Este artículo pertenece a nuestro gran compañero Galieno Augusto, al que si no seguís en Twitter deberíais, ya que sus aportes siempre son fundamentales.

El tres de marzo de 1918, se firmaba el Tratado de Brest-Litvsk entre los Imperios Centrales y la Rusia bolchevique. La primera guerra mundial había concluido en el frente oriental. Analizamos a continuación justo en su centenario las consecuencias de este tratado para Austria-Hungría.

INTRODUCCIÓN.

El esfuerzo bélico de los Imperios Centrales se reavivo cuando, en noviembre de 1917, los bolcheviques dieron un golpe de Estado en Rusia y unas semanas más tarde solicitaron un armisticio.

Para los líderes políticos y militares alemanes, fue un triunfo. El Reich había ido a la guerra en gran parte por miedo al rearme y agresividad rusa. El Septemberprogramm cuyos objetivos de guerra datan de 1914, había propuesto dar una autonomía tutelada a Polonia y manifestaba el deseo que el gigante ruso debería ser alejado todo lo posible de las fronteras del Reich. La agitación en el interior de Rusia y la disolución de su ejército después de su última ofensiva fracasada en Galitzia en el verano de 1917 hizo posible alcanzar este objetivo casi utópico.

Para Austria-Hungría, la solicitud de paz de los bolcheviques fue un salvavidas. El emperador Karl y su ministro de Asuntos Exteriores, Ottokar von Czernin, esperaban que el cese de las hostilidades en el este pudiera conducir a la paz general. Por lo menos, pensaron  que  la reanudación del comercio podría aliviar la catastrófica escasez de alimentos de la Monarquía Dual y permitir que su régimen sobreviva. Sin embargo, la paz que negociaron en la práctica aceleró la desaparición de su Imperio.

Los rusos no eran los únicos interesados en asegurar la paz.  Alemania se lo había apostado todo a una sola carta con la campaña submarina para poner a Gran Bretaña de rodillas, y hacia finales de 1917 estaba claro que había fracasado. Tampoco sería posible para el arma submarina retrasar la llegada de cientos de miles de nuevas tropas estadounidenses en 1918. Por lo que su situación era compleja.

Alemania tenía que lograr la victoria antes el advenimiento de los ejércitos de los Estados Unidos. Una contundente ofensiva tendría que ser lanzada en el oeste en los primeros meses del año, como Ludendorff luego recordó: La idea de atacar Francia en 1918, la tenía en mente desde noviembre [1917] y muchos comandantes en  el oeste pensaban de manera similar. Por lo tanto, esperé ansiosamente el día en que los rusos nos pidieron un alto el fuego.

Otro mal invierno podría desencadenar en Alemania y Austria- Hungría el tipo de inquietud que había derrocado al zar. Hubo disturbios huelgas y la escasez de alimentos se mantuvo. La paz con Rusia podría ser un balón de oxigeno al proporcionar acceso a la riqueza     agrícola     de     Ucrania,     así     como     liberar  suficientes tropas para permitir una ofensiva en el oeste. Mucho se estaba jugando en Brest-Litovsk.

El tratado de Brest-Litovsk, con Ucrania y Rusia creo animadversión política y desastre social en Galitzia. Abrió el camino a la propaganda revolucionaria, que termino por socavar la maltrecha moral del ejército de los Habsburgo y desato el fantasma del nacionalismo en el seno de Austria-Hungría.

Cuando los alemanes ocuparon Brest-Litovsk en 1915, los rusos prosiguiendo    con    su    tradicional    política    de     tierra quemada, prendieron fuego a gran parte de Brest-Litovsk. Grandes partes de la ciudad seguían en ruinas excepto el cuartel general alemán en la antigua ciudadela. Aunque el Príncipe Leopoldo comandaba el Ober Ost, el equipo de negociación de los Imperios Centrales estaba dirigido por Hoffmann, como jefe de gabinete, acompañado    por    el    Oberstleutnant    Hermann     Pokorny desde el k.u.k., el Ayudante general Tsekki Pasha de Turquía y Coronel Peter Gantchev del estado mayor búlgaro.

El inicio de las conversaciones entre comenzó el 3 de diciembre con Joffe como jefe de la delegación comunista y Hoffmann como representante de los Imperios Centrales, discutiendo si la conferencia estaba destinada a abordar toda la guerra o solo el frente oriental. Se acordó que en ausencia de representantes de la Entente, cualquier acuerdo se aplicaría solo a la guerra en el este. Los bolcheviques esperaban arrancar un acuerdo que se extendiera para abarcar a todas naciones beligerantes.

Joffe expuso astutamente la posición de Rusia. Debería haber un armisticio durante seis meses, con la clausula de que cualquiera de las   partes   tendría   que   dar   aviso   de    tres    días    antes    de una reanudación de las hostilidades; los alemanes deben evacuar el archipiélago de Estonia que se habían apoderado inmediatamente antes de la Revolución de Octubre; y deberían comprometerse a no mover tropas del frente oriental.

La respuesta de Hoffmann nó se hizo esperar. Respondió afirmativamente el no trasladar tropas del Frente Oriental, pero argumento, pero no había posibilidad logística de evacuar el territorio que recientemente habían ocupado. Respecto al armisticio, estaba dispuesto a aceptar  únicamente  un  plazo  de  28  días de  alto el fuego. Acordaron además, que el período de aviso para la reanudación de las hostilidades seria de una semana.

Los bolcheviques estaban ansiosos por incluir a todas las fuerzas beligerantes. Hoffmann señaló que no era posible acordar nada que implique los otros poderes de la Entente, ya que no estaban presentes. Joffe alego que necesitaba instrucciones adicionales de sus superiores y la conferencia se suspendió durante una semana. A la par se declaro un alto el fuego.

Durante este período, Trotsky  intentó  de  nuevo,  en  vano,  asegurar la cooperación de los otros enemigos de Alemania en las conversaciones de paz, pero cuando la conferencia se reanudó en Brest-Litovsk el 12 de diciembre, sin la simbólica presencia de soldados,  marineros,  trabajadores  y  campesinos   todavía   no había respuesta de parte de la Entente. Independientemente de la decepción que sufrieron Gran Bretaña y Francia al ver que Rusia estaba tratando de dejar la guerra casi a cualquier precio. El cuerpo diplomático de la Entente observo que no era realista esperar que Rusia continuara luchando.

CONSECUENCIAS POLÍTICAS

El armisticio en el frente oriental comenzó el 15 de diciembre de 1917 y una semana más tarde se inauguró una conferencia de paz entre los Imperios Centrales, Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio Otomano, y los bolcheviques en la ciudad de Brest-Litovsk (hoy en Bielorrusia), en la sede central del ejército oriental alemán.

Ottokar von Czernin salió de Viena hacia Brest-Litovsk el 19 de diciembre acompañado de una delegación que incluyó Feldmarschallleutnant Maximilian Csicserics  von  Bacsány. Llegaron a Brest-Litovsk al día siguiente donde se encontraron a sus compañeros diplomáticos alemanes, ahora dirigidas por Richard von Kühlmann, secretario de asuntos exteriores de Alemania.

A fines de 1917, Czernin estaba profundamente desilusionado por el futuro. Su relación con el emperador Karl se había deteriorado, y sintiendo que su puesto estaba en peligro, ansiaba desesperadamente por asegurar la paz para la monarquía dual antes de sus tensiones étnicas internas lo desgarrara. Sin embargo, él también era consciente de que la paz con Rusia lograría poco si la Entente  permanecía  decidida  a  desmembrar  el  imperio.  Se   había prometido extensiones del Imperio para Italia y Rumania, y había una clara intención de obligar a Viena que concediera a las regiones checa, polaca y balcánica la independencia. Además pensaba que si Alemania observaba a su aliado zozobrar, los alemanes ocuparían Austria y la convertirían en un estado satélite. Sin embargo, si la paz con Rusia iba seguida de una ofensiva alemana exitosa en el al oeste, tal vez sería posible traer a las naciones cansadas de la guerra de la Entente a la mesa de negociaciones.

Cuando las conversaciones se retomaron el 22 de diciembre, Joffe esbozó una vez más los puntos principales de Rusia en la mesa de negociación:

  • No podían darse anexiones forzosas
  • Poblaciones que  han  sido privadas de su independencia durante la guerra tendrían que ser restauradas
  • Nacionalidades que   no   habían    tenido   antes    de   la   guerra derechos de autodeterminación pueden contar con ellos
  • Los derechos de las minorías deben ser garantizados
  • No habría indemnizaciones y las cuestiones coloniales deben resolverse de acuerdo con estos

El Ministro de Relaciones Exteriores del Reich, Richard von Kühlmann, y su homólogo de los Habsburgo, Czernin, aceptaron las propuestas de paz bolcheviques sin anexiones e indemnizaciones. Kühlmann estaba siendo muy astuto diplomáticamente. Planeó trastornar el derecho a la autodeterminación nacional, como explicó más tarde, «obteniendo… cualquier concesión territorial absolutamente necesaria».

Los alemanes habían establecido consejos nacionales en Polonia, Curlandia, Lituania y partes de Estonia. Estos consejos proclamaron declaraciones por las cuales se separaron de Rusia e iniciaron una estrecha conexión con el Reich. Con este ingenioso barniz de legitimidad, desgajaron estos territorios de Rusia consiguiendo atraerlos a la órbita de germana, pero la estrategia era extremadamente sutil y requería tiempo, cosa de la que carecían los Imperios Centrales.

El OHL (Oberste Heeresleitung El Cuartel General Alemán), capitaneado por Ludendorff y Hindenburg se indignó, pues al aceptar condicionalmente las propuestas bolcheviques, Kühlmann había renunciado a la posibilidad de dictar la paz. Los bolcheviques, pensaron que habían obtenido una victoria diplomática hasta que el general Max Hoffmann, el representante de OHL en la conferencia, presionado por el inefable Ludendorff, explicó a los delegados bolcheviques que estaban punto de perder mucho más territorio, si eran reacios a aceptar las propuestas de paz. Lo que Kühlmann consideró como «absolutamente necesario» llenó una lista muy larga de peticiones. Él mismo escribió sobre «separar grandes áreas de la actual Rusia y construir esos distritos en baluartes efectivos en nuestra frontera«. El OHL no le iba a permitir salir de las conversaciones con algo menos que unos objetivos bastante marcados, por la iniciativa ambiciosa de Ludendorff.

En diciembre de 1917, Ludendorff solicitaba Lituania, Curlandia, Riga y las islas cercanas para el Reich «para que podamos alimentar a nuestra gente«. Polonia debía estar vinculada a los Imperios Centrales. Rusia debía evacuar Finlandia, Estonia, Livonia, Besarabia, Armenia y el extremo oriental de Galitzia que aún está bajo su control. Su economía se abriría a la influencia del Reich, pagaría una indemnización por los prisioneros retenidos en Alemania y entregaría grano, petróleo y otros materiales a precios favorables.

Los alemanes a través de sus demandas rompieron las negociaciones. Estas se reanudaron, después de un intervalo de once días, la conferencia se retomo el 9 de enero de 1918, los aliados occidentales, como Kühlmann había previsto, no respondieron, por lo que podría argumentar que su acuerdo condicional en diciembre a una paz sin anexiones o indemnizaciones ya no era vinculante. León  Trotsky, que había venido para dirigir la delegación bolchevique, no tenía ejército capaz de resistir a los alemanes. Su única esperanza de evitar una humillación era que la revolución estallara en el Reich.

La aparición en el horizonte de un gran huelga por la paz en Berlín, el 28 de enero, organizada por los delegados sindicales revolucionarios bajo Richard Müller, atrayeron a 400,000 trabajadores de la capital y decenas de miles más en Hamburgo, Kiel y otros centros industriales, levanto el ánimo de los bolcheviques. Sin embargo, estos conatos revolucionarios fueron rápidamente eliminados, por el empuje aun vivo de unos fuertes sentimientos nacionalistas.

Tampoco había posibilidad de que los políticos del Reich frenarían a sus militares; cuando un tratado expansivo con la Rusia bolchevique se presentó finalmente ante el Reichstag en marzo, los partidos burgueses que habían apoyado la resolución de paz ocho meses  antes votaron sin vacilaciones, e incluso el SPD se abstuvo.

Hindenburg y Ludendorff comandantes supremos del II Reich

Trotsky intento jugar con Ludendorff y Hindenburg declarando «no guerra, no paz» y saliendo de la conferencia. El Tercer OHL en cambio quería un final firme para la guerra en el este, y estaba barajando la posibilidad de ordenar que las divisiones alemanas siguieran avanzando sobre territorio ruso.

Kühlmann se resistía ante tales aspiraciones territoriales, pues aun tenía esperanzas de conseguir un acuerdo que por duro que fuera, podría evitar totalmente alienar a Rusia en contra de los Imperios Centrales y permitir la cooperación futura, pero fue totalmente rechazado por el Kaiser, presionado a su vez por Ludendorff.

Las fuerzas alemanas comenzaron a avanzar el 18 de febrero, cubriendo 240 kilómetros en cinco días. El 3 de marzo, Lenin y sus colegas del Comité Central bolchevique capitularon y firmaron un tratado incluso peor que el que habían rechazado anteriormente.

El Imperio ruso perdió alrededor de 2,5 millones de kilómetros cuadrados de territorio con 50 millones de habitantes, el 90 por ciento de sus minas de carbón, el 54 por ciento de su industria y un tercio de su agricultura y ferrocarriles. El Tratado de Brest-Litovsk, de haberse mantenido en el tiempo, habría dejado a Rusia algo más grande de lo que es hoy.

Los bolcheviques merecían poca simpatía, ya que han insistido en la autodeterminación nacional, al igual que el presidente Wilson, con  la esperanza de desestabilizar a las Potencias Centrales. Irónicamente, se han convertido ellos mismos en los primeros en padecer, tan contradictorio principio: el tratado ayudo a separar a las minorías, no a los rusos étnicos causándoles un gran perjuicio.

Llegada de la delegación bolchevique a Brest-Litovsk

La mayor parte de la riqueza perdida por el Imperio ruso estaba en Polonia y Ucrania, tierras a las cuales los gobernantes rusos, independientemente de su ideología, no tenían demasiadas justificaciones para mantener allí su presencia. Muchas de estas minorías nacionales, especialmente los polacos, habían sufrido más de un siglo de religión, política zarista y persecución.

Los alemanes de ninguna manera eran idealistas o altruistas; el interés propio y el deseo de hegemonía moldearon su política en Brest-Litovsk. No obstante, para las poblaciones de estos territorios, el cambio de poder fue una mejora. Lo que se creó no fue un antecesor del imperio de Hitler de 1941, sino que fue similar a la reorganización soviética de Europa central y oriental en estados satélites en 1945.

A diferencia de la Rusia zarista, Alemania y Austria-Hungría estaban preparadas al menos para permitir que determinados pueblos construyeran sus propias instituciones, especialmente Polonia y Lituania. Por muy explotadora e intrusiva que fuera una Alemania victoriosa tras la Primera Guerra Mundial, para Ucrania, difícilmente podría haber sido peor que el futuro que le esperaba. No olvidemos que los ucranianos bajo los bolcheviques en el período de entreguerras sufrieron un doloroso proceso de colectivización.

Delegación de los Imperios Centrales de izquierda a derecha Hoffman, Czernin, Talaat y Kuhlman en Brest Litovsk

Mientras que los alemanes obtuvieron unos buenos réditos en la conferencia de paz, los austro-húngaros tuvieron mucho menos éxito. Karl enfatizó a su ministro de Asuntos Exteriores durante las negociaciones que «todo el destino de la monarquía y la dinastía depende de que la paz concluya lo más rápido posible«.

Czernin necesitaba asegurar alimentos del este recién ocupado para su hambriento imperio. Esperaba controlar el expansionismo alemán, temiendo que prolongaría la guerra. Además deseaba asegurar Polonia para los Habsburgo, aunque este objetivo era menos importante que detener las hostilidades.

Czernin y la desesperación de su kaiser por la paz restringieron a los Habsburgo en la negociación. «La paz con Rusia debe producirse«,  el Ministro de Asuntos Exteriores amonestó a parte de su equipo de asesores que le acompaño al comienzo de la conferencia. «Cualquier eventualidad es aceptable salvo la ruptura de las negociaciones por parte de las Potencias Centrales«. Esta postura se vio reforzada por acontecimientos posteriores.

El jefe del Comité Común de Alimentos, para AH, el general Ottokar Landwehr von Pragenau, advirtió a comienzos de enero de 1918 del inminente colapso del suministro de alimentos. Las reservas disponibles en Hungría no se podían transportar a Austria porque las entregas de carbón de la Silesia alemana habían disminuido drásticamente. Cuando el 14 de enero se anunció que la ración de harina se reduciría a la mitad, estallaron huelgas, surgiendo por primera vez en las afueras de Viena, para extenderse rápidamente por las dos mitades del Imperio. Abarcaron a 700,000 trabajadores de todas las nacionalidades y duraron diez días completos.

A principios de febrero, estalló un motín en los barcos en la base naval de Cattaro. Durante tres días, los marineros habían izado la bandera roja, exigido una paz sin anexiones y en el curso del motín mataron a un oficial. Para los líderes de los Habsburgo, parecía que el     reino     estaba     al     borde     inminente     de     la     revolución.

Los alemanes, que habían juzgado correctamente la debilidad de los bolcheviques, no iban a ceder ante sus demandas expansivas. Incluso el engaño de Czernin de una paz separada no los empujó a un acuerdo precipitado y más moderado. Hoffmann no se inmutó, respondiendo que permitiría la liberación de veinticinco divisiones alemanas del sector Habsburgo del Frente Oriental. Sin embargo, Czernin tenía otra opción. El 16 de diciembre de 1917, una delegación del Consejo del Pueblo Ucraniano, un gobierno nacionalista establecido después de la revolución de marzo aplastó la autoridad zarista, llegó a Brest-Litovsk y pidió participar en la conferencia. Para los alemanes, estas fueron buenas noticias ya que el grupo ofreció una oportunidad para separar a Ucrania de Rusia.

Max Hoffman artífice de la Victoria de Tanneberg y del Tratado de Brest-Litovsk

Para Austria-Hungría, la admisión de los delegados a las conversaciones fue un arma de doble filo. Los polacos en el Consejo de Regencia de Varsovia, establecido por los Poderes Centrales en octubre de 1917 para ayudar a gobernar el embrionario Estado polaco y dar legitimidad a sus ocupantes, temían que sus reclamaciones territoriales contrapuestas a sus intereses, en la región fueran ignorados y demandaran representación, argumentando que si había una delegación ucraniana, por qué no una polaca.

Los representantes de los Habsburgo checos y eslavos del sur, que pusieron a prueba el compromiso de las Potencias Centrales con la autodeterminación nacional, también exigieron sin éxito la entrada a las conversaciones. Sin embargo, aunque era ideológicamente problemático, Czernin aprovechó la oportunidad de dialogar con los ucranianos, mientras que los alemanes y los rusos estaban en desacuerdo. Debido a la apremiante situación alimentaria de la monarquía Dual.

Ucrania, conocida desde antaño como granero del este, parecía ser  la clave para la resolución de los acuciantes problemas casi mortíferos del suministro de alimentos del Imperio.

 

Europa Oriental tras Brest Litvosk

No hay más que una señal más clara del estado de debilidad en el que había caído el Imperio de los Habsburgo que la disposición de Czernin para apaciguar a los ucranianos. El Consejo Popular ucraniano era un completo advenedizo, «muchachos, apenas mayores de veinte años, personas sin experiencia, sin reputación, impulsados por la aventura, tal vez la megalomanía«. Eran miembros de la pequeña clase intelectual del país que apenas ejercían influencia en la mayoría de campesinos indiferentes a todo lo que acontecía y cansados de la guerra. No estaba claro si el Consejo sería capaz de cumplir las promesas que hizo a los austrohúngaros o incluso si duraría lo suficiente como para intentarlo. La situación en Ucrania era realmente incierta: los bolcheviques tenían su propio Gobierno «Obrero y Campesino de la República de Ucrania» y en febrero su ejército ocupo brevemente Kiev, apoyados por los trabajadores de la ciudad, antes de ser expulsados por los alemanes.

Los representantes del Consejo fueron tan arrogantemente exigentes al solicitar de la gran potencia de los Habsburgo el este de Galitzia, Bucovina, y la región de Chełm, que hasta 1912 había sido una parte de la antigua Polonia austrohúngara. Sorprendentemente, Czernin atendió las demandas. Realizando concesiones humillantes. Cedió Chełm al Consejo Nacional, e incluso permitió la interferencia en los asuntos internos del Imperio, rompiendo en secreto la demanda de los Rutenos de autonomía antes de la guerra. Dividió Galitzia en dos porciones; la Galitzia occidental para una futura Corona de Ucrania y la oriental para una Polonia gobernada por un Habsburgo. Ambas concesiones, una vez que se hicieran públicas, enemistaron a los habitantes de Galitzia contra la monarquía Dual.

Los polacos, históricamente los más leales de todos los pueblos eslavos del Imperio, ante tales concesiones a los ucranianos destruyen cualquier posibilidad de vincular Polonia con la corona de los Habsburgo. Por este inmenso precio, Czernin ganó una promesa secreta de parte de los ucranianos para suministrar al menos un millón de toneladas métricas de grano para el 1 de agosto. El tratado se firmó el 9 de febrero.

Brest-Litovsk rompió los últimos hilos de lealtad de Galitzia con su monarca. El fracaso en llevar el flujo prometido de comida ucraniana rompió la ya inestable sociedad multiétnica de Europa Central.

El conflicto nacional y, sobre todo, el virulento antisemitismo marcarían la región en las postrimerías de la guerra y durante la postguerra. Su intensificación y brutalización era un producto de la contienda. El descontento generalizado en toda Centroeuropa en gran parte se debía a la nueva legitimidad conferida a la «autodeterminación nacional», wilsoniana y a las ilusiones que esto alimentó, desde 1917. Otro factor importante que contribuyo a la desestabilización fue, la privación masiva de bienes de primera necesidad así como alimentos durante la guerra. La movilización total y el bloqueo británico tuvieron un impacto decisivo en la ruptura de las comunidades étnicamente mixtas de Europa central y oriental.

Las personas optaron por proteger sus propios grupos étnicos ante la necesidad y, a medida que las comunidades se envenenaban con el nacionalismo, los judíos en particular llegaron a ser considerados como extraños sin derecho a pertenencia a ninguna comunidad nacional. Incluso en lugares donde las relaciones étnicas habían sido relativamente armoniosas en tiempos de paz, el entendimiento entre los diferentes pueblos colapsó. El respeto por la monarquía se había desplomado hasta el punto de que se rumoreaba ampliamente que el emperador Karl era un borracho, cuya adicción estaba siendo explotada por sus asesores para aplicar medidas contra los polacos. El campo bullía con decenas de miles de desertores del ejército. Estos formaban peligrosas bandas de ladrones armados, que causaban gran inestabilidad, al despreciar los débiles servicios de seguridad.

El tejido social multiétnico se iba desgarrando y la ira contra la monarquía Dual fue especialmente dramática y violenta. Las condiciones en Galitzia, Croacia y Eslavonia, eran similares: las bandas armadas de desertores acechaban el campo y entre las elites surgían ideas de separación. En toda la población del Imperio existía un deseo universal de paz se habían vuelto abrumadoras durante la primavera y el verano de 1918. Incluso en Bohemia y en el corazón de Austria había signos abundantes, aunque algo menos anárquicos, de desintegración social y política. Las principales ciudades del Imperio se vieron sacudidas de nuevo por las protestas contra la escasez de alimentos y la espiral de precios. El antisemitismo fue generalizado, tanto por la escasez como porque muchos judíos tradicionalmente pro-Habsburgo se asociaron con el ahora odiado régimen.

En Bohemia, todo lo que todavía unía a checos y alemanes era lo que un informe denominaba la «actitud antijudía en todas las clases«. Praga tuvo una pequeña manifestación antisemita en mayo de 1918. En la capital del Imperio, Viena, la agitación antisemita de los nacionalistas alemanes y del Partido Social Cristiano en el parlamento, habían ido en aumento desde la relajación de la censura, alcanzando su apogeo en el verano del 18. Tan espeluznantes y frecuentes fueron las amenazas de pogromo que a fines de julio de 1918 el cuerpo representativo judío de la ciudad junto con otros 439 consejos comunitarios judíos de toda la mitad occidental del Imperio finalmente rompieron su largo silencio y protestaron públicamente.

En Viena, y en todo el este de Europa central, las relaciones étnicas rotas y el virulento antisemitismo que se había formado a través del hambre y el sufrimiento durarían más que la dura prueba de la guerra y se volverían más intensos y se radicalizarían en la derrota y durante la postguerra, quedando cono señal indeleble de los acontecimientos futuros en la próxima contienda mundial.

CONSECUENCIAS ECONÓMICAS

La irresponsabilidad de Czernin pronto se hizo evidente. Los alemanes rápidamente respondieron, y se establecieron en el centro del poder en Kiev y confinaron a las tropas de los Habsburgo en solo tres de las nueve provincias en las que se dividía Ucrania. El Consejo Nacional, previsiblemente, se mostró incapaz de cumplir lo que había prometido. Incluso después de que los alemanes lo depusieran y establecieran un líder que contaba con el apoyo de la mayoría de los terratenientes ucranianos, el Hetman Pavlo Skoropadskyi.

Ottokar von Czernin Ministro de Exteriores de Austria-Hungría

Al final, solo 42,000 vagones de ferrocarril transportaron alimentos, 18,000 de los cuales fueron a Austria-Hungría. El grano entregado a los Imperios Centrales ascendió a solo 113.400 toneladas, un poco más de la mitad se destinó al Imperio de los Habsburgo y la mayor parte restante a Bulgaria y el Imperio Otomano.

Los Imperios Centrales habían sido víctimas de la argucia ucraniana y de sus propias ilusiones en Brest-Litovsk. El gobierno ucraniano era impotente y los alemanes carecían de tropas para organizar una extracción exhaustiva y no podían persuadir a los campesinos para que vendieran, el ansiado grano. Por tanto era necesario ser amistoso y contar con cierto tacto diplomático para conseguir al máximo todo el alimento necesario. Algunos miembros del ejército opinaban que; «con rigor, y sin duda mediante el uso de armas, se podían haber recuperado mas suministros». Sin embargo, después del tratado de paz este tipo de conducta ya no era practicable.

El ejército alemán era bastante civilizado en su trato con los ucranianos, trabajaba con las autoridades locales y, a diferencia de su conducta al estallar la guerra, se contenía contra los civiles. Su aliado austrohúngaro, por el contrario, no había aprendido nada. Karl ordenó a su ejército «requisar sin remordimiento, incluso con violencia». A diferencia de los alemanes, no vio la necesidad de atenerse a unos mínimos de orden público en el proceso de requisa de alimentos y en el comienzo del verano se multiplicaron las ejecuciones rápidas de personas etiquetadas como «presuntos ladrones» o «asesinos bolcheviques«.

El Imperio de los Habsburgo nunca había ratificado el Tratado de Brest-Litovsk con los ucranianos, ya que haber intentado pasarlo por el Reichsrat hubiera significado revelar la cláusula secreta que prometía una Corona de Ucrania en el este de Galicia. El fracaso del Consejo Nacional de Ucrania para mantener su parte del trato con las entregas de alimentos, y su reemplazo por el Hetman, permitió a Austria-Hungría guardar dicho acuerdo en el fondo del cajón de ministerio de asuntos exteriores.

CONSECUENCIAS MILITARES

Sin embargo, los efectos negativos de la paz hecha en Brest-Litovsk ya se estaban comenzando a sentir. El tratado de marzo con Rusia puso fin a los duros combates en el frente oriental. Afortunadamente, abrió el camino para el regreso de los prisioneros, que introdujeron  el bolchevismo en el ejército. El tratado de febrero con Ucrania provocó reacciones inmediatas y dramáticas. Después de que los alemanes publicaron el tratado, todo el Consejo de Regencia en Varsovia renunció inmediatamente en protesta, al igual que el gobernador militar de los Habsburgo en Lublin, el Conde Szeptycki.

El 15 de febrero, el Cuerpo Auxiliar polaco y los restos de las Legiones polacas que habían ido a la guerra con Piłsudski en 1914, se amotinaron. Una batalla con tropas austrohúngaras dejó muchos muertos, 1.600. Su comandante, el general Józef Haller, logro desertar a las líneas rusas. Más tarde formarían una parte esencial del nuevo ejército polaco preparado para luchar con los Aliados occidentales en Francia. Lo peor de todo, sin embargo, fue la reacción en los Habsburgo en Galitzia. El desprecio del Ministro de Asuntos Exteriores Czernin por los intereses nacionales polacos en Brest-Litovsk finalmente provoco el divorció de la sociedad polaca a la causa de los Habsburgo.

Galitzia se distancia de los Habsburgo

El compromiso de la población polaca de Galicia con la causa de los Habsburgo había disminuido desde los días embriagadores de 1914- 1915, cuando los partidos políticos polacos habían establecido su Comité Nacional Supremo y la sociedad se había unido a las Legiones polacas.

La declaración de los Emperadores de un Reino de Polonia independiente en noviembre de 1916 había sido bien recibida. A partir de entonces, sin embargo, el ánimo se había agriado. Hubo una crisis política en el verano de 1917 cuando dos tercios de los legionarios polacos, fueron transferidos al control alemán negándose a prestar juramento de lealtad a los Imperios Centrales y a un desconocido futuro rey de Polonia auspiciado por Alemania y AH.

Piłsudski, a quien los alemanes consideraron acertadamente como responsable de la negativa, fue encarcelado y los legionarios acuartelados. En Galitzia, esta situación de maltrato los legionarios, causo un profundo malestar en amplios sectores de la sociedad polaca. Galitzia sufrió intensas huelgas en enero de 1918. En primavera, las autoridades desviaron alimentos hacia la hambrienta Viena, asegurándose torpemente que dichos agravios económicos en Galitzia alcanzarían su punto máximo simultáneamente con el impacto político del tratado con Ucrania, dejando esta parte del Imperio en una situación política de profunda inestabilidad política.

La noticia de que Chełm iría a Ucrania causó indignación en la sociedad de Galitzia. Los políticos del Círculo Polaco del Reichsrat denunciaron amargamente el tratado. Los Demócratas Nacionales y los Socialistas fueron especialmente mordaces. Ignacy Daszyński, la principal luz socialista, declaró que «la estrella de los Habsburgo [se había] ido del cielo polaco». Los conservadores dudaron al principio sobre una ruptura total con la Monarquía, pero la posterior revelación del acuerdo secreto para dividir Galitzia administrativamente entre rutenos y polacos los enemisto aun más.

Después de cincuenta años de lealtad, los políticos polacos habían sido empujados a la oposición por la torpeza y catastrófica diplomacia de Czernin, o por la imperiosa premura de conseguir alimentos para el Imperio.

En agudo contraste con lo que se percibía como la traición de los Habsburgo, los Aliados habían elevado su apuesta ideológica hacia el apoyo de los polacos. El presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, había exigido un mes antes en su influyente manifiesto sobre un mundo de la posguerra, los «Catorce puntos«, que se erigiera una Polonia independiente que debería incluir los territorios habitados por poblaciones indiscutiblemente polacas, que deberían tener garantizado un acceso libre y seguro al mar, y cuya independencia política y económica e integridad territorial deben estar garantizadas.

Entre los polacos de Galitzia, existía un fuerte sentimiento de ira y traición, a lo que llamaron el cuarto reparto de Polonia. Un frente unido de todos los partidos polacos convocó una huelga general. Se exigió la liberación de Piłsudski, el fin del militarismo prusiano y la separación de Austria. Altos funcionarios y profesores universitarios también participaron, así como los campesinos tomándose como prueba de la unidad de toda la nación polaca.

Particularmente preocupante para el emperador Karl y su régimen fue la amplia participación de los funcionarios en las manifestaciones. La presencia de funcionarios en protestas tan explícitamente anti-Habsburgo y en favor de la independencia era una señal de que las lealtades estaban cambiando en la administración de Galitzia, esta se estaba separando del estado. La eliminación de los símbolos de los Habsburgo y su reemplazo por las águilas polacas también fue un signo de un cambio político.

A simple vista, el Tratado de Brest-Litovsk debería haber sido positivo para el ejército de los Habsburgo. El Imperio contaba con sesenta y tres divisiones a comienzos de 1918. Treinta y dos divisiones de infantería y doce de caballería estaban estacionadas en el frente ruso. Aunque en su mayoría se dispusieron a marchar hacia Ucrania para asegurarla, en lugar de ser relevados.

El cese de las hostilidades no hizo mucho para elevar la moral. Las madres y esposas checas temían que sus hijos y maridos soldados fueran enviados al Frente Italiano. Sin embargo, el cese de las hostilidades contra Rusia ofrecía la oportunidad de resolver los problemas de mano de obra, que se había agudizado a fines de 1917.

Unos 2,1 millones de prisioneros de guerra austro-húngaros en manos de rusas serían ahora liberados y devueltos a su patria. Conrad von Hötzendorf, quien desde su destitución como Jefe del Estado Mayor estaba sirviendo como Comandante del Grupo de Ejércitos del Tirol del Sur, bombardeó el Cuartel General de los Habsburgo en Baden con nuevos y grandiosos planes para vencer a los italianos, aprovechando este inesperado regalo en forma de nuevos refuerzos.

El general Arthur Arz von Straussenburg, el hombre que reemplazó a Conrad como jefe del Estado Mayor de los Habsburgo en febrero de 1917, había trabajado duro para renovar el ejército tras la catastrófica Ofensiva Brusilov de verano del 16. La organización de  la fuerza había sido estandarizada, de modo que cada división de infantería tenía cuatro regimientos, cada uno de tres batallones. Los regimientos se habían reestructurado para ser más étnicamente mixtos, una medida destinada a obstruir las deserciones masivas. Nuevos equipos estaban disponibles. Cada división ahora tenía veinticuatro piezas pesadas y setenta y dos de artillería ligera. Se agregaron baterías de mortero y antiaéreas. Las compañías de infantería habían recibido ametralladoras ligeras y granadas.

También se había prestado atención a la moral y el entrenamiento. El ejército había enviado oficiales al frente occidental para aprender sobre las nuevas armas combinadas y una nueva doctrina de guerra sustentada en la iniciativa se estaba aprendiendo.

En marzo de 1918, emulado a Ludendorff se estableció un organismo de contrapropaganda, la Agencia de Defensa de Propaganda (Feindespropaganda-Abwehrstelle). La nueva organización estaba destinada a combatir el cansancio de la guerra y los esfuerzos bolcheviques y occidentales para socavar la lealtad y el rendimiento

de las tropas. Al igual que en el ejército alemán, se ordenó a cada división que designara un oficial con estudios superiores para que elabora mensajes positivos para la unidad. Se alentó a las tropas a estar agradecidas por la “libertad e igualdad” garantizada por los Habsburgo. Se obviaron las disputas nacionalistas que el gobierno de Viena era incapaz de resolver. En cambio, la disciplina, el deber y un vago patriotismo estatal y la lealtad dinástica debían cultivarse.

La Agencia de Defensa de Propaganda se creó demasiado tarde y carecía de personal, financiación y el atractivo ideológico genuino necesario para guiar las mentes con éxito, no todos los esfuerzos del ejército fueron en vano. Hubo formaciones de los Habsburgo que gracias a un mejor entrenamiento se podían equiparar a las  unidades de su aliado alemán.

La novena brigada de montaña ofrece un buen ejemplo. Su comandante, el polaco Jan Romer, se encontró con unos hombres fuertemente desmoralizados en marzo de 1918. Su unidad estaba formada principalmente por soldados hambrientos de Viena y por eslovenos que incluían en sus filas a soldados y oficiales con tendencias nacionalistas. La brigada necesitaba perentoriamente descansar y muchos habían desarrollado congelación o bronquitis en los Alpes italianos. Romer se propuso aumentar su valor militar a través de una mezcla de paternalismo tradicional y un régimen de entrenamiento completamente moderno.

Jan Romer

Predico con el ejemplo personal, entre sus oficiales, mostrando un cuidado paternalista al inspeccionar las instalaciones de los hombres y conociendo sus deseos y problemas. Organizo comida extra para ellos y mejorando sus áreas de descanso. Cantos, juegos, charlas y atención por parte de los oficiales a las necesidades de sus tropas fueron alentados para “despertar la confianza del soldado entre sus líderes”.

Los cambios organizados por Romer para sus hombres se distanciaban de las torpes e ineficaces órdenes de los primeros  meses de la guerra o la dependencia excesiva de las fortificaciones estáticas de 1916 en Galiztia. Los soldados de la 9.ª Brigada de Montaña emprendieron ejercicios de armas combinadas con morteros y artillería e incluso aviones. Romer, al igual que Ludendorff, se centró en desarrollar la confianza en los comandantes de campo. La formación táctica se basaba, en la medida de lo posible, en experiencias de combate concretas, y se utilizaba munición real. Las tropas practicaron tiroteos, lanzamiento de granadas, enfrentamientos con bayonetas y carreras de obstáculos.

El ejército de los Habsburgo, o al menos parte de él, era capaces de innovar con las nuevas tácticas pero, aún se enfrentaba problemas muy serios, especialmente en el campo del abastecimiento, donde hubo escasez de todo tipo de materiales.

Las municiones y la producción de armas estaban cayendo en picado. El intento de participar en el Programa Hindenburg a comienzos de 1917 resultó ser un grave error, ya que para cumplir con los objetivos, el acero y el hierro tenían que desviarse del mantenimiento del sistema de transporte. Esto agravó una escasez ya severa de material rodante y redujo la velocidad de los trenes. La capacidad de transporte cayó y aumento la congestión, ocasionado la paradoja que el carbón no podía ser entregado a las fábricas de armamentos, porque no se contaba con suficientes ferrocarriles. Para empeorar aun más la situación, la fabricación de acero había disminuido en un tercio porque los trabajadores estaban agotados y hambrientos. Por lo tanto, aumentar la producción de municiones era imposible.

Aprovisionar a las tropas con uniformes nuevos y limpios también se estaba volviendo difícil. La práctica de dar a los soldados un par de botas de repuesto tuvo que ser detenida. Capotes, pantalones y abrigos eran escasos. En cuanto a las raciones de las tropas, lo mejor que se podía decir es que habían aumentado un poco más que las de los civiles. La ración de harina individual diaria del ejército se mantuvo en 283 gramos en abril de 1918, frente a los 500 gramos  del año anterior.

Si bien el sistema de suministro se derrumbaría por completo solo en la segunda mitad del año, cuando los soldados estaban ya hambrientos, con sus uniformes raidos y con la moral por los suelos.

En parte como consecuencia de estas condiciones terribles, el ejército había estado luchando contra una epidemia de deserciones desde el otoño de 1917. Conrad, informó en septiembre que las deserciones al enemigo casi se habían triplicado, culpó a la agitación en el frente interno y al pobre ejemplo de disciplina establecido por la amnistía del emperador Karl para los presos políticos de julio de 1917.

Conrad también consideró que las tímidas reformas militares habían mermado la disciplina del ejército. La dura disciplina siempre ha sido un pilar clave que ayuda a la motivación de las tropas de los Habsburgo. El ejercito ejecutó 754 soldados durante la guerra, más que los franceses (600 ejecuciones), los británicos (346 ejecuciones) y mucho más que los alemanes, que promulgaron la pena de muerte solo a cuarenta y ocho hombres.

El ejército de los Habsburgo no solo castigaba crímenes menores. En julio de 1917, los tribunales y comandantes militares de los Habsburgo habían perdido su derecho a confirmar la pena de muerte. Conrad, como ex Jefe del Estado Mayor estaba en una posición fuerte cuando se quejó de las consecuencias contraproducentes de mezclar hombres de etnias poco confiables en regimientos leales. Si bien esta estrategia permitió la estrecha supervisión de las tropas leales de desconfiados checos, serbios, rutenos y rumanos, corría el riesgo de empeorar su moral. Rodeados de soldados de habla extranjera, donde en muchos casos el oficial tampoco es capaz de hablar su idioma, estos soldados se sienten aislados, amargados y huyen a la primera oportunidad. La profunda preocupación de Conrad estaba completamente justificada. En el primer trimestre de 1918, solo los húngaros buscaban 200,000 soldados evadidos dentro de los límites del Imperio.

El regreso de los prisioneros austro-húngaros del cautiverio ruso dañó aún más la disciplina del ejército. Estos hombres habían sido expuestos a extensa propaganda durante su cautiverio. El régimen zarista había resuelto en agosto de 1914 separar a los prisioneros por etnia, manteniendo a los eslavos, que eran considerados como amigos en la Rusia europea, mientras desterraba a los hostiles alemanes y húngaros a Siberia. En los últimos años se produjeron intentos en gran parte ineficaces de reclutar unidades nacionales de presos o, en el caso de serbios e italianos, transferirlos para prestar servicio en «sus» ejércitos nacionales. Solo en el caso de los checos hubo algún éxito; el ejército zarista había utilizado a un pequeño número de prisioneros de guerra checos para tareas de inteligencia. Después de la Revolución de Febrero el Gobierno Provisional ruso había ampliado el reclutamiento, desplegando en julio de 1917 una legión checa de tres regimientos en el este de Galitzia. Finalmente alcanzó una fuerza de 40,000 hombres, y profundizó la desconfianza de las autoridades de Habsburgo por su población y soldados checos.

Sin embargo, a principios de 1918, lo que preocupaba a los militares de los Habsburgo era el temor de que los prisioneros que retornaban pudieran traer consigo no sus ideales nacionales (de los cuales ya circulaban muchas en el Imperio) sino los principios del bolchevismo. Lenin tenía una expectativa similar: “Cientos de miles de prisioneros de guerra”, “regresaron a Hungría, Alemania y Austria, e hicieron posible que el bacilo del bolchevismo penetrara profundamente en estos países”. Los bolcheviques habían estado agitando a los prisioneros de guerra extranjeros desde la segunda mitad de 1916.

El AOK (Armeeoberkommando Alto Mando del Ejército Austro- Húngaro) de los Habsburgo comenzó a preocuparse seriamente cuando, los prisioneros húngaros y alemanes, grupos étnicos generalmente considerados confiables, demostraron ser particularmente receptivos a estos mensajes revolucionarios. Debido en parte a las condiciones de vida miserables que el ejército zarista los mantuvo confinados. La propaganda se había vuelto especialmente intensa una vez que los bolcheviques tomaron el poder. Folletos y diarios publicados en sus propios idiomas introdujeron las ideas de Lenin entre los prisioneros de los Imperios Centrales. Los cautivos izquierdistas colaboraron en la agitación y formaron en enero de 1918 el Comité de prisioneros de guerra de toda Rusia.

La agitación, cobro forma en enero de 1918 cuando el Comité de prisioneros de guerra de toda Rusia, liderado por el húngaro Béla Kun, que dirigiría un régimen comunista efímero en Hungría en 1919, instaba a cada camarada que volvía a casa a “ser el maestro de la revolución en sus divisiones”.

Los comandantes militares de los Habsburgo estaban decididos a evitar que este mensaje llegue a sus soldados desmoralizados y a su población cansada y encolerizada del frente interno. El flujo de prisioneros que regresan comenzó en diciembre de 1917, poco después del golpe bolchevique, y ya había alcanzado el medio millón cuando se firmó un acuerdo final sobre el intercambio de prisioneros a fines de junio.

Para recibirlos, el ejército austrohúngaro estableció un sistema de cuarentena. Después de que los ex presos fueron liberados en Ucrania, donde un tercio fueron encarcelados, se les hizo una inspección médica y se les despiojó. Luego los mantuvieron en un campamento entre diez días y tres semanas, donde reiniciaron el entrenamiento militar. Se les había alimentado bien y otorgado uniformes nuevos. Las intenciones eran buenas pero la escasez mucha. Las raciones eran malas y la ambición de dar a cada retornado un nuevo uniforme pronto se redujo a un capote y luego  se limito aun mas hasta el punto en el que las autoridades militares emitían un brazalete o escarapela vistiendo ropa civil.

Una vez que se confirmó que tenían buena salud física e ideológica, los prisioneros fueron trasladados a unidades de entrenamiento, donde se verificaron las circunstancias que rodearon su cautiverio y se filtraron los desertores. Solo después de que los hombres hubieron pasado por esta experiencia, finalmente se les dio lo que todos anhelaban después de muchos años de ausencia: cuatro semanas de descanso en el hogar.

El miedo del ejército al bolchevismo era comprensible, pero su reacción fue contraproducente; como con sus arrestos y encarcelamientos sin juicio en todo el Imperio en 1914, la sospecha general injustificada llevó a la coacción que alienó a hombres previamente leales.

La censura había descubierto poco socialismo radical. Los prisioneros checos y polacos estaban más descontentos con el Imperio, pero tendían a expresar sus agravios en términos nacionales. La mayoría de los otros cautivos se sentían miserables y abandonados. El tratamiento que el ejército les dio acentuó estos sentimientos. No hubo bienvenido a casa; en cambio, los hombres se vieron arrojados a un procedimiento de procesamiento impersonal y mecanicista.

El ejército hizo caso omiso de su sufrimiento y, al encarcelarlos una vez más en los campamentos, no hizo nada para ayudarlos a adaptarse. Algunos habían desarrollado lo que sus contemporáneos llamaron «Enfermedad de alambre de púas» durante sus largos años de encarcelamiento, una enfermedad psiquiátrica cuyos síntomas incluían irritabilidad y problemas de concentración.

Otros habían pasado por experiencias extraordinariamente traumáticas. Los retornados capturados en 1914 habían tenido la fortuna de sobrevivir a una epidemia de tifus que había asolado los campos rusos durante el primer invierno de la guerra. Otros, en su mayoría húngaros y alemanes austríacos, habían sido puestos a trabajar en el propio ferrocarril de la muerte del zar, construido para transportar suministros de la Entente desde Murmansk. Alrededor de 25,000 prisioneros, el 40 por ciento de los hombres que trabajaron en este proyecto, murieron por exposición y agotamiento a temperaturas tan bajas como -35 ° C.

Finalmente, los ex prisioneros no estaban preparados para la escasez en Austria-Hungría. Con unos sueños fijados en el mundo idílico de de antes de la guerra, muchos quedaron conmocionados y desmoralizados por el empobrecimiento y el agotamiento de sus familias. La intensa sospecha y la alegre expectativa de que pronto regresarían al combate también perturbaron a los retornados.

Los problemas de disciplina de las unidades reinsertadas en los ejércitos de los Habsburgo en la primera mitad de 1918 se debían mucho más a la insensibilidad del ejército y la falta de voluntad de los excautivos exhaustos que al adoctrinamiento bolchevique. Entre finales de abril y mediados de junio, hubo treinta motines por parte de ex prisioneros del frente ruso que regresaban.

En su mayoría, se trataba de pequeñas acciones espontáneas, provocados por la mala alimentación, las quejas por el permiso o la renuencia a unirse a los batallones destinados al frente. Sin embargo, también hubo incidentes a mayor escala, que pronto se transformaron en agravios nacionales o sociales y antagonismos raciales.

Los Imperios Centrales y sus ganancias territoriales en verano del 18 

CONCLUSIÓN

El Imperio de los Habsburgo debería haber triunfado a principios del verano de 1918. Había resistido al régimen autocrático del zar que, en tiempos de paz, había esperado tan públicamente su colapso y desmembramiento. Las amenazas irredentistas externas que habían asustado a los líderes austrohúngaros antes de la guerra habían sido eliminadas. Serbia y el sur de Polonia estaban bajo ocupación, se había firmado un tratado favorable con Rumania en mayo de 1918 y los italianos estaban conmocionados después de las fuertes pérdidas en el otoño anterior en Caporetto.

No había razón para seguir luchando. Sin embargo, ni el emperador Karl ni Czernin consideraron una paz separada. El Ministro de Asuntos Exteriores de los Habsburgo argumentó más tarde que cualquier acción de este tipo habría llevado a las tropas alemanas a ocupar el Tirol a atacar el Imperio y la guerra civil hubiera estallado.

Resulta bastante dudoso que los alemanes hubieran podido realmente ocupar Austria-Hungría. Sin embargo, al adherirse a su aliado, los líderes de los Habsburgo garantizaron que cualquier victoria de los Poderes Centrales dejaría a su Imperio como un satélite alemán. Otra decisión errónea fue tomada en mayo cuando, después de que los franceses revelaran públicamente las conversaciones de paz a través del Príncipe Sixto, Karl tuvo que apaciguar con grandes concesiones a sus encrespados aliados, que lo hacían aun más dependiente de ellos, así como apaciguar a las indignadas élites austriacas proalemanas.

La solución a este entuerto, que mostraba la debilidad de la monarquía dual, consistió en un humillante viaje, por parte de Karl para postrarse en el cuartel general del ejército alemán en Spa y la firma de un acuerdo provisional sobre una alianza militar, económica y política que a largo plazo puso aun mas al descubierto el sometimiento del estado de los Habsburgo, al Imperio Alemán.

Por lo tanto, la guerra continuó, en contra de los intereses del Imperio y la voluntad de la masa de sus pueblos. Los polacos se sentían irremediablemente perturbados por la disposición de los Habsburgo a sacrificar la región Chełm a sus rivales ucranianos por la fantástica “paz del pan”, que apenas trajo resultados positivos.

Los checos habían renunciado a seguir siendo leales por la nula capacidad del Imperio para reformarse a sí mismo. Las huelgas de enero de 1918 habían demostrado el profundo deseo de paz en todas las tierras del emperador Karl.

La sociedad multiétnica se había fragmentado y el odio racial dividía a sus pueblos. El ejército también se estaba desmoronando. Los ideales bolcheviques y, aún más, el profundo descontento de los exprisioneros estaban socavando la disciplina, y el éxodo de los desertores no se había detenido.

El desplazamiento de las bases militares, para que las tropas estuvieran estacionadas en áreas ajenas al frente, explotó las amargas animosidades entre los pueblos del Imperio. Se tomo esta medida para garantizar temporalmente que civiles y soldados no se unirían en revolución, como en Rusia.

Sin embargo, el desastre era imparable y se iba acelerando descontroladamente. El propio destino del Imperio dejo de estar en manos de la Monarquía de los Habsburgo desde la primavera del 18, puesto que ya estaba a merced de los acontecimientos del frente occidental y de cómo allí iban a resolver los alemanes la batalla final y por extensión toda la guerra.

BIBLIOGRAFÍA

GERWARTH, R. The vanquished: Why the First World War Failed to End, 1917-1923.

STEVENSON, D. 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial.

TOOZE, A. El Diluvio: La Gran Guerra y la reconstrucción del orden mundial (1916-1931).

VEIGA, F. MARTIN, P. Las guerras de la Gran Guerra 1914-1923. WAWRO, G. A mad catastrophe.

1 COMENTARIO

  1. Hola, muy buen post. He aprendido bastante sobre algunos temas que en libros que he leído se tocan de refilón.

    Me gustaría saber de dónde has sacado las citas de las partes correspondientes al tema Ucrania. Son muy reveladoras.

    Así mismo, ¿podrías recomendar en especial un libro de los que referencias para conocer en profundidad las relaciones de la Monarquía Dual con sus minorías nacionales?

    Muchas gracias.

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