero vio un fuerte empujón durante las guerras mundiales, donde los soldados iban totalmente puestos de éstas para aguantar días enteros de combate. Además, durante los 20′ y 30′ se comercializó legalmente bajo el registro de distintas marcas. Años después y con el terror de la guerra alejada, los jóvenes británicos las usaban de forma totalmente recreativa, tal y como se usa ahora, aunque ya no esté muy de moda. Las bondades de esta droga eran un aumento de la actividad física y mental a cambio de un deterioro agresivo de ambas. El tópico de vive rápido, muere joven, y deja un bonito cadáver. De hecho, son los héroes musicales de esta gente, los que lo comentan con gran acierto. Escuchemos por un momento a The Who:
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=qN5zw04WxCc&w=560&h=315]
People try to put us d-down (Talkin’ ‘bout my generation)
Just because we get around (Talkin’ ‘bout my generation)
Things they do look awful c-c-cold (Talkin’ ‘bout my generation)
I hope I die before I get old (Talkin’ ‘bout my generation)
Aquí puede entrar una reflexión bastante personal. Se ha puesto muy de moda criticar a los millenials, es decir, las generaciones que seguramente -salvo algunas excepciones- estén leyendo este mismo texto. A ti, a mí, y a todos los que tuvimos la desgracia de nacer a partir de 1982 hasta 1996 nos ha caído el sambenito de ser considerados la generación más decepcionante, egoísta e individualista del siglo XX. Siguiendo el tópico de que todo tiempo pasado fue mejor nos han endosado el glorioso título de la auténtica inutilidad, cuando en realidad, desde mediados de esta centuria, el premio por ver quien es más individualista y autodestructivo está realmente reñido. Al fin y al cabo nos lo dicen generaciones devoradas por el caballo y el nihilismo más absoluto.
Lo de los rockers… es más fácil intuirlo ¿no?
Con Elvis Presley y Chuck Berry por bandera e imitando a Marlon Brando en «The Wild One», los rockers comenzaron sus andanzas sobre los años 50. Gustaban de llevar vistosos tupés, amplias patillas y la indistinguible hasta nuestros días chupa de cuero.
En la Londres de los años 60 el ambiente rocker había quedado relegado a las afueras de la ciudad, donde las autopistas de circunvalación permitían que sus motocicletas rugieran como ellos querían ya que, generalmente, su anhelo era tener una moto de gran cilindrada, en contraposición con el ambiente más urbano en el que lo que se estilaba eran las vespa y lambretta de los mods.
Eran de ambientes realmente humildes y su escalafón social y económico era muy similar al de sus futuros enemigos. Para los rockers, ser mod significaba el hedonismo extremo, montados en sus ciclomotores que consideraban literalmente tostadoras con ruedas y con una mecánica que daba mucho problemas. Les veían como unos niños pijos de papá que vestían ropa cara por presumir, y que realmente se sentían muy diferentes pero no lo eran para nada. Porque esto es así, la seña de identidad de cualquier joven adolescente es creerse diferente, y es precisamente lo que les hace tan normales.
En esto los mods eran unos verdaderos expertos, ya que conjugaban sus ansias de individualismo y autocomplacencia con el sentimiento de pertenencia a un grupo que se sentía como ellos. En cambio, para sus rivales, el sentimiento de hermandad y camaradería era mucho más significativo.
Brighton en el 64
Lo cierto es que inicialmente ambos bandos iban a su bola. No existía violencia entre ambas subculturas más allá de la propia violencia del ocio nocturno juvenil. Es decir, no existían razones de odio entre ambos sectores por el mero hecho de formar parte de sus filas. Sin embargo, según se fueron juntando, florecieron los altercados, y la prensa se encargó de hacer que tanto rockers como mods acabasen identificándose como auténticos enemigos. Podría parecer una exageración, un enfrentamiento menor de cuatro o cinco jóvenes con demasiado tiempo libre, pero no, supuso un avance incluso para la sociología, ya que Cohen acuñó el término de «moral panic» que describe de la siguiente manera:
- Un grupo es visto como una amenaza para los intereses de la comunidad.
- La amenaza es descrita de forma reconocible por los medios de comunicación, mediante símbolos, como las vespas o las cazadoras de cuero.
- Llevar estos símbolos despierta la preocupación pública.
- Hay una respuesta por parte de las autoridades y políticos.
- El «moral panic» desemboca en cambios sociales de cierta relevancia.
La importancia de los medios de comunicación en todo esto es vital, pues sirven como medio difusor del descontento de la juventud y a la vez ayudan a que los sectores adultos observen con terror como evoluciona su sociedad, algo, que desde su prisma generalmente conservador hace que se piensen que la sociedad está descarriada y que el mundo está perdiendo el rumbo ¿Os suena de algo? De acuerdo con Cohen, estos grupos acaban siendo considerados tan peligrosos como «demonios populares», es decir, como los demonios de las historias del folklore popular.
Como un caballo de Troya los definían los periódicos de la época. Se permitían denominar a ambos grupos como «sabandijas y patanes» que constituían verdaderos «enemigos internos» con el objetivo de «desintegrar» la nación británica. Y entonces, el terror surgió entre la clase media y baja de la población, cuyos hijos, además, formaban parte de estos grupos.
Sea como fuere, tanto por las ganas de los medios de cubrir portadas culpando a las nuevas generaciones, como de éstas por tener ganas de fiesta y problemas, el caldo de cultivo para un enfrentamiento estaba servido. El primer lugar de enfrentamiento sería Clacton, en Essex, donde durante la pascua de 1964 se enfrentaron saldándose la batalla campal con 94 detenidos y cuantiosos daños a los hoteles de la zona. También ocurrieron disturbios en Hastings, en lo que los medios llamaron «la Segunda Batalla de Hastings» y posteriormente los más sonados en Brighton y Margate, por la importancia que le dio la prensa y por su inmortalización en el film de Frank Roddam «Quadrophenia»
Brighton era un pueblito vacacional, tranquilo en el sur de Inglaterra. Aunque, con el tiempo se ha ido convirtiendo en la Benidorm de Albión, el ambiente costero y pescador de la zona todavía tenía una imprenta importante en la pequeña localidad. Su clima benigno para las Islas Británicas y su ambiente bucólico empezó a atraer cada vez más turistas a descansar en las festividades, y eso supuso que tanto mods como rockers fueran a pasarlo bien en los locales de sus ambientes.
Y así ocurrió, en un primer momento hubo una calma tensa que pronto culminó en dos locos días de disturbios por toda la ciudad. Pese a la movilización de las fuerzas de policía, que habían blindado la ciudad por los precedentes anteriores, no pudieron contener la furia adolescente que se venía sobre ellos.
Mientras un pequeño grupo de rockers disfrutaba del primaveral día en la playa, toda una maraña de mods se abalanzó sobre ellos, recibiendo golpes con tumbonas, puños americanos, palos e incluso navajas. Pronto derivó en una batalla campal cuando el resto de grupos de la ciudad se percataron de lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, hay muchos puntos de vista diferentes, pues Tony Edwards, un mod que por aquel entonces tenía 18 años, explicaba que cuando llegó con su grupo a la playa, solo había unos pocos de los suyos, frente a un gran grupo de sus rivales, pero que cuando pasó hora y media la playa estaba llena de compañeros. De hecho se habla de cifras de hasta 2000 individuos en una batalla campal sin precedentes. Fue testigo de lanzamientos de piedras que hicieron que muchos se fueran de allí sangrando, aunque lo cierto es que no hubo ningún herido de gravedad en ningún momento y los peor parados fueron los policías, dos de los cuales fueron hospitalizados con heridas superficiales. Éstos tuvieron que cargar contra la playa para escoltar al grupo de rockers fuera de ésta, para que literalmente «no les mataran», lo que supuso una humillación para ellos ya que según Edwards «parecían niños pequeños con ropa de fantasía (…) y parecían aterrorizados». También cuenta cómo tiraron a un mod por la ventana – rompiendo el cristal- y cómo este sangraba a borbotones.
Bien pueden ser los recuerdos fantasiosos de un ya más que adulto Tony Edwards de 68 años, que en aquella época recibía el sobrenombre de «rey de los mods» y que actualmente es padre de tres y abuelo de dos. Aun con esta edad, defiende que la culpa de todo lo ocurrido fue de los rockers y sobre todo de la policía que «tenía una mano dura terrible».
El periódico La Vanguardia se permitió narrar los hechos en España de la siguiente manera:
«Mods y Rockers han vuelto a las andadas en otras dos ciudades costeras: Margate y Brighton. Se calcula que han intervenido unos seis mil, con las consiguientes peleas entre ellos, el choque con la policía y los daños materiales. Sin embargo, a pesar de la gran mayoría de enormes titulares, la Prensa esta mañana no podía citar ni un caso de que un «Mod» o un «Rocker» hubiese salido maltrecho, aunque dos policías resultaron ligeramente heridos o contusionados. El fenómeno estalló, y adquirió resonancia internacional, hace algo más de un mes en la ciudad costera de Clacton. Dos especies de jóvenes, los «mods» y los «rockers», la invadieron, lucharon unos con otros, y con los policías y contra la ciudad y sus ciudadanos. A más de ser unos gamberros, la cuestión estriba en que «mods» y rockers» no se pueden ver, mejor dicho, verse sí, pero esto les basta para entrar en faena.»
«Los jóvenes motoristas ingleses se dividen en dos grupos: «mods» y «rockers». Los primeros cabalgan en motocicletas de tipo italiano; los segundos, en motocicletas de motor más potente. Aquéllos visten camisas de cuello alto, calzan zapatos de puntera afilada y peinan largas guedejas. Los jóvenes atildados pasan sus vacaciones en el continente —Italia, en especial— y traen a la isla modas y modos nuevos. Han sido detenidos más de cien gamberros y parte de ellos ya han sido condenados a pasar unos meses apartados de la sociedad o a pagar fuertes multas. Un detalle: un chico (mod) de 18 años, multado por casi 13.000 pesetas, ha pagado allí mismo firmando un cheque«.
No podemos olvidar que no deja de ser el punto de vista de un periódico conservador en la época franquista. No obstante, ver a millares de jóvenes, puestos hasta las cejas de pirulas y dándose de tortas hasta en el carné de identidad también era algo que parecía surrealista en el propio Reino Unido. Fue la cara oscura del «swinging London» y de todo el revival cultural del país insular, que posteriormente nos traería otros movimientos con luces y sombras, como el skinhead o el punk.
En resumen, de Brighton podemos decir que es un conflicto importante para entender el estado sociológico de un país fundamental en la Europa de posguerra. También como los grandes medios empiezan a ser unos difusores de excepción capaces de falsear la realidad en muchos casos, creando alarma y pánico social que en otros casos no existiría si se tratasen las noticias con rigor y no como una broma panfletaria, pero al fin y al cabo viven de vender periódicos y de que sintonicemos su canal, y la realidad no vende. Pero qué os voy a contar ¿no? día a día vemos noticias manipuladas en la televisión, campañas políticas encubiertas y errores de desinformación de unos medios caducos que cada vez se observan más como un incunable del pasado, y no como algo serio que tener en cuenta.
-A Nina, por ser una enciclopedia musical muy bonita
Bibliografía:
Hall, S. y Jefferson, T. (2014). Rituales de resistencia. Madrid: Traficantes de Sueños.
Filmografía:
Quadrophenia. (1979). Dirigida por F. Roddam. Reino Unido.
[…] a través de Brighton 64: cuando rockers y mods se dieron de palos — Archivos de la Historia […]
Interesante artículo de las tribus urbanas de los 60’s en UK.
A decir verdad, tenía conocimiento de todas estas tribus a excepción de los Mods, que de no ser por el alterado de Brighton contra Rockers, no los conocerían más que en su casa a la hora de comer.
Después de todo, mi opinion sobre estos Mods es bastante penosa. Los calificaría como unos prepijos con ganas de aparentar bien, para que sus papis le compren la Vespa e ir de chulitos por los pubs.
A Estos Mods insulares les venden los productos italianos ( vespa y ropa dandi) y lo convierten en una efímera subcultura con look pre-yupi pero sin cualificación. Probablemente muchos eran los hijos de Papá que iban a heredar sí o sí los negocios de papá.