Desde la segunda mitad del siglo XX, tanto la arqueología como la historia han ido recibiendo diversos enfoques renovados, que aportan nuevas teorías y debates: la irrupción de posiciones de renovación metodológica ha sido notable, como pueden ser el post-procesualismo en la arqueología o la microhistoria en los estudios históricos, ejemplos de todas las nuevas rutas que se están abriendo a la investigación. Este proceso ha llevado a una profunda autocrítica del anterior positivismo imperante, lo que ha obligado a gran parte de la academia y la investigación a replantearse muchas cuestiones que se daban por hecho y hacerse preguntas sobre los factores y los personajes que hasta ahora se han ignorado en los análisis del pasado.

Casi de manera análoga y durante el mismo período, el feminismo ha ido consolidándose no solo como como movimiento social organizado, sino también como una corriente intelectual de profundo impacto en gran parte de las ciencias sociales y humanas. La revolución que supuso la inclusión de la mujer en muchos de los análisis de diversos campos obligaba a realizar una reflexión tanto en los objetivos de la investigación con líneas centradas en el rol de la mujer, como en el discurso utilizado para una mayor inclusión de esta protagonista tan olvidada.

No es raro ver en ilustraciones o ficciones a los hombres como los protagonistas de los hechos que consideramos más relevantes a lo largo de la historia. Esta visión ha influido a gran parte de la historiografía en su enfoque hacia períodos del pasado que nos son tan lejanos que apenas los conocemos, demasiado poco como para conocer sus estructuras sociales con suficiencia. como puede ser el caso de la Prehistoria.

No se puede negar la preeminencia masculina que ha existido en la historiografía, la cual producía un discurso para hombres hecho por hombres, y las nuevas posiciones renovadoras se dieron cuenta de ello. Empezó a existir cierta necesidad de hacer justicia por las grandes olvidadas de la historia. Por ello, el mismo proceso ha ocurrido en la óptica histórica, donde muchas investigadoras han dado un enfoque de género novedoso desde hace unas décadas. A pesar de este ímpetu, el debate también ha obligado a conceptualizar con cautela y correctamente los términos integrados desde el feminismo en los estudios del pasado.

Reflexiones alrededor de los estudios históricos de género

Es importante repasar primero algunas de las bases en las que esta corriente se ha movido para desarrollar sus investigaciones. La propia palabra «género» ha sido repensada con intensidad, ya que normalmente se aplica como una equivalencia a la mujer en estos casos y no a lo que el término llega a recoger en su significado. Los estudios de género en si mismos pretenden visibilizar a una parte olvidada de la historia, como también se está haciendo en otros campos de la historia social como puede ser el estudio de sectores pormenorizados como los pueblos colonizados, las minorías étnicas o los menores de edad, entre otros. El componente propiamente ideológico del feminismo varía según quien esté investigando, y no cabe duda de que este sesgo subjetivo tiene su influencia en el método, aunque no es algo negativo en sí mismo.

La aplicación de la diferencia entre sexo y género ha sido uno de los puntos en los que más se ha hecho hincapié en los estudios feministas, aportada desde la antropología. El propio sexo de los cuerpos biológicos y el determinado como un rol por la sociedad en la que vivimos son niveles de identidad fluidos y diferenciados a partir de conductas e ideas preconcebidas, las cuales aplican pautas para cada uno de los individuos: el género en el que alguien es identificado según su sexo por la comunidad organiza en gran parte sus relaciones sociales y jerárquicas dentro de ella.

Suele ser común confundir estos dos conceptos con un tercero, que es la identidad sexual o la relación de atracción que se puede establecer hacía otros individuos. La diferenciación entre los tres es necesaria, ya que tienen importantes conexiones con distintos aspectos de la sociedad, la familia y el desarrollo de nuestra propia identidad.

Tanto hombres como mujeres han tenido una necesidad tradicional de adquirir relevancia en el grupo y aplicar relaciones de poder desde sus posiciones sociales. Debido a la naturaleza patriarcal que tradicionalmente han tenido algunas sociedades humanas, los hombres han tenido una capacidad de aplicación política y directa de dicho poder sobre los colectivos, mientras que las mujeres se han movido en relaciones de poder más veladas sobre individuos concretos y basadas en los lazos emocionales existentes en los grupos.

En ocasiones las excepciones se dan y algunos personajes femeninos llegan a combinar ambos tipos, algo de lo que se ha llegado a considerar que proviene cierto temor cultural masculino al poder emocional e «invisible» de las mujeres. El amor, el deseo carnal o las rivalidades son importantes componentes psicológicos entre otros que participan en esta manera de vincularse y actuar en procesos que acaban configurando unas jerarquías diferentes y que en ocasiones parecen saltarse las reglas políticas impuestas por una comunidad dominada por el sector masculino. Estas ideas han recibido mucho desarrollo en algunos de los trabajos teóricos de autoras españolas como Almudena Hernando o Margarita Díaz-Andreu. El ejemplo que se trae en el presente artículo es quizás un caso que ilustra este proceso en un mundo fluctuante y dinámico entre diferentes sociedades como es el de la Protohistoria.

Acercamiento a los estudios de género en la Edad del Hierro

La Edad del Hierro es una época en la que se culminan algunos procesos sociales iniciados desde el comienzo de la Prehistoria reciente y el desarrollo de las sociedades productivas, el cual se trata de un complejo mundo económico y político, cada vez más especializado y estratificado en comparación a etapas previas, lo cual condiciona bastante, entre muchas otras cosas, la situación de la mujer. A nivel europeo los estudios de género enmarcados en la Edad del Hierro y centrados especialmente en la cultura de Hallstatt y el horizonte céltico de La Tené, tienen ya cierta trayectoria, pero no se puede decir lo mismo para el entorno ibérico, mucho más difuso en comparación. Por lo tanto, disponer el enfoque en cuestiones de género para esta etapa final de la Prehistoria es un reto notable para los investigadores. En este momento se inicia el contacto con sociedades plenamente históricas de la cuenca mediterránea, por lo que La Tené englobaría a grupos protohistóricos.

El relato histórico tradicional nos ha transmitido las culturas de la Edad del Hierro como si se tratasen de míticos grupos guerreros y druídicos dominados por una orgullosa élite masculina, como puede ser el caso de los celtas. Gran parte de las mujeres de esta época han sido largamente ignoradas o directamente invisibles. La realidad es, sin duda, mucho más compleja.

Esta condición resalta algunos aspectos documentales que influyen en su estudio para bien y para mal: la existencia de fuentes clásicas que describen algunos detalles de estas culturas, aunque no siempre son fiables y muchas veces están llenas de ideas preconcebidas y prejuicios, y continuidades aisladas en el tiempo que acaban siendo registradas por escrito y tienen una clara raigambre céltica, como ocurre en las Islas Británicas, donde los mecanismos socioculturales celtas sobrevivieron varios siglos más e incluso alcanzaron la Edad Media. Incluso hoy en día han llegado a sobrevivir ciertos detalles de su tradición de manera oral en esa misma región.

Por lo tanto, se cuentan con fuentes escritas, etnográficas y arqueológicas para este momento, los cuales pueden juntar y enfocar los estudios de género para una visión alternativa y crítica, diferente al relato tradicional, que defina ciertos puntos fundamentales para comprender estas sociedades a diferentes escalas, como identidades, roles, atribuciones e ideologías, bajo criterios biológicos, sociales y materiales. Centrados en este último punto, la evidencia arqueológica en contextos de esta época continúa siendo el elemento fundamental, también en los acercamientos desde el género. Se han valorado diferentes tipos de estudio, pero existe un predominio de la antropología y la etnografía en los estudios de género prehistóricos, con aportes desde la genética.

Un ejemplo paradigmático de este enfoque para la Edad del Hierro es el estudio del movimiento migratorio de largas distancias de los pueblos célticos, plasmado hasta en las fuentes antiguas. Tal práctica se ha atribuido tradicionalmente a los guerreros masculinos, pero hay muchos datos etnográficos que muestran movimientos de mujeres fuera de sus ámbitos de origen, normalmente por motivos económicos en calidad de artesanas especializadas, o por motivos sociales como matrimonios extra-grupales.

Los estudios de género no solo se han limitado a trabajos etnográficos, aunque estos son preponderantes. Una característica fundamental de estas sociedades es que destacaban por el uso del mundo funerario para resaltar la desigualdad social y la clase a la que uno pertenece, y dentro de esta dinámica aparece un interesante caso de estudio para la parte final de la Edad del Hierro. Siguiendo esta línea en la que la mujer es la protagonista, se ha desarrollado todo un debate a partir de las evidencias funerarias, el cual tenido sus repercusiones desde más allá de los Pirineos hasta la investigación ibérica de enterramientos.

¿Príncipes guerreros o élite de mujeres?: El caso de los ajuares de poder en los enterramientos de la Edad del Hierro

Durante el período de Hallstatt, especialmente a partir del siglo VIII a.C., proliferan ricos enterramientos masculinos, normalmente relacionados con príncipes y grandes luchadores tribales, que de alguna parecen estandarizar los ajuares utilizados con piezas de oro y bronce, así como carros y armas de hierro, que parecen destacar el papel dominador de estos guerreros en la sociedad. El papel de la mujer en estos contextos se limitaba a acompañar al difunto principal en el enterramiento, con un rol secundario.

En algún momento de mediados del siglo V a.C., durante la transición de la cultura de Hallstatt a la de La Tené, esta dinámica cambió. Se inicia la aparición de mujeres biológicas enterradas con rituales que podrían ser considerados “masculinos”, pudiendo recibir la consideración social de hombres honorarios, y con ajuares de notable riqueza como las utilizadas para los hombres, lo cual parece indicar la existencia de una élite femenina. Este proceso social ha sido especialmente estudiado por la antropóloga y arqueóloga americana Bettina Arnold.

Esta valoración proviene del hecho de que están enterradas individualmente y son el centro del enterramiento, no como personaje secundario del ritual. Algunas están acompañadas entre otras cosas con torques de oro, vasos de bronce y carros. En este contexto destaca como caso más importante el del yacimiento de la princesa de Vix, en la Borgoña francesa, así como un raro caso de inhumación celta. Aunque en un principio se pensó en que se trataba de un hombre, el estudio antropológico mostró que se trataba de una mujer de cuarenta años ricamente engalanada.

El ajuar utilizado en el enterramiento de Vix apunta a la gran distinción de la mujer a quien acompañaba. Cabe destacar su enorme vasija griega de bronce, la más grande hallada en un ritual funerario en la Prehistoria y la Antigüedad, así como el gran carro sobre el que se depositaba el cuerpo.

A pesar de ello, no aparecen nunca mujeres con armas entre las piezas encontradas en yacimientos de la región, por lo que cabe pensar que la práctica guerrera estaba reservada exclusivamente a los hombres, incluso para las mujeres de más alto rango. Las armas serían por lo tanto un marcador de género y de estatus por igual.

Con el desarrollo de la cultura de la Téne, los enterramientos lujosos para hombres decaen en cantidad y los femeninos ascienden lo que puede indicar una importante transformación para las sociedades locales, especialmente en la región de Europa central donde surge este nuevo mundo. Es complicado llegar a definir cuántos de estos enterramientos pertenecen a individuos de cada sexo en estos contextos, ya que la práctica de la cremación estaba extendida, por lo que en ocasiones hay que basarse en las partes “generizadas” del ajuar, como las armas, a modo de marcadores. No es raro que especialistas en este campo tiendan a atribuir los enterramientos a individuos masculinos en casos de ajuar dudoso y falta de más pruebas durante sus investigaciones, una práctica que hay que evitar a favor de mantener el género del difunto desconocido como indefinido.

Los siguientes pasos a profundizar para el estudio en concreto del caso de las élites femeninas del período temprano de La Tené sería el análisis de las piezas dentales disponibles mediante estroncio, importantes indicadores que brindarían más información sobre este fenómeno.

A partir del siglo IV a.C., con el final del estadio inicial de esta cultura, llamado La Tené A, el proceso de enterramientos de élites femeninas parece ir disipándose poco a poco al mismo tiempo que las aristocracias locales parecen ir dejando ese tipo de prácticas a un lado, hasta finalmente acabar con la conquista romana y la absorción de estos territorios a un nuevo tipo de sociedad.

El papel del objeto adquiere una importancia capital en este enfoque de trabajo, como vía alternativa de estudio de los restos funerarios, normalmente centrada en los restos antropológicos. El explotar más el estudio de los referentes simbólicos de género en las sociedades prehistóricas es sin duda una propuesta interesante para completar las actuales investigaciones que todavía no se hayan acercado en ese sentido. Las posibles representaciones figurativas que remarquen género y los ajuares tanto “generizados” como estandarizados son objetos de análisis (partes del ajuar aplicable tanto a hombres como mujeres y partes exclusivas de uno u otro), que, aunque han sido estudiados con profundidad, en su mayoría no han recibido este tipo de tratamiento por parte de muchos investigadores. Es interesante para ello leer las reflexiones y la tesis defendida por María Encarna Sanahuja, especialmente en lo referente a la división sexual del trabajo a partir de los contextos funerarios, así como el papel de las armas y otros objetos con contenido de género en los mismos ámbitos.

Comparación entre dos mundos: mujeres celtas y mujeres íberas

Este fenómeno parece no ser único del ámbito europeo, y al trasladar el foco a la península ibérica se pueden situar paralelos en las culturas ibéricas contemporáneas a los celtas continentales, donde se han empezado a realizar estudios de género sobre los entornos funerarios y sus ajuares siguiendo un esquema similar, aunque sin tanto desarrollo.

De la misma manera que el sorprenderte yacimiento de Vix, destaca en España el enterramiento femenino de Baza, con un ajuar que indica nuevamente una distinción social propia de la élite, entre otros lugares. La existencia de ajuares similares a los de los enterramientos masculinos excepto por una falcata ritual confirman lo que también ocurre en el horizonte céltico para el mundo ibérico, aunque con diferentes dinámicas regionales. Podría tratarse de otra situación en la que la mujer enterrada recibe una simbología de género propia de otro grupo, al recibir ajuar generizado propia de un sector masculino, el cual podría ser considerada una consideración de honor y respeto a la enterrada.

El enterramiento de Baza puede ser considerado de gran riqueza para su sociedad e indicaría una alta posición en la misma.

El caso de Baza representa una nueva visión que cada vez irrumpe con mayor fuerza en la escena ibérica de los estudios prehistóricos, al menos en lo que respecta a la Prehistoria reciente. Otros enterramientos ricos por el esfuerzo y la riqueza invertidas y en las que las mujeres tienen un mayor protagonismo, ya sea individualmente, en pareja o tumbas colectivas, resaltan en este sentido. La relación mujer-infante se repite en varias ocasiones, tal y como se ve en los casos levantinos del Torrelló del Boverot (Almassora) y en Hacienda Botella (Elche). Otra tradición interesante a destacar, y con una mayor extensión geográfica en la península, es el fenómeno de los enterramientos de parejas de ambos sexos, con los notables casos de la necrópolis del oppidum de Pintia (Valladolid) y el hipogeo de Hornos de Peal (Jaén), entre muchos otros.

Es indudable que estas élites femeninas suponen una ruptura con la típica imagen de la sociedad guerrera de la Edad del Hierro. La carencia de este tipo de tumbas en el periodo de Hallstatt y su repentina aparición durante la transición se ha llegado a interpretar como una resistencia del rol de lo femenino a un mundo excesivamente masculinizado e incluso una escalada a un parcial empoderamiento social durante una época en el que las mujeres pudieron haber aprovechado las ventajas que tuviesen a mano para escalar en la jerarquía de los guerreros y nobles, aunque con limitaciones insalvables.

Se han observado en otras sociedades preclásicas del Mediterráneo pautas muy similares a las que hemos observado en los ejemplos anteriores. Un caso similar de ficticia masculinización de un enterramiento femenino se dio en el contexto etrusco de Tarquinia, otra sociedad que debió de dar mayor importancia a las mujeres. Estas dinámicas son muchas veces ignoradas desde una óptica tradicional, la cual necesita ser claramente renovada por pautas más modernas e inclusivas de investigación. Finalmente, la llegada de un mundo como el grecorromano apartó completamente a la mujer, impidiéndole tener cualquier clase de propiedad y limitándola al hogar, anulada como figura pública y prominente de la sociedad, hasta que los remanentes del mundo prehistórico de los celtas acabaron diluyéndose en el derecho romano, que claramente provenía de una tradición en el que la mujer no tenía relevancia alguna en la práctica.

Bibliografía

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