La India fue y continua siendo una sociedad plural en la que conviven personas de diferentes etnias y credos. Geográficamente muy variada, es una extensa región salpicada por grandes valles fluviales y múltiples ríos tributarios que alimentan una tierra muy fecunda y llena de riquezas, especialmente en la fértil llanura que crean las cuencas combinadas del Ganges y del Indo. Por otro lado también existen inhóspitas selvas, yermas montañas y desiertos prácticamente inaccesibles, pero casi todos estos rincones están habitados por distintos grupos étnicos y culturales.
Su posición como cruce de caminos entre los distintos ámbitos culturales que rodean al subcontinente ha hecho que multitudes de pueblos e influencias entrasen en él a lo largo de su historia, de manera violenta o pacífica, lo cual caracteriza muchos de sus aspectos. Esta diversidad es notable si observamos, por ejemplo, su variedad lingüística: existen cerca de 2000 idiomas y formas dialectales en el conjunto de este territorio, de los cuales una veintena componen las principales lenguas con cierta oficialidad estatal. En esta riqueza se puede ver como realmente la India es un conglomerado de una miríada de tradiciones culturales. Las influencias constantes, tanto extranjeras como locales, han producido todo un vasto universo de creencias e ideas donde diferentes credos se han ido mezclando.
La religión es un aspecto central para comprender la India y su pasado, estructurando las bases mismas de su sociedad, aunque se trata de un campo de difícil compresión para otros horizontes conceptuales, como el nuestro. Hay quien consideraría que se están tocando aspectos irracionales propios de una cultura exótica, afirmando que la India está excesivamente descentralizada desde el punto de vista religioso y doctrinal si se compara con religiones como la cristiana o la musulmana. Por ello no hay que olvidar la alta espiritualidad de estas tradiciones y su íntima relación con la filosofía, con la que no hay diferencia alguna casi en su totalidad. No existe tampoco ninguna unidad que aglutine los diferentes credos de este territorio, lo cual explica en parte las tensiones y el constante conflicto existente, pero si existe algún nexo de unión entre ellos esa es la convivencia geográfica a través de la historia india.
Los europeos del siglo XIX, ante la vastedad del mundo religioso indio, englobaron erróneamente a esta compleja realidad dentro de un mismo término, hinduismo, aunque si se diferenciaron las tradiciones que aceptan el dharma, el orden que asume ciertas leyes universales tradicionales, y la primacía de los Vedas, los principales textos sagrados de la India, de las que no lo hacen. Dichas corrientes son calificadas desde el hinduismo védico o ástika como no-ortodoxas o nastika, en los que se podrían introducir, entre otros, a los budistas, los jainas y los sijs, quienes siguen algunas de las doctrinas védicas pero no aceptan la autoridad de dichos libros y de sus principales interpretes, los brahmanes. Junto a estos dos grandes y heterogéneos grupos, que bien merecerían numerosos volúmenes para un análisis en profundidad, aparecen las religiones exógenas que han ido introduciéndose con mayor o menor suerte en el subcontinente. El más notable es sin duda alguna el Islam, segunda religión en la región, seguido por una presencia mucho más escasa de los parsis zoroastristas o el cristianismo.
La antigüedad en la India: el Valle del Indo y los Vedas
El desarrollo religioso de la India se remonta a tiempos prehistóricos, por lo que sus orígenes son confusos, prácticamente desconocidos. Sus raíces principales están en dos elementos, las tradiciones dravidianas y los Vedas. El primero de ellos se relaciona con la cultura del Valle del Indo, la primera gran civilización de la India y anterior a la llegada de los pueblos arios de origen indoeuropeo. Conocida principalmente por las grandes ciudades de Harappa y Mohenjo-Daro, para el segundo milenio a. C., estos pueblos desarrollaron una sociedad considerablemente urbanizada en los valles indogangéticos. Aunque la iconografía de este pueblo fue muy rica y característica, sus textos con escritura propia están todavía sin descifrar y carece de cualquier certeza sobre su origen, mientras que la mayoría de las interpretaciones continúan siendo teorías. Esta cultura se ha considerado como el núcleo de los actuales pueblos dravidianos (hoy en día habitan en su mayoría el sur del subcontinente), una tradición nativa de la India que predominó durante varios siglos antes de ser barrida por la migración indo-aria y que será de gran importancia para la configuración futura del país.
La segunda se relaciona con la llegada de los pueblos arios, a partir del año 1500 a. C., en un proceso que duró varios siglos. Llevaron profundos cambios a la sociedad local, especialmente en el aspecto religioso y cultural, surgiendo todavía en un estadio embrionario lo que sería la futura religión védica. El hinduismo y el budismo hunden sus raíces en esta transformación, y todavía hoy se utiliza el idioma utilizado por ellos, el sánscrito, como lengua litúrgica entre los brahmanes, que recitan poemas e himnos de gran antigüedad que se remontan a los indoarios. El principal fundamento de esta religión eran y son los Vedas, los textos más antiguos de la India, los cuales recogen tradiciones orales antiquísimas en sánscrito para conformar una base canónica de cuatro colecciones de versos que tratan diferentes cuestiones como normas rituales para celebraciones y sacrificios, hechos de la mitología hindú y debates filosóficos y morales. Es curiosa la analogía que se puede observar con los evangelios cristianos. Para facilitar su lectura, los diferentes brahmanes redactaron una serie de comentarios o Brahmana, con aclaraciones en prosa para entender mejor la doctrina que los Vedas quieren transmitir. Dicha clase sacerdotal se reservó la transmisión del saber divino, reservado a sus familias, que heredaban el privilegiado derecho a interpretarlos y recitarlos ante el resto de la comunidad generación tras generación.
La consecuencia más importante de esta irrupción fue la transformación en una sociedad estructurada por la religión en castas o varna. Por primera vez se definieron en dichos textos los varna arya o castas principales, compuestas por los sacerdotes o brahmana, los guerreros o kshatriya y los productores o vaishya, a los que se añaden los servidores o sudra, todos con un mítico origen en diferentes partes del cuerpo de Brahman, el ente creador del universo. A parte quedan los descastados o paria/dalits, que no son considerados parte del sistema ni hijos de Brahman. Las dos primeras clases componían la élite social, interrelacionándose entre ellas y repartiéndose las responsables, por lo que dirigen tanto el poder espiritual como el secular, aunque a través de sus complicados ritos y la obtención de tributos los sacerdotes obtuvieron la preeminencia sobre los reyes guerreros.
El ritual era la base de la religión védica, ya que permitía controlar y manipular las fuerzas del cosmos, previniendo hechos indeseables y favoreciendo los intereses comunitarios. Se requería de una gran especialización, por lo que cualquiera no podía llevarlos a cabo, favoreciendo una jerarquización interna de la clase sacerdotal, según las funciones de cada especialista en los rituales. La base de su poder económico estaba en que para realizar estas labores, el solicitante debía pagar a cada sacerdote participante en el ritual, por lo que los tributos eran una fuente de riqueza considerable.
El rasgo más característico de esta religión era su complicado politeísmo. Aspectos concretos de los rituales y dioses relacionados con la naturaleza fueron divinizados, aunque existía una tendencia a centrarse en un dios concreto, Agni, representación del fuego, ya que este es el punto clave de los diversos rituales brahmánicos. Al igual que en otras religiones de tradición indoeuropea, hay una trifuncionalidad divina llamada trimurti, que heredará el hinduismo posterior, y una lucha entre dioses antiguos y de oscuro origen con dioses nuevos destinados a sustituirlos, los Asura y los Deva, similar a la mitología griega (Titanes y Olímpicos), céltica (Formorianos y Tuatha) o germánica (Vanes y Ases). Posiblemente, dicha lucha sea una metáfora de la llegada de los arios al subcontinente indio y la imposición de sus dioses sobre la de los pueblos anteriores a ellos. Gradualmente, se producen cambios notables en la religión védica, con la importación divinidades femeninas existentes entre los cultos dravídicos previos, y una mayor predicación de la espiritualidad individual y la meditación.
La excesiva ritualización y el dominio moral de la sociedad por parte de unos brahmanes corrompidos y en declive han sido interpretados como el origen de la aparición de nuevas religiones como el budismo y el jainismo a partir del siglo V a. C. El impacto de las influencias llegadas desde los mundos contemporáneos de los persas y los helénicos fue considerable, y la consolidación de un estado tolerante y patrocinador del budismo como lo fue el Imperio maurya de Ashoka, dio pasó a una revolución religiosa, de una concepción familiar y comunitaria, a una concepción más universalista a la vez que radicalmente individual, superando definitivamente el marco védico. El conglomerado religioso se amplió a lo largo del territorio, aflorando decenas de escuelas y doctrinas de todo tipo. Con la posterior llegada del Islam desde occidente siglos después, se da inicio a la Edad Media en la India.
Una respuesta ante la injusticia y el sufrimiento: budismo y jainismo
El budismo es un concepto netamente europeo, acuñado en los inicios del contacto con el ámbito asiático. Los occidentales observaron un nexo de unión principal en la figura de Siddharta Gautama, más conocido por su nombre posterior a su iluminación, el Buddha. Su mensaje y predicación eran elementos comunes para una serie de diversos cultos existentes a lo largo y ancho del continente asiático, desde Asia Central hasta Japón, pero carentes en su mayoría de un estructura unitaria. La diversidad doctrinal en el budismo es bastante amplia: desde escuelas que apuestan por la naturaleza humana de Buda y la negación a los dioses, hasta las que divinizan la figura del fundador y observan un universo espiritual lleno de entes y fuerzas divinas, diferencias que podrían hablarnos de una serie de “religiones budistas” antes que una sola religión.
Su origen se remonta al siglo VI a. C. en el norte de la India y tuvo un desarrollo muy parecido al del cristianismo, otra religión misionera y expansiva con múltiples divergencias internas en su doctrina. Gautama, originalmente miembro de la casta guerrera nacido en un reino nepalí, es aceptado como la figura histórica principal, quien buscando la sabiduría moral y el fin del sufrimiento mediante el equilibrio interno acabó alcanzando la iluminación o nirvana, por lo que recibió el epíteto del “Despierto”, Buddha. Predicó este camino hasta formar la comunidad monástica nuclear del budismo, de la que saldrían generaciones de misioneros que expandirían dichas enseñanzas por diferentes rincones del mundo. Un movimiento innovador y rompedor para su época y sociedad, se enfrentaba frontalmente a la teología védica tradicional, redefiniendo conceptos como el karma y el ciclo vital de transiciones y renacimientos del alma, a partir de lo cual creó la doctrina de las Cuatro Verdades. Esta se basa en el sufrimiento, el deseo, su supresión mediante la meditación y la meta final, la iluminación, en la que se alcanza la verdad y se disuelve definitivamente el karma. Todo se centraba en esa única idea, el fin del sufrimiento en una realidad injusta.
La sencillez de los dogmas planteados por Buda fue la clave de su éxito frente a la complejidad de los Vedas. Se extendió con facilidad y cada grupo desarrolló sus propias características a partir de esta base, dando lugar a credos dispares. Se trataron de sectas minoritarias hasta el reinado de Ashoka, primer unificador del subcontinente, quien tuteló el budismo a nivel estatal, buscando una normativa de conducta y un sistema ético que abarcase a todos sus súbditos. El budismo vivió un impulso en campos como el simbolismo, la arquitectura y la iconografía, y la predicación patrocinada por el propio Ashoka llevaron a exitosas misiones budistas fuera de la India, llegando a lugares como Sri Lanka, China, Mongolia, Japón e Indochina. Las formas sincréticas de religiones locales y budismo se multiplicaron, surgiendo un horizonte pan-asiático religioso-cultural.
Existen entre otros dos grandes modelos de interpretación budista, la escuela Hinayana, una minoría que sigue el desarrollo inicial de que los monjes, una vez alcanzan el nirvana y se liberan de sus pasiones, deben completar su extinción espiritual definitiva, y la escuela Mahayana, quienes se separaron de la doctrina más primitiva y creen que una vez despierto, el predicador debe mantenerse en este mundo para ayudar al resto de individuos a dar el paso al nirvana antes de disolverse por última vez. Esta segunda escuela tuvo mayor éxito, debido a que permitió profundizar más en nuevas corrientes con un gran dinamismo. A pesar de ello, la presión musulmana e hinduista en la India durante los siglos siguientes redujo la presencia del budismo en su cuna, hasta el punto que para el siglo XIII los monasterios budistas de la India desaparecieron en su mayoría. Solo permaneció como una minoría letrada y dispersa bajo el dominio mogol.
A pesar de que fue y sigue siendo una religión más minoritaria que el propio budismo en el territorio indio, el jainismo ha estado ligado tradicionalmente a las clases comerciales y artesanales, por lo que han sido un grupo próspero, concentrado en la mitad occidental de la India. Tradicionalmente se atribuye su fundación a Mahavira, a mediados del primer milenio a. C., en el mismo contexto que el budismo. Al igual que Buddha, era parte de la casta guerrera, reformó formulaciones religiosas de origen védico para acabar con la rigidez doctrinal de los brahmanes, y finalmente alcanzó el nirvana a su muerte.
Pero a diferencia del budismo, el jainismo se caracterizó por su debilidad misionera, manteniéndose solo en ciertas zonas de la India, debido a su fuerte componente individualista, ascético y de rechazo de lo mundano, difícil de adaptar a culturas externas y otras regiones. A pesar de ello, algunos monarcas y gobernantes indios llegaron a convertirse hacia el cambio de era a esta religión de mano de gurús jainas. Los principales obstáculos a su expansión fueron las persecuciones musulmanas, la fuerte competencia entre las masas populares de doctrinas hinduistas como el vishnuismo y el shivaismo, y su división interna en svetambara o los vestidos de blanco, de doctrina flexible, y en digambara o los desnudos, ascéticos rigoristas. A pesar de estas carencias y amenazas, los jainas han seguido existiendo hasta hoy en día con cierta entidad en la sociedad india.
Creen principalmente en la eternidad del mundo, sin principio primordial alguno, por lo que no hay dioses (lo que refuerza la idea de ser un credo anti-védico) y todo está compuesto por seres terrenales con alma que hay que respetar. Debido a esta carencia de divinidades la adoración se dedica a los santones, ejemplos morales de individuos que alcanzan el nirvana y que rompieron con la preeminencia de los brahmanes y las castas. El jainismo puede ser considerado más como una filosofía y una vía de práctica de vida para alcanzar la perfección y el despertar que una religión en sí misma, prefiriendo el desarrollo interno e individual a través de la renuncia al mundo terrenal, el rechazo a cualquier clase de violencia y la práctica de un estricto veganismo por su respeto hacía prácticamente cualquier ser vivo. Todas estas ideas tuvieron fuertes influencias en algunos personajes importantes de la historia india, como pueden ser Mahatma Gandhi o el emperador Akbar.
La religión de los mil dioses y la llegada del Islam a la India
Aunque se puede considerar el heredero directa de la tradición védica, en el hinduismo no existe una unidad doctrinal como pudo haberla en la antigüedad, ni tampoco se puede entender como una única religión. Se trata de una versión remodelada, que adopta un mensaje universalista y abierto a todos, el cual no existía en el hermético régimen de los brahmanes. De esta manera, surge todo un mosaico de escuelas y cultos internos dentro de un mismo horizonte religioso, como el shivaísmo, el vishnuismo, el bhaktismo, el tantrismo y muchos más. Entre todas las corrientes se destaca como punto común la trimurti, la triada de dioses principales: Brahma (no confundir con Brahman) el creador, Vishnú el conservador y Shiva el destructor. Se trata de una representación trascendental del tiempo, muy arraigada en las creencias de la sociedad india. Esta idea profundiza en conceptos como la transmigración del alma y el karma, determinantes para la reencarnación de uno mismo a la hora de trascender a partir los actos terrenales mientras se vive. Dentro de este complejo mundo existen tendencias monistas, dando más preeminencia a algunos dioses en concreto, principalmente Vishnú y Shiva, sus avatares (reencarnaciones terrestres), como Krishna, Hanuman y Rama, o dioses menores destacados, como Ganesha y Kali.
La religión védica vivió un proceso de desritualización por influencia de los nuevos movimientos religiosos. Esto es visible en las nuevas producciones literarias que se van redactando, construyendo relatos mitológicos y épicos como el Mahabharata o el Ramayana y textos religiosos post-védicos como el Código de Manu, de carácter jurídico-religioso, que estableció nuevas reglas para seguir rigiendo la sociedad según el dharma. Ambos conformaron un nuevo punto de referencia conceptual para los hinduistas, adaptado a las nuevas corrientes, al mismo tiempo que el sistema de castas se reforzó y mantuvo la primacia moral de las castas superiores. Se establecieron diferencias estéticas con lo previo, ya que mientras en el período védico las imágenes eran muy escasas y los templos modestos, el hinduismo se destaca por su arquitectura religiosa monumental, una amplia iconografía de divinidades y héroes y la creación de diagramas en forma de mándalas (representaciones gráficas del cosmos). De esta manera una religión anteriormente elitista y desligada de las clases inferiores se fue haciendo accesible a las masas populares.
En esta época de diversidad y tolerancia religiosa incidió la irrupción del islam en la región durante el siglo VIII d. C., el cual dio lugar a una nueva mentalidad llegada desde el oeste. Este choque cultural y religioso propició que tiempo después aparecieran formas únicas de sincretismo predicadas por gurús y santones, con mayor o menor éxito, como pueden ser el sijismo o el Din-i-Ilahi, una religión estatal ideada por el emperador mogol Akbar. El monoteísmo radical de los suníes recién llegados trajo también cambios a nivel social: la igualdad legal a ojos de Allah que imperaba en la jurisprudencia islámica supuso la abolición del sistema de castas. Pero a pesar de ello, el hinduismo y las religiones locales sobrevivieron a años de dominación, especialmente en los lugares de difícil acceso, y fue incluso participe activo del gobierno musulmán de algunos emperadores mogoles, lo que aseguró su supervivencia hasta tiempos modernos.
Desde la muerte de Muhammad, el Islam, con una capacidad expansiva notoria, se extendió sin freno a lo largo de África, Asia y algunas partes de Europa. Aunque hubo tímidos intentos previos que se limitaron a las orillas del río Indo, hacía el siglo XII, bajo la bandera del Califato abásida, tribus túrquicas islamizadas penetraron en la llanura gangética y alzaron tras años de razzias y guerra el sultanato de Delhi. Aunque desde esta base se inició la expansión política del islamismo por el subcontinente, las dinastías gobernantes del sultanato fallaron sucesivamente en numerosos conflictos por el poder entre los clanes que formaban la nueva élite. Tras casi medio milenio de inestabilidad y breves gobernantes, el domino musulmán en la India se culminó con el establecimiento del hegemónico Imperio mogol, que utilizó la propia Delhi como base de su poder.
La mayoría de los gobernantes, líderes de tribus pastoriles de Asia Central, fueron entrando gradualmente en el subcontinente ante la presión de los mongoles en su región de origen. Se hacían fácilmente con un poder frágil y solo se dedicaban al saqueo sistemático de los pueblos indios, por lo que no establecieron una base fuerte para una autoridad monárquica duradera y unificadora. Poca población local se llegó a convertir a esta nueva religión y normalmente las traiciones internas y los ataques de reinos hinduistas se sucedían, acabando con los logros de estos efímeros conquistadores. Habrá que esperar a que Babur, un cacique turcomongol descendiente de Tamerlán, tomé el sultanato de Delhi en 1526 y establezca un centro de poder militar y político consistente basado en la estructura política de la vecina Persia, fundando de esta manera la dinastía de los mogoles con gran éxito. Se avecinaban casi 300 años de dominio de uno de los mayores imperios de la historia.
Ahle-kitab, religiones minoritarias en la India
Las gentes del libro (Ahle-kitab en indostánico, ′Ahl al-Kitāb en arabe) es el nombre con el que son conocidos los seguidores religiones de tradición abrahamica desde la perspectiva musulmana. Dentro de esta consideración han entrado (y salido) muchas religiones, como la jaina, que realmente no seguían dicha tradición, mientras que la mayoría de los dhimmis (como son conocidos estos creyentes cercanos en sus creencias al Islam) si que se acercan a principios monoteístas, con religiones organizadas en cleros jerarquizados que dan importancia a libros sagrados centrales de verdad divina revelada. En la práctica, suponía una diferenciación fiscal con respecto a los fieles dentro de la sociedad islámica más que otra cosa, ya que estos debían pagar una tributación más fuerte.
Los sijs componen la mayoría de habitantes del Punjab, donde llegaron a establecer un reino independiente antes de la conquista británica. Fue fundada por el gurú Nanak a principios del siglo XVI, un miembro de la casta guerrera que viajó por diversos lugares de Oriente Medio. De todas las influencias que tomó en ese periplo, intentó sintetizar aspectos islámicos e hinduistas, predicando una religión monoteísta. Fueron sus primeros acólitos quienes se nombraron sijs o “seguidores”, organizándose gradualmente. Nanak rompía con el sistema de castas y buscaba la verdad divina a través del servicio a la comunidad y el desarrollo personal, sin utilizar imágenes o mitología adicional alguna. El objetivo final es la superación del egoísmo a través de dichos principios, alcanzando la liberación en la muerte. Nanak acabó así con las desigualdades tradicionales hinduistas, a través de un igualitarismo similar al islamista. La tolerancia hacía esta comunidad desde las autoridades musulmanas permitió el desarrollo inicial de dicha religión en el norte de la India, tomando la fuerza con la que ha conseguido mantenerse íntegra hasta hoy en día.
Viendo su religión amenazada por persecuciones fundamentalistas en ciertas épocas, se estableció una orden de guerreros llamados singh, el Jalsa, en la que realizaban voto de defensa de la comunidad. Se identificaban por cinco símbolos (barba y pelo largo, peine, brazalete, pantalones cortos y puñal) que acabaron extendiéndose al resto de sijs como parte de su identidad. Además se finalizó la línea de gurús humanos como lideres espirituales, ya que el último ordenó que su sucesor sería un libro sagrado que se había ido elaborando con las diferentes enseñanzas de sus antecesores, protegido en los templos sijs. Así, el sijismo y su doctrina logró sobrevivir al adaptar la tradición oral a la escrita.
En la India existe a su vez una importante comunidad parsi, persas seguidores del mazdeísmo/zoroastrismo. Se trata de una religión antiquísima centrada alrededor de su principal reformista, Zoroastro o Zaratrusta, y la divinidad principal, Ahura Mazda, con sus orígenes en la antigua Persia. Su momento de mayor esplendor se remonta al tiempo de los antiguos imperios iranios que precedieron a las invasiones islámicas, donde tenía un papel central en el mundo espiritual de los persas. Hay poca información de dicha religión antes de la reforma de Zoroastro, pero parece ser común a una tradición que se extiende a los pueblos indoeuropeos que habitaron la zona de Irán y Asia central, emparentándose con el mundo védico. Efectivamente se repiten conceptos de esa naturaleza indoeuropea, como los seres divinos englobados en grupos enfrentados, los Ahura y los Daeva (Asura y Deva védicos), y el papel central del fuego sagrado, Atar para los iranios. La labor de Zoroastro en dicha religión previa fue revolucionaria, y queda recogida en el texto nuclear del Mazdeísmo, el Avesta, con toda una serie de aportes posteriores, que componen una verdad divina revelada. La práctica sacrificial y los ritos se reservaron exclusivamente a la divinidad principal, Ahura Mazda, en contraste a lo que parece haberse hecho en momentos previos a Zoroastro.
A pesar de la centralidad de Ahura Mazda, no hay un monoteísmo estricto, sino que se opta por toda una serie de divinidades descendientes, y un dualismo que emana del propio Ahura Mazda, encarnado por Sepenta Mainyu –Santidad-, el lado de la verdad, y Angra Mainyu –Destrucción-, el lado de la mentira. Posteriormente, dicho dualismo generará una identificación de Ahura Mazda con Sepenta Mainyu, y Angra Mainyu es enlazado a Ahriman, el señor del mal, quienes se enfrentan en una lucha que existe desde el origen del mundo. Entre los seguidores del primero se encuadran las virtudes divinizadas, mientras que los defectos y maldades forman parte del segundo. Para el hombre, según Zoroastro, es una opción válida decantarse tanto por el bien como por el mal, pero según que se escoja en esta vida recibirán un buen destino o un castigo terrible en la otra. Dicha escatología tuvo una gran influencia en otras corrientes religiosas, como el maniqueísmo o el gnosticismo, e indirectamente el propio cristianismo, que adaptó esta posición dualista.
La islamización del territorio original a lo largo del siglo VII acabó con la trayectoria del mazdeísmo en Persia, tras años de tutela estatal bajo los imperios preislámicos de la zona. Durante los siglos que prosiguieron a la invasión el flujo de mazdeístas para salir de Persia fue constante, especialmente a la cercana India, donde fueron llamados parsis por su origen. Allí mantuvieron sus costumbres y su identidad, estableciendo distancias con los grupos locales, y vivieron un desarrollo notable como comunidad gracias a la tolerancia de los gobernantes locales hacía ellos, aunque hoy en día su posible extinción está cada día más cercana debido a la globalización, la dispersión y las bajas tasas de natalidad en las comunidades parsis.
Finalmente, no se puede cerrar este análisis general sin mencionar al cristianismo. Aunque se trata de la mayor religión del mundo en número de creyentes entre las diferentes iglesias y doctrinas que las componen, probablemente es la religión que menor incidencia ha tenido en la historia de la India. De manera temprana, el cristianismo alcanzó la India en sus primeros años de expansión, hecho atribuido a la predicación de Santo Tomás. Así, surgió en la región meridional de Malabar un grupo de cristianos del rito sirio, que sobrevivió hasta la llegada de los primeros portugueses en el siglo XVI, tras lo cual fueron integrados al rito latino de Roma y se dispersaron a otras regiones. A pesar de la injerencia papal, otra comunidad india de importancia e independiente de Roma, los nestorianos, remarcaron su propia identidad en detrimento de iglesias lejanas en el oeste, por lo que todavía continúan formando un núcleo de doctrina cerrada en algunos puntos del subcontinente.
Pero la auténtica influencia del cristianismo llegó tras el establecimiento del Imperio mogol. Durante estos siglos existió un auténtico proyecto evangelizador, aunque muy reducido, por parte de las potencias coloniales, principalmente limitada a las factorías comerciales que tenían en las zonas costeras por orden de las autoridades locales. Cabe destacar la presencia de los jesuitas en la corte mogola, un hecho común a muchos lugares de Asia, donde eran llamados por sus conocimientos y las posibilidades comerciales con ellos. La dominación británica tampoco cambió la situación, prefiriendo el respeto religioso antes que la evangelización forzada, por lo que las conversiones también fueron contadas y la incidencia del cristianismo en la India se mantuvo muy reducida hasta la actualidad.
Bibliografía
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SARDESAI, R.D.: India. La historia definitiva. Belacqva, Barcelona, 2008.
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