Algunos artículos han tratado ya desde múltiples perspectivas la reciente historia de Estados Unidos, como La independencia de Estados Unidos y su influencia en Latinoamérica o Una aproximación al fraude electoral en Estados Unidos (siglos XVIII y XIX). A continuación, se hará un acercamiento a la etapa de entreguerras y a uno de los hechos que se convirtieron en rasgos definitorios de la misma: la ley seca, donde el alcohol y los subfusiles Thompson mantuvieron una estrecha relación.
Entre 1920 y 1933 Estados Unidos vivió un periodo donde la producción, distribución y venta de bebidas alcohólicas quedaron totalmente prohibidas. La 18ª enmienda de la Constitución así lo exponía y los ciudadanos tenían el deber de obedecerla. Sin embargo, la opinión favorable sobre la prohibición ni mucho menos era extensible toda la población. Algunos sectores comprendieron esta ley como una injerencia del Estado en su vida privada, así como una coacción de la propia libertad individual. Por ello, al mismo tiempo que se promulgaba la ley, los estadounidenses ya estaban buscando formas de sortearla sortearla. Mientras ríos de alcohol se derramaban sobre aceras y alcantarillas, otros aprovecharon para buscar cómo reconducirlos hacia tabernas clandestinas. Sin duda, los que hicieron gala de una mayor visión de negocio fueron los gansters. A través del dinero sucio consiguieron una posición de poder elevada. Eso sí, con las manos manchadas de sangre.
La lucha «anti alcohol»: el movimiento prohibicionista
El movimiento prohibicionista no nació de la noche a la mañana al terminar la Primera Guerra Mundial. Durante el siglo XIX el ímpetu por reducir e incluso abolir el consumo alcohólico tuvo una resonancia especial en Estados Unidos. Importantes sectores, por confluencia de muchas razones entre las que se encontraron el incremento de la llegada de población y costumbres extranjeras y una férrea moral protestante, reclamaron así que no corriese ni una sola gota de alcohol por el país.
El prohibicionismo no se puede entender si no se combinan en su análisis multitud de factores. Estos se dieron la mano para llegar a una situación por la que el país decidió tomar medidas para prohibir el alcohol. Sus efectos propiciaron una serie de argumentos conservadores, cuyos discursos se focalizaron en las tabernas como lugares impíos e inmorales, reflejo de la decadencia de la sociedad (Grant, 2012: 357).
Entre 1820 y 1850 la industrialización, la urbanización y la inmigración fueron procesos acompasados y de evolución rápida. En las postrimerías del siglo XIX y comienzos del siglo XX, tras la guerra civil estadounidense, se dio un fuerte incremento de la emigración transatlántica por varias razones, entre las que se encuentran el abaratamiento de los costes de transporte y el afán por encontrar un mejor nivel de vida.
Aquellas personas que se marchaban de sus países de origen con destino a Estados Unidos tenían propósitos bien claros. En su gran mayoría buscaban trabajo, pero también un sistema político liberal-democrático favorable a algunas libertades, como, para algunos sectores, la ansiada libertad religiosa que en sus países de origen se veía mermada (Bosch, 2005: 248). De una forma u otra, en la última década del siglo XIX se puede contabilizar que llegaron a Estados Unidos más de tres millones y medio de inmigrantes de múltiples procedencias. Aun así, fueron menos que en la década anterior, que superaron los cinco millones (Adams, 2000: 171).
Esta oleada migratoria llegó a la costa Este del país, pero también a los grandes núcleos industriales, buscando puestos de trabajo. Muchos europeos de diferentes religiones y provenientes de gran variedad de países (entre los que destacan Italia, Irlanda y la gran mayoría de países del Este europeo) fueron los principales (Bosch, 2005: 249). Y con ello, se alimentó una avalancha de prejuicios racistas y xenófobos. Así, los estadounidenses vieron miedos “nativistas” en aquellos inmigrantes que procedían generalmente de zonas agrícolas y pobres. Además, la mayoría no eran protestantes, sino católicos, ortodoxos y judíos entre otros.
Este mismo hecho representó una lucha entre culturas: una cultura de clase media americana frente a una cultura obrera inmigrante. Los americanos de clase media creyeron que la prohibición del alcohol evitaría muchos de los problemas sociales existentes, que achacaron en gran medida a la inmigración. También creyeron que así se mantendría la homogeneidad de los valores “típicamente americanos”, frente a la cultura obrera extranjera del saloon, el whisky y, sobre todo, de la cerveza (Bosch, 2010: 61).
La nueva clase obrera extranjera exhibía otras formas de ocio y sociabilidad, y entre ellas se encontraba el consumo alcohol. Es ilustrativo, por ejemplo, cómo se importaron bebidas alcohólicas típicas de las zonas donde procedía los grupos de inmigración mayoritarios: la cerveza, de los alemanes y el whisky, de los irlandeses. De hecho, pasaron a ser las más populares y consumidas en Estados Unidos. Se impulsó así una cultura alternativa basada en los saloons y el consumo de bebidas alcohólicas frente a otras costumbres estadounidenses acordes a una arraigada moralidad protestante.
Por si fuera poco, la introducción del tied-house system hizo que los saloons se propagasen a gran velocidad. Este sistema significó que, a través de un pago mensual y la venta exclusiva de una marca de cerveza, las cerveceras suministrarían todo el apoyo logístico a los saloons (Bosch, 2005: 399). Ello facilitó la puesta en marcha de este tipo de negocios. Y, por supuesto, que también se incrementase el número de personas que transitaban sus barras e ingerían el líquido dorado.
Aquellas zonas rurales ante los nuevos valores de la ciudad y los importados de los extranjeros, se sintieron enormemente amenazadas. Así, defendieron a ultranza aquellos valores tradicionales que se vincularon con ser un “buen americano”. En este sentido, defendieron las siglas WASP (White, AngloSaxon y Protestant > Blanco, Anglosajón y Protestante). Se propició así el caldo de cultivo perfecto para desarrollar el racismo y la xenofobia que, entre otros hechos, alimentaría el auge del Ku Klux Klan.
Una de las instituciones que de forma encarecida persiguió estos propósitos fue la iglesia protestante. Esta intentó luchar contra lo que consideraron moralmente degenerado y destructor del espíritu americano (Bosch, 2010: 53), difundiendo así un “Segundo Despertar Religioso” que tomó como bandera la moderación y la abstinencia de bebidas alcohólicas. Del mismo modo, algunos colectivos femeninos constituyeron una importante base de este movimiento “antialcohol”. Las mujeres que constituían estos colectivos se alzaban como guardianas de la moralidad, debido a la asignación de roles de género femeninos basados en la educación y los cuidados.
La agitación a favor de la prohibición de las bebidas alcohólicas ganó un enorme impulso tras el final de la guerra civil. En este sentido un fuerte activismo femenino insistió en la supresión de las bebidas alcohólicas. Uno de sus principales motivos fue que las agresiones de los hombres hacia las mujeres se achacaron a la embriaguez de estos primeros. Es, por ello, que grupos de mujeres tuvieron en el punto de mira las tabernas como causantes de tal violencia. Así, una de las luchas más persistentes de aquellos que querían prohibir el alcohol tuvieron un blanco fácil en los saloons. Máxima muestra de ello es la creación de la Liga Antisaloons (Bosch, 2005: 400) (Jones, 1996: 347).
En este sentido, grupos de mujeres se organizaron para ir a las tabernas a rezar y a pedir entre plegarias y cantos la abstinencia alcohólica. Estas acciones cobraron un enorme impulso con la creación de la Women’s Christian Temperance Union (Unión de Mujeres Cristianas por la Abstinencia) en 1874. Incluso, dentro de este colectivo, resaltaron algunas mujeres como Frances Willard, activista que luchó por el sufragio femenino y otros derechos laborales.
Tales prácticas se difundieron con relativo éxito e incluso llegaron a la Casa Blanca. Lucy Webb Hayes, esposa del presidente Rutherford B. Hayes, mostró su apoyo negando que se sirviesen bebidas alcohólicas en la Casa Blanca, ganándose el apodo de “Lucy Limonada”. Otras mujeres, en solitario y más combativas, intentaron imponerla por la fuerza. Es el caso de Carry Nation, famosa por emplear la violencia para destruir barriles de licor con un hacha.
Estas campañas tuvieron gran repercusión en el campo, donde la religión encuadraba la vida diaria de la población. En 1900 ya eran “secos” algunos de los Estados más rurales. Entre 1907 y 1915 ascendieron a 14, 8 del Sur y 6 del Oeste. Ya en 1916 desde el punto de vista legal eran “secos” 19 Estados. No obstante, al no extenderse por todo el país era más bien difícil hacer cumplir la ley, ya que la bebida podía importarse desde otros territorios donde no estaba prohibido el alcohol. Por esta causa los prohibicionistas presionaron al gobierno federal con el objetivo de expandir la prohibición por todo el país. Siguiendo estas dinámicas, consiguieron poner en marcha algunas leyes como la Ley Webb-Kenyon (1913), que prohibía la exportación de alcohol entre Estados bien si su consumo estuviese regulado o no (Jones, 1996: 347-348).
La Primera Guerra Mundial y el prohibicionismo
Durante la Primera Guerra Mundial, los prohibicionistas fueron uno de los grupos de mayor presión sociopolítica del momento. Estos utilizaron la guerra a su favor para admitir que los consumidores de cerveza eran “desleales y proalemanes” (Bosch, 2005: 401). Se desarrolló así un antigermanismo que focalizó su punto de mira en el consumo de una bebida en cuyo momento ostentaban gente de descendencia u origen o alemán. Por tanto, la guerra supuso un notable impulso para fomentar la prohibición de alcohol: se divulgó así que el consumo de cerveza era síntoma de ser favorable a la Triple Alianza, y no a la Triple Entente de la que Estados Unidos formaría parte en 1917.
Con todo ello, se produjo la desacreditación de la cerveza proveniente de las fábricas germanoamericanas, que eran la gran mayoría. Es así como desde 1917 se sucedieron leyes que de una forma u otra coartaron la libertad anterior para producir y vender bebidas alcohólicas. Este año mismo años es, además, crucial puesto que el 22 de diciembre de 1917 se aprobó la enmienda decimoctava que se ratificaría más tarde en enero de 1920.
El comienzo de la era seca en Estados Unidos
Los medios de comunicación y la cultura popular, cada vez más extendida entre la población, hicieron más fuerte si cabe la polarización entre los valores del campo y de la ciudad. La prensa y la radio ensalzaron los valores de la ciudad y su ocio, y los sectores más “ruralizados” respondieron. Para que su propia identidad no se difuminara frente a la gran ciudad, vieron necesario fortalecer la imagen tradicional que de ellos se tenía. Así extendieron el discurso maniqueo que enfrentaba la ciudad y el mundo rural: la primera por su inmoralidad y el segundo por ser creyente y “americano” (Adams, 200: 281). Y una cosa más: rechazaban el alcohol como fuente de depravación de la nación.
Los sectores más rurales del país fueron los que en gran medida hicieron presión para que el país prohibiese el alcohol. Esto último lo consideraron prácticamente como una misión salvífica, a favor de la vuelta a la moralidad de un mundo cuanto menos deshumanizado. Era, pues, un “noble experimento” tal y como lo denominaron aquellos que eran partidarios de la abstinencia. Para hacer frente a todos los males que achacaban al alcohol, los que lucharon por un Estados Unidos “seco” pensaron que habría que extraer el tumor sin más; es decir, habría que prohibir las tabernas. Lo que no sabían es que, con esta cirugía, los males se incrementarían exponencialmente.
En este contexto la decimoctava enmienda, conocida popularmente como “ley seca”, entró en vigor el 17 de enero de 1920, manteniéndose hasta 1933. El artículo decía, en su sección primera, lo siguiente:
“Sección 1. Un año después de ratificado este artículo, se prohíbe por la presente la fabricación, venta o transporte en los Estados Unidos y en todos los territorios sujetos a su jurisdicción, así como la importación o exportación, de licores embriagantes con el fin de usarlos como bebida” (cit. en Grau ed., 2010: 211).
Tres meses después, el Congreso aprobó la National Prohibition Act (Ley de Prohibición Nacional), más conocida como Ley Volstead. Mediante esta se garantizaba el cumplimiento de la nueva enmienda y la prohibición de todas las bebidas que superasen el 0,5% de alcohol. Eso sí, con algunas lagunas legales, que se aprovecharon para el consumo de alcohol. Por ejemplo, las farmacias, mediante receta médica, podían venderlo. Así que el número de “enfermos” que necesitaban de la medicina del alcohol también aumentó considerablemente.
Así pues, finalmente, las autoridades federales impusieron la ley. Los partidos se dividieron en cuanto a sus opiniones sobre el alcohol, pero finalmente tuvieron que optar por su aprobación. El alcohol, a partir de ahora, no se consumiría. O, mejor dicho, se consumiría clandestinamente.
Unos meses después fue aprobada la 19ª enmienda que daba el voto a las mujeres. La situación bélica abrió el acceso a espacios anteriormente vetados a las mujeres por los roles de género tradicionales. Se abrió un nuevo paradigma a las mujeres en lo sociolaboral generalizado en los países que participaron en la guerra, con mayor o menor intensidad. Sin embargo, en Estados Unidos también confluyó el protagonismo del activismo femenino en la lucha por la prohibición. Ello mostró la eficacia de organizaciones femeninas como un grupo de presión sociopolítica. De la misma manera se extendió la convicción general de que las mujeres eran fuerza política. Por ello, se les dio voz en las urnas en once Estados, antes de que Estados Unidos entrara en la I Guerra Mundial en abril de 1917 (Bosch, 2010: 66-67).
Hecha la ley, hecha la trampa: el auge de la mafia
Era obvio que a muchos estadounidenses esta ley no les gustaba: les suprimía la libertad de ir a la taberna tras un largo día de trabajo, manipulaba de alguna manera su ocio y les dejaba, en definitiva, sedientos de alcohol. Así, muchas personas no querían acatar esta ley y en la práctica realmente no lo hicieron. Y para ello, se sirvieron de cualquier artimaña posible.
Desde 1920 la promulgación de la 18ª enmienda incentivó a que se pensara que ni una gota de alcohol iba a surcar tierras estadounidenses. Sin embargo, esta ley no fue un remedio para erradicar el consumo, la elaboración y la venta de bebidas alcohólicas. Detrás de ella, una ingente trama de corrupción aprovechó la coyuntura para beneficiarse económicamente. En este sentido, organizaciones mafiosas vieron una oportunidad inaplazable. Usaron la ley sobre la prohibición de bebidas alcohólicas para lucrarse, a la vez que daban de beber a sedientos antiprohibicionistas. Aunque en gran medida lo compaginaron, dejaron de lado como primera actividad delictiva la distribución y venta de drogas o el proxenetismo, y se dedicaron de lleno al transporte clandestino de barriles.
Por un lado, la ley había tenido sus efectos y el consumo de alcohol se redujo debido a las limitaciones sobre las bebidas alcohólicas, al igual que los arrestos y los disturbios provocados por él (Pegram, 1998: 164). Ahora bien, las actividades criminales crecieron, a través del crimen organizado. Surgieron así gans o “bandas” dedicadas al contrabando de alcohol cuya competitividad a menudo acababa en ríos de sangre. Aprovechando la demanda en medio de la prohibición, los gánsteres se multiplicaron. En este sentido, Chicago fue el foco paradigmático de los conflictos y la supremacía entre bandas suministradoras de alcohol.
Entonces, si estaba prohibido, ¿cómo accedían los estadounidenses a la bebida alcohólica? Es fácil contestar si pensamos en la adquisición actual de cualquier producto que esté prohibido por la ley. Una forma es el contrabando o, directamente, la fabricación casera o industrial en lugares clandestinos.
Es así como la fabricación de alcohol clandestino se multiplicó, tanto en forma de destilerías como en fábricas de cervezas secretas, y, por supuesto, también lo hizo el contrabando. Fueron apareciendo de esta manera los speakeasies; esto es, tabernas clandestinas donde servían alcohol ilegalmente (Pegram, 1998: 175-177). Realmente, fueron un secreto a voces, y las autoridades desmantelaron algunos de estos locales, aunque otros muchos sortearon la ley impunemente. Por ejemplo, en Nueva York, donde antes de la prohibición había unos quince mil bares legales, llegó a haber treinta y dos mil speakeasies clandestinos en la época de la prohibición (Fontana, 2017: 132). Se extendieron, por consiguiente, formas por las que la población pudiese calmar su sed de bebidas alcohólicas, a las que en gran medida asociaron al ocio.
Aparecieron así estrategias por las que disimular la fabricación y el consumo de alcohol. Se difundieron, por ejemplo, las botellas de bolsillo o hip-flask, que es lo que entendemos por petaca (Adams, 2000: 283) de fácil escondite entre las ropas. Otros términos hacen referencia a las prácticas que asumieron algunas personas para elaborar alcohol. Es el caso del whisky destilado ilegalmente, al que se le llamó moonshine, por la clara referencia a su elaboración a escondidas “a la luz de la luna”. En gran medida, este alcohol era tóxico y de mala calidad e incluso llegó a causar numerosas muertes. Debido al mal sabor de estos destilados se popularizó el cocktail.
En ese ambiente, el de los felices veinte del jazz, se expandieron paralelamente, en los márgenes de las tabernas, las redes ilegales que se ocuparon en distribuir el alcohol clandestino. Fueron oportunidades de negocio que rebasaban todos los límites de la legalidad, pero la creación de millones de dólares alimentaba los sueños de los que se embarcaron en estas actividades. Muchas veces, con apoyo u oídos sordos de los funcionarios gubernamentales, jueces y policías, debido a la intimidación, chantaje o incluso ganas de beneficio de los mismos (Adams, 2000: 284).
Sin duda, el gánster más famoso fue Alphonse Capone, conocido como Al Capone o Scarface. Tuvo su marco de acción en Chicago, y generó un imperio criminal del que sacaba anualmente alrededor de 60 millones de dólares. Además, no solo tenía poder económico, sino que tenía poder de acción gracias a las amplísimas redes clientelares.
Al Capone no fue el único que quiso aprovechar la ley seca para convertirla en beneficios económicos, por lo que la confrontación entre gánsteres fue muy intensa y repetida durante los años de la prohibición. Se estableció así todo un crimen organizado: los diferentes grupos mafiosos acordaron repartirse las zonas de influencia, de manera que cada banda tendría el control de un determinado territorio y de la actividad delictiva. Se trata, además, de una forma de actuación de la mafia que se alargó varias décadas, incluso hasta bien entrados los años 60.
Pero a menudo las barreras se rompían a tiro de balas, surgiendo fuertes conflictos entre mafiosos. Quizá uno de los sucesos más conocidos sobre el choque entre bandas se produjo el 14 de febrero de 1929, dando lugar a lo que se conoce como la “Matanza de San Valentín”. Esta fue dirigida por Al Capone, y tuvo el objetivo de deshacerse de su rival más duro en Chicago: “Bugs” Moran. Tras la “Matanza de San Valentín” Al Capone fue declarado como enemigo público número uno. Es así como se inició una persecución policial para encarcelar al gánster más influyente del momento.
Uno de los acercamientos más mediáticos al proceso de búsqueda y captura de Al Capone, sin duda, el de un clásico del cine: Los intocables de Eliot Ness. Su director, Brian de Palma, centra la trama argumental en cómo el agente federal Eliot Ness y sus colegas, apodados como “los intocables” se involucran en detener al gánster. Este consiguió escapar de las autoridades hasta 1931, año en el que fue juzgado por invasión de impuestos y condenado a un total de once años de cárcel. Efectivamente, tras ordenar asesinatos y abusos de todo tipo, fue encarcelado por no responder al país con sus impuestos.
El alcohol vuelve a Estados Unidos
Tras 1923 los americanos disfrutaron de una prosperidad económica que elevó notablemente su nivel de vida. Sin embargo, el país más rico del mundo se vio involucrado en la mayor crisis de su historia. Los efectos de la crisis del 29 fueron devastadores para Estados Unidos, pero sus ecos también resonaron en todo el mundo. Acudimos de nuevo a referencias externas que ilustran a la perfección la crisis que desató la caída bursátil: la novela de John Steinbeck Las uvas de la ira, llevada a la gran pantalla de mano del director John Ford.
Sin entrar en las consecuencias sociales y económicas, la Gran Depresión hizo pensar que la circulación legal de alcohol podría solventar de alguna forma la grave crisis en la que se encontraba sumergido el país. Es, por ello, que la idea de legalizar la circulación de alcohol comenzó de nuevo a ser muy atractiva entre cada vez más población. No solo generaría puestos de trabajos, sino que a través de su compra el Estado podría imponer sus impuestos, aminorando de alguna forma la crisis económica.
Los beneficios de la vuelta a la legalidad del alcohol no solo se reducían a generar riqueza en un país económicamente desmantelado. También acabarían con la mafia generada de contrabandistas de alcohol, y, con ella, los escándalos criminales. Los contrarios a la 18ª enmienda eran cada vez más y tenían muchos argumentos por los que devolver el alcohol a las calles.
Como se ha mostrado, la enmienda redujo el consumo de alcohol, pero ni mucho menos acabó con él. La fabricación casera y la adulteración del alcohol fue una de las formas por la que la población siguió bebiendo. Estas formas de fabricación hicieron fuertes estragos en la sociedad, al provocar muertes y discapacidades como la ceguera. El Departamento de Salud anunció que en 1927 hubo 50.000 muertos por ingestión de este alcohol adulterado que, entre algunas sustancias, contenía metanol (Bosch, 2005: 405).
A consecuencia de lo anterior, muchos sectores de las clases medias que habían defendido el prohibicionismo dejaron de hacerlo para posicionarse contrariamente. Se crearon asociaciones para organizarse en torno a estas peticiones como el Comité Voluntario de Abogados o la Organización Nacional de Mujeres para la Reforma de la Prohibición. Sin embargo, el grupo más influyente fue la Asociación contra la Enmienda de la Prohibición (AAPA, según sus siglas en inglés).
El peso de aquellos grupos que creían en la derogación de la decimoctava enmienda fue en aumento y se convirtió, tal y como sucedió en 1920, en un eslogan político. En las elecciones de 1932, el partido demócrata liderado por Franklin D. Roosevelt, tomó la iniciativa de mostrar rechazo a la prohibición. Finalmente, este acabaría ganando las elecciones y firmando leyes para que el alcohol circulase (y, por supuesto, se comprase) libremente por todos los Estados del país. Con todo ello, el 5 de diciembre de 1933 se ratificó la 21ª enmienda, que derogó la decimoctava. Llegó, con ello, el fin de la etapa prohibicionista.
Bibliografía
- Adams, Willi Paul (2000). Los Estados Unidos de América, Siglo XXI: Madrid.
- Bosch, Aurora (2005). Historia de los Estados Unidos (1776-1945), Crítica: Barcelona.
- Bosch, Aurora (2010). “Los violentos años veinte: gánsters, prohibición y cambios socio-políticos en el primer tercio del siglo XX en Estados Unidos”, en RUBIO, Coro (coord.), La historia a través del cine: Estados Unidos, una mirada a su imaginario colectivo, Universidad del País Vasco, pp. 51-82.
- Fontana, Josep (2017). El siglo de la revolución: una historia del mundo desde 1914, Crítica: Barcelona.
- Grant, Susan-Mary (2014). Historia de los Estados Unidos de América, Akal: Madrid.
- Grau, Luis (ed.) (2010). Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos 1778-1992. La Constitución de los Estados Unidos y sus enmiendas, Madrid: Universidad Carlos III de Madrid.
- Jones, Maldwyn A. (1996). Historia de Estados Unidos (1607-1992), Cátedra: Madrid.
- Pegram, Thomas (1998). Battling Demon Rum. The Struggle for a Dry America, 1800-1933, Ivan R. Dee: Chicago.