Las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX están plagadas de atentados anarquistas, cometidos sobre todo contra grandes personalidades de la historia, tanto miembros de las viejas realezas y noblezas como contra las figuras destacadas de la política de la época. En toda Europa puede observarse dicha oleada de atentados, desde los fallidos contra Guillermo I de Alemania (1878), pasando por el atentado perpetrado contra el zar Alejandro II de Rusia (1881), el de Antonio Cánovas del Castillo (1897) o el de Isabel de Baviera (1898), hasta el cometido contra Humberto I de Italia (1900).
En el período de 1890 a 1897, en España, destacó el individualismo anarquista en contraposición al anarquismo colectivista. El anarquismo individualista es una corriente del anarquismo que lo considera a este desde una perspectiva individual. Es decir, poniendo énfasis en la autonomía del individuo en vez de en la colectividad, defendiendo que cada uno es su propio dueño. El método usado comúnmente para cometer los atentados era el llamado “propaganda por el hecho”, estrategia basada en el supuesto de que el impacto de una acción directa generaba más repercusiones, obtenía más relevancia y, por lo tanto, conseguiría despertar las conciencias populares (Avilés, 2006:21).
Además, sobre todo a partir de la Restauración (1875), el movimiento anarquista (como el resto del movimiento obrero y el republicanismo) se vio abocado a la clandestinidad y la represión, lo que no hizo sino favorecer esta vía de acción.
Es únicamente entonces cuando se habla de los grandes atentados acaecidos durante esta etapa, como son los cometidos contra grandes personalidades. Por ejemplo, el de Paulí Pallàs contra Arsenio Martínez Campos (1893) o el de Michele Angiolillo contra Antonio Cánovas del Castillo (1897), o los realizados contra las clases acomodadas de la sociedad, como el atentado bomba del Gran Teatro del Liceu de Barcelona (1893). Algunos se llevaron a cabo como acciones colectivas, si bien hubo también casos en los que se trató de acciones individualistas.
No obstante, además de los atentados contra políticos o miembros de la realiza y la nobleza, existió el conocido como “petardismo”. Es decir, los atentados cometidos sobre industriales (ya sea en sus domicilios o en sus fábricas), encargados, esquiroles, etc. Ejemplos de petardismo hubo en gran cantidad en Cataluña, sobre todo en su capital, Barcelona. Al igual, también hubo una enorme violencia en el sector agrario andaluz. En total se han contabilizado 48 atentados, entre bombas y petardos, en el periodo de 1890 a 1896 (Termes, 2011:133-134).
Antecedentes: Los primeros atentados revolucionarios
Atentado fallido contra la reina Isabel II (1852)
Uno de los primeros atentados de cariz revolucionario que ocurrió en la España de mediados del siglo XIX fue el perpetrado contra la figura de S.M. la reina Isabel II, de la mano de Martín Merino y Gómez, el 2 de febrero de 1852.
El 2 de febrero, cuando se celebra la festividad de la Purificación de la Virgen, fue el día elegido para dar lugar a la primera salida de la reina después de su enclaustramiento en el Palacio Real de Madrid. Ocurría un mes y medio después de haber dado a luz a la princesa de Asturias, doña María Isabel Francisca de Asís. La idea era dirigirse a la iglesia de Atocha para presentar públicamente a la princesa, pero la actitud de un polémico sacerdote llamado Martín Merino haría trastocar los planes.
Eran las 13:15 de la tarde (Anónimo, 1852:3) cuando la reina se encontraba en la galería derecha del Palacio Real a la espera de marchar junto con toda la comitiva de personalidades hacia la iglesia de Atocha. En ese momento, Martín Merino consiguió acercarse a la reina esquivando a sus numerosos acompañantes, hasta el punto de situarse delante suya e hincar la rodilla en el suelo con el propósito de besarle la mano, o al menos eso creían los que se encontraban a su alrededor.
El objetivo del cura Merino, sin embargo, era otro. Del costado izquierdo de la sotana extrajo un estilete que llevaba cosido en el interior de esta, estilete que le fue asestado a la reina en un costado. Al mismo tiempo, con tono cruel, le dijo “Toma, ya tienes bastante” (Inza, 1859:432). En otras fuentes se dice que la frase que profirió Merino al momento de ser detenido fue “¡Toma! ¡Ya eres muerta!” (Anónimo, 1852:4).
La reina fue llevada a sus habitaciones, donde perdió el conocimiento durante un cuarto de hora. Después de realizar el primer reconocimiento, los médicos determinaron que la herida no era de gravedad. Esto fue debido a que el impacto de la hoja del estilete fue amortiguado por el recamado de oro del traje y por una de las ballenas del apretado corsé que vestía en ese momento. Al poco recuperó la conciencia y ordenó abrir los balcones y que le administrasen algo de agua para apaciguar el sofoco que padecía.
En todo momento su única preocupación fue el estado en el que se encontraba la princesa, temiendo en todo momento por si le hubiera ocurrido algo durante el ataque. Cabe decir que tal preocupación por el estado de salud de la princesa era debido a que se trataba del primer vástago real que sobrevivía más de un día, ya que los dos anteriores habían perecido pocos minutos después de nacer.
Martín Merino fue detenido y llevado al cuarto de los alabarderos, donde fue interrogado. Su declaración dice así:
“Que había ido al Real Palacio a lavar el oprobio de la humanidad, vengando en cuanto estuviera de su parte la necia ignorancia de los que creen que es fidelidad aguantar la infidelidad y el perjurio de los Reyes. Que cuando se arrimó a la Reina fue con el objeto de quitarle la vida. Que no tenia persona alguna que estuviera en connivencia con él […]. Que no había tenido motivo alguno personal para atentar contra la vida de S.M. […]. Que para matar a S.M. llevaba un puñal […], el cual compró en el Rastro, llevándolo a propósito para matar al general Narváez, la Reina María Cristina o a S.M. la Reina Isabel II, cuando fuera mayor, […]. Que sabía que con el referido puñal había herido a S.M. la Reina Doña Isabel II, e ignoraba si moriría de la herida […] (Anónimo, 1852:5).
El juicio contra el cura Merino se celebró el 3 de febrero del mismo año, al día siguiente del atentado. Merino pidió no hallarse presente. El abogado hizo creer al juez que el sacerdote padecía una enajenación mental. Por ello, solicitaba declarar irresponsable al reo y que no se le acusara de regicidio con premeditación, tal y como solicitaba el fiscal. A pesar de que la misma reina solicitó que no mataran a Martín Merino (Anónimo, 1852:4), fue condenado a morir en garrote vil. El cura merino fue conducido al patíbulo con una hopa y birrete amarillos con manchas encarnadas, vestimenta reservada a los regicidas y parricidas, según lo establecido en los artículos 89, 91 y 160 del Código Penal de 1848 (VV.AA., 1850:37 y 51).
La ejecución del conocido como cura Merino tuvo lugar el sábado 7 de febrero. Ese día fue trasladado al Campo de Guardias, lugar ubicado en las afueras de Madrid donde se celebraban las ejecuciones públicas durante el siglo XIX. Allí fue ejecutado a las 13:15 de la tarde. Para evitar que el cuerpo de Merino fuera desenterrado de la fosa común donde iba a ser sepultado, una Real Orden de S.M. la reina, del 6 de febrero de 1852, ordenaba quemar el cadáver de Martín Merino dentro del mismo cementerio. Y así se hizo. A las cinco menos cuarto de la tarde del 7 de febrero de 1852, el cadáver de Martín Merino fue reducido a cenizas. Estas fueron esparcidas en la fosa común (Ministerio de Gracia y Justicia, 1852: 211-213).
Atentado mortal contra el general Juan Prim (1870)
En estos primeros atentados, destaca también ocurrido contra la figura del general Juan Prim, presidente del Consejo de Ministros. Se considera uno de los primeros atentados a gran escala contra un presidente del Gobierno español.
La tarde del 27 de diciembre de 1870, Juan Prim se dirigía con su berlina hacia su Ministerio de Guerra, y a la vez hogar, situado en el Palacio de Buenavista, a escasos metros del Congreso de los Diputados. Durante esa tarde se había estado discutiendo la remuneración que debía obtener Amadeo de Saboya, como futuro monarca de España, cuando llegara a Cartagena a bordo de la fragata Numancia.
Al salir del edificio del Congreso de los Diputados, una berlina situada en la calle de Floridablanca le esperaba para llevarle a su residencia, ya que aún debía preparar el viaje a Cartagena para recibir al rey Amadeo I. En un principio le acompañaron Práxedes Mateo-Sagasta y Herreros de Tejada, pero abandonaron el carruaje antes de llegar a su último destino. Prim se quedó con el cochero y dos ayudantes que le acompañaban.
Al girar por la calle del Turco (actual calle del Marqués de Cubas), el cochero observó como una berlina y dos hombres se encontraban parados en medio de la vía. Al ver que se acercaban con celeridad no le quedó más remedio que gritarle a Prim “¡Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego!”. Los dos hombres abrieron fuego contra la berlina, destrozándole la mano diestra al general Juan Prim y causándole una herida en el hombro izquierdo y en el pecho.
Prim consiguió llegar al Palacio de Buenavista y logró subir las escaleras, por su propio pie, hasta sus aposentos. Una vez ahí los médicos le extrajeron las siete balas que tenía insertadas en el hombro, además de amputarle uno de los dedos de su mano diestra. En un principio las heridas no parecían de gravedad, pero terminarían apagando la vida del general. La vida de Prim se alargó hasta recibir noticias del desembarco de Amadeo I de Saboya en el puerto de Cartagena. En eso momento pronunció sus últimas palabras: «El rey ha llegado… y yo me muero». El motivo de su muerte fue la infección que padeció en las heridas al insertarse en su interior fragmentos del abrigo de piel de oso que le cubría, echo que provocó una sepsis y la posterior muerte a las ocho y cuarto de la tarde del día 30 de diciembre de 1870.
A día de hoy todavía no se ha logrado esclarecer del todo quienes fueron los artífices del atentado cometido con el entonces presidente del Consejo de Ministros de España, aunque la mayoría de pruebas apuntan al periodista José Paúl y Angulo, ferviente enemigo de Prim al que incluso se dice que se le reconoció la voz en el momento de los disparos. Aún así, hay personajes más elevados en el escalafón social y político de la España de finales del siglo XIX de los que se llegó a sospechar, e incluso culpar. Entre estos personajes se encontraba el general Francisco Serrano y el duque de Montpensier.
De Francisco Serrano se dice que fue el organizador del complot a nivel político. Le movía el hecho de que la llegada de Amadeo de Saboya acababa definitivamente con su carrera política. Su condición de regente y todos sus privilegios se terminaban en cuanto Amadeo de Saboya se hiciera cargo del poder. Cabía pensar que el hombre de confianza del nuevo monarca sería su valedor, el general Prim.
Del Duque de Montpensier se llegó a especular con que financió la operación. Cabe decir que este personaje deseaba por todo lo alto ostentar la corona española. Después de no conseguir casarse con Isabel II, lo hizo con su hermana, Luisa Fernanda. Una vez dentro de la familia, instigó para que Isabel se casara con el Duque de Cádiz Francisco de Asís de Borbón, primo de ella y, además, de conocida homosexualidad. Eso le garantizaba el no tener hijos y que los suyos con Luisa Fernanda fueran los sucesores a la corona real. Aun así no consiguió sus propósitos, ya que lo que no esperaba era que el rey Francisco de Asís reconociera a todos los hijos extramatrimoniales que tuvo la Reina Isabel II como propios. Igualmente, Montpensier fue uno de los principales instigadores del derrocamiento de Isabel II como reina de España.
Del Duque se sospecha en el sumario de la investigación, de más de 18.000 folios, que pagó a los terroristas de la calle del Turco, logrando indirectamente sus objetivos. Como consecuencia de la muerte de Prim y de la futura abdicación de Amadeo I de Saboya, su hija, María de las Mercedes, casó con el futuro Alfonso XII de Borbón.
Otros frentes apuntaban a José Paúl y Angulo. Conoció a Prim durante su estancia en Londres y volvió con él a España en el momento del regreso triunfal. Su relación se torció cuando fue elegido diputado en las cortes constituyentes y aprobó la Constitución Monárquica de 1869. Eso hizo que virase hacia la acción terrorista y que se aliase con anarquistas. Después del atentado contra Prim se exilió en Francia, donde morirá en 1892.
Finalmente, el sumario también apuntaba a un complot en el que participó la masonería. Prim había sido masón y caballero Rosa Cruz, pero en estos momentos se había distanciado de la logia. Esa tarde fue interceptado por dos masones dentro del Congreso de los Diputados. La voluntad de estos era que asistiera a la cena que se celebraba esa noche en el hotel Las Cuatro Estaciones, situado en la calle Arenal. Al denegar Prim la propuesta se entiende que el atentado fue una acción de masones contra masones. Otro frente apunta a un conocimiento de estos sobre el atentado que iba a producirse. La invitación a la cena habría sido fruto de la voluntad de mantenerlo a salvo del ataque.
El asesinato del general Juan Prim fue de los acontecimientos destacados del Sexenio Democrático (1868-1874), el cual contribuyó a la posterior renuncia de Amadeo I de Saboya a la corona de España en 1873, la instauración de la Primera República. El golpe de Estado del General Pavía el 3 de enero de 1874, que allanará el camino al pronunciamiento de Martínez Campos el 29 de diciembre del mismo año cerraron esta etapa para dar paso a la Restauración y a la coronación de Alfonso XII como nuevo rey de España.
Atentado fallido contra el Rey Amadeo I (1872)
El 18 de julio, aparte de recordarse por ser la efeméride del golpe de Estado contra el Gobierno de la Segunda República en 1936, también es famoso por haber sido el día en que el rey Amadeo I y su esposa, María Victoria dal Pozzo, fueron víctimas de esta oleada de atentados.
Eran las once y media de la noche cuando los consortes reales se disponían a regresar al Palacio Real después de una de sus frecuentes salidas por las calles del Madrid decimonónico (Pi y Margall, 1902:35). En esta ocasión regresaban de dar un paseo por los Jardines del Buen Retiro junto con el brigadier Burgos, que los acompañaba en el mismo carruaje. Ese mismo día los reyes ya fueron advertidos de la noticia que indicaba que se iban a cometer atentados contra ellos en las calles de Madrid, pero el rey, haciendo oídos sordos a las indicaciones, dijo: “Si tuviese que hacer caso a todas las amenazas, no podría salir y ya me habrían matado al menos una docena de veces. No quiero que el pueblo diga que el rey se encierra en su palacio porque tiene miedo” (Pérez, 1910).
El inspector Joaquín Martí, que estaba al caso de las noticias sobre el atentado, fue el encargado de organizar las medidas a llevar a cabo para evitar el ataque. Es así como dispuso a agentes del cuerpo de orden público vestidos de paisano en todo el trayecto que iba desde el Palacio Real hasta los Jardines del Buen Retiro, además de una taberna ubicada en la Plaza Mayor. Fue de esa misma taberna desde donde se vieron salir a un grupo formado por una veintena de hombres, que al llegar a la calle Arenal se disolvieron en grupos de tres y cuatro personas, repartiéndose entre la plaza de Oriente, la Escalinata de la plaza Prim, el café de Levante, la iglesia de San Ginés y el cruce entre la calle Arenal y la Puerta del Sol (La Esperanza, 19.07.1872:2).
Una vez el carruaje descubierto cruzó la Puerta del Sol, alrededor de las doce de la noche, enfiló cuesta abajo la célebre calle Arenal. Fue cerca de la actual plaza de Ópera donde varios hombres hicieron fuego tres veces contra el matrimonio con trabucos y revólveres. El brigadier Burgos cubrió a la reina con su cuerpo, mientras que la respuesta del Rey Amadeo I fue la de ponerse en pie mientras el cochero salía a galope hacia el Palacio Real.
De los cuatro atacantes que pudieron retener, uno de ellos murió a causa de tres disparos perpetrados por los agentes de orden público que se encontraban en las inmediaciones de la calle Arenal. Tenía alrededor de cincuenta años, vestía pobremente y nunca se pudo llegar a identificarlo (La Correspondencia de España, 19.07.1872: 1-2). Uno de los caballos que tiraba del carruaje de los consortes también murió al llegar al Palacio Real al haber recibido tres impactos.
Una vez llegaron al Palacio Real y estuvieron a salvo, Amadeo I quiso salir nuevamente al lugar del ataque, pero los ruegos de las personas que se encontraban a su alrededor en ese momento evitaron esa idea (El Pensamiento Español, 19.07.1872:2). Esa misma noche, a la una y media de la madrugada, el rey envió un telegrama a su padre, Víctor Manuel II de Italia, en el que le decía: “Comunico a Vuestra Majestad que esta noche hemos sido objeto de un atentado. Gracias a Dios estamos a salvo”.
Al día siguiente el rey se dirigió de nuevo a la calle Arenal para inspeccionar el lugar. Ahí se le recibió por vítores y aplausos de entre los que se encontraban en el lugar. Todos los partidos, fueran de la ideología que fueran, al igual que los periódicos, condenaron el atentado. El periódico El Combate, de ideología republicana y federal, se pronunció:
“Condenamos enérgicamente el asesinato, y declaramos con lealtad que, si la República no tuviera en España otro camino para ser poder que el camino del asesinato, renunciaríamos completamente a él, porque el crimen siempre será crimen anatematizado por las conciencias verdaderamente revolucionarias”.
El atentado hizo que el rey ganara popularidad por momentos, aunque fuese pasajera. No obstante, dos años más tarde renunciaría a la corona de España y regresaría a Turín con su mujer y sus hijos.
Los primeros atentados anarquistas: Alfonso XII
Los dos atentados contra el Rey Alfonso XII ocurrieron en octubre de 1878 y en diciembre de 1879. Fueron perpetrados por anarquistas que aplicaban la nueva estrategia de la propaganda por el hecho. En ambos atentados Alfonso XII resultó ileso y los autores respectivos (Juan Oliva Moncusí, del de 1878; y Francisco Otero González, del de 1879) fueron detenidos, juzgados y ejecutados por estos atentados mediante garrote vil.
Los atentados contra Alfonso XII: Juan Oliva Moncusí (1878)
El primer atentado contra la figura de Alfonso XII ocurrió el 25 de octubre de 1878 en la madrileña calle Mayor, justo delante de la Antigua Farmacia de la Reina Madre. Aquella tarde el rey desfilaba por las calles de Madrid con las tropas que habían participado en una serie de maniobras en Ávila.
Cuando Alfonso XII se encontraba delante de la farmacia citada, un tonelero catalán, llamado Juan Oliva Moncusí, levantó el revólver y le propinó dos disparos, los cuales no llegaron a impactar en su cuerpo. Oliva, que había acudido expresamente a la capital una semana antes para cometer el atentado, contaba con 23 años de edad en el momento del suceso.
Inmediatamente después de los disparos, Juan Oliva fue detenido e interrogado. En el interrogatorio confesó que era republicano federal y que no lo había cometido por odio al rey, sino a la tiranía que representaba. En el juicio fueron nombrados cuatro facultativos, dos por la defensa y dos forenses por el juzgado. Tres declararon que no habían hallado en Juan Oliva síntoma, signo ni acto alguno que demostrase perturbación de sus facultades intelectuales y afectivas. Sí se pusieron de acuerdo en que el acto criminal, aunque fue producto del fanatismo doctrinario, había que situarlo bajo el dominio de su libre albedrío.
Fue juzgado el 12 de noviembre de ese mismo año y el juez lo condenó a pena de muerte, por garrote vil, al haber cometido un delito frustrado de lesa majestad contra la vida del rey, con las circunstancias agravantes de alevosía y premeditación. Pocos días después, el rey recibió en audiencia particular al abogado defensor de Oliva, al procurador de la Audiencia y al hermano del acusado, que le solicitaron la conmutación de pena. Alfonso XII prometió pedir el indulto, pero Juan Oliva lo rechazó.
La ejecución se llevó a cabo el 4 de enero de 1879 en el Campo de Guardias. Juan Oliva Moncusí ha pasado a la historia por haber cometido el primer atentado anarquista de la historia de España.
Los atentados contra Alfonso XII: Francisco Otero González (1879)
Un año y dos meses después del atentado fallido contra el Rey Alfonso XII, el monarca volvió a ser víctima de otro ataque, esta vez de la mano de un pastelero gallego. En esta ocasión, durante el segundo de los atentados, le acompañaba su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo Lorena, con la que se había casado hacía escasamente un mes.
El día 30 de diciembre de 1879, el recién estrenado matrimonio volvía de dar un paseo por el Retiro. A eso de las cinco de la tarde, cuando se encontraban en la plaza de Oriente a punto de acceder al Palacio Real, Francisco Otero González, un joven gallego de 19 años, disparó a quemarropa contra el monarca con una pistola de dos cañones. Afortunadamente el rey salió ileso, aunque la primera bala pasó por el espacio que había entre las cabezas de Alfonso XII y María Cristina. El segundo disparo tampoco alcanzó a la pareja. Fue entonces cuando el pastelero fue detenido por varios agentes de la autoridad que se encontraban ahí en ese momento (La Raza Latina, 30.12.1879:1).
En el momento del interrogatorio, Otero declaró que hacía una temporada que vivía en Madrid en busca de hacer fortuna. Con la ayuda de un pariente suyo pudo montar una pastelería en la calle de Milaneses, la cual no acabó nunca de marchar del todo bien. Debido a esto, el pariente de Otero le retiró el apoyo, por la cual cosa acabó perdiendo la tienda, la casa y los medios de subsistencia. Desesperado, sólo pensaba en suicidarse, tal y como le comentaba repetidamente al dueño de una taberna que frecuentaba (La Raza Latina, 30.12.1879:2). No se sabe si fue el dueño de la taberna u otra persona, pero el caso es que a Otero se le aconsejó que atentara contra Alfonso XII.
Francisco quería acabar con su vida, y al no tener valor para quitársela decidió atentar contra el monarca. De hecho, durante el juicio declaró:
“Mi intención no fue la de quitar la vida al rey, sino la de dar un gran escándalo para que me mataran los centinelas de palacio, ya que yo no me encontraba con valor para suicidarme, temiendo quedarme imposibilitado y no muerto”.
Otero fue acusado de regicidio, y aunque el rey solicitó su indulto, el consejo de ministros presidido por Antonio Cánovas del Castillo lo denegó. Finalmente fue ejecutado mediante garrote vil el 14 de abril de 1880 en el Campo de Guardias, siendo sus restos enterrados en el Cementerio de San Martín (La Correspondencia de España, 15.04.1880:3).
Los atentados de la década de 1890
Sin duda alguna se puede afirmar que la década de 1890 puede haber sido la más prolifera en cuanto a atentados anarquistas. Solo de personalidades políticas ya se contabilizan un total de seis, sin contar, por supuesto, los petardos en las fábricas y los atentados contra industriales y propietarios burgueses. Pero si hubo un acontecimiento que promovió e impulsó este continuo baño de sangre fueron los sucesos ocurridos en Jerez de la Frontera en 1892.
El fracaso del Primero de Mayo, junto con las deficientes condiciones laborales de los obreros agrícolas (aún más de los andaluces y extremeños) dio fuerza a los anarquistas, que pasaron directamente a la acción. Entre el 25 y el 26 de diciembre de 1890 se reunieron en Málaga los representantes de diferentes grupos anarquistas, los cuales decidieron relacionar todos los grupos de afinidad de Andalucía con sede en Antequera. Esto acabaría desembocando en la toma de Jerez de la Frontera en 1892.
A principios de enero comenzaba a preparase un movimiento de revuelta en el campo de Jerez, donde se realizaban charlas en los cortijos y se recolectaba dinero para la causa. Al mismo tiempo, el apóstol Fermín Salvochea, acusado falsamente de terrorismo y encarcelado desde 1891, intentada calmar los ánimos (Termes, 2011: 142-134).
Miles de trabajadores del campo se concentraron en Caulina preparados para tomar la ciudad, liberar a los presos y proclamar la revolución social. Félix Grávalos, un confidente de la policía apodado El Madrileño, organizó la marcha hacia Jerez. Unos 600 jornaleros invadieron la ciudad de Jerez, a pocas horas de entrar en el 9 de enero de 1892, al grito de “viva la revolución social y muera la burguesía”. Cuando intentaron ocupar las casernas militares, un regimiento de infantería, uno de caballería, la guardia civil y la policía municipal les hicieron frente. Durante la retirada fue apuñalado, doce veces, un conocido burgués (Termes, 2011: 143).
La misma noche de la toma de la ciudad se detuvo a más de 400 personas. La justicia actuó de inmediato y, en un consejo de guerra, a Manuel Fernández Reina y a Manuel Silva los condenaron a muerte como autores de un asesinato. José Fernández Lamuela y a Antonio Zarzuela fueron condenados como organizadores del motín. Los cuatro fueron ejecutados mediante garrote vil el 10 de febrero de ese mismo año (Termes, 2011: 143).
Los ajusticiados de Jerez de la Frontera se convirtieron en héroes y mártires de la comunidad anarquista, tanto nacional como extranjera. Tanto es así que una octavilla que repartieron decía así (Avilés, 2013: 221-222):
“Un nuevo y horroroso y cínico asesinato van a cometer los ladrones de nuestro trabajo, llevando al cadalso a cuatro obreros anarquistas de Jerez. ¡Ojo por ojo y diente por diente! ¡Venganza, contra la burguesía! Los que van a subir al patíbulo son los hermanos nuestros que cansados de sufrir la infame explotación capitalista se sublevaron. No son asesinos; si mataron a un burgués hicieron un acto de justicia. Pero la burguesía quiere beber nuestra sangre, no se contenta con chupar nuestro sudor… Pues bien: nosotros debemos responder también con el terror, con el fuego y con la muerte. Debemos matar a los burgueses como si fueran perros rabiosos; ellos lo quieren; son hienas. En el corazón el odio, y en la mano un arma. […] ¡Viva el Terror!”.
El historiador Juan Avilés valoró, en La daga y la dinamita. Los anarquistas y el nacimiento del terrorismo, los sucesos de Jerez de la Frontera de la siguiente manera:
“Aunque el escaso armamento y la mínima coordinación de los rebeldes le dieron la apariencia de un simple motín, parece claro que su objetivo no fue meramente el de liberar a unos presos, sino que pretendieron entrar en los cuarteles para apoderarse de armas y lograr que los soldados se sumaran, pues creían contar con la complicidad de algunos de ellos. Se trataba por tanto de una rebelión, que se había preparado desde tiempo atrás. No se puede creer que unos cientos de campesinos se reunieran al atardecer en un lugar cercano a Jerez e improvisaran entonces la marcha sobre la ciudad. […]”.
El atentado de la Plaça Reial de Barcelona (1892)
Hubo varias respuestas a las sentencias de Jerez de la Frontera en forma de atentados. Una de las primeras reacciones a las sentencias de Jerez de la Frontera fue la del atentado de la Plaça Reial de Barcelona. Bien entrada la tarde del 9 de febrero de 1892, un día antes de la ejecución de los cuatro encausados por los acontecimientos de Jerez de la Frontera, estalló un gran petardo en uno de los macizos de jardinería ubicado en el ángulo del Café París, en uno de los soportales de tan importante plaza (lugar de reunión de la policía secreta), que en aquellos momentos se encontraba muy concurrida por vecinos de clase obrera.
Un trapero de mediana edad resultó muerto a causa de la explosión, mientras que varias personas resultaron heridas. A una de las heridas, una sirvienta de 21 años llamada María Cardona, hubo que amputarle el brazo izquierdo (Avilés, 2013: 276) (La Libertad, 10.02.1892: 1). El fuerte estruendo hizo que estallaran los cristales de los escaparates del Café París, de la farmacia del Globo y de algunos otros comercios, además de quedarse la plaza a oscuras debido al apagón de los faroles (El Independiente, 12.02.1892: 1). La estampida que prosiguió al petardo ocasionó numerosos atropellos en las Ramblas (Correspondencia de España, 10.02.1892: 3).
Los culpables nunca fueron encontrados y el caso se cerró en julio de 1893, un año y medio después de cometerse el atentado.
Atentado contra el general Arsenio Martínez Campos (1893)
Desde 1888 se venía produciendo en Barcelona un constante goteo de bombas y petardos en las puertas de las fábricas y viviendas de los patronos. Es a partir de 1893 cuando se producirán atentados contra personalidades de significación económica, política e institucional, además de los atentados contra entidades religiosas o políticas significativas. El primero de estos atentados fue el cometido contra la figura del general Arsenio Martínez Campos, uno de los promotores de la restauración borbónica.
El 24 de septiembre de 1893, en el tradicional desfile militar que se hacía en Barcelona con ocasión de las fiestas de la Mercè (Casanova, 2010: 65), Paulí Pallàs Latorre, litógrafo catalán, arrojó dos bombas Orsini contra el capitán general de Catalunya, Arsenio Martínez Campos, y a su estado mayor cuando las tropas desfilaban en el cruce entre la Gran Via de les Corts Catalanes y la calle Muntaner. Esta acción tuvo como resultado varios heridos y dos muertos (Termes, 2011: 146), un espectador y un guardia civil. Milagrosamente, el capitán general salió ileso del atentado.
Pallàs no huyó del lugar de los acontecimientos, sino que lanzó su gorra al grito de “¡Viva la anarquía!”, momento en el cual fue prendido. Declaró haber actuado por cuenta propia y que no pertenecía a ninguna organización, ya que se consideraba anarcocomunista. A los cinco días del atentado se organizó un consejo de guerra en el cual fue condenado a muerte, no sin declarar antes que su ejecución sería vengada. El 6 de octubre de 1893 fue fusilado en el castillo de Montjuïc (Termes, 2011: 146). Pallàs había intentado matar al general Martínez Campos porque “estimaba que su venida a Cataluña significaba un desafío al pueblo catalán” (Avilés, 2013: 281-282). Según otras versiones Pallás justificó el atentado como una represalia por los incidentes ocurridos antes en Jerez de la Frontera (Dardé, 1996: 93-94).
La bomba del Gran Teatre del Liceu de Barcelona (1893)
Justo un mes después de la ejecución de Paulí Pallàs, Santiago Salvador Franch se cobraba la venganza por la muerte de su compañero anarquista. La noche del 7 de noviembre de 1893, cuando se inauguraba la temporada de ópera 1893-1894, el anarquista aragonés arrojaba, desde la barandilla del pasillo de butacas de la quinta planta, dos bombas Orsini hacia la platea del teatro barcelonense.
En ese momento se estaba representando el segundo acto de la ópera Guillermo Tell de Rossini (Termes, 2011: 147). La primera bomba estalló entre las filas trece y catorce. La segunda cayó encima de las faldas de una mujer fallecida por la explosión, motivo por el cual no llegó a estallar. En total, el atentado se cobró la muerte de una veintena de personas, resultando heridas otras treinta. Debido a la brutalidad del atentado, 160 personas fueron detenidas. El día 11 de noviembre se suspendieron las garantías constitucionales.
Pío Baroja narrará en Aurora roja lo que vio ese día en el teatro:
La cosa era terrible; me pareció que había cuarenta o cincuenta muertos. […] En el teatro, grande se veían los cuerpos rígidos, con la cabeza abierta, llenos de sangre; otros, estaban dando las últimas boqueadas. Había heridos gritando y la mar de señoras desmayadas, y una niña de diez o doce años, muerta. Algunos músicos de la orquesta, vestidos de frac, con la pechera blanca empapada en sangre, ayudaban a trasladar los heridos.
Santiago Salvador huyó y se ocultó durante un mes y medio en Teruel. Su detención, finalmente, sucedió en Zaragoza el 2 de enero de 1894, antes de que intentara suicidarse de un disparo en el vientre (Casanova, 2010: 68). Durante el juicio, que se celebró el 11 de abril, Salvador declaró: “Mi deseo era destruir la sociedad burguesa, a la cual el anarquismo tiene declarada la guerra abierta; y me propuse atacar la organización actual de la sociedad para implantar el comunismo anárquico. No me propuse matar a unas personas determinadas. Me era indiferente matar a unos o a otros. Mi deseo consistía en sembrar el terror y el espanto”. Fue ejecutado en garrote vil el 21 de noviembre en la plaza de los Cordeleros de Barcelona.
La popular serie «La Saga de los Rius» (RTVE, 1976), recreó en su capítulo 4 el atentado aquí explicado (ver a partir del minuto 43:25):
La bomba del Corpus de Barcelona (1896)
Hasta ahora ya habían llevado a cabo atentados contra una figura militar y un estamento social. En estos momentos comienzan, además, los atentados contra la institución eclesiástica. El primero de estos atentados llegó el 7 de junio de 1896 de la mano del anarquista italiano Tomás Ascheri Fossatti (Avilés, 2008: 124), entre otros. Aquel día, a las nueve de la noche, alguien arrojó una bomba la calle de Canvis Nous en el momento en que desfilaba la procesión del Corpus de la Iglesia de Santa María. Hubo una docena de personas muertas y más de setenta heridas, todas ellas miembros del público asistente a la ceremonia.
Las principales personalidades eclesiásticas no resultaron heridas debido a que iban detrás de la custodia. Debido a este error de cálculo, los anarquistas se dieron prisa en desmarcarse de este crimen, aunque todo apuntaba hacia ellos. Incluso se llegó a decir que el atentado se debió a un complot policial, llevado a cabo por agentes a sueldo, con el fin de justificar la persecución sistemática contra el movimiento anarquista (Casanova, 2010: 71).
El 8 de junio se volvieron a suspender las garantías constitucionales. Más de 400 anarquistas y librepensadores fueron detenidos en el castillo de Montjuïc, muchos de ellos torturados (Termes, 2011: 148-149). De estas detenciones surgieron los famosos “Procesos de Montjuïc”, en los cuales fueron juzgadas un total de 87 personas. Finalmente, el 4 de mayo de 1897, fueron fusilados en el mismo castillo de Montjuïc los anarquistas Tomás Ascheri, Josep Molas, Josep Mas, Antoni Nogués y Joan Alzina (Termes, 2011: 149).
El 2 de septiembre de 1896 el gobierno Cánovas promulgó una nueva ley antiterrorismo, que agravaba los efectos de la anterior norma aprobada en 1894 y amplificaba la persecución contra el anarquismo (Avilés, 2008: 121).
Atentado mortal contra el presidente Antonio Cánovas del Castillo (1897)
El último de los grandes atentados anarquistas ocurrido durante el siglo XIX fue el que se cometió contra Antonio Cánovas del Castillo. En esos momentos, era presidente del Consejo de Ministros, además de figura clave en el proceso de restauración borbónica. Michele Angiolillo Lombardi, tipógrafo italiano, fue la mano ejecutora de este asesinato.
Angiolillo se encontraba en Londres cuando conoció los relatos de los torturados durante los Procesos de Montjuïc. Fue ahí donde compró la pistola con la que posteriormente dispararía contra Cánovas del Castillo. De Londres marchó a París, y de ahí a Madrid, donde estuvo en contacto con gente que conocía sus planes y que le prestó dinero para realizarlos. Su objetivo era asesinar al presidente Antonio Cánovas del Castillo, a la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y al joven Alfonso XIII (Avilés, 2013: 324-325).
En el verano de 1897, Antonio Cánovas del Castillo se encontraba en el balneario de Santa Águeda de Mondragón con el fin de recuperarse de unas dolencias que venía padeciendo. El 8 de agosto, en el momento del asesinato, Cánovas del Castillo se encontraba en uno de los bancos del vestíbulo del balneario leyendo unos periódicos. Fue a la una de la tarde cuando Angiolillo, apoyado en la puerta del vestíbulo, disparó al presidente a la altura de la sien, entrándole la bala por la derecha y saliendo por la izquierda. Del impacto se puso en pie, y fue entonces cuando se le asestó otro disparo, entrándole por el pecho y saliéndole por la espalda. Cuando Cánovas se encontraba en el suelo, Angiolillo le asestó un tercer disparo (Pi i Margall, VII, 1902: 571-572).
Angiolillo fue detenido y juzgado inmediatamente. Durante el juicio declaró que el motivo que le llevó a asesinar al presidente del Consejo de Ministros fue el de vengar a sus compañeros anarquistas torturados durante los Procesos de Montjuïc (Casanova, 2010: 77). Fue condenado a muerte mediante garrote vil. Su ejecución se llevó a cabo el día 19 de agosto de 1897 en Vergara (Avilés, 2013: 324-325).
El asesinato de Cánovas puso fin al ciclo de atentados anarquistas en la España del siglo XIX, pero el anarquismo violento reapareció en 1904 y no se detendría durante décadas (Avilés, 2013: 360-361).
La reanudación de los atentados en el siglo XX
Atentado fallido contra el presidente Antonio Maura y Montaner (1904)
Después de siete años de aparente tranquilidad en cuanto a atentados anarquistas, España sería víctima de otro intento de asesinato hacia la figura de su presidente del Consejo de Ministros en 1904.
Después de este intermedio de casi una década, cuando los anarquistas intentaron volver a ejecutar un magnicidio, la falta de infraestructura y medios demostraba la debilidad que venían padeciendo (Casanova, 2010: 78). Y es que el atentado contra la figura de Antonio Maura y Montaner resultó se fallido.
El 12 de abril de 1904 se dirigían Maura y Alfonso XIII a los funerales de la reina Isabel II celebrados en la catedral de Barcelona (La Región, 12.04.1912: 3). El carruaje del presidente iba descubierto. Cuando se encontraba a la altura de la iglesia de la Mercè, un joven de diecinueve años llamado Joaquim Miguel Artal subió al estribo del coche con un sobre en la mano. Maura, que pensaba que se trataba de una petición, acercó el brazo para coger el sobre. Fue en ese momento cuando Artal, al grito de “¡Viva la anarquía!”, sacó un cuchillo de cocina y lo hundió en el costado izquierdo del presidente, el cual intentó protegerse sujetándole el brazo.
Milagrosamente, los pliegues de la solapa del uniforme impidieron que el arma penetrara en su totalidad, por lo cual solo obtuvo una leve herida de la que se recuperó rápidamente. Después de cometer el atentado, Artal intentó escapar por la calle de Serra (Avilés, 2008: 143). Maura, con gran serenidad y templanza, se arrancó por sí mismo el puñal y lo lanzó al suelo (Diario de Burgos, 12.04.1912: 3).
El 11 de junio de 1904 se juzgó a en la Audiencia de Barcelona, donde declaró no tener cómplices. El objetivo de este era “derribar la más alta representación del principio de autoridad, arremeter contra el principal mantenedor de un injusto estado socia y vengar las miserias de los de abajo” (Casanova, 2010: 78). El motivo que le movió a realizar tal intento de magnicidio fueron las noticias que recibió sobre las torturas realizadas a los campesinos de Alcalá del Valle, acontecimiento que le hizo recordar las torturas cometidas sobre los detenidos durante los Procesos de Montjuïc.
A diferencia de los anteriores atentados, en esta ocasión no se recurrió a la pena de muerte como castigo. En contraposición a lo que había ocurrido con otros atentados, Artal no pasó a convertirse en un mártir del anarquismo como sus antecesores (Casanova, 2010: 79). Se le condenó a 17 años y cuatro meses de prisión, que pasó encerrado en la penitenciaría de Ceuta, de donde intentó fugarse hasta en tres ocasiones. Finalmente murió enfermo el 29 de noviembre de 1909.
Atentado fallido contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg (1906)
Hubo que esperar dos años para que se produjeran nuevos atentados anarquistas en España, esta vez hacia una figura regia. Fue el día 31 de mayo de 1906, fecha señalada debido al enlace de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg, nieta de la reina Victoria y sobrina del rey Eduardo VII del Reino Unido. Veintiocho años antes, y en el mismo lugar (la calle Mayor de Madrid), el padre de Alfonso XIII, Alfonso XII, sufría el primero de los atentados en su contra.
Alfonso XIII y su mujer, Victoria Eugenia de Battenberg, habían celebrado su boda en la basílica de San Jerónimo y se dirigían hacia el Palacio Real, a marcha lenta, para para que el público contemplara la carroza con los recién casados en su interior. Cuando llegaron a la altura del número 88 de la calle Mayor, desde un balcón situado en la cuarta planta de aquel edificio se arrojó un ramo de flores que contenía una bomba Orsini en su interior. Debido al choque de la bomba con los cables del tranvía, esta se desvió de su objetivo cayendo entre la multitud que contemplaba la ceremonia, causando un total de veintiocho muertos y más de cien heridos. Los reyes salieron ilesos del ataque.
El 20 de mayo, en un árbol del Retiro aparecía grabado un mensaje que decía así: “Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace. Un irredento”. El autor era Mateo Morral Roca, un industrial textil de veintisiete años y originario de Sabadell.
Mateo se había dispuesto viajar a Madrid para atentar contra el monarca en el día de su boda. Se había hospedado primero en el hotel Iberia, para trasladarse a los tres días a la casa de huéspedes ubicada en el número 88 de la calle Mayor. Morral había sido muy insistente en su deseo de alojarse en una habitación que dispusiera de balcón con vistas a la calle Mayor, teniendo así que trasladarse el huésped que la ocupaba a otra habitación (La Correspondencia de España, 01.06.1906: 1).
En la mañana del atentado, Mateo Morral alegó una leve indisposición para poder quedarse en el dormitorio encerrado. No abrió las ventanas hasta que la comitiva llegó a pocos metros de su balcón. Fue entonces cuando salió y arrojó la bomba. A raíz de la explosión, el huésped que se encontraba en la habitación contigua resultó muerto debido a las heridas. El caos se apoderó de la céntrica calle madrileña, momento en el cual Morral aprovechó para mezclarse entre el gentío y huir. Apenas se tardó unas horas en inculpar al huésped del atentado, aunque momentos antes se había detenido a un joven de unos doce o trece años que se encontraba en ese momento en el lugar del acontecimiento (La Correspondencia de España, 01.06.1906: 1).
El 2 de junio, se reconoció a Mateo Morral en Torrejón de Ardoz momentos antes de disponerse a marchar hacia Barcelona. Fue detenido por los guardias y llevado hacia el cuartelillo. Fue en ese momento cuando, oficialmente, Morral mató al guardia que lo custodiaba para acabar suicidándose posteriormente. Aun así, según las pruebas de la autopsia y el análisis de las fotografías tomadas al cadáver, la herida de bala que presentaba en el pecho no correspondía a la pistola que llevaba escondida, y sus características eran incompatibles con un disparo a corta distancia.
Atentado mortal contra el presidente José Canalejas Méndez (1912)
La penúltima acción violenta acaecida durante esta etapa fue la que se cometió contra el entonces presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas Méndez, en la mañana del 12 de noviembre de 1912.
Aquella mañana Canalejas andaba por la Puerta del Sol después de despachar los asuntos del día con Alfonso XIII. Se dirigía al Ministerio de la Gobernación para presidir la sesión, pero en el momento del atentado se encontraba observando un mapa de la Primera Guerra de los Balcanes que había en el escaparate de la ya desaparecida Librería San Martín. Fue en ese momento cuando se le acercó, por la espalda, Manuel Pardiñas Serrano, quien le asestó tres tiros que causaron la muerte inmediata del presidente. Un agente de policía, que seguía a cierta distancia al presidente, echó a correr detrás del asesino. Este, viéndose sin escapatoria, optó por suicidarse pegándose un tiro en la cabeza. El cuerpo de Canalejas fue conducido hasta el Ministerio de la Gobernación entre el gentío que no sabía de quién se trataba.
La teoría del suicidio de Padriñas ha sido puesta en duda debido a la presencia de dos orificios distintos de bala, los cuales, según los estudios realizados al cadáver, eran mortíferos en ambos casos. Eso significa que al haber realizado el primer tiro hubiera sido imposible que realizara un segundo. Además, por el número de balas que disparó contra Canalejas hubiera sido necesario recargar el arma antes de suicidarse, hechos que se ponen en duda.
Atentado mortal contra el presidente Eduardo Dato Iradier (1921)
En mayo de 1920 Eduardo Dato formó un nuevo gobierno de cariz conservador con el fin de apaciguar la conflictividad obrera que se respiraba en esos momentos, sobre todo a raíz de la Huelga de La Canadiense de 1919. El pistolerismo seguía aumentando y Dato decidió nombrar como gobernador civil de Barcelona a Severiano Martínez Anido. Este, en vez de poner coto a la violencia, lo que hizo fue aumentar la represión hacia la CNT, llegando a desobedecer las directrices del gobierno central (Seco, 1991: 252 Y 282).
El atentado contra Eduardo Dato fue premeditado y estudiado con anterioridad a los hechos. Tres catalanes se ofrecieron voluntarios para cometer el asesinato: Pere Mateu, Lluís Nicolau y Ramon Casanellas, los cuales viajaron a Barcelona el 11 de enero de 1921. Después de estudiar los movimientos de Dato durante más de un mes, se decidieron a atentar contra su persona el 8 de marzo (Montón, 1991: 34).
En la tarde del 8 de marzo se dirigía Eduardo Dato, con coche oficial, a su domicilio después de pasar el día en el Senado. Fue cuando el vehículo llegó a la plaza de la Independencia cuando una motocicleta con sidecar se abalanzó sobre este mientras dos de sus ocupantes propinaban un total veinte disparos hacia la parte donde se encontraba sentado el presidente del Consejo de Ministros. Después de cometer el atentado se dirigieron a Ciudad Lineal, donde guardaron la moto. Eduardo Dato recibió tres impactos mortales y cinco de poca consideración, entrando ya cadáver a la Casa de Socorro (Montón, 1991: 36).
Cinco días después del atentado se arrestó a Pere Mateu. Lluís Nicolau huyó a Berlín, pero poco después la policía alemana lo extraditaría. Ramon Casanellas, en cambio, huyó a la Unión Soviética, de donde no regresaría hasta la proclamación de la Segunda República Española. En un inicio los dos detenidos fueron condenados a muerte, pero Miguel Primo de Rivera rebajó la condena a cadena perpetua. Después, durante la Segunda República, los tres acusados se beneficiaron de la amnistía. Pere Mateu relacionó el atentado como respuesta a la violencia ejercida por Severiano Martínez Anido contra la clase obrera de Barcelona (Montón, 1991: 36-37).
Se trató, en definitiva, de un fenómeno que marcó las décadas bisagra entre el siglo XIX y el XX. Gracias a las fotografías y descripciones facilitadas de los anarquistas que cometieron estos atentados se puede establecer un prototipo general de terrorista. Generalmente, se trató de hombres jóvenes, de complexión delgada, casi siempre soltero y de entre 19 y 28 años de edad.
Es curioso observar como la ola de atentados que se produjeron desde la década de 1890 hasta bien entrado el siglo XX fueron consecuencia directa de los hechos acaecidos durante la toma de Jerez de la Frontera en enero de 1892. El motivo de estos atentados varió. Muchos de estos atentados se cometieron como métodos de propaganda, con la intención de que causaran impacto en las clases populares. En ocasiones, los atentados se cometieron en venganza por las ejecuciones de otros anarquistas que cometieron atentados anteriores, llegando siempre a remitirse los hechos hasta 1892.
El anarquismo salía muy mal parado por cada uno de los atentados que cometieron. Había ocasiones, sobre todo cuando morían civiles, que el propio movimiento anarquista renegaba de los atentados y acusaba de perturbado al perpetrador. La propaganda por el hecho fue una vía de acción que, durante las primeras décadas del siglo XX, se fue abandonando por falta de efectividad. Aun así, poco a poco se fue relacionando anarquismo con terrorismo. Esta asociación del anarquismo con los atentados produjo una represión mayor aún hacia este movimiento. Esta podía verse en las distintas redadas que se cometían, llegando incluso a condenarse a algunos inocentes relacionados con el anarquismo como cabezas de turco. Fue el caso, por ejemplo, de Francisco Ferrer i Guardia.
El aumento de los atentados cometidos contra la clase política hizo que se multiplicara la escolta destinada a proteger la seguridad de los altos cargos. Aun así, eran los propios políticos los que renegaban de esta protección, ya que se ha podido observar como tanto Canalejas como Dato, entre otros, intentaban alejarse lo máximo posible de sus guardaespaldas.
¿Cómo hubiera sido la historia de España sin esta profusión de atentados? El fenómeno no fue una particularidad española, pero se abren ciertas preguntas en torno a estos atentados. ¿Y si Alfonso XIII hubiera muerto en el atentado que protagonizó el día de su boda? ¿Cómo hubiera cambiado nuestra historia si no se hubiera dado muerte a José Canalejas o a Eduardo Dato? ¿De verdad se hubiera podido reformar y limpiar la imagen de la restauración borbónica en época de Alfonso XIII? Se trata de un hecho que nos permite plantearnos muchas preguntas y alguna respuesta sobre la historia contemporánea de España.
Bibliografia
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Impresionante recopilación, muchas gracias.
No hubo más atentados de relevancia tras estos? especialmente durante la II República?
Muy buen artículo. Las imágenes enseñan mucho sobre los sucesos.